domingo, 18 de octubre de 2015

Nada

Ya no queda nada. Se mira las manos endurecidas por el trabajo del campo y piensa que siempre las recuerda así de toscas, quizás algún día fueron ingenuas. Antes que él, su padre cuido las tierras y las ovejas. No ha sido una vida fácil pero los largos días de pastoreo en las altas laderas, no dejan de herirle las voluntades. Era una felicidad legítima, de aquellas que son incuestionables. Él no entiende de números pero le parecen verdades absolutas las tardes junto a Teresa, mirando arder la leña. Ella remendaba los descosidos de las vestiduras pero sobre todo los del alma, que están más quebrantados, como sus huesos.
Ya no queda nada. Un día Teresa se marchó después de la tormenta. Hubo de vender las ovejas, se fueron en un camión para servir de alimento a personas con corbata. Siguió cuidando la huerta bajo la mirada de su perro, ahora sin rebaño y tan achacoso como él. Pan y café y sobre todo recordar a Teresa.
Ya no queda nada. El perro yace sobre la cama de paja cerca del hogar. Se ha marchado antes que él. Eso sí ha sido una mala pasada, piensa y sin saber porque se mira las manos, le acaricia la cabeza y le perdona el abandono. Tres días después, el hombre que nació para morir deja ir el aliento que concluye la existencia. Le parece ver a Teresa junto al fuego y escuchar al perro ladrar a la aurora. Ya no queda nada.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Despacio

          La máquina de escribir suena y arranca palabras, algunas pausas y vuelve a sonar. El humo del cigarrillo inunda la habitación. Papel pintado años sesenta y una decoración cargada parecen abrigar el caos. Libros y notas desparramados como la maleza que devora un jardín que dejó de cuidarse hace tiempo. Fue un hombre apuesto, de sonrisa amplia, seguro de sí mismo. Ahora las canas y la vejez le han ganado la partida, una partida perdida de antemano, aunque nunca recuerda haber pensado que el tiempo cumpliera su objetivo, desvanecerse. A veces, para y mira algunos retratos llenos de polvo. Personas desaparecidas… la palabra le hace sonreír. Por muchos libros que pudiera escribir jamás podría explicar  esa desaparición. No logra comprender. Ni siquiera haberse convertido en alcohólico le ha dado lucidez para comprender la nada de algo que existió. Vida finita, depredadora de existencias que se evaporan.
         Hace tiempo que le tiemblan las manos, limpia con el puño de la camisa el cristal de un pequeño marco. Venido de lejos aparecen la imagen de una mujer hermosa abrazada a un perro pequeño y lanudo. Se sirve un vaso de güisqui y lo apura. Un dolor ciego le abrasa el estomago, aprieta el pequeño marco. Está cansado de intentar su propia desaparición y parece que el destino se ríe del intento loco de un hombre más.


sábado, 10 de octubre de 2015

¿Una actitud mental?

       El modo de vida actual nos lleva a tener una actitud apresurada ante la gran cantidad de cosas que tenemos que hacer o que no tenemos que hacer, me explico. Sábado, no tenemos que trabajar, nos levantamos por la mañana y existe una prisa escondida en nuestro reloj interno, ¿prisa por desayunar? ¿Por salir a pasear? ¿Por hacer aquello que toda la semana estoy deseando hacer?
         Es una prisa perezosa como dos caras de la misma moneda. Una parte de nosotros solo siente hastío hacia un día en blanco y otra parte quiere llenar los huecos a como dé lugar…  Es una prisa que se revuelve en sí misma, un quehacer inútil. Perdidos en nuestro paraíso de fiesta semanal damos vueltas sobre nosotros mismos enloquecidos, llenos de temor ante el precipicio de lo que somos: Unos seres tediosos que enloquecen ante su propia muerte, humanos agarrados a la comunicación ficticia y al abanico de posibilidades que se van proyectando delante de nosotros como una película que nunca te dejará buen sabor de boca.

     Algunos dicen que hay que tener cierta actitud mental…¿ser positivos, tal vez? Un maldito libro de autoayuda siempre puede disparar tu huida hacia delante, eso sí ¡no mires atrás!