jueves, 11 de diciembre de 2014

El día de las lentejas

Aquel día había lentejas para comer y visitas en la casa. Como siempre, eran visitas que pertenecían al círculo  familiar de Conchita. El malestar de esta era evidente, ese malestar que se siente a nivel de piel, que está denso en el aire y que flota sobre las cabezas y se posa en el ánimo de los que rodean a la fuente de donde fluye. El círculo de Conchita era consciente de ello y además sabía que la tensión era fácil de dinamitar, unas cuantas palabras adecuadas y el caos estaría servido. Estaba claro que el  círculo (todo lo que no era yo, era el círculo) no iba a recibir esa bomba, la recibiría yo, como era de esperar. Porque yo era la persona cercana, la que toleraría las consecuencias, mientras que el círculo se iría de rositas a su casa sin importarle la inmundicia esparcida por las paredes, los suelos, muebles, tuberías, huecos… hasta en el más recóndito lugar se habría ensuciado con la basura mental de Conchita. Por lo tanto, todo se fue fraguando para que aquella déspota cargase las baterías y amasase el odio general que la caracteriza, la exasperación de creer que ella es digna de grandes tronos, que debería haberla colmado la vida con frutos dorados y hasta con títulos nobiliarios y no, por el contrario, haberla ornamentado con aquella humildad tan pegajosa e impropia a la que había sido lanzada.
Cuando el momento se correspondió con la suficiente cocción del brebaje, la figura totalitaria se volvió hacia mí
─ No sé qué estás haciendo, pero algo estás haciendo. Eres muy listo aliándote con las visitas en mi contra pero te puedo asegurar que esto no va quedar así.
Con cara de persona que ha sido injustamente agraviada se levanto dispuesta a hacerme la velada imposible de sobrellevar y por supuesto la consecuente indigestión de las lentejas. Ante las sonrisitas maliciosas de las visitas, que se saben ganadoras de una discordia que aunque ajena, no deja de ser suculenta. No hay nada que llene tanto de gozo al ser humano como la desgracia impropia, así la suya queda diluida en la gran conciencia colectiva. Ante la evidencia del festejo que me quedaba por delante mi mejor opción fue coger carretera y manta, que se dice.