sábado, 14 de febrero de 2015

La sombra de la doctora 9 Asunto liquidado


El mayordomo Artur sirvió café a toda la familia. Nadie le hacía mucho caso, pues estaban bastante entretenidos en contar los billetes de 500 € que la mamá Ferrusola iba distribuyendo entre los hijos. Sólo el viejo Jordi lo miraba de vez en cuando con ojos húmedos. Al pasar a su lado para servirle el café, Pujol padre le dijo al Artur,

─ Això és la ruïna, Artur. Estem perduts!! ─comenzó a sollozar por lo bajini ─Aquesta gentussa de poble es menja la mà del seu amo

La Ferrusola corrió a intervenir.

─ Deixar-vos de tonteries. ─ y dirigiéndose al mayordomo ─tu fes la teva feina i no emboliquis més la troca!

Carmela y Aurelia seguían apostadas en el quicio de la puerta, con las armas preparadas para irrumpir en la reunión. Solo esperaban el momento oportuno. Las mujeres se miraron con complicidad… bueno Aurelia tenía los ojos un poco extraviados por el susto. La inspectora le señalo el tirachinas haciéndole ver que estuviera preparada para la acción. Entre susurros prepararon el asalto contra la evasión de capitales. Antes, Carmela hizo una llamada por el móvil.

─ Aurelia estate preparada, apunta bien el tirachinas y no te vayas a mear, que te conozco…

─ Carmela… yo creo que nos deberíamos ir por donde hemos venido. Esta gente no tiene escrúpulos y necesitan tratamiento… sobre todo la señora esa, Ferrusola es que se llama ¿no? Habría que hacerle una imposición de manos…

─ Sí, la imposición de manos se la hacía yo al bolsillo. Déjate de tonterías… A triunfar Aurelia!!!

Y dándole un empujón a la doctora en sicología irrumpieron en la sala. Toda la familia al completo se giro al unísono con caras de horror. Aurelia empezó a disparar el tirachinas a diestro y siniestro, gritando como Jerónimo, en pleno ataque al ejercito yanqui! Carmela, apuntaba con la pistola mientras enseñaba la placa y daba el alto al suelo.

─ La mare que les va parir!!! Són espanyoles!!! Artur, treu la senyera!!

La Señora Ferrusola con cara descompuesta gritaba a la familia en pleno.

─ Nens! agafin els diners i cap a Andorra!!! Ràpid tots els cotxes!!! D'aquestes m'encarrego jo!!! ─y cogió el atizador de la chimenea en plan amenazante.

Mientras, en la calle empezaron a escucharse las sirenas de los mossos, que en cuestión de segundos sitiaron el jardín. Los mossos que no son tontos, dejaron a los mastines con una pierna de cordero de la mejor calidad, comprada en el mercado de la Boquería. Entraron tres escuadrones de mossos con fusiles de asalto y gritando <<¡Soprano, quedas detenido!>> A lo que Carmela, muy indignada les advirtió que no era La Cosa Nostra, si no Casa nostra.


─ Por lo menos hoy, los Pujol-Ferrusola duermen a la sombra ─le decía Carmela a la sicóloga dándole golpecitos en la espalda como si fuera un caniche ─y suénate los mocos, mujer…



Continuará

miércoles, 4 de febrero de 2015

Coruña, 23 de enero de 1986

Como todas las noches, a las 10’30 horas, Alejandro Quiroga salió a correr. Hacia un frío glacial y una humedad del 90 por ciento. Al salir del portal de su casa, en la avenida Arteixo, sintió el golpe del cambio de temperatura. Se apretó la bufanda al cuello y se subió la cremallera de la sudadera hasta el final.  Corrió hasta alcanzar la Avenida Linares, luego la Marina, para llegar a las Ánimas y rodear todo el paseo Marítimo, subir hasta la Rosa de los Vientos y continuar por el Marítimo. Tardaba exactamente 1h y 16 minutos. Desde hacía cinco años no había dejado ni un solo día de hacer este recorrido, sólo en alguna rara excepción, en la que se veía obligado a salir de Coruña por cuestión de trabajo.
Hacía cinco años, Blanca decidió abandonarlo. Era una tarde de invierno lluviosa, como casi todas las tardes en Coruña, pero a él le pareció que aquella tarde el cielo y el mar cayeron sobre su alma. Las vio marchar con dos maletas y varias cajas pero, sobre todo recuerda como giraban las ruedas del cochecito de Clara, su hija. Nunca ha entendido porqué se borró casi todo de aquel hecho y las ruedas siguen girando en su cabeza. De aquella tarde oscura, las ruedas, fueron lo último que vio.
Desde entonces, siempre hace el mismo recorrido. Pasó diez meses en el centro de recuperación mental, aparte de la medicación para una tristeza que se había hecho crónica, le advirtieron que el ejercicio era imprescindible si quería recomponer su espíritu. Tenía que cansar el cuerpo y acallar la mente. La tristeza seguía atenazándole el ánimo pero, mientras corría una especie de libertad lo arrancaba de aquel hueco estrecho.

Aquella noche, como todas, subió por el camino empedrado hasta la Torre de Hércules y siguió corriendo hacia la Rosa de los Vientos. El sudor le resbalaba por el rostro y el viento helado cortaba su voz. Porque no se dio apenas cuenta, pero Alejandro Quiroga gritaba. Gritaba y corría. Y lloraba. Las ruedas del cochecito empezaron a girar cada vez más rápido, más rápido. Corría y gritaba y lloraba. La sombra de Alejandro Quiroga se perdió en el mar.