lunes, 11 de noviembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 4

En la calle hace demasiado calor, la gente camina de un lado al otro, algunos corren para coger los transportes públicos. El tráfico es intenso y deja una estela espesa flotando en el aire. Necesito respirar, dejo la calle principal y tomo una callejuela más estrecha que se aleja del tumulto. A medida que camino la vía se hace más y más solitaria, me gusta esa sensación, atravieso unos soportales que rodean una plaza, en un banco algunos viejos dormitan al sol. Una madre da el pecho a un bebe de pocos meses, la criatura succiona las mamas con voracidad como un pequeño vampiro, mientras la mujer sonríe con cara anodina. No me interesa, demasiado corriente.
Allí está. Un hombre joven está sentado unos bancos más allá de la madre que da de mamar. Fuma un cigarro con cara de pocos amigos, es una pose estudiada. Se le nota que no tiene obligaciones corrientes, debe dedicarse a controlar algunas prostitutas, algo que no desgasta mucho, se le ve relajado y no tiene prisa por acabar el cigarro. Camino despacio, mientras exagero ligeramente, pero con elegancia el movimiento de caderas. El hombre me mira y yo lo miro.
Dos horas más tarde soy yo la que fumo tranquilamente, sentada en el sillón de una habitación en el Hotel Sandor. El sudor cubre mi cuerpo debido al esfuerzo y al sexo. El hombre yace en la cama, también lo inunda el sudor, está tan hermoso como antes e incluso más porque ahora es una obra de arte. La palidez de su piel contrasta y embellece con la sangre que baña su cuerpo. Ahora si puedo servirme un güisqui con hielo.