miércoles, 30 de diciembre de 2009

25 de Diciembre fun, fun, fun...




Aunque soy Inspectora, como ya todos saben, también tengo algún que otro compromiso. Como familia, esparcida, eso sí. Pues lo que digo, que como todo mortal me tocó celebrar el día de Navidad. Todos a la mesa, previos saludos y demás besitos engorrosos. Con la sopa de galets esperando en el plato, ningún comensal podíamos empezar, sin la tan esperada llegada de la última invitada, menos requerida que el apocalipsis. Llegó. Con sus andares de marquesa venida a menos, y un abrigo muy emperifollado, aunque de marca sospechosa, brindando saludos con la mano a modo principesco. La perra familiar, llamada Lola, qué aunque no le hiciera ni caso no dejaba de pegar brincos a la recién aparecida, recibió por último una discreta patadita en el culo, por parte de la susodicha. Bueno... pues ya está, después de la representación teatral, por fin podíamos comer. Nos sentamos dispuestos a sorber la sopa. Pero la marquesa, venida a menos, que no deja de aprovechar estos eventos para llamar la atención, dicho sea de paso, porque no tiene otros. ¡Pues no se iba a callar! Con su habitual tono intelectual y en una lengua que no es la suya, pero que ella cree que le da glamour, se dispuso a iniciar su berborrea seudo psicológica. Temas controvertidos para intercambios de opiniones varias, preguntas insospechadas para comensales que se les quedaba la cara como la pasta de los galets. En fin... señora marquesa... ese culo inquieto que no paró en toda la comida de arrebatar la silla de otros, esperando llevar el peso de alguna conversación. Pero... ¿no se da usted cuenta de que no quieren hablar con su real persona? Y es que, para darle la razón sin opción al desacuerdo, pues para eso no se habla. Ni siquiera en la foto de familia pudo aparecer usted, que casualmente estaba en el baño... ¿casualidad o causalidad? Bueno, pero no se preocupe yo le tomé una cuando recién entraba por la puerta. La una y la otra para la posteridad. ¡Que bien se está en comisaría!

martes, 29 de diciembre de 2009

Intolerancia


Dadas las perversiones humanas conocidas y por conocer... ésta es una de ellas. No se puede decir que la peor, pues la variedad de la crueldad en los hombres posee un abanico infinito. ¡Es asombroso! lo que cuesta mover a las masas por causas justas. Todos tienen el tiempo muy ocupado, el trabajo, los hijos, las compras y sobre todo los acicalamientos personales. Algunos pueden pasarse media vida bajándose los calzones por cosas insustanciales, bueno insustanciales... ¡DINERO!, ¡PODER! Pero por la intolerancia... eso se toma con la mayor naturalidad, es más, el que en esta sociedad no es intolerante no está a la moda. Eso sí con muy buenos modales. Esta panda de inpresentables polluelos abandonan a la más absoluta marginación al que va de amarillo... siempre educadamente, claro está. Otra cosa es que el pollo amarillo se rebelase, entonces si le veriamos la otra cara a la "intolerancia": La Brutalidad en toda su gama y no de colores precisamente.

No les dejaré así.


Queridos lectores, efectivamente, Isabel llegó con una maltrecha maleta en la que escondía dos libros. yo la conocí bien y les puedo asegurar que los leyó incansablemente durante muchos años. Más por fidelidad hacía su hermano que por amor a la literatura. Ahora la vista le juega demasidas malas pasadas y los tiene guardados en un cajón, envueltos en un paño de hilo. Niebla, de Miguel de Unamuno, donde el autor ofrece su más profundo rechazo vital a una muerte que significa el final de la existencia, de la vida personal e intransferible. Una lucha encarnizada entre el protagonista de la novela, Augusto Pérez, y el propio autor. Una confrontación que arrastró toda una vida. Unamuno como todos sufría su dualidad: su realismo de la vida y una profunda fe ante Dios. Augusto Pérez se rebela contra Unamuno ante el tema de la imposible inmortalidad y la infructuosa lucha del hombre ante el trágico destino. El otro libro del mismo autor –y es que para Claudio siempre fue su favorito. – La tía Tula, en ella Unamuno introduce un erotismo sutil y sólo en escasos momentos explicito. Gertrudis, la tía Tula, renuncia casi de una manera egoísta a su propia vida anteponiéndola a sus enfermizas ansias de maternidad.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Un futuro mejor



Como tantos otros, Isabel llegó de Zamora a Madrid, con apenas los dieciocho años cumplidos. Solo traía una maleta pequeña atada con un viejo cinturón de su padre, al que perdió durante la guerra por luchar en el bando de los rojos. Dentro todas sus pertenencias: alguna ropa gastada por el uso, una pastilla de jabón lagarto, un cepillo de dientes y algunas cremas que pudo conseguir con mucho esfuerzo. Pero sobre todo, llevaba como un tesoro, dos libros que su hermano Claudio le dio antes de perder la vida al igual que su padre, en el mismo bando. A la hora de disparar el fusil las manos le temblaron. Una bala le atravesó el costado. Él no disparó. No por cobarde, no, sino porque en esa España dividida por la tiranía, muchos de los que luchaban en el frente tenían ideas propias sobre la vida y la muerte y porque la bala que entraría en el pecho del otro es la misma que entró en su propio pecho. Las diferencias las establecieron los dictadores, los pervertidos, los enfermos de odio y de poder. no los que trabajaban en los campos o en las fabricas.
Isabel marchó de Madrid al poco, hacia la ciudad de los prodigios, de las oportunidades: Barcelona. Allí ha llevado una vida nada gloriosa. Siempre sirviendo a otros que no tuvieron que dejar sus casas ni a sus familias. Que ahora se las dan de hospitalarios y generosos, pero ella siempre comió sus sobras. Ahora casi está integrada, aunque hay algo que le recuerda siempre lo que es y a donde pertenece: los dos libros que su hermano Claudio le dio antes de dejar la vida en la trinchera.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Insignificante


A veces, en la insignificancia de la vida, está convocada toda la soledad. Tan pequeñas son algunas cosas que se pueden hasta pisar… ¿Dónde está escondida la belleza? ¿Dónde se oculta la ternura? Esos pasos indiferentes que dejan trás de sí toda la verdad. ¡No lo vio siquiera! ¡O quizás huye de la propia mezquindad! Esto no es un mundo... ¡es una selva! ...por no decir una mierda...

martes, 22 de septiembre de 2009

Te extraño amiga



Para que vean ustedes que a las inspectoras de mi categoría también le pasan cosas personales que son verdaderos mazazos.

En esta fotografía aparece una de mis mejores amigas y mi más entrañable colaboradora. La mejor profesional en lo que a la medicina se refiere. Nunca he tenido un caso en el que ella no me haya dado su opinión científica y de la que yo no esté enormemente agradecida. Hemos sufrido penalidades en nuestra vida policial. Conflictos muy escabrosos en los que siempre he contado con su apoyo como experta y como amiga. No saben estas míseras paredes de comisaría como la echo en falta ¿ a quién llamo yo ahora en caso de necesidad profesional y emocional? Me jode un ovario que esta mujer se me haya ido a un viaje tan largo. Mira que se lo tengo dicho: ni se te ocurra solicitar años sabáticos de esos que les da a los funcionarios por pedir para hacer no sé qué cosas. Yo como mi vida es mi profesión ... ¡Pues nada! Ella va y los solicita. Y así me he quedado, con un caso entre las manos en el que una acreditada es sumamente necesaria. Ahora tendré que buscar a cualquier mindungui que me haga los informes ¡que asco! Bueno pero te voy a perdonar...

Aquí la vemos en uno de esos días en las que uno necesita tomarse una cervecita con los amigos en el bar de la esquina, muy cerquita de comisaria. Prefiero omitir el nombre para no dar publicidad a nadie y si no que nos hagan descuento. Como decía... aquí está ella tomándose un tentempié en uno de esos días en que la depresión profesional se te apodera. Concretamente ese día teníamos un caso muy delicado, en el que estaban comprometidas personas de altos vuelos. Un asesinato en el que su resolución podía llevarnos hacer peligrar nuestras vidas. "El extraño caso de Tárrega" Nos llevó días y muchas veladas como esta que ven en la foto, llegar a resolverlo. Pero finalmente mi genialidad y su sentido común nos condujo al mejor resultado policial para envidia de muchos. En fin... que la extraño un montón...

martes, 1 de septiembre de 2009

El día de después


Un primer duro día de trabajo en aquella comisaria de mala muerte, con foto de plantilla incluida ¡de asco! Este comisario tiene unas cosas...
Después de pasar todo el mes de agosto perdida en las montañas de la Cerdanya francesa, viendo pasar la vida despacito, sin apenas ruido, sin maleantes, sin chorizos, sin crímenes por aclarar. Me llevé algunas novelas para leer, el portátil para escribir, incluso llegue a escribir hasta una poesía ¡que cosas! Ahora estoy asqueada de nuevo, fumando cigarrillos, mirando una luna que parece hasta más sucia, será que a ella también le molesta esta ciudad llena de nauseabundas manchas y palomas medio muertas...

Un crimen de lo más vulgar me esperaba a las ocho de la mañana detrás de la puerta de mi despacho. Una prostituta muerta en pleno mercado de la boquería, quizás un ajuste de cuentas de un chulo burlado. Presentaba signos obvios de violencia, en la cara y en el torso y una fuerte incisión de arma blanca a la altura del corazón. Un corazón que nunca pudo sentir nada porque nació para olvidar y ser olvidado. A veces pienso que ante tanta miseria es mejor pasar a criar malvas. La puta en cuestión era de nacionalidad africana, pareciese que no han transcurrido los siglos. Remotos tiempos de la esclavitud, sino fuese porque hoy igual te encuentras fiambre a una puta negra que a una de rasgos arios. Vienen engañadas de todas partes a satisfacer los instintos más básicos del ser humano. Mafias que se lucran de las necesidades de pobres muchachas con hogares hundidos en la más absoluta pobreza, mafias que controlan sus vidas sin acabar nunca de cancelar las deudas que supuestamente contrajeron con ellos las pobres desgraciadas.
En particular me ha hecho gracia el comentario en el telediario matutino que escuchaba a primera hora de la mañana mientras me ponía las bragas y demás atuendo. La gente se mostraba indignada ante el micrófono de que aquellas señoras hicieran actos impuros en plena calle. De los clientes ni pío ¡ay que joderse! ¿acaso no son ellos los que acuden a buscar los ansiados servicios? ¿que la han mandado al otro mundo de un navajazo? Igual da. De las fotos que salían en pantalla todas salvaguardaban a los susodichos clientes, borrándoles las caras, que a lo mejor y sin equivocarme demasiado es el mismito marido de la pescatera o de la pollera. Pero eso sí, las guarras son ellas.

Así que después de un café máquina cutre a rabiar, tengo que investigar a esos hijos de su madre y a sus pupilas, que se cortarían la lengua antes de hablar con una inspectora de policía. De hecho los propietarios de las paradas del mercado tampoco están dispuestos a colaborar por miedo a las represalias. Caso aparte de inmundo complicado y además a quien le importa la muerte de una prostituta. Cuestión de trámite nada más. Atrás quedan los idílicos días de atardeceres casi místicos, es la hora de la vuelta al curro. Lo primero el informe para el Comisario Martinez, que me ha recibido con una sonrisa burlona de bienvenida ¡magnifico!

Me queda la esperanza de que esta noche miraré la luna por si hubiera decidido teletransportarme a una isla donde pueda practicar snokel.

viernes, 28 de agosto de 2009

A una amiga y más


Que nadie se equivoque, soy Carmela Bermúdez aunque, un poco romanticona, se me pasará...

A veces y solo a veces se encuentran dos almas,
A veces, solo a veces siento que la he hallado,
Dos gotas de agua en un océano,
Las vertientes de dos ríos que dan a un solo mar,
Pero... ¿cuántas veces, la marea, me devuelve a la orilla sin nada más que dar?

Como un soplo es la vida,
Como un aliento que se escapa de a poco,
Así es el amor que hay en mi rostro cansado,
Cuando se posa en tu regazo,
Solo una confesión quiero... ¿ quien recorre junto a ti la senda?
Mientras... yo muero en el olvido.

Dos palomas, una sola vez surcan juntas el horizonte,
¡Que belleza! Una sola alma, dos corazones,
que tiene la vida que a unos les concede el mágico encuentro
y a otros nos quita, para vivirla, todas las razones.Solo una respuesta quiero... ¿cuándo me descuidó el destino, que me quitó lo que más anhelaba, siquiera antes de haber nacido?

viernes, 22 de mayo de 2009

DOBLE VIDA (continuación)


Sentada sobre la cama con la bandeja de desayuno delante, la música empieza a sonar en la cabeza de Blanca como si el tiempo no hubiera pasado, la luz de la mañana se cambia por la del atardecer y el olor del tabaco de pipa lo envuelve todo. Claro de Luna suena bella, pulcra, sus manos se mueven por el teclado con soltura y suavidad, aportando la fuerza sólo en el momento justo. La pieza es ejecutada magistralmente por la muchacha de trece años qué es entonces. Su padre ríe satisfecho y pasa la mano por la espalda de la chica cariñosamente. La insta a que toque para él su obra favorita: “tristeza” de Chopin y Blanca lo complace satisfecha. La pieza se desliza con exquisitez por el instrumento. “Súbito” le parece escuchar… sus manos se paralizan, pero no sabe por qué. La voz de su padre suena detrás de ella “continua Blanca, no te detengas” pero sus manos no responden, la había estudiado tanto, la conocía tan bien y ahora aquella música se rompía como una muñeca de porcelana. ¿Qué le pasaba? ¿Qué le ocurría? Gira su cara desencajada, sus ojos suplican a su padre que la ayude, que no la abandone, pero su padre no está allí. En lugar de él hay un hombre que no conoce, que no ha visto nunca. Más moreno, más rudo, ridículo incluso. El tono de la habitación se vuelve más rojizo y la voz de aquel hombre es ahora gutural. La música se convierte de nuevo en un baile maldito, desenfrenado, grosero. Blanca cree estar volviéndose loca, si pudiera razonar todo sería como antes, pero no puede hilar sus pensamientos que se agolpan dentro de su mente. La imaginación le está jugando un mala pasada, quizás a estudiado demasiado, puede que este agotada. La música no deja de sonar, cada vez más fuerte, un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres, cuatro… cada parte del compás el martillo de una artefacto diabólico, como si una manada de caballos galoparan dentro de ella, sus manos tapan sus ojos, pero el ruido es violento, cree estar cayendo a un abismo, la tierra se abre a sus pies. Se tapa los oídos porque no quiere escuchar, sus ojos se abren en un afán de volver a ver su habitación tal cual estaba cuando entró hace escasos minutos, pero lo que ve la horroriza aún más. Algo oscuro, inhumano está muy cerca de ella, tiene el rostro muy pegado al suyo, lo siente caliente y se hunde sobre su cuerpo, Blanca se revuelve, se retuerce. cae de la cama hecha un ovillo de lana, grita convulsa que quiere morir, que la dejen en paz, sus manos luchan con algo invisible, tirada en el suelo llora desconsolada, abandonada por la cordura.
Mientras Fermina está preparando el baño, la oye gritar, corre por el pasillo todo lo que dan de sí sus piernas, que ya no están tan ágiles como antes, cuando tenía unos años menos. Llega hasta la habitación donde encuentra a Blanca en el estado lamentable al que ya la tiene acostumbrada. Evitando hacerle daño ni que se lo haga a ella intenta agarrarle las muñecas, se tumba encima para dominarla y le echa la cabeza hacia atrás.
- Señora Blanca, conténgase, estese quieta o tendré que tomar otras medidas. –dice Fermina intentando controlarla.
Pero Blanca no parece escucharla, grita y se retuerce como si estuviera dominada por una fuerza sobrehumana. Entonces Fermina se incorpora y como puede con su mano derecha le estampa una bofetada. Blanca se queda rígida, se queda mirando a aquella mujer que ahora le inyecta algo el brazo, pero en realidad no la ve. Sus ojos traspasan su cuerpo, poco a poco sus músculos se van relajando y al final cede como una hoja caída de un árbol, sin voluntad, sus ojos se llenan de lágrimas y deja de moverse para pasar a una quietud amarga. Fermina respira aliviada, por hoy ya ha pasado, cree que la mujer que se mantiene debajo de ella ha vuelto a la tranquilidad. No entiende como una persona puede estar tan torturada, ella es ignorante en estos temas y tampoco quiere saber más allá, al fin y al cabo para eso está el médico que la trata. Pero para Blanca no existe esa tranquilidad, en realidad su alma todavía no ha regresado del estudio de música de su infancia. Solo ha decidido dejar que ocurra.

Blanca es una mujer delicada y bella, quizás roce los cuarenta, tiene el pelo castaño claro y unos ojos del color de la miel. La piel muy pálida y una delgadez acusada la hacen parecer más frágil de lo qué es, el cuerpo sin ser atlético está bien proporcionado y sus modos son armoniosos y cultivados, de una elegancia natural. Nació en una familia burguesa, su padre al que Blanca cree amar profundamente era un compositor y director de orquesta muy reconocido durante su época de actividad profesional. Ahora ya está retirado, quizás retirado de todo, Blanca hace mucho que no sabe de él, pero es un tema del que no le gusta hablar y no soporta las sesiones que ella piensa estúpidas a las que su médico la somete, en las que éste insiste en hablar de su padre, su madre, su infancia en general. Estos psiquiatras, piensa para sí, siempre están buscando en el mismo lugar sin encontrar respuestas. Ella cree que su mal consiste en su exagerada inteligencia, en su excesiva sensibilidad, en un espíritu excesivamente cultivado, desde luego que no se arrepiente para nada de ser así, muy al contrario está muy orgullosa de ello. La verdad le habría gustado ser algo más práctica, seguro que entonces habría llegado a ser una gran compositora como su padre o por lo menos concertista profesional. Ahora en cambio siempre está recluida entre el dormitorio y el salón, relegada de una intensa vida social por culpa unos nervios que la traicionan continuamente, que parecen ir a su aire sin consultar con su dueña. El piano no pude ni soñar en tocarlo, no entiende como puede sentir esa aversión por algo tan estimado para ella, a lo único que puede aspirar es a esa estúpida máquina de escribir tan pasada de moda, está harta de decirle a Fermina que le traigan un ordenador, no entiende la falta de respeto de esa mujer.En estas cábalas pasa su tiempo esperando siempre que no suene la música de nuevo, otras veces se sienta delante de la vieja Olivetti para consagrarse a escribir sin que el papel no deje de estar nunca en blanco.

Una niña de ocho años está sentada frente al piano de su estudio de música, ensaya muy atareada unas partituras, tiene el cabello recogido en un moño, pero le caen algunos tirabuzones dorados sobre el comienzo de la espalada. Sobre todo quiere aprender la obra que más le gusta a su padre al que admira con devoción, para ella es el mejor compositor y el más guapo. Sus manitas están sobre el teclado, la puerta se abre y su padre entra evitando hacer ruido, toma una silla y se sienta a su espalda, acaricia amorosamente un tirabuzón de la niña, esta gira su carita y los dos se sonríen con complicidad. Blanca continua tocando “tristeza” de Chopin. Su padre le acaricia la espalda, ella agradece el gesto de cariño pero la desconcentra un poco, sigue tocando y su padre sigue acariciando, ella hace un gesto para quitarse la mano de la espalda pero su padre la agarra más fuerte, pone sus dos manos en la cintura de la niña, gira la silla en la que Blanca no llega al suelo, la atrae hacía sí, ella no comprende y lo único que quiere es seguir tocando a Chopin, el afecto excesivo de su padre le molesta, lo siente más cerca, pegado a ella, lo empuja pero es muy fuerte, se convierte en algo pesado, demasiado caliente, la aprieta, la asfixia, ella empuja. Las manos de aquel hombre que Blanca cree que ya no es su padre recorren su cuerpo menudo, la tocan, la manosean. Blanca llora silenciosamente, se tapa los oídos porque una música que suena fuertemente no la deja escuchar los jadeos de aquel hombre, ella quiere que suene más fuerte, más, más, así ya no oirá nada. Algo muy pesado cae sobre ella, después la oscuridad. Blanca tiene nueve años, tiene once, tiene trece, la música suena ya siempre como una carrera imparable, su mente la hace sonar cada vez más fuerte, aquel hombre la visita periódicamente, ella cree que ha hecho algo malo para merecer que su padre la abandone y la deje en manos de aquel monstruo acalorado siempre teñido de rojo.

Tras la puerta del dormitorio actual de Blanca hay un pasillo largo, otras puertas dan también al mismo lugar, al final del corredor se abre un comedor de dimensiones bastante grandes, con ventanales que dejan entrar la luz del sol a raudales dispuestos a una altura considerable de modo que los que allí habitan no puedan asomarse. Simples medidas de seguridad. Amplias mesas alargadas se extienden a lo largo de toda la estancia, los platos y cubiertos están preparados para los internos que almuerzan en el comedor, solo los desayunos se sirven en las habitaciones. Fermina y sus compañeros corren arriba y abajo en un trabajo frenético para poder atender a todos los “clientes”, como ellos gustan de llamarlos cariñosamente, unos requieren más cuidados que otros en este centro de salud mental. Los médicos pasan una vez al día y hacen terapia habitual a todos aquellos con posibilidades de curarse, como es el caso de Blanca. Su psiquiatra personal cree verazmente que la curación de esta mujer consistiría en recordar. Pero Blanca no sabe dónde está, o quizás solo su consciente no lo sabe. Tampoco sabe lo que le sucede cuando suena esa odiosa música en su cabeza. En este instante está sentada en el salón, sus manos se posan delicadamente sobre el teclado de la vieja Olivetti.

domingo, 3 de mayo de 2009

LA INSPECTORA EN DOMINGO


No es que quiera meterme donde no me llaman, pero la verdad que este blog deja mucho que desear. bueno no me hagan mucho caso... es que hoy tengo un mal día. Si, es evidente que es domingo y no estoy en comisaria. Ese es todo mi mal y el origen de mi humor agrio. Aunque tenía la vaga esperanza de que algún caso sórdido requiera de mis servicios. Pero no. No ha sido ese el caso. Estoy en el sofá con los pies para arriba leyendo los relatos cortos de mi querida señora Vientos. Tengo que confesar que me gusta seguirlos aunque sea debido a mi profesión. En este trabajo la mejor arma es conocer la mente humana y de esto sabe la señora Vientos un rato. La señora en cuestión es retorcida como un algarrobo de esos que hay en mi pueblo. Menudos cerdos se crían con las algarrobas. Pero hay que reconocer que es toda una profesional al igual que yo y una mujer como la copa de un pino, ejem ejem... Ya saben... tengo que hacerle la pelota a la tipeja esta... que si no...En fin mañana me espera un día difícil. Un caso con la mafia rusa, complicada situación porque esta gente no se gastan bromas, estos cabrones te rompen el pescuezo en un pis pas. Bueno voy a pensar un rato que después se me echa el tiempo encima... ¡coño el teléfono! ¡de comisaría! Serán capullos, no dejan a una ni descansar en domingo...

DOBLE VIDA


Blanca estaba sentada frente a su máquina de escribir, una olivetti portátil de color azul, tenía las manos muy quietas sobre el teclado, como si no supiera como continuar lo que estaba escribiendo. Su mano derecha hacía pequeños movimientos, eran como espasmos en los que sus dedos finos y largos tocaban delicadamente el teclado. Era como si estos fueran independientes de su mente y solo obedecieran a un impulso conocido del cuerpo, ellos por su cuenta querían moverse, teclear sobre la vieja Olivetti, escribir cosas que parecían muy importantes, quizás era una biografía, o una historia conocida, las manos de Blanca estaban seguras de saberlo, pero Blanca no. El alma de la mujer permanecía muy lejos de aquella habitación, sus recuerdos la transportaban a otro lugar distinto en el espacio y en el tiempo.

Tenía manos de pianista y un alma hecha para la música. Recordaba el piano de pared que se encontraba en el estudio de la casa de sus padres, hacía ya mucho tiempo de eso, ella tendría ocho años, estaba sentada sobre el taburete redondo que se podía graduar según la altura del que ejecutaba la música, en este caso estaba al máximo y los pies de Blanca llegaban con dificultad al suelo, sus manitas tocaban hábiles una pieza de Chopin , “tristeza” que era una de las preferidas de su padre. Él se encontraba sentado justo detrás de ella, en una silla alta con su pipa humeante atrapada entre sus labios y sujeta por su mano derecha. La niña ejecutaba la pieza magistralmente, daba la fuerza y también la suavidad requeridas en cada momento. Se sentía satisfecha de hacer feliz a su padre que la escucha en silencio con una leve sonrisa de satisfacción en sus labios. De vez en cuando daba una pequeña instrucción a su hija: “increscendo, fortemente”, “ritardando Blanca”.

De vuelta a la realidad las palabras de su padre retumbaban en su memoria como si todavía estuviera a sus espaldas y tratará de decirle alguna cosa, pero ¿qué? No podía recordar nada, su mente estaba vacía como un pozo ciego donde se asomaba pero no veía nada más allá de unos metros. La música volvió a sonar en su mente, “¡ahora!, piu forte” más fuerte, cada vez más enérgica, la música ya no era melodía, tronaba en su mente, rugía como una fiera acorralada. Blanca se llevó las manos a los oídos como queriendo parar los sonidos, pero las notas gritaban dentro de su cabeza, se movían como en un baile frenético, las negras, las blancas, corcheas, fusas y semifusas la golpeaban como cuerpos transformados y grotescos. Era un espectáculo dantesco sintió como la partitura se convertía, el papel se arrugaba y tomaba forma, se estiraba y se encogía para aparecer de pronto como un ser descabezado que intentaba atraparla, inconscientemente miró hacia atrás buscando la ayuda de su padre, pero él ya no estaba allí. Apretó las manos más fuertemente contra sus oídos pero no conseguía parar aquel sonido infernal, la música que ella tanto amaba se volvía contra ella, agarró sus orejas e intento arrancarlas, entonces notó como se iba su aliento, como se alejaban las fuerzas de sus músculos, se sentía desfallecer, todo se volvió negro y ya no recordó nada pero la música había dejado de sonar.

Unas campanas estaban sonando, podían ser las de una iglesia, daban las doce, abrió los ojos y pensó que había dormido demasiado aunque se sentía cansada, apartó las sabanas blancas protegidas igualmente por una colcha blanca, se sentó en la cama y se enfundó una bata de franela y unas zapatillas. ¡Ay! esto de soñar tanto no la dejaba descansar como era debido. A veces cuando despertaba por las mañanas pensaba que en realidad estaba dormida y que los sueños eran su verdadero entorno. El escenario de su vida parecía ligeramente modificado pero no sabría decir bien en qué consistía tal cambio. Fermina apareció por la puerta con una bandeja en la que portaba un vaso de leche humeante, un plato lleno de tostadas con mantequilla y mermeladas de varios sabores en tamaño individual como a ella le gustaban.
- Buenos días señora Blanca ¿Qué tal hemos dormido hoy? –dijo Fermina sonriente.
- Bien Fermina aunque lo de siempre… estos sueños que no me dejan descansar como es debido. ¿está todo en orden esta mañana?
- Claro, como siempre. Después de desayunar pase a la ducha. No se olvide de tomar su medicación que se la he dejado al lado de la taza de leche.
- No sé por qué siempre me tienes que recordar lo que he de hacer, para ti el tiempo parece que no haya pasado, te gusta tratarme como a una niña pequeña y ya no lo soy. –dijo Blanca con un mohín infantil haciendo ver que se molestaba.
Fermina puso la bandeja en una mesa individual con ruedas y la acercó a la cama donde seguía sentada Blanca. Esta desplegó la servilleta y se la puso sobre las piernas apoyando sus manos sobre ella. Mientras Fermina salía por la puerta del dormitorio, Blanca ya no la vio, sus recuerdos la llevaron de nuevo a su estudio de música. Estaba atardeciendo y un sol anaranjado entraba por la ventana, ella se disponía a tocar una pieza muy bonita de Debussy: Claro de luna. Sus manos reposaban con delicadeza, igual que ahora, únicamente la vieja Olivetti había desaparecido y el teclado era el de su piano, había estudiado con dedicación aquella pieza para hacerla sonar en la manera en que solo debe ser escuchada, en comunión con el universo, cada nota en su tiempo, cada tiempo en su espacio, su padre volvía a estar a su espalda, sonriendo. Ella lo miro un momento antes de ejecutar la pieza, como para que él le indicase el comienzo. El humo de su pipa se tornaba rojizo por efecto de la luz, todo estaba bañado en una neblina dorada, el hombre llevaba el cabello tirado para atrás y su tono castaño se acentuaba aún más dándole unos reflejos dorados, las piernas cruzadas, dejaban al descubierto sus botas que invariables guiaban a su hija el compás con sus movimientos, siempre usaba polainas de un color más subido que el de sus botas, seguidas de un pantalón impecablemente planchado. Un chasquido suave de sus dedos mostró el comienzo.
CONTINUARA........

CITA MÉDICA


Lo primero que hacía al entrar en su despacho era comprobar que todo estaba en su sitio. No se fiaba de nadie. La caja fuerte y el cajón derecho de su secreter donde guardaba su colección de corbatas eran su obsesión.
El telefonillo interior sonó tres veces. Gerardo Montilla Doctor en psiquiatría contestó.
- Diga Amparo ¿Qué quiere?
- Doctor la señora de Padrón está aquí. Dice que tiene hora para las siete. Yo le digo que no, pero ella insiste.
- Enseguida la atiendo. Dile que pase a la salita y que se lea una revista del corazón.
El Doctor Montilla se puso las manos en las sienes con gesto apesadumbrado. Estaba harto de que la tal señora se presentase cuando le venía en gana. Llevaba más de ocho años atendiéndola con visitas, terapia y medicación. Le dejaba unos buenos dineros pero se había convertido en una losa.

Se levanto de su sillón, fue hasta la estantería del fondo, abrió un tarro con antidepresivos, se echo dos a la boca y se sirvió un whisky. Se lo bebió de un trago. Aquello le recomponía para aguantar a los pacientes y sobre todo a gente como la señora Padrón. Miró la botella, pensó un instante y se sirvió otro. Este para no perder los nervios, pensó.

La señora Padrón estaba acostumbrada a hacer lo que le venía en gana. De condición burguesa, nunca había trabajado, primero estuvo bajo la protección de su padre y luego de su marido. Ya viuda y con los hijos fuera del país, que por lo que dicen las malas lenguas habían huido de la madre como de la peste, se pasaba el día ociosa y observando su repertorio de enfermedades. No la aguantaba ni la chica de servicio. La verborrea matutina de la tal señora era para desquiciar a un sordo. Después de la comida se trasponía un poco, pero a la que se tomaba el café cargaba con más energía. Como hacía años que no quería escucharla ni el párroco, pagaba al Doctor Montilla.
El doctor Montilla se tambaleó ligeramente al dirigirse hacia su escritorio. Le costó apretar el botón del interfono porque el whisky le producía visión doble.
- Amparo haga el favor de decir a la señora Padrón que pase.
- Enseguida Doctor. – transcurridos unos minutos unos minutos la enfermera se volvió a comunicar con su jefe. – la señora dice que se espere un momento que le ha dado un ligero mareo acompañado de unas visiones desconocidas. Me dice que últimamente padece de terrores nocturnos.
- Pero si son las siete de la tarde. Cuando se recupere la hace pasar. –dijo camino de la estantería y apoyado contra la pared se sirvió el tercero.
Una vez hubo conseguido volver a su sillón se puso a pensar lo de todos los días. Que había equivocado su profesión. A él le hubiera gustado ser policía o como mínimo ladrón o agente de la CIA. Pero psiquiatra… se le había puesto el culo gordo de estar en aquel maldito sillón. Se retorcía las manos con nerviosismo, la mezcla del alcohol con los antidepresivos seguía su curso. Dos golpecitos en la puerta le indicaron que la paciente estaba al otro lado.
- Adelante Amparo. – dijo el psiquiatra con la voz un poco gangosa.
Amparo traía a la señora Padrón del brazo que se apoyaba cansinamente en la extremidad de la enfermera, dando largos suspiros.
- Doctor Montilla le he administrado el valium de diez mg vía intravenosa que usted le tiene prescrito antes de la terapia. –dijo Amparo acomodando a la señora Padrón en el diván, que miraba hacia la pared.
- Gracias Amparo. Puede retirarse.
La verborrea de la señora era impresionante, ni el valium le hacía efecto. Removía la cabeza en el diván queriendo mirar al doctor. Si algo no le gustaba de aquellas consultas era mirar hacia una pared.
- Estese quieta mujer que se va a hacer daño. Aunque no lo crea el hecho de que no nos veamos las caras es más efectivo. –dijo pensando que sobre todo era efectivo para él. –diga ¿como se encuentra?
- ¡ay! Doctor como me voy a encontrar. Como siempre. Ahora mismo le decía a Amparo, que por cierto, le tendría que llamar la atención sobre su aseo personal. Me ha parecido que olía un poco. Bueno lo que le decía, que me parece que tengo terrores nocturnos. Dios mío, pues no se me apareció mi difunto marido el otro día y empezó a exigirme los derechos conyugales. Que mal lo pasé doctor, no se puede imaginar, si no me ponía en vida ya me dirá usted con el rictus mortis dibujado en la cara. Además cada día estoy peor de la paranoia. Creo que me persigue la comunidad de vecinos y el presidente el otro día me dio a entender que quiere tener relaciones conmigo.
- Usted lo que tiene es un calentón. –dijo el doctor Montilla sin poder contenerse, que además se le trababa la lengua y cada vez estaba más nervioso.
- Un calentón lo tendrá usted. Yo soy una enferma. ¡Ay! Perdone doctor es que últimamente pierdo los nervios por cualquier cosa. Yo creo que la medicación no me hace nada. Hablando de otra cosa esa enfermera suya y no es cosa mía, tiene flatulencias. Si yo fuera usted me la quitaba de encima además no es por nada pero no es nada agraciada. –dijo la señora Padrón intentando girarse en el diván.
El Doctor Montilla manoseaba la seda suave de su corbata, empezó a desabrochársela y suavemente la deslizo por el cuello de su camisa, aunque su visión ya no le respondía como era debido aun podía apreciar su textura y su colorido. Abrió el cajón donde guardaba su colección. Guardo la que tenía en la mano y eligió otra. Primero la acaricio u luego la retorció entre sus manos para luego tensarla como había visto hacer en las películas. La conversación de la paciente pasó a ser el cántico de un rosario. Su vista iba de las corbatas al cuello de la burguesa hipocondriaca. Lentamente se le acercó por detrás.
- Señora Padrón le voy a cambiar la medicación. –sin dejarla hablar le pasó la corbata de diseño alrededor del cuello y apretó. Apretó. Esta se retorcía como una culebra en el diván. Cuando dejó de hacerlo y dio el último estertor el Doctor Montilla llamó por el interfono a su enfermera.
- Amparo haga el favor de venir. Le he cambiado la medicación a la paciente y me parece que está un poco indispuesta.
- Ahora mismo voy Doctor.
Cuando Amparo entró se dirigió al diván y puso sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la paciente.
- Otra que se nos ha marchado Doctor. ¿la pongo con los demás?
- Claro, Amparo, claro. Dijo el Doctor Montilla sirviéndose otro whisky.

domingo, 19 de abril de 2009

RECODARÁS (continuación)


Ignacio hundió la cara entre sus manos un poco más, ahora todo eso quedaba viejo, lejano aunque lacerante igual que antes, que siempre. Daría lo que fuera por dejar de existir en ese preciso momento, sin demora, traspasar la vida para llegar al vacío absoluto. Pero no, allí estaba como el peor de los cobardes, apenas aguantando el llanto como un niño al que le han tirado al fuego el juguete que más amaba. Sólo que esta vez no había sido su padre quien lanzase a las llamas aquel caballo de cartón piedra, esta vez era él mismo el destructor, el exterminador de la belleza que traga con voraz apetito lo más querido, como Saturno tragó a sus hijos. Apretó aún más los labios y algo semejante a un gemido sordo estalló en su pecho sin que él pudiera hacer nada. Toda la rabia, una pena negra, honda salió a borbotones por su boca como una fuerza imposible de parar, como un alud, como el vómito de un borracho. Lloró y lloró y el llanto se extendió por todo su cuerpo como un temblor en la tierra, el sonido recorría el aire, la tragedia de su vida era como un teatro de actores deformes sin público, se había quedado solo, de alguna manera siempre lo quiso así. Incapaz de pensar en merecer alguna cosa que no fuera dolor. Algo se había roto para siempre en el corazón de aquel hombre hecho fiera por mandato expreso de su inconsciencia. Era extraño ver a una persona de su corpulencia desmoronarse como un muñeco quebrado. “Ignacio, hijo, parece que tu padre ha vuelto a buscarte, quizás debas ir con él a cazar” como en un espejismo le pareció escuchar la voz de su madre. Ya no recuerda su edad, ni sabe a ciencia cierta dónde está. Lo único que sabe es que a sus espaldas duerme el horror más infinito.
Ignacio era un buen albañil, un profesional muy respetado dentro del mundo de la construcción. Todos sus compañeros le temían y respetaban por ser un hombre a veces un tanto violento si se le discutían sus decisiones, era un poco impetuoso, el trabajo lo llevaba bien, incluso a veces era afable pero el humor podía variarle en cuestión de minutos. Creía que las cosas se debían hacer exactas y exigía esto tanto a sí mismo como a los demás, siempre dentro del respeto, imponía su criterio. Su familia era intocable y nadie podía hacer referencia a lo que consideraba exclusivamente suyo. Celoso de su mujer hasta extremos enfermizos nadie osaba hablar de ella, aunque los pocos que la habían visto decían que era de una gran belleza. Para los peores trabajos, los de más riesgo, mayor responsabilidad, en el andamio, colgado del arnés siempre estaba Ignacio. Nunca se hacía para atrás en nada, siempre llevaba consigo, grabadas en su piel las palabras de su padre: “antes muerto que ser un cobarde” A la hora de los almuerzos gustaba incluso de contar chistes y hacer bromas con los compañeros y subordinados. Todos reían si había que reír y todos callaban si había que callar. Donde estaba Ignacio siempre existía una especie de tensión que se percibía en el ánima de todos aquellos que le rodeaban.
Ignacio se casó enamorado con una mujer realmente hermosa, él estaba orgulloso de tener una hembra así a su lado pero a la vez le producía picazón que alguien la mirará, tenía celos de hombres y mujeres que posaban los ojos en la belleza un tanto pálida y dulce de la esposa. Era celoso con todo lo que la rodeaba y la mantenía alejada del mundo, la asfixiaba con su protección. Blanca, que así se llamaba, le había dado una hija que poseía la belleza de su madre, sus ojos profundos y silenciosos y los cabellos iguales a los de él, largos tirabuzones del color de las almendras. Ignacio creía que esos dos seres eran lo que más amaba, que por ellos moriría y mataría, quizás no sabía hacerlo, quizás en algún momento su corazón había dejado de sentir, acaso quedó atrapado para siempre en su habitación de niño.
Ignacio separo sus manos de la cara, por primera vez se las miro bien aquella noche, tenía sangre seca entre sus dedos. Cogió un trapo de cocina que descansaba sobre la mesa y se enjugo las lágrimas, se levanto despacio y solo entonces comprendió lo que apretaba entre las piernas: la pistola de su padre, recordó durante unos instantes como pasaba horas dedicado a su limpieza, ahora era suya, paso su mano manchada de sangre suavemente por el frío acero, como se acaricia a un perro fiel que ha de hacerte el último favor, se la llevó a la sien, separó el percutor muy despacio y su índice derecho apretó el gatillo. El cuerpo de Ignacio fue despedido hacía atrás, como empujado por una fuerza invisible y mientras caía, en lo que fueron segundos transcurría la eternidad y recordó.
Al otro lado de la cocina estaba situado el comedor, con una decoración humilde pero acogedora, un jarrón lleno de flores aparecía tumbado sobre la mesa, el agua vertida mojaba la madera y parte de la alfombra, en un lugar de esta convergían al agua y un charco de sangre formando una mancha grotesca. Sobre el sofá, como antes el padre deIgnacio, yacía ahora Blanca como una muñeca rota, la sangre aún caliente manaba de su pecho y hacía el recorrido hasta la alfombra, la cara abultada por los golpes no se parecía en nada a la hermosa mujer que fue. Una mano agarraba fuertemente un osito de peluche como el último aliento de una madre para defender a su cría. Siguiendo el pasillo, una habitación toda pintada de rosa, más peluches sobre una repisa, un tocador infantil con una muñeca, esta hacía como que se atusaba el pelo delante de un espejo imaginario. Sobre la cama llena de lápices de colores se mezclaban con la sangre de el cuerpo sin vida de una niña de tirabuzones del color de las almendras.

viernes, 17 de abril de 2009

COMUNICADO


¡Buenos días a todos mis lectores!
Soy Carmela Bermúdez, como ya saben la ilustre inspectora de policía, tengo el disgusto de comunicarles a todos sin excepción, que mi directora espiritual la Sra. Vientos le sale de lo más hondo seguir con la historia de Caso policial Oregón Basic, o sea el descubrimiento del asesinato del tal Ernesto Gutiérrez, en el más estricto silencio profesional y judicial. Yo por descontado no estoy de acuerdo, única y exclusivamente por mi ego personal, aunque comprendo que los casos policiales deben llevarse así pero la verdad es que me jode un ovario. He intentado convencer a esta prepotente de que es importante el seguimiento del caso por parte de los lectores, que a veces pueden esclarecer algún punto de vista. Pero la tal señora Vientos dice que los lectores casi todos son miopes y no ven tres en un burro, yo prefiero no discutir porque con mi carácter seguro que llegaríamos a las manos y al fin y al cabo es la referida la que me da el alimento tanto espiritual como físico. Así que no me queda más remedio que acatar ordenes. Cuando el caso esté cerrado yo misma lo expondré sea de viva voz o en forma de novela que ustedes muy amablemente compraran en sus quioscos. Eso sí tengo autorización para hablar de cualquier otra cosa que me salga de los cojones y además puedo muy bien contestar a las preguntas, que no tengan que ver con el caso que Oregón Basic claro, que el personal tenga a bien hacerme o que yo considere oportuno meter mis narices. Entiendo de todo, les aviso y mi criterio es infalible. Sin más que comunicarles por hoy... ya vendrán días mejores... ¡coño! otra vez me llama el Comisario Martínez... es que todo lo tengo que hacer yo en este antro de flojera y molicie... Por cierto en la foto adjunta estoy un pelin retocada con photoshop pero nada que desvirtue mi belleza personal.
- inspectora no me joda -dice el comisario entrando por la puerta del despacho de Carmela y soltando una carcajada cavernosa -si esa es la foto de Angelina Joli vestida para matar ¿no pensará decir que es usted?
- ya empezamos con las tonterias ¿a usted le han tocado la cara alguna vez comisario?

jueves, 16 de abril de 2009

RECORDARÁS


Ignacio Rodríguez permanecía muy quieto sentado en un taburete de su cocina, las piernas muy juntas y apretadas como si quisiera retener algo entre ellas. Los codos apoyados en la mesa, sobre la que se hallaba un cenicero repleto de colillas y un cigarro que se consumía sólo, como un cuerpo despellejado y sin vida. Ignacio mantenía el rostro refugiado entre sus manos, unas manos grandes y curtidas por el trabajo en la obra. Un sonido apenas audible, como un sollozo entrecortado salía de sus labios, aunque los mantenía apretados con fuerza como si quisiera impedir que saliera de ellos cualquier palabra, cualquier grito, porque no soportaba su propio dolor, porque no resistía escuchar su propia voz, porque necesitaba ahogar todo aquel sufrimiento sin escuchar ningún sonido que proviniese de su cuerpo, porque tanto odio hacia sí mismo no podía ser albergado en el alma, sin que está se corrompiese.
Esto debía ser el infierno tantas veces descrito por los curas en el colegio donde solo curso estudios primarios, porque lo único que quería su padre es que trabajase con él en la obra. Una ráfaga de rencor recorrió su espalda al recordar a su progenitor tantas veces aborrecido y temido. Tantas veces también amado. Él que era un ignorante pensó que era verdad lo que los leídos y los estudiados decían: que del amor al odio solo hay un paso. Recordó como de niño miraba a su padre a hurtadillas porque de frente nunca se atrevió. Le gustaba mirar sus manos fuertes y callosas por el trabajo, muy parecidas ahora a las suyas propias, la manera en que cortaba el pan con su navaja, con mango de nácar y hoja curva y afilada. La manera en que lo sentaba a veces sobre sus rodillas para decirle que en la vida solo se vive para ganar, que para perder es preferible estar muerto. Que nunca se le ocurriera ser un cobarde y que tenía que aprender a aguantar el dolor sin quejarse, “si algún día te veo llorar te mato a correazos” Cuando escuchaba a su padre decir esto un frío recorría su cuerpo de niño pero se decía a si mismo que debía actuar como la estatua que quedaba en la plaza, que ni sentía, ni movía músculo alguno, que ni para ella ni para él no existía el dolor. Ignacio sólo deseaba que su padre se sintiera orgulloso de él y el corazón se le hacía tan grande en el pecho que creía firmemente que le iba a estallar, era capaz de amar a su padre desde el fondo de un pozo, aunque no tuviera escapatoria y solo pudiera dejarse caer. Otras veces, su madre con ternura le cogía la cara entre sus manos y decía: “Ignacio entra en tu habitación y no salgas ni hagas enfadar a tu padre” ya sabía que su progenitor llegaba ebrio a casa después de lo que él llamaba un día de perros, pisado por el patrón, dudosamente burlado por los compañeros o si se terciaba en su delirio alcohólico con una cornamenta en la cabeza por culpa de su mujer que lo ponía en evidencia ante sí mismo y delante del mundo. Entonces Ignacio se refugiaba en su cuarto, se encogía sobre si mismo entre la cama y la mesita de noche, con las manos se tapaba los oídos para no sentir los golpes que su padre daba en las puertas, los muebles, las paredes y sobre todo para no escuchar los que caían sobre el cuerpo roto de su madre. Estos eran secos como si sonaran desde otro mundo, el sonido era aterrador, era como un eco entre las montañas y el dolor de su madre como si la tierra se abriera y pudiera observar el abismo abierto bajo sus pies. Pasados unos minutos se producía el silencio más absoluto y el espanto más inhumano, para dar paso a la figura inmensa y tambaleante de su padre en el quicio de la puerta de su propia habitación, a contra luz, como un dios castigador. Los párpados hinchados por el alcohol, los ojos inyectados en sangre, la boca abierta, babeante y escupiendo el veneno de las palabras, los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, como un animal rabioso en reposo, en una de sus manos firmemente agarrada la correa de cuero que usa para apretarse el pantalón. De pie, oscilando como un péndulo, borracho y sudoroso, exaltado por la violencia, pronuncia su nombre. Ignacio se encoge aún más, como un perro acorralado que sabe que la mano de su amo va ser implacable, que no recibirá de él ni una sola caricia sino los latigazos y las patadas a las que está inevitablemente destinado. Pero al igual que un perro que no conoce más fe que la de su amo recibe un golpe tras otro con los dientes apretados, la cabeza gacha, los ojos clavados en el suelo. No sale de su boca un solo quejido, cuando su padre agotado en su propio odio se cansa y se retira profiriendo insultos que ya ni él mismo oye. Se deja caer en el sofá exhausto y abatido, dormitando sobre su propio hedor a alcohol, sudor y sangre. Solo en ese instante Ignacio llora con un silencio absoluto…solo perceptible a las almas del purgatorio.
A Ignacio se le va a conceder un tiempo muerto, como una cámara que ha quedado en pausa, que le otorga la providencia...

viernes, 10 de abril de 2009

Lobo


Sentía como si su alma se hubiera liberado de nuevo; podía volverá a ser fiel a sí mismo. Después del duro tiempo de cautiverio sus cadenas se habían roto. Ahora estaba en paz con la naturaleza y con Dios. Ahora podía cuidar de su manada otra vez, velar por las hembras y los cachorros recién paridos. Dirigir la caza junto a sus camaradas para dar de comer a todos y cada uno de sus hermanos. Estaba más hermoso que nunca.
Lobo adquirió una costumbre bastante regular de cantar durante las horas del crepúsculo y antes de iniciar las expediciones de caza. El hecho de la lanzar su voz al cielo le llenaba de alborozo, era una manera de agradecer al universo la fuerza de su mundo, la sabiduría de la naturaleza. Un adiós al sol que se ponía, una ansiosa aceptación al reto de la existencia. En aquellos momentos, recordaba a menudo su primera canción, aún cachorro y también la canción triste de su encierro cuando el amado sol se escondía a través de los barrotes de su jaula. Aquello quedaba atrás. Y ahora cantaba libremente y lo hacía a menudo a la vista de su esposa Loba, sus cuatro lobeznos y del anciano de la manada.
Gustaba de observar de reojo al resto de sus compañeros. Anciano evitaba cuidadosamente mirar a Lobo, el viejo macho procuraba dar la impresión de que atención estaba centrada en algo remoto. La nostalgia de su antigua soberanía y la creciente admiración por aquel macho joven y valiente. Capaz de comerse el mundo, cuando lo miraba a la caída del sol le recordaba a él mismo muchos años atrás. Indudablemente la fuerza del universo estaba en aquel canto como lo estuvo en el suyo propio.
Un aire extraordinariamente fría empezó a soplar sobre la llanura y en los valles montañosos. La respiración del ártico. Lobo no recordaba un frío tan intenso. Anciano sí, de esta manera perpetuaba su juventud. Loba se apretó contra el robusto cuerpo de su esposo, este se giro hacía ella y le lamió cariñosamente los labios. La nieve crujía bajo sus patas cuando se dirigió a la manada, le gustaba tanto escuchar sus propios pasos que anduvo arriba y abajo, paseando orgulloso delante de los demás. Luego se quedó muy quieto durante un largo tiempo imitando a la eternidad. Era hora de buscar el alimento para su familia y sus compañeros, el poder del destino estaba escrito en el cielo y solo tenía que seguir su rastro.

martes, 3 de marzo de 2009

4 Carmela Bermúdez, inspectora de policia


Conexiones inexplicables

Ernesto Gutiérrez era, efectivamente como decía el comisario Martínez, un empresario y potentado industrial del mundo de la lencería. Había llevado a cabo en los últimos años un ascenso impresionante de la marca que regentaba: Annita Oregón basic. Se estaban esperando los datos que pudiera aportar la autopsia, pero era de esperar que la muerte, no fuese de ninguna de maneras natural, sino más bien un crimen, que por ahora seguía impune. Según las fotos que la inspectora Bermúdez tenía en su poder para hacer el consabido estudio minucioso, se le había encontrado atado a la cama únicamente por las manos y el resto del cuerpo mantenía una postura fetal, quizás por el dolor que el finado podría haber sentido ante el pedazo de supositorio que alguien, posiblemente el asesino le había introducido en el recto, haciendo que el cuerpo se encogiese para adoptar dicha postura y además se deshiciese de algunos gases que por cierto, aún reinaban en el ambiente. Como sabemos, el cadáver estaba vestido con un conjunto de la última colección que lleva su marca. Sujetador y bragas con unos encajes bordados monísimos que llevaban incorporados la cinta para sujetar las ligas, que también se encontraban en el cuerpo del Sr. Gutiérrez acompañando unas vistosas medias de seda de la misma marca. Los pies se veían enfundados en unos altísimos zapatos de tacón de aguja que se habían quedado un poco retorcidos, imaginamos por los movimientos contorsionistas del empresario antes de expirar.
La inspectora Bermúdez tiró las fotos, que cayeron en forma de abanico, sobre la mesa del comisario y metiendo la mano en el bolso se tomó el segundo tranquimazin del día.
- Esto no me gusta nada jefe. Para mí que este es un crimen pasional donde los hayan. No le importaría servirme un whisky de esos que tiene usted guardado para las ocasiones especiales…
- Me tiene usted preocupado Carmela con esas pastillas… y encima quiere meterse en el cuerpo el líquido alcohólico de mi propiedad. Que yo sepa esta no es ninguna ocasión que merezca tal celebración. –dice el comisario intentando persuadir a su subordinada.
- Es que hoy es mi cumpleaños… –dice Carmela con una tosecilla que esconde una mentira como un piano.
- Acabáramos, no se hable más. –dice el comisario abriendo el cajón de su secreté para sacar un chivas reserva, que le regaló un detenido para interrumpir un interrogatorio que se estaba poniendo un poco violento. –los hechos que aquí nos traen por el camino de la amargura y sobre todo su cumpleaños son suficientes para pegarnos un lingotazo de este oro líquido y hasta dos, que hoy estoy esplendido… y ¿de cuántos añitos estamos hablando inspectora? Ya puestos los informes sobre la mesa será mejor que disfrutemos de toda la información. –acabando la frase con sorna.
- No me toque los cojones jefe con el rollo de la edad, usted ponga el whisky en el vaso que lo demás son menudencias. De todas formas ya sabe que yo soy una mujer de mi tiempo y hoy en día lo que cuenta es la inteligencia… sí, sí… también la belleza, de la que no carezco, por cierto. –dice impávida Carmela atusándose el pelo.
Como el comisario ya se había llevado el contenido del vaso a la boca, al oír aquella sarta de tonterías no pudo evitar pegar un bufido extendiendo el contenido directamente sobre el careto de la inspectora Bermúdez, quien en un acto reflejo, pues siente verdadero cariño hacía su superior, le atizo un puñetazo en todas las narices. El impacto no fue excesivo por encontrarse la mesa mediando entre los dos.
- ¡coño Carmela! Haga el favor de contenerse o la detengo por desacato y agresión a la autoridad.
- Es usted al que habría que denunciar por abuso de poder e intimidación del personal a su cargo y encima tratándose de una inspectora.
- Ande, ande… dejemos esto en un mal entendido y vamos a brindar por que el caso se resuelva lo antes posible. Este es un asunto de suma importancia en el mundo empresarial y ya están jodiendo desde las altas esferas para que caigan cabezas, así que por muchos años y a trabajar. De momento tendríamos que hacerle una visita a su secretaría y posible amante para escuchar su versión de los hechos ¿no le parece?
- Eso está hecho jefe. Déjeme a mí a esa tortolita, que le voy a retorcer el pescuezo como un pichón al jerez, la muy …
- No haga tonterías que no está el horno para bollos. Sea cariñosa y tenga mano izquierda que a veces se consigue más. Y no olvide que es una cuestión que seguramente nos llevará a la burguesía sino más alto.
- A la secretaria me la meriendo yo. –dice la inspectora Bermúdez saliendo por la puerta, no sin esfuerzo, pues los tranquimazin y el whisky estaban haciendo su efecto. –ja, ja, ja, retumbó su risa con un tono infernal por todo el pasillo de comisaria…

viernes, 20 de febrero de 2009

3 CARMELA BERMÚDEZ, inspectora de policía.


Charla con el comisario.

Carmela se levanta de su sillón para dirigirse al despacho de su superior, el comisario Martínez. A su paso se tropieza con una caja de cartón llena de dosieres, a la que le asesta una certera patada encajándola en un rincón de la oficina.
- Es que todo tiene que estar lleno de cachivaches. Mira que me jode tropezar a estas horas. A ver a quien me encuentro en el pasillo, que parece que cuando una está de mala luna todo se le junta para acabarla de rematar. –dice Carmela entre dientes.
Efectivamente por el pasillo, el cual es bastante angosto, se tropieza a la cabo Ignacia que viene con un cafetito humeante en cada mano.
- Buenos días inspectora Bermúdez, Dios la guarde. –dice con cara de susto la cabo.
- Dígame cabo Ignacia ¿se puede compaginar la beatitud con el cuerpo de policía? -dice con sorna la inspectora torciendo la boca en una mueca de malicia.
- ¡claro que sí, inspectora! Combatir el mal desde todos los ángulos es lo mejor que puedo hacer desde mi humilde posición en este mundo. –dice la cabo que por momentos le empiezan a temblar las manos con el consiguiente peligro para el café.
- Cuantas tonterías se llegan a decir cuando uno es joven. Aquí el único bien que va a hacer usted hoy, es darme esos cafés ahora mismo, que me dirijo al despacho del comisario y seguro que nos vienen bien. Eso o la pongo a barrer delincuentes en el barrio chino. Buenos días. –termino de decir Carmela arrancándole prácticamente los vasos de las manos.
- Si señora inspectora. Buenos días señora inspectora. –Ignacia corría que se las pelaba.

Cuando llegó a la puerta del despacho levantó el puño para dar la consigna de entrada. Se detuvo unos segundos con la mano en esa posición observando el rótulo donde figuraba el nombre del comisario y su consabido rango. A dicha placa el comisario en persona había hecho añadir una fotografía suya con cara de póquer y sombrero de media ala un poco ladeado. “será gilipollas” pensó Carmela observando con flema la fotografía. Acto seguido dio tres golpecitos a la puerta de su jefe.
- Adelante y todo derecho. –dijo en tono campechano el comisario. –¡hombre Carmela! A usted quería yo verla.
- Es de suponer jefe. Me acaba de llamar por el telefonillo. –cerrando la puerta tras de si con el usual portazo, sello inconfundible de su personalidad. –Usted dirá. No tengo toda la mañana, como sabe tenemos un caso muy importante entre manos.
- ¡por Dios! Que va a tirar el edificio abajo… no podría ser un poquito más delicada… Qué lástima que se vaya usted al otro mundo sin conocer los platos dulces de la vida… ¡mire! Petriuska… ya sabe… mi novia…
- Coño jefe si se va a poner sentimental con el rollo de la puta rumana que se está follando, avíseme porque además de los cafés mando traer el whisky y empezamos la juerga. No te jode. –dice Carmela dando una palmada encima de la mesa. –que tenemos un trabajo intelectual que resolver y usted con el rollito…
- Como es usted, siempre trabajando, a veces hay que hacer un paro para poder continuar por la senda del delito.
- Bueno, podemos dejarnos de putas y de sermones y podría decirme para que cojones me ha llamado. O tengo que perder los estribos…
- Hablando de estribos, Petriuska se ha comprado una montura para cabalgar sobre mí, ya sabe, como si yo fuese su jamelgo, que ni le cuento como me pone. Se me eriza el bello sólo pensarlo. Usted debería probar… ¡ay! disculpe Carmela vamos a lo que nos trae.
- Ya era hora, empezaba a ponerme de los nervios. –dijo Carmela sacando un tranquimazin retard del bolsillo y echándoselo a la boca con un trago de café.
- No sé por qué toma tantas porquerías. Se me va a echar a perder.
- Más porquerías se mete usted en la boca y nadie le pide cuentas. Suelte ya el rollo de lo que nos trae aquí.
- Esta mañana nos ha llegado el informe del perito forense sobre el asesinato de nuestro caso abierto. Ya sabe las fotos que tiene usted sobre su mesa para su estudio.
- Estudio minucioso, sí señor.
- Tenemos el nombre del finado. Ernesto Gutiérrez, empresario y potentado industrial del mundo de la lencería.
- Con razón aparece muerto con sujetador y bragas de encaje.
- Efectivamente. La lencería que llevaba puesta en el momento del asesinato, supuestamente claro, era de su marca, “Annita Oregón basic”, y digo supuestamente porque hasta que no tengamos los resultados de la autopsia no podemos afirmar que la víctima vistiese de esa guisa a la hora de la expiración.
- Evidentemente se la pudieron poner después del fallecimiento. Tampoco se puede descartar que el tío le gustase vestirse de faralá o que fuese más maricón que un palomo cojo.
- No entiendo lo del palomo, usted me disculpe Carmela.
- ¿Qué tía se va a tirar a un palomo cojo? Es evidente…
- ¡hombre! siempre hay un roto para un descosido. O ¿usted ya me entiende?
- ¡A ver! Tengamos la fiesta en paz, jefe. Aquí la menda se tira a los chorbos que le sale del potorro. Continúe con lo estrictamente profesional, hágame el favor, que no estamos como para tirar cohetes.
- El tipo, se llamaba como le digo Ernesto Gutiérrez y por lo que se ha podido averiguar de maricón no tiene un pelo, le gustaba mucho la jarana eso sí, pero las hembras son su debilidad y si tienen buenos melones mejor. A mi particularmente unos buenos melones me suben la moral que ni le cuento. Petriuska tiene un par de…
- Ostias jefe si no quiere que le monte un pollo ahora mismo y le retuerza hasta el ánimo le repito que su puta se la coma usted solito.
- Esta bien… esta bien… era para distender un poco la conversación que la veo muy estresada y un poco agriada… un negrazo le daría a usted alegría a ese cuerpo…
La inspectora Bermúdez con evidentes signos de irritación cogió el bolso de su propiedad, de corte bastante anticuado y un poco masculino y empezó a rebuscar en su interior con movimientos bruscos. Parecía que no encontraba lo que buscaba. De golpe sacó su automática de frío acero, a lo que el comisario Martínez dio un respingo en su asiento.
- ¡coño Carmela! Que no es para tanto, deje lo del negro en aguas de borraja…
- Que no lo voy a matar jefe, estese tranquilo. Busco mis cigarrillos y si no los encuentro pronto…
Tiró todas sus pertenencias encima de la mesa y entre ellas un arrugado paquete de cigarrillos, logro extraer uno y mordiendo con rabia el filtro, lo encendió. Aspiró largamente el humo que no volvió a salir al exterior, seguramente se perdería en las cavidades pulmonares.
- Bueno… al grano. Parece que tenía escarceos con más de una damisela. Entre ellas su propia secretaria.
- Algunas secretarias son bastante putas, sí lo sabré yo. Cuando yo trabajaba como alta ejecutiva comercial en Pepinez & junior, mi jefe que era tan suelto de cascos como usted con todos mis respetos comisario, se tiraba toda falda que pillase. Vaya… vaya… Ernesto Gutiérrez…

viernes, 13 de febrero de 2009

Obsesión


Jorge Arana detuvo el coche lo más cerca del edificio, el portal se hallaba situado en una finca regia, típica del ensanche de Barcelona. La puerta de entrada era metálica, de hierro forjado, acabada en medio arco. “Aún era capaz de observar estos detalles” se dijo para sí mismo mientras notaba el sudor frío en las manos que se le habían quedado engarrotadas en el volante. Las retiró y se las froto contra la chaqueta del traje, luego cerró los puños y los abrió varias veces con la necesidad de relajar las articulaciones. Sobre todo era importante no dejar de mirar la entrada del número 68, aquella entrada de medio arco. Estaba completamente seguro que era allí donde Clara pasaba todas las tardes. Seguramente que en este preciso momento estaba en brazos de su amante.
Hacía meses que la vigilaba, se había despedido del trabajo con cualquier excusa, su jefe no lo entendió e intentó saber si se encontraba bien de salud. “Que coño le importaba a su jefe su salud. Hasta ahí podíamos llegar”, pensó. Había dejado de comer regularmente y casi fumaba tres cajetillas de tabaco. Por la noche, mientras Clara dormía sin saber, él la contemplaba. Escuchaba su respiración pausada y tranquila, abandonada al olvido del sueño. Se la veía tan desprotegida en esos momentos. Dos lágrimas mojaron el rostro de Arana. Se tapó el semblante con las manos y apretó hasta hacerse sangre con las uñas. Se la imaginaba teniendo sueños eróticos con su amante. “La odio” se decía pero en ese mismo momento se le producía un vacío en el estomago y en el corazón. “La amo tanto” se decía entonces. “Hay tan poca distancia entre el amor y el aborrecimiento, entre la devoción y el rencor”. Se sentía enfermo de celos y lo sabía pero era como una fuerza centrifuga que lo absorbía al fondo del abismo. Sabía que caía pero no podía dejar de hacerlo.

Se retorció las manos con gesto nervioso, buscó un paquete de cigarrillos entre los papeles de guantera, no los encontraba, lo tiro todo al suelo del vehículo y al fin dio con la cajetilla. Encendió uno y aspiró largamente el humo, luego mordisqueo la boquilla. No podía dejar ni un instante de mirar aquella puerta del número 68. tarde o temprano tendría que salir. Incluso puede que salieran juntos.

Después de tres horas, Jorge Arana tenía los ojos enrojecidos de mirar, había fumado tanto que no recordaba en que momento había vaciado el cenicero atestado de colillas. Tampoco sabía como había llegado aquella cosa fría y metálica a sus manos, recordó vagamente que la había comprado para una ocasión como aquella. Ya hacía tiempo de eso. De pronto Clara atravesó el umbral del número 68. Iba sola, en la mano llevaba un lienzo atado con una cuerda para poderlo sostener. Jorge no comprendió. Era tarde para comprender nada. Su cabeza giraba en un vértigo frenético, incluso podía oír las risas diabólicas del amante y de su mujer. Agarró la colt 49, abrió la puerta del coche y se lanzó en una delirante carrera hacía el abismo. Era allí donde quería estar.

El hedonista


Hacía horas que estaba sentado delante de su colección de zapatos. No sabía cual ponerse ante tantos pares. Más de cuatrocientos. La camisa y el traje ya los había elegido, hoy utilizaría para la chaqueta y el pantalón el color tabaco y para la camisa el mismo tono pero más subido. Poseía un vestidor de más de cuarenta metros. El vestuario era incalculable y el calzado estaba numerado.
Rafael Campos gustaba de considerarse un alto ejecutivo de las finanzas y lo era. Vivía única y exclusivamente para él. Su personalidad Ególatra lo llenaba absolutamente todo. Cada mañana empleaba más de dos horas en acicalarse. Primero el aseo personal que pasaba por cremas corporales, mascarillas capilares y un sofisticado tratamiento para el rostro y el cuello. Después, el ritual parecido al de los toreros, enfundarse la vestimenta del día adecuadamente elegida.
Había estudiado económicas en una prestigiosa universidad de EE.UU. Sus padres, personas no adineradas le habían costeado con mucho esfuerzo su carrera y el doctorado. Después habían sido olvidados de la memoria selectiva de Rafael Campos. Hacía más de diez años que no sabía de ellos ni tenía intención de hacerlo. Se avergonzaba de sus orígenes humildes y los había borrado de su mente.
Su ascenso en el mercado financiero había sido fulminante. A los treinta y cuatro años trabajaba para una de las más importantes firmas del sector bursátil. No sin dejar atrás varias cabezas cortadas. No le importaron lo más mínimo. Durante esta época había ascendido como la espuma y la gente de su entorno le admiraba y le temía. No tenía escrúpulos ni moral. En su aptitud sólo existía él, su proceder era demoledor. En su sociedad ese es el tipo de personajes que llevan escrito en la cara el éxito. Era requerido en todas las fiestas de la alta burguesía donde se pavoneaba como el mejor gallo del corral. No había hembra que se le resistiera y a ninguna daba importancia. Solo se dejaba adular. Nunca hubo entrega.
Aquel preciso día del traje color tabaco, de corte impecable, camisa más subida de tono y zapatos Moreschi de charol marrón, inexplicablemente se sentía algo menos eufórico que de costumbre. Al salir no quiso dar el último vistazo obligado a su impoluta imagen. “Algo no funcionaba bien” pensó. Cogió su maletín de piel de cocodrilo y se dirigió hacía la puerta. Al girar el pomo, sin saber por qué recordó las manos de su padre. Envejecidas por el trabajo en el la fábrica. Un sudor frio recorrió la espalda de Rafael. Volvió a mirar sus propias manos. Eran nervudas y arrugadas. Sus dedos antes perfectamente cuidados ahora se retorcían por el efecto de la artrosis. Sudando y con escalofríos. Con el terror escrito en su semblante, se giró hacía el espejo del distribuidor. El pelo cano y mucho menos abundante. Su rostro repleto de arrugas. En los ojos aparecían marcadas ojeras violáceas. En su cuello tirantes cuerdas que se refugiaban en la camisa color tabaco subido. Dejó caer el maletín al suelo. Sus rodillas perdieron fuerza y quedo a cuatro patas. Se arrastro hacía la salida. No podía entender. Tenía que ser una pesadilla.
Cuando salió a la calle comprendió. Todo había cambiado. Él había cambiado. El tiempo había pasado y su hedonismo no le había permitido advertirlo. Se le había ido el tiempo entre opulencias y banalidades. La vida se había marchado. De él sólo quedaban los innumerables trajes.

martes, 10 de febrero de 2009

2 CARMELA BERMÚDEZ, INSPECTORA DE POLICÍA.


No es oro todo lo que reluce.

Soy la inspectora Bermúdez. en esta foto estoy en plena faena y por supuesto voy de incognito. Ante todo quiero presentarme porque no me parece del todo correcto lo que se ha escrito de mi en el párrafo anterior. Es verdad que tengo muy mal caracter, pero es debido a mi entrega absoluta a mi profesión, lo que hace que este un día y otro también con los pelos como escarpias. Si no fuera por este talante mío en esta oficina no se haría nada. Los que llevan muchos años aquí están quemados y los nuevos siempre pagan las novatadas. La inexperiencia es verdad que trae aires frescos a estos pasillos pero también se cobra su precio y para resolver asuntos tan serios como asesinatos y otras cuestiones de envergadura hace falta conocimientos que no se adquieren en las universidades sino que vienen con el trabajo diario de muchos años. Yo no estoy quemada, ya lo digo ahora. Me gusta mi trabajo y me lo tomo todo muy a pecho y al que no le guste que se vaya con viento fresco a otra comisaria o que se dedique a vender libros del círculo de lectores.
A decir verdad yo no me dedico a esto del esclarecimiento de asuntos siniestros y oscuros desde siempre. Aunque parezca mentira antes era una alta ejecutiva del sector logístico pero hubo unos problemillas de tipo… digamos… personales y decidí presentarme a las oposiciones del Cuerpo Nacional de Policía. ¡Y no me suspendieron! Si no que muy al contrario de los augurios del señor Pepinez, mi antiguo jefe que era gilipollas, saqué muy buena nota y hasta pude elegir comisaria. Primero como es natural pase por puestos administrativos y me comí muchos marrones pero enseguida se dieron cuenta, mis superiores, de que era un talento para esto de la investigación criminal y qué además soy un hacha en los interrogatorios, no hay maleante que se me resista. . Disfruto con mi trabajo y así me olvido un poco de vida mi privada que es bastante monótona, ya se sabe, la casa, la compra… en cambio los cadáveres, como por ejemplo este que tengo sobre el escritorio, en fotografías, claro está, pues es de lo más excitante. Voy a llegar al fondo del meollo, a escudriñar cada palmo de las posibilidades… voy a…


- ¡joder! ahora que estaba tan entretenida explicando unas cuantas verdades sobre mi persona y sobre mis experiencias laborales me llama el comisario Martínez por el teléfono interior. A ver qué coño quiere el incompetente este. –dice a todo volumen la inspectora pulsando el botón del telefonillo interior para poder contestar.
- Buenos días jefe. ¿cómo está hoy de su resfriado? ¿se tomó ayer el remedio que le mande? O ¿anda por ahí haciendo el tonto? Como de costumbre.
- Pues empezamos bien Carmela. Un poco más de respeto a su superior. ¡me cago en mis muertos! Cuando voy a conseguir de usted obediencia y sumisión.

- Ande, ande y no me chochee que ya sabe que usted es mi debilidad. A nadie trato así en este antro barrio bajero. –dice Carmela muy zalamera, algo que sólo y exclusivamente aplica a las conversaciones con su jefe.

- Bueno… dejémonos de tonterías y preséntese en mi despacho inmediatamente. Tenemos que tratar un asunto de extrema gravedad. –dice el comisario Martínez imponiendo una autoridad de la que carece sólo en el caso de Carmela, pues para el resto de la plantilla es casi como un Oráculo místico donde se hayan todas las respuestas pero con malas pulgas.

- No se preocupe que en un periquete está mi atractiva persona en su presencia.
- Ejem, ejem…. Déjese de sandeces y ¡vuele!

viernes, 6 de febrero de 2009

1 CARMELA BERMÚDEZ, INSPECTORA DE POLICÍA


Lo que tu ojo no ve.


La inspectora Bermúdez lleva doce horas delante del expediente que le pasó el comisario, su jefe inmediato. Treinta y cuatro fotos del cadaver de un hombre de mediana edad, encontrado en el ensanche de Barcelona, concretamente en la calle Córcega. "Un caso complicado, muy complicado", piensa la inspectora llevándose la taza de café a los labios.
Carmela Bermúdez siempre toma su primer café en su despacho de Vía Layetana, junto con su primer cigarrillo del día, después vendrán muchos más... cigarrillos y café. De temperamento nervioso, por no decir violento. Eso sí, responsable y meticulosa, hurga en los casos y hasta en la vida privada, suya y de los demás, hasta desmenuzar cualquier proceso policial que se le presente. Por eso, además de insoportable también es la mejor inspectora de la Comisaria central de Barcelona. Para su jefe es como un grano de pus imprescindible, un puntal de su equipo policial y obligatorio para su ascenso personal. De hecho el comisario Martinez, que es bastante dado a la vida alegre y bastante putero, no sacaría ni un caso adelante si no fuera por la inspectora. así que esta hace y deshace a su antojo sin dar demasiadas explicaciones.

Esta mañana la inspectora Bermúdez se siente más profunda de lo habitual, siente que hay muchas cosas que se escapan al ojo humano. Lo que vemos no siempre es indicador de la verdad, muy al contrario mas bien es engañoso.

miércoles, 4 de febrero de 2009

3 YO SECRETARIA. .

No soy el malo
Mi nombre es Ernesto Gutiérrez, jefe de esta secretaria perversa y malintencionada que me tiene al límite de mi constitución biológica. Tengo algún brote de personalidad límte por otra parte, pero nada serio. La muy puta es ella la que se me insinua constantemente y... ¡claro! yo soy un macho que se viste por los pies.
Voy subiendo las escaleras y a medida que me acerco huelo su perfume embriagador. Me siento mareado. En mi entrepierna empieza a crecer mi voluntad, la única que tengo con ella. Sólo pienso en romperle la camisa. Arrancarle el sujetador. Desamarrar esos vaqueros tan ajustados. Bajarle las bragas y devorarla toda. Que se corra en mi boca. Luego, cogerla por sorpresa... darle la vuelta poniéndola de cara a la pared. Sacar mi verga e itroducirsela despacio. Entrar y salir cada vez más deprisa. levantarle los brazos y chuparle el cuello. Me gusta tirarle del pelo hacía atrás. Atraer su cabeza mientras me la follo una y otra vez. Cada vez que entro en ella siento un espasmo de felicidad. Se que vuelvo a entrar. Así tantas veces como yo quiera. Hasta dejarla dolorida y sin ganas de buscar en ninguna otra parte.
Otras veces la ato a la mesa como ella dice y me la follo por delante. Le como las tetas hasta enloquecerla. No me gusta que se mueva. Tiene que estar bien sujeta. La insulto hasta volverla loca y luego se la meto hasta el fondo mientras la amordazo. No me gusta que grite. No me gusta que se mueva ¡coño! tiene que estase muy quieta. una, dos, tres... cien, entrar y salir. Estoy enfermo de deseo por esta puta. Soy su jefe y no la quiero despedir. Ya explicare otras perversiones de esta zorra.