viernes, 22 de mayo de 2009

DOBLE VIDA (continuación)


Sentada sobre la cama con la bandeja de desayuno delante, la música empieza a sonar en la cabeza de Blanca como si el tiempo no hubiera pasado, la luz de la mañana se cambia por la del atardecer y el olor del tabaco de pipa lo envuelve todo. Claro de Luna suena bella, pulcra, sus manos se mueven por el teclado con soltura y suavidad, aportando la fuerza sólo en el momento justo. La pieza es ejecutada magistralmente por la muchacha de trece años qué es entonces. Su padre ríe satisfecho y pasa la mano por la espalda de la chica cariñosamente. La insta a que toque para él su obra favorita: “tristeza” de Chopin y Blanca lo complace satisfecha. La pieza se desliza con exquisitez por el instrumento. “Súbito” le parece escuchar… sus manos se paralizan, pero no sabe por qué. La voz de su padre suena detrás de ella “continua Blanca, no te detengas” pero sus manos no responden, la había estudiado tanto, la conocía tan bien y ahora aquella música se rompía como una muñeca de porcelana. ¿Qué le pasaba? ¿Qué le ocurría? Gira su cara desencajada, sus ojos suplican a su padre que la ayude, que no la abandone, pero su padre no está allí. En lugar de él hay un hombre que no conoce, que no ha visto nunca. Más moreno, más rudo, ridículo incluso. El tono de la habitación se vuelve más rojizo y la voz de aquel hombre es ahora gutural. La música se convierte de nuevo en un baile maldito, desenfrenado, grosero. Blanca cree estar volviéndose loca, si pudiera razonar todo sería como antes, pero no puede hilar sus pensamientos que se agolpan dentro de su mente. La imaginación le está jugando un mala pasada, quizás a estudiado demasiado, puede que este agotada. La música no deja de sonar, cada vez más fuerte, un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres, cuatro… cada parte del compás el martillo de una artefacto diabólico, como si una manada de caballos galoparan dentro de ella, sus manos tapan sus ojos, pero el ruido es violento, cree estar cayendo a un abismo, la tierra se abre a sus pies. Se tapa los oídos porque no quiere escuchar, sus ojos se abren en un afán de volver a ver su habitación tal cual estaba cuando entró hace escasos minutos, pero lo que ve la horroriza aún más. Algo oscuro, inhumano está muy cerca de ella, tiene el rostro muy pegado al suyo, lo siente caliente y se hunde sobre su cuerpo, Blanca se revuelve, se retuerce. cae de la cama hecha un ovillo de lana, grita convulsa que quiere morir, que la dejen en paz, sus manos luchan con algo invisible, tirada en el suelo llora desconsolada, abandonada por la cordura.
Mientras Fermina está preparando el baño, la oye gritar, corre por el pasillo todo lo que dan de sí sus piernas, que ya no están tan ágiles como antes, cuando tenía unos años menos. Llega hasta la habitación donde encuentra a Blanca en el estado lamentable al que ya la tiene acostumbrada. Evitando hacerle daño ni que se lo haga a ella intenta agarrarle las muñecas, se tumba encima para dominarla y le echa la cabeza hacia atrás.
- Señora Blanca, conténgase, estese quieta o tendré que tomar otras medidas. –dice Fermina intentando controlarla.
Pero Blanca no parece escucharla, grita y se retuerce como si estuviera dominada por una fuerza sobrehumana. Entonces Fermina se incorpora y como puede con su mano derecha le estampa una bofetada. Blanca se queda rígida, se queda mirando a aquella mujer que ahora le inyecta algo el brazo, pero en realidad no la ve. Sus ojos traspasan su cuerpo, poco a poco sus músculos se van relajando y al final cede como una hoja caída de un árbol, sin voluntad, sus ojos se llenan de lágrimas y deja de moverse para pasar a una quietud amarga. Fermina respira aliviada, por hoy ya ha pasado, cree que la mujer que se mantiene debajo de ella ha vuelto a la tranquilidad. No entiende como una persona puede estar tan torturada, ella es ignorante en estos temas y tampoco quiere saber más allá, al fin y al cabo para eso está el médico que la trata. Pero para Blanca no existe esa tranquilidad, en realidad su alma todavía no ha regresado del estudio de música de su infancia. Solo ha decidido dejar que ocurra.

Blanca es una mujer delicada y bella, quizás roce los cuarenta, tiene el pelo castaño claro y unos ojos del color de la miel. La piel muy pálida y una delgadez acusada la hacen parecer más frágil de lo qué es, el cuerpo sin ser atlético está bien proporcionado y sus modos son armoniosos y cultivados, de una elegancia natural. Nació en una familia burguesa, su padre al que Blanca cree amar profundamente era un compositor y director de orquesta muy reconocido durante su época de actividad profesional. Ahora ya está retirado, quizás retirado de todo, Blanca hace mucho que no sabe de él, pero es un tema del que no le gusta hablar y no soporta las sesiones que ella piensa estúpidas a las que su médico la somete, en las que éste insiste en hablar de su padre, su madre, su infancia en general. Estos psiquiatras, piensa para sí, siempre están buscando en el mismo lugar sin encontrar respuestas. Ella cree que su mal consiste en su exagerada inteligencia, en su excesiva sensibilidad, en un espíritu excesivamente cultivado, desde luego que no se arrepiente para nada de ser así, muy al contrario está muy orgullosa de ello. La verdad le habría gustado ser algo más práctica, seguro que entonces habría llegado a ser una gran compositora como su padre o por lo menos concertista profesional. Ahora en cambio siempre está recluida entre el dormitorio y el salón, relegada de una intensa vida social por culpa unos nervios que la traicionan continuamente, que parecen ir a su aire sin consultar con su dueña. El piano no pude ni soñar en tocarlo, no entiende como puede sentir esa aversión por algo tan estimado para ella, a lo único que puede aspirar es a esa estúpida máquina de escribir tan pasada de moda, está harta de decirle a Fermina que le traigan un ordenador, no entiende la falta de respeto de esa mujer.En estas cábalas pasa su tiempo esperando siempre que no suene la música de nuevo, otras veces se sienta delante de la vieja Olivetti para consagrarse a escribir sin que el papel no deje de estar nunca en blanco.

Una niña de ocho años está sentada frente al piano de su estudio de música, ensaya muy atareada unas partituras, tiene el cabello recogido en un moño, pero le caen algunos tirabuzones dorados sobre el comienzo de la espalada. Sobre todo quiere aprender la obra que más le gusta a su padre al que admira con devoción, para ella es el mejor compositor y el más guapo. Sus manitas están sobre el teclado, la puerta se abre y su padre entra evitando hacer ruido, toma una silla y se sienta a su espalda, acaricia amorosamente un tirabuzón de la niña, esta gira su carita y los dos se sonríen con complicidad. Blanca continua tocando “tristeza” de Chopin. Su padre le acaricia la espalda, ella agradece el gesto de cariño pero la desconcentra un poco, sigue tocando y su padre sigue acariciando, ella hace un gesto para quitarse la mano de la espalda pero su padre la agarra más fuerte, pone sus dos manos en la cintura de la niña, gira la silla en la que Blanca no llega al suelo, la atrae hacía sí, ella no comprende y lo único que quiere es seguir tocando a Chopin, el afecto excesivo de su padre le molesta, lo siente más cerca, pegado a ella, lo empuja pero es muy fuerte, se convierte en algo pesado, demasiado caliente, la aprieta, la asfixia, ella empuja. Las manos de aquel hombre que Blanca cree que ya no es su padre recorren su cuerpo menudo, la tocan, la manosean. Blanca llora silenciosamente, se tapa los oídos porque una música que suena fuertemente no la deja escuchar los jadeos de aquel hombre, ella quiere que suene más fuerte, más, más, así ya no oirá nada. Algo muy pesado cae sobre ella, después la oscuridad. Blanca tiene nueve años, tiene once, tiene trece, la música suena ya siempre como una carrera imparable, su mente la hace sonar cada vez más fuerte, aquel hombre la visita periódicamente, ella cree que ha hecho algo malo para merecer que su padre la abandone y la deje en manos de aquel monstruo acalorado siempre teñido de rojo.

Tras la puerta del dormitorio actual de Blanca hay un pasillo largo, otras puertas dan también al mismo lugar, al final del corredor se abre un comedor de dimensiones bastante grandes, con ventanales que dejan entrar la luz del sol a raudales dispuestos a una altura considerable de modo que los que allí habitan no puedan asomarse. Simples medidas de seguridad. Amplias mesas alargadas se extienden a lo largo de toda la estancia, los platos y cubiertos están preparados para los internos que almuerzan en el comedor, solo los desayunos se sirven en las habitaciones. Fermina y sus compañeros corren arriba y abajo en un trabajo frenético para poder atender a todos los “clientes”, como ellos gustan de llamarlos cariñosamente, unos requieren más cuidados que otros en este centro de salud mental. Los médicos pasan una vez al día y hacen terapia habitual a todos aquellos con posibilidades de curarse, como es el caso de Blanca. Su psiquiatra personal cree verazmente que la curación de esta mujer consistiría en recordar. Pero Blanca no sabe dónde está, o quizás solo su consciente no lo sabe. Tampoco sabe lo que le sucede cuando suena esa odiosa música en su cabeza. En este instante está sentada en el salón, sus manos se posan delicadamente sobre el teclado de la vieja Olivetti.

domingo, 3 de mayo de 2009

LA INSPECTORA EN DOMINGO


No es que quiera meterme donde no me llaman, pero la verdad que este blog deja mucho que desear. bueno no me hagan mucho caso... es que hoy tengo un mal día. Si, es evidente que es domingo y no estoy en comisaria. Ese es todo mi mal y el origen de mi humor agrio. Aunque tenía la vaga esperanza de que algún caso sórdido requiera de mis servicios. Pero no. No ha sido ese el caso. Estoy en el sofá con los pies para arriba leyendo los relatos cortos de mi querida señora Vientos. Tengo que confesar que me gusta seguirlos aunque sea debido a mi profesión. En este trabajo la mejor arma es conocer la mente humana y de esto sabe la señora Vientos un rato. La señora en cuestión es retorcida como un algarrobo de esos que hay en mi pueblo. Menudos cerdos se crían con las algarrobas. Pero hay que reconocer que es toda una profesional al igual que yo y una mujer como la copa de un pino, ejem ejem... Ya saben... tengo que hacerle la pelota a la tipeja esta... que si no...En fin mañana me espera un día difícil. Un caso con la mafia rusa, complicada situación porque esta gente no se gastan bromas, estos cabrones te rompen el pescuezo en un pis pas. Bueno voy a pensar un rato que después se me echa el tiempo encima... ¡coño el teléfono! ¡de comisaría! Serán capullos, no dejan a una ni descansar en domingo...

DOBLE VIDA


Blanca estaba sentada frente a su máquina de escribir, una olivetti portátil de color azul, tenía las manos muy quietas sobre el teclado, como si no supiera como continuar lo que estaba escribiendo. Su mano derecha hacía pequeños movimientos, eran como espasmos en los que sus dedos finos y largos tocaban delicadamente el teclado. Era como si estos fueran independientes de su mente y solo obedecieran a un impulso conocido del cuerpo, ellos por su cuenta querían moverse, teclear sobre la vieja Olivetti, escribir cosas que parecían muy importantes, quizás era una biografía, o una historia conocida, las manos de Blanca estaban seguras de saberlo, pero Blanca no. El alma de la mujer permanecía muy lejos de aquella habitación, sus recuerdos la transportaban a otro lugar distinto en el espacio y en el tiempo.

Tenía manos de pianista y un alma hecha para la música. Recordaba el piano de pared que se encontraba en el estudio de la casa de sus padres, hacía ya mucho tiempo de eso, ella tendría ocho años, estaba sentada sobre el taburete redondo que se podía graduar según la altura del que ejecutaba la música, en este caso estaba al máximo y los pies de Blanca llegaban con dificultad al suelo, sus manitas tocaban hábiles una pieza de Chopin , “tristeza” que era una de las preferidas de su padre. Él se encontraba sentado justo detrás de ella, en una silla alta con su pipa humeante atrapada entre sus labios y sujeta por su mano derecha. La niña ejecutaba la pieza magistralmente, daba la fuerza y también la suavidad requeridas en cada momento. Se sentía satisfecha de hacer feliz a su padre que la escucha en silencio con una leve sonrisa de satisfacción en sus labios. De vez en cuando daba una pequeña instrucción a su hija: “increscendo, fortemente”, “ritardando Blanca”.

De vuelta a la realidad las palabras de su padre retumbaban en su memoria como si todavía estuviera a sus espaldas y tratará de decirle alguna cosa, pero ¿qué? No podía recordar nada, su mente estaba vacía como un pozo ciego donde se asomaba pero no veía nada más allá de unos metros. La música volvió a sonar en su mente, “¡ahora!, piu forte” más fuerte, cada vez más enérgica, la música ya no era melodía, tronaba en su mente, rugía como una fiera acorralada. Blanca se llevó las manos a los oídos como queriendo parar los sonidos, pero las notas gritaban dentro de su cabeza, se movían como en un baile frenético, las negras, las blancas, corcheas, fusas y semifusas la golpeaban como cuerpos transformados y grotescos. Era un espectáculo dantesco sintió como la partitura se convertía, el papel se arrugaba y tomaba forma, se estiraba y se encogía para aparecer de pronto como un ser descabezado que intentaba atraparla, inconscientemente miró hacia atrás buscando la ayuda de su padre, pero él ya no estaba allí. Apretó las manos más fuertemente contra sus oídos pero no conseguía parar aquel sonido infernal, la música que ella tanto amaba se volvía contra ella, agarró sus orejas e intento arrancarlas, entonces notó como se iba su aliento, como se alejaban las fuerzas de sus músculos, se sentía desfallecer, todo se volvió negro y ya no recordó nada pero la música había dejado de sonar.

Unas campanas estaban sonando, podían ser las de una iglesia, daban las doce, abrió los ojos y pensó que había dormido demasiado aunque se sentía cansada, apartó las sabanas blancas protegidas igualmente por una colcha blanca, se sentó en la cama y se enfundó una bata de franela y unas zapatillas. ¡Ay! esto de soñar tanto no la dejaba descansar como era debido. A veces cuando despertaba por las mañanas pensaba que en realidad estaba dormida y que los sueños eran su verdadero entorno. El escenario de su vida parecía ligeramente modificado pero no sabría decir bien en qué consistía tal cambio. Fermina apareció por la puerta con una bandeja en la que portaba un vaso de leche humeante, un plato lleno de tostadas con mantequilla y mermeladas de varios sabores en tamaño individual como a ella le gustaban.
- Buenos días señora Blanca ¿Qué tal hemos dormido hoy? –dijo Fermina sonriente.
- Bien Fermina aunque lo de siempre… estos sueños que no me dejan descansar como es debido. ¿está todo en orden esta mañana?
- Claro, como siempre. Después de desayunar pase a la ducha. No se olvide de tomar su medicación que se la he dejado al lado de la taza de leche.
- No sé por qué siempre me tienes que recordar lo que he de hacer, para ti el tiempo parece que no haya pasado, te gusta tratarme como a una niña pequeña y ya no lo soy. –dijo Blanca con un mohín infantil haciendo ver que se molestaba.
Fermina puso la bandeja en una mesa individual con ruedas y la acercó a la cama donde seguía sentada Blanca. Esta desplegó la servilleta y se la puso sobre las piernas apoyando sus manos sobre ella. Mientras Fermina salía por la puerta del dormitorio, Blanca ya no la vio, sus recuerdos la llevaron de nuevo a su estudio de música. Estaba atardeciendo y un sol anaranjado entraba por la ventana, ella se disponía a tocar una pieza muy bonita de Debussy: Claro de luna. Sus manos reposaban con delicadeza, igual que ahora, únicamente la vieja Olivetti había desaparecido y el teclado era el de su piano, había estudiado con dedicación aquella pieza para hacerla sonar en la manera en que solo debe ser escuchada, en comunión con el universo, cada nota en su tiempo, cada tiempo en su espacio, su padre volvía a estar a su espalda, sonriendo. Ella lo miro un momento antes de ejecutar la pieza, como para que él le indicase el comienzo. El humo de su pipa se tornaba rojizo por efecto de la luz, todo estaba bañado en una neblina dorada, el hombre llevaba el cabello tirado para atrás y su tono castaño se acentuaba aún más dándole unos reflejos dorados, las piernas cruzadas, dejaban al descubierto sus botas que invariables guiaban a su hija el compás con sus movimientos, siempre usaba polainas de un color más subido que el de sus botas, seguidas de un pantalón impecablemente planchado. Un chasquido suave de sus dedos mostró el comienzo.
CONTINUARA........

CITA MÉDICA


Lo primero que hacía al entrar en su despacho era comprobar que todo estaba en su sitio. No se fiaba de nadie. La caja fuerte y el cajón derecho de su secreter donde guardaba su colección de corbatas eran su obsesión.
El telefonillo interior sonó tres veces. Gerardo Montilla Doctor en psiquiatría contestó.
- Diga Amparo ¿Qué quiere?
- Doctor la señora de Padrón está aquí. Dice que tiene hora para las siete. Yo le digo que no, pero ella insiste.
- Enseguida la atiendo. Dile que pase a la salita y que se lea una revista del corazón.
El Doctor Montilla se puso las manos en las sienes con gesto apesadumbrado. Estaba harto de que la tal señora se presentase cuando le venía en gana. Llevaba más de ocho años atendiéndola con visitas, terapia y medicación. Le dejaba unos buenos dineros pero se había convertido en una losa.

Se levanto de su sillón, fue hasta la estantería del fondo, abrió un tarro con antidepresivos, se echo dos a la boca y se sirvió un whisky. Se lo bebió de un trago. Aquello le recomponía para aguantar a los pacientes y sobre todo a gente como la señora Padrón. Miró la botella, pensó un instante y se sirvió otro. Este para no perder los nervios, pensó.

La señora Padrón estaba acostumbrada a hacer lo que le venía en gana. De condición burguesa, nunca había trabajado, primero estuvo bajo la protección de su padre y luego de su marido. Ya viuda y con los hijos fuera del país, que por lo que dicen las malas lenguas habían huido de la madre como de la peste, se pasaba el día ociosa y observando su repertorio de enfermedades. No la aguantaba ni la chica de servicio. La verborrea matutina de la tal señora era para desquiciar a un sordo. Después de la comida se trasponía un poco, pero a la que se tomaba el café cargaba con más energía. Como hacía años que no quería escucharla ni el párroco, pagaba al Doctor Montilla.
El doctor Montilla se tambaleó ligeramente al dirigirse hacia su escritorio. Le costó apretar el botón del interfono porque el whisky le producía visión doble.
- Amparo haga el favor de decir a la señora Padrón que pase.
- Enseguida Doctor. – transcurridos unos minutos unos minutos la enfermera se volvió a comunicar con su jefe. – la señora dice que se espere un momento que le ha dado un ligero mareo acompañado de unas visiones desconocidas. Me dice que últimamente padece de terrores nocturnos.
- Pero si son las siete de la tarde. Cuando se recupere la hace pasar. –dijo camino de la estantería y apoyado contra la pared se sirvió el tercero.
Una vez hubo conseguido volver a su sillón se puso a pensar lo de todos los días. Que había equivocado su profesión. A él le hubiera gustado ser policía o como mínimo ladrón o agente de la CIA. Pero psiquiatra… se le había puesto el culo gordo de estar en aquel maldito sillón. Se retorcía las manos con nerviosismo, la mezcla del alcohol con los antidepresivos seguía su curso. Dos golpecitos en la puerta le indicaron que la paciente estaba al otro lado.
- Adelante Amparo. – dijo el psiquiatra con la voz un poco gangosa.
Amparo traía a la señora Padrón del brazo que se apoyaba cansinamente en la extremidad de la enfermera, dando largos suspiros.
- Doctor Montilla le he administrado el valium de diez mg vía intravenosa que usted le tiene prescrito antes de la terapia. –dijo Amparo acomodando a la señora Padrón en el diván, que miraba hacia la pared.
- Gracias Amparo. Puede retirarse.
La verborrea de la señora era impresionante, ni el valium le hacía efecto. Removía la cabeza en el diván queriendo mirar al doctor. Si algo no le gustaba de aquellas consultas era mirar hacia una pared.
- Estese quieta mujer que se va a hacer daño. Aunque no lo crea el hecho de que no nos veamos las caras es más efectivo. –dijo pensando que sobre todo era efectivo para él. –diga ¿como se encuentra?
- ¡ay! Doctor como me voy a encontrar. Como siempre. Ahora mismo le decía a Amparo, que por cierto, le tendría que llamar la atención sobre su aseo personal. Me ha parecido que olía un poco. Bueno lo que le decía, que me parece que tengo terrores nocturnos. Dios mío, pues no se me apareció mi difunto marido el otro día y empezó a exigirme los derechos conyugales. Que mal lo pasé doctor, no se puede imaginar, si no me ponía en vida ya me dirá usted con el rictus mortis dibujado en la cara. Además cada día estoy peor de la paranoia. Creo que me persigue la comunidad de vecinos y el presidente el otro día me dio a entender que quiere tener relaciones conmigo.
- Usted lo que tiene es un calentón. –dijo el doctor Montilla sin poder contenerse, que además se le trababa la lengua y cada vez estaba más nervioso.
- Un calentón lo tendrá usted. Yo soy una enferma. ¡Ay! Perdone doctor es que últimamente pierdo los nervios por cualquier cosa. Yo creo que la medicación no me hace nada. Hablando de otra cosa esa enfermera suya y no es cosa mía, tiene flatulencias. Si yo fuera usted me la quitaba de encima además no es por nada pero no es nada agraciada. –dijo la señora Padrón intentando girarse en el diván.
El Doctor Montilla manoseaba la seda suave de su corbata, empezó a desabrochársela y suavemente la deslizo por el cuello de su camisa, aunque su visión ya no le respondía como era debido aun podía apreciar su textura y su colorido. Abrió el cajón donde guardaba su colección. Guardo la que tenía en la mano y eligió otra. Primero la acaricio u luego la retorció entre sus manos para luego tensarla como había visto hacer en las películas. La conversación de la paciente pasó a ser el cántico de un rosario. Su vista iba de las corbatas al cuello de la burguesa hipocondriaca. Lentamente se le acercó por detrás.
- Señora Padrón le voy a cambiar la medicación. –sin dejarla hablar le pasó la corbata de diseño alrededor del cuello y apretó. Apretó. Esta se retorcía como una culebra en el diván. Cuando dejó de hacerlo y dio el último estertor el Doctor Montilla llamó por el interfono a su enfermera.
- Amparo haga el favor de venir. Le he cambiado la medicación a la paciente y me parece que está un poco indispuesta.
- Ahora mismo voy Doctor.
Cuando Amparo entró se dirigió al diván y puso sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la paciente.
- Otra que se nos ha marchado Doctor. ¿la pongo con los demás?
- Claro, Amparo, claro. Dijo el Doctor Montilla sirviéndose otro whisky.