miércoles, 15 de enero de 2014

Blanca Marchant, por entregas 6

Después de consumir completamente mi coñac me he levantado indicando a mi acompañante que me siguiera. Siempre unos pasos por detrás, me gusta marcar las diferencias entre la que manda, que siempre soy yo, y el que obedece, que siempre es el elegido. Me dirijo a mi estudio situado a unas manzanas de la cafetería. El hombre moreno se acerca por el lado derecho e intenta ponerme contra la pared de la calle para darme un beso. Una mano sobre su pecho y mis ojos que se clavan como garras en los suyos lo detienen. Los límites los pongo yo. Hemos llegado. Abro el portón y accedemos a una antigua entrada de caballos, continuo hacia el montacargas, la reja de este emite el ruido del hierro sin lubricar. Subimos hasta la segunda planta. Miro al hombre intensamente, lo agarro del cinturón y lo atraigo hacia mí. Ahora sí quiero sus labios carnosos. Los aprieto contra los míos y le meto la lengua hasta el fondo, luego lo empujo para abrir la reja. El espacio es amplio, al fondo una cama con sabanas de seda negra está medio oculta tras una cortina granate de tela gruesa. lo llevo hacia allí cogido la solapa de la camisa. La bragueta del hombre está abultada y tiene los ojos brillantes. Lo tiro sobre la cama y le bajo la cremallera el pantalón. El miembro ruge como un león. Sobre una mesita baja tengo una jeringuilla, es mi fórmula para su placer y el mio y también para mi éxito como artista. Mientras lo beso un ligero pinchazo en el cuello que ni siquiera percibe. El hombre asciende hasta la cima mientras me lo trago entero, incapaz de moverse por el efecto de la droga sólo puede sentir. A horcajadas sobre su ingle lo monto hasta enloquecer mientras le rodeo el cuello con un trozo de soga recia. Las venas se hinchan y sus ojos se desencajan. Más, más fuerte. Sigo cabalgando hasta que estalla la luz cegadora del éxtasis.
Ahora el hombre moreno yace sobre la cama muerto. Debo terminar mi obra para la que no suelo usar en espátula si no un punzón de grandes dimensiones... El arte en si mismo puede provocar locura transitoria y dependencia de obedecer una y otra vez a ese impulso creador...

viernes, 10 de enero de 2014

Blanca Marchant, por entregas. 5

He estado bastantes días sin salir de casa, todavía el hambre no me apremia. No siento ningún remordimiento por el último suceso, si se le puede llamar así y no asesinato. Siento verdadero placer, el placer que da satisfacer un deseo pero más importante que el deseo es calmar una especie de hambre que se me deposita en la boca del estomago y se extiende hasta el centro mismo de las entrañas. No dejan de rugir hasta el último aliento del amante devorado. Durante estos días apenas he comido, sólo duermo mucho.
Tres días después me he despertado de un sueño profundo, he estado soñando con un cuerpo moreno, de piel brillante y ojos oscuros.
Vuelvo a tener hambre. En la ducha dejo que el agua resbale por mi cuerpo y mi pelo, si levanto la vista veo una lluvia viniendo hacia mí. Me visto sin prisas, nunca tengo prisa. Pantalón negro estrecho y botas de caña alta de tela de saco. Arriba, una camisa blanca de lino, suelta, que el viento hace bailar cuando salgo a la calle.
En el paseo principal hay una cafetería con una terraza para degustar un café o licor mientras veo pasar a la gente. Son las doce de la mañana y a esas horas el paseo está transitado en su mayoría por turistas que bajan despacio saboreando el olor a mar cada vez más intenso. El camarero me trae lo mismo de siempre, un coñac de la mejor marca.  Me echo hacia atrás  en la butaca y descanso la vista sobre los paseantes. No miro a nadie, sé que mis ojos encontrarán lo que busco sin forzarlos.
Un hombre de tez morena, se sienta dos mesas más allá de la mía. Me mira un momento y le devuelvo la mirada. Tiene grandes pestañas que adornan unos ojos negros. Manos anchas de uñas rosadas. es un hombre joven de origen árabe. Lleva ropa de buena calidad. Lo miro de arriba a bajo con un poco de desinterés para crear el efecto contrario. Resultado inmediato. El hombre se levanta y viene hacia mi mesa.

Me llamo Ahziz ¿puedo sentarme? Sus labios gruesos destapan una sonrisa de dientes blancos.
Yo Carla. Miento.Por supuesto que puedes sentarte...