lunes, 11 de noviembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 4

En la calle hace demasiado calor, la gente camina de un lado al otro, algunos corren para coger los transportes públicos. El tráfico es intenso y deja una estela espesa flotando en el aire. Necesito respirar, dejo la calle principal y tomo una callejuela más estrecha que se aleja del tumulto. A medida que camino la vía se hace más y más solitaria, me gusta esa sensación, atravieso unos soportales que rodean una plaza, en un banco algunos viejos dormitan al sol. Una madre da el pecho a un bebe de pocos meses, la criatura succiona las mamas con voracidad como un pequeño vampiro, mientras la mujer sonríe con cara anodina. No me interesa, demasiado corriente.
Allí está. Un hombre joven está sentado unos bancos más allá de la madre que da de mamar. Fuma un cigarro con cara de pocos amigos, es una pose estudiada. Se le nota que no tiene obligaciones corrientes, debe dedicarse a controlar algunas prostitutas, algo que no desgasta mucho, se le ve relajado y no tiene prisa por acabar el cigarro. Camino despacio, mientras exagero ligeramente, pero con elegancia el movimiento de caderas. El hombre me mira y yo lo miro.
Dos horas más tarde soy yo la que fumo tranquilamente, sentada en el sillón de una habitación en el Hotel Sandor. El sudor cubre mi cuerpo debido al esfuerzo y al sexo. El hombre yace en la cama, también lo inunda el sudor, está tan hermoso como antes e incluso más porque ahora es una obra de arte. La palidez de su piel contrasta y embellece con la sangre que baña su cuerpo. Ahora si puedo servirme un güisqui con hielo.


jueves, 10 de octubre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 3

Camino despacio. Me dejo llevar por mis pasos, también me he vestido sin prisas, una falda por encima de la rodilla pero sin ser provocativa. Una camisa entallada de color blanco que permite una pequeña insinuación de los senos, los puños vueltos. Zapatos no demasiado altos. Un pañuelo de color tabaco que me acaricia el cuello. En términos generales siempre prefiero la elegancia a la vulgaridad, mi belleza me da esa seguridad que no necesita demasiados adornos. El bolso hace juego con el pañuelo. Todavía no son las doce del mediodía. Estoy sobria, nunca bebo antes del anochecer. Me gusta hacer bien mi trabajo y para eso no se puede beber.
Mi trabajo es algo particular. No necesito dinero, tengo demasiado, quizás por eso dedico mi tiempo a ciertos objetivos. Todo ha ido llevándome a un callejón, pero no diré que no tiene salida, simplemente me gusta estar en ahí. La costumbre me produce aburrimiento. Mi matrimonio me aburre y las prácticas conyugales me espantan. Tengo ciertos hábitos con los que distraigo la estupidez que rodea a la generalidad de los mortales y de las gentes que vienen y van. Ahora mismo me cruzo con muchos de ellos y ¿qué hacen?  Vegetan.  Pudiera ser que todo se deba a un suceso penoso durante cierta parte de mi vida, pero yo creo que las experiencias no te vuelven perverso si no lo eras antes de los sucesos. Me gusta matar a gente. Nunca haría daño a un animal, cómo tampoco me gusta la luz eléctrica sino es estrictamente necesaria.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 2

         Abro la botella de güisqui y con mano temblorosa me sirvo una cantidad generosa, en un vaso de boca ancha. Dejo caer  tres cubitos de hielo con formas geométricas diferentes ¡tanta sofisticación para enfriar el alcohol! –pienso. A esas alturas de la noche ya suelo estar bastante bebida. Es habitual que pase las noches bebiendo sin ninguna compañía más que la del televisor que, emite  algún programa, de esos que llenaban todas las cadenas. Programas sensacionalistas donde los personajes parodian cualquier cosa e incluso a ellos mismos. Basura pero me acompañan sus voces. Las imágenes, parecen esta noche, más deplorables de lo habitual. Desde el sillón  donde estoy sentada, siento la vida ajena a mi persona, como esos protagonistas del culebrón. Los fuertes colores de la pequeña pantalla, forman un escenario grotesco, cómo una alegoría macabra. Se diluyen entre el alcohol y el vacío donde mi mente va cayendo. Son como los recuerdos antiguos que se borran quedando sólo retazos sin forma de un tiempo que se fue. El salón está en penumbra, sólo una luz baja de color amarillo, en un rincón de la habitación proyecta luces y sombras sobre la pared, cubierta con raso acolchado de color burdeos. Alargo la mano hasta alcanzar la cajetilla de tabaco, que reposa sobre una mesita baja de roble macizo, enciendo un Chester en el que dejo el filtro emborronado con el color  carmín intenso de mis labios.
He aprendido a convivir con mi soledad, antaño no la hubiera podido soportar, pero ahora me resultaba agradable e incluso acogedora. Mi marido pasa la mayor parte del tiempo en su despacho. Es abogado. Según él, el trabajo lo tiene siempre desbordado y no puede dedicarme más tiempo. Yo sé que no es verdad. Me evita y yo me alegro. Hace años que sé de su peregrinaje por otras faldas e incluso por burdeles donde consigue satisfacer deseos algo sofisticados. Confieso que a mí me los arranca. Ahora me es doloroso complacerlo… He aprendido a conocer la procedencia de los placeres oscuros de mi sombra… y no me gustan pero desciendo por ellos como si bajase por una escalera sin fin. Una vez me dejó impresionada un texto, en el su protagonista, una mujer hermosa, había asesinado a su amante, pero su mayor espanto no procedía de esa transgresión, si no del horror de haber sentido cierto placer nauseabundo en ese acto degradante. Desde entonces he aprendido a identificar las relaciones con mis amantes…insanas pero fascinantes...

jueves, 26 de septiembre de 2013

Carmela Bermudez,Inspectora

Inspectora Carmela Bermúdez, esa soy yo. Me gusta imaginarme cabalgando sobre mi intrépida montura para aniquilar el crimen. Organizado y sin organizar, que abunda más. . Mi método de trabajo lo llevo yo y lo hago como me da la gana. No hay informes mejor redactados que los míos. Si no, que se lo pregunten a mi superior,  el Comisario Martínez. Justo en ese momento llevaba  doce horas delante del expediente que me pasó él mismo. Treinta y cuatro fotos de cadáveres, aún sin reconocer, de hombres y mujeres maduros. También cuerpos de adolescentes de baja estofa, de los arrabales de la ciudad. Viejos marginados por su pobreza, gente que duerme en las calles o en los cajeros de los bancos. Todos ellos  encontrados regados por la ciudad como colillas inmundas. Mujeres muertas a manos de sus parejas sentimentales. Otros, simplemente, prefirieron entregar el alma a Dios por su cuenta. En fin nada fuera de lo normal…
No hay nada interesante en lo que meter las narices. Estos interfectos son, como yo digo, muertos de a pie, sin importancia, de esos que pasan a mejor vida y todo continua igual. Los pasillos de esta comisaría que está llena de desconchones, dan ganas de poner a pintar a unos cuantos policías rasos y hasta algún cabo que otro. Buenos chicos todos, aunque si de mí dependiera, estarían patrullando veinticuatro horas al día. Se de buena tinta, porque además lo he escuchado con mis propios oídos, que no me pueden ni ver. Pero lo que no saben es que eso precisamente es lo que más me gusta. Soy lo que llaman mis queridos pupilos una tía insoportable y con un humor de perros. Eso, cuando no me agarra la nostalgia. El pobre comisario siempre dice que no hay quien me entienda y yo siempre le contesto que él es muy simple. Las cosas para él son negras o blancas y de ahí no lo sacas. Con mi mente centrífuga, la variedad de posibilidades, es inmensa y complicada hasta el infinito. En propulsión ascendente. Me voy a tomar un café, el quinto de la mañana, que me lo tengo merecido.
En esos momentos suena el timbre del telefonillo interior. Contestó. ¡Joder, el comisario! El comisario, es un hueso duro de roer, aunque conmigo es especialmente considerado. También hay que decirlo, se acojona nada más verme. La verdad es que si él tiene fama de carácter endiablado y burlón, yo tengo peor fama que él. Así que nos llevamos bien dentro de una cordialidad.
─Buenos días, Carmela ¿Qué tal estamos hoy? ─pregunta con la voz ronca que le caracteriza.
─La verdad no hay gran variación desde ayer. Bueno, el caso del asesinato de una burguesita, que vivía de rentas, según parece, por la zona de Tres Torres… ─le digo con desgana.
─¿No puede ser una falsa alarma?
─No sé, pero la asistenta dice que está de color violeta y chorreando sangre. Vamos, que digo yo, qué habría qué comprobarlo. ¿Es de nuestra jurisdicción?
─¿Es que no sabe usted que la calle es nuestra, inspectora?
 ─¡Claro, claro! Por un momento lo había olvidado, Comisario. Pues nada. Si a usted le parece bien, me pongo en camino inmediatamente.
 ─Lo antes posible Carmela. Donde está metida la burguesía y el capital la cosa esta jodida. Los ricos sólo quieren que todo continúe igual y no ser salpicados por las inmundicias de la vida.
─¡Gentuza Comisario! Los ricos son los primeros podridos de este país. ¿Cómo cree que se hace el dinero? ¿Trabajando de inspectora de policía?
─No me aburra Carmela. Usted y yo sabemos que no podríamos hacer otra cosa. Tenemos alma aventurera...
─Bueno... dejémonos de romanticismos que empieza a peligrar nuestra estabilidad emocional y no estamos para zarandajas ─cambio de tema como la que no quiere la cosa, que el comisario se empezaba a poner sentimental y eso si que no lo puedo tolerar ─Habrá que solicitar al juez una orden de registro. Ya sabe que si no se sigue el procedimiento luego todo son problemas.
─Haga que se ocupe de eso el sargento Benítez, que debe estar tocándose las pelotas en algún recóndito lugar de esta comisaría.
─A sus órdenes comisario ─y me levanto de la silla haciendo un ruido infernal.


martes, 24 de septiembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 1

       Mi nombre es Blanca Marchant pero este no es mi nombre verdadero. Mi Sombra no se llama así. Ella se llama… desde hace algún tiempo decidí que ya no quería volver a escuchar ese nombre. Sus tintes están demasiado manchados por tantas vivencias, que he llegado a sentir vergüenza de él. Hay algo en ese nombre que no me gusta recordar, casi todas ellas evocaciones escabrosas... he preferido suprimirlas del papel porque de la memoria no puedo…
      Pretendo escribir todo cuanto pueda, para llegar o por lo menos intentar, comprenderme a mí misma. Es una tarea muy difícil que me dispongo a comenzar y de la cual no estoy segura de responder. Podría ser que no lo consiga porque mi Sombra, se vuelve tan escurridiza que apenas si yo puedo reconocerla. De esta manera, ella queda totalmente a salvo, eso sí, seguirá devorando mi centro y mi esencia. Estoy en pleno uso de mis facultades, todavía. Tengo muchas cosas por analizar si quiero llegar a buen puerto con una nave que hace aguas. Es su última travesía.
     Me es difícil organizar mi vida, en base a cuantas veces mi Sombra ha gobernado mi existencia y en cuantas ocasiones  he intentado relegarla a la más profunda de las oscuridades. Cuantas veces ella, ha sido el compañero, la amiga, la madre, la hermana, el padre o el amante e incluso, el desagradable vínculo con la víctima.
      También tengo que tener en cuenta que yo misma intentaré boicotearme indefinidamente, por lo tanto debo estar muy atenta en apostar por mi sinceridad en todo momento. Hay cosas que escribiré aquí a las que llamaré innombrable pues de tan oscuras, las siento como una desgarradora amenaza. Me gustaría traer a la memoria a algunas de las personas que anduvieron conmigo parte del trayecto de mi camino por el precipicio. Unos vulgarmente aborrecidos, aquellos a los que odié, a los que admiré, aquellos a los que amé. A los que  desprecié, porque quizás en ellos, proyectaba el desprecio por mi misma.
     Todos tenemos dos caras, como en un espejo. Si observas bien no se parecen la que vemos y la que no vemos.  Nuestra Sombra, nuestro Mr. Hyde. No puedo afirmar que me conozco sin conocer mi lado oscuro. Ahora mismo intento reconocer mi propia vida como lo haría un ciego abandonado en una casa vacía. Esta bajada a los infiernos será un reencuentro con lo peor y lo mejor de mí...

Continuara...


lunes, 16 de septiembre de 2013

Mónica



       La tengo sentada enfrente, en la cervecería Moritz, muy repeinada, con la raya del pelo a un lado. Lleva un polo de color azul claro de Benetton que le hace las facciones más mortecinas, más de lo que las tiene. En los labios tiene un rictus de desagrado, cómo la que se acaba de comer una almendra amarga. A su lado está sentado su marido, siempre con la sonrisa puesta, una sonrisa cómo de prestado, podría decirse que no le pertenece, es una  mueca, más que una sonrisa. No es de extrañar que tenga esa expresión postiza con la mujer que tiene, no le debe dar muchas alegrías, por no decir, ninguna. Hemos quedado porque ella, Mónica es su nombre, quería pedirme la receta de un pastel de frutas que yo suelo hacer en las reuniones de amigos, a las que ellos, una vez estuvieron invitados. Ahora preferiría cortarme las venas.
─ Hola Carmela, perdona que lleguemos tarde, es que Rogelio está de guardia (es enfermero en un geriátrico)  se nos había quedado el móvil en casa y hemos tenido que volver ─dice Mónica, torciendo aún más la boca, si cabe.
─ No te preocupes Mónica, he aprovechado para dar un paseo por la nueva fábrica Moritz, la han dejado muy bonita después de la rehabilitación ─le digo regalándole algo de simpatía.
       Sin muchos preámbulos, me pide la receta de la tarta y mientras nos traen unas cañas empieza su deliberación sobre críticas y descalificaciones de personas conocidas por ambas partes. Yo intento dulcificar todo lo que puedo el momento, pero ella no retrocede.  Al final, cómo no consigue hacerme participe de sus desvaríos y su mala lengua, me toca el turno a mí.
─ ¡Ay Carmela! Cada día pareces más tonta, las veces que he tenido que defender tu persona, porque mira, tú no quieres ver… pero los amigos te despellejan viva cuando no estás en las reuniones, y yo, quizás por pena, o yo que sé porque, pues siempre intento lavar tu imagen, dentro de lo que se puede ¡claro! Porque tampoco te creas que se puede hacer mucho.
─ Mujer, ya será para menos… Ya sé que no soy un dechado de virtudes pero no creo tener tantos enemigos…
─ ¡Va! Lo que yo digo ─mirando a Rogelio con sarcasmo ─esta chica es tonta… Por cierto te has peinado de forma diferente ¿te has hecho la permanente?
─ No, quizás se me ha rizado algo más el pelo por el verano…
─ No sé, chica parece que hayas metido los dedos en un enchufe o se te haya caído el secador en la bañera mientras estabas tú dentro ─suelta una carcajada gutural

        Yo trago saliva y miro a Rogelio, su marido, para ver si me echa un cable, pero este no es una persona, es un trozo de carne, que a base de volverse invisible, para que no recaigan sobre él los sapos que echa su mujer, se ha vuelto inconmovible, inmutable e inalterable. Dan ganas de estrangularla a ella y de darle un guantazo a él. Al salir de la cervecería, me digo como tantas veces , que esta es la última vez que tengo el detalle de darle una de mis recetas… La sombra de Mónica esconde lo que yo llamo, una envidia pueblerina. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Eva cruzando la vida

         En todas ellas hay una parte de nuestras vidas. Siempre caminando, siempre un paso por detrás,  llevando el peso del mundo. Amamantando a la humanidad con la leche de la sabiduría ancestral. Pocas veces reconocidas en el letargo del pensamiento opaco y lleno de violencia. No sabe el hombre descansar en el goce de la tranquilidad, de las sabanas blancas, de tantas lluvias que hacen que las semillas germinen en la tierra.
        Mujeres ausentes en muchos ámbitos, que aparecen y desaparecen
de la historia, de la literatura, de la ciencia y de la política. Mujeres innombrables, invisibles. Las olvidadas del progreso. Las que quisieron despuntar por propio talento fueron discriminadas, tuvieron que luchar contra la incomprensión de su tiempo, el fascismo, el racismo, la clase social o la identidad racial. Cómo tantos hombres... pero ellas más, doble golpe. Los derechos que disfrutan en la actualidad las mujeres del mundo occidental se ha conseguido por el esfuerzo de muchas de ellas que han trabajado para conseguirlo. Muchas han intentado hacerse un hueco en el mundo de los hombres,  las cosas han cambiado... pero hay infiernos en este mundo donde la violencia y la invisibilidad es para todas ellas su forma de vida. En todos nosotros hay un hombre y una mujer que pugnan por caminar juntos, para cuando la humanidad abra los ojos seremos una gran familia. ¡Queda tanto!

La conversación

        Escucho un profundo suspiro al pasar por la puerta de la cocina. Me aparto hacia un lado. Vuelvo a escucharlo, ahora seguido de un murmullo apenas imperceptible. Pego el oído a la puerta que está entreabierta. Pongo atención. Es una conversación con pequeños suspiros entrecortados. Ahora oigo ruido de platos, el agua corre como un río entre la vajilla y las ollas. La conversación continua pero no consigo entender una frase completa, sólo palabras sueltas que parecen no tener significado, excepto para la que las pronuncia. Pongo todos los sentidos…

       Ahí está. Es una conversación íntima. Meto la cabeza a través de la puerta y veo a Elvira, sus labios se mueven emitiendo una cantinela, susurros cómo un eco de adentro mientras trajina con cacharros y agua ¡Ahora entiendo! Ella se pregunta. Se contesta. Cuestiona su vida, discute con su pasado, con un presente que se escapa y un futuro que apenas existe.


     Elvira habla con ella misma porque nadie la escucha. Porque ha vivido con los labios apretados y ya está cansada. Quiere hablar y habla aunque el agua se lleve las palabras por el desagüe. Luego, con las manos juntas espera el olvido. Toda una vida pensando hasta que el pensamiento se ha hecho conversación. Quisiera poner mi mano sobre su hombro y apretarlo ligeramente para que me hable a mi siquiera pero yo…simplemente, no existo. Sólo soy la sombra de Eva.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La carta

         Rosario estaba sentada frente a la ventana, parecía que miraba hacía un punto fijo, alguna cosa en el exterior que llamaba su atención, pero en realidad sus ojos estaban perdidos. Con la mano derecha cogió un cigarrillo que se llevo a la boca y lo encendió. Aspiro largamente el humo y luego lo dejo en reposo sobre el cenicero. En sus rodillas descansaban varias cuartillas manuscritas. El sobre que ella misma había arrugado estaba tirado en el suelo. De fondo sonaba la música de “protagonistas”, un programa de radio un poco anticuado.
           La carta podía ser de su hermana que aún vivía en el pueblo. Como no recibía muchas siempre le causaban recelo. Podían ser buenas o malas noticias. Su hijo estaba en el extranjero y nunca le escribía cartas, si no que le llamaba por teléfono pero Rosario estaba segura de que si le pasaba algo sería una carta lo que recibiera. El papel siempre es mejor para las malas noticias. Eso es, al menos, lo que ella pensaba. Si era de su hermana, como la pobre ya era mayor, le daba miedo que la carta fuese una despedida. Las facturas de los servicios domésticos eran inconfundibles, siempre traían una ventanita por donde asomaba su nombre y  en ésta no aparecía. Como ya había tirado el sobre, las cuartillas bailaban en sus manos sin atreverse a leerlas. La carta le quemaba los dedos.
           Rosario era considerada una mujer extraña, dada a las melancolías, algo que a la gente tiende a asustarle. Pero ella era así y no pensaba cambiar. Se levantó despacito, con las cuartillas en la mano, lo que fuese, ya era inevitable… Las arrugó igual que había hecho con el sobre y muy despacito las hundió en el cubo de la basura.





jueves, 5 de septiembre de 2013

Eso te pasará a ti

   

               Desde hace algún tiempo mi amiga Teresita anda diciendo que no se siente bien, que está cómo tristona, cómo melancólica. Yo le digo que puede ser un poco de contagio por todo el panorama social en el que vivimos inmersos. Eso nos acaba pasando factura. O quizás arrastre todavía el trauma del divorcio, porque su marido se fue con una, veinte años más joven.
           Ella dice que todo eso le influye, por supuesto, pero que es algo más hondo, más de adentro, cómo si el alma le empezara a pesar. Bueno el caso que el otro día mi amiga y yo habíamos sido invitadas a una cena con otros amigos. Teresita, que le gusta expresar sus emociones, se puso a hablar de su recién adquirida tristeza:
─Pues yo siento por primera vez que el tiempo corre demasiado deprisa, no sé cómo si no lo pudiera alcanzar por mucho que corra ─dice Teresita con los ojos pequeñitos. Yo veo que a Ricardo se le ponen los pelos como escarpias, tiene el pobre, un problema con la edad y no está dispuesto a que nadie se lo recuerde.
─No digas tonterías ─dice Ricardo con desdén, pues además, le pone enfermo todo que hace referencia a la debilidad humana.
─De verdad, Ricardo lo siento así. Creo que he empezado a sentir el paso de los años ─dice Teresita con honestidad.
            Los demás comensales permanecen impasibles, cómo si oyeran llover, tal vez porque les importa un pimiento o quizás porque presienten que va a haber sangre y están a la expectativa. Ricardo se enerva cada vez más ante la posibilidad de ver en Teresita su propia fragilidad.
─Eso te pasará a ti, porque entre otras cosas te faltan estímulos externos. Yo por el contrario, cada día me siento más joven, más guapo y más rico.
            Teresita viendo que a Ricardo se le estaban poniendo los ojos espiralados  y le temblaba la voz ligeramente, opta por callar y dejar que Ricardo metiera todos los goles.
             Y fíjate, que el otro día me llamó Teresita para decirme que se iba a Houston a operarse las tetas y que por favor llamase a Ricardo que lo habían ingresado en una clínica, muy prestigiosa eso si, por una depresión o algo parecido.
             La vida da muchas vueltas y nuestras proyecciones ¡también!
                 


jueves, 29 de agosto de 2013

Luces y sombras de Sofía

                              Recostada sobre la cabeza sobre su brazo,

Sofía sueña. Su imaginación vuela lejos de su realidad, se siente embriagada,  la sangre recorre sus venas cómo una manada de caballos libres, dueños de sí mismos. Sofía galopa sobre uno de ellos, el más hermoso, el más salvaje, el dueño del mundo. Blanco como la nieve, ella, su montura y su reina. Imagina la vida con colores más luminosos, rotundos. Siente los pinceles entre sus dedos sin apenas consistencia, como una prolongación de sí misma. El lienzo blanco se va cubriendo de fuerza, trazos espesos, borbotones de pintura. La mente de Sofía se inunda. Sobre la arena blanca, las olas llegan hasta sus pies con una espuma  densa que lentamente asciende por todo su cuerpo. La baña, la empapa, para luego retirarse dejándola dibujada sobre la tierra ¡Sofía vive! ¡Sofía ama! Los latidos de su corazón golpean tan fuerte como los cascos de su caballo. No le importaría morir en ese preciso momento (…)

                           El descenso de Sofía a los infiernos se ha vuelto su realidad. Tirada sobre la acera ni siquiera recuerda cómo llegó hasta allí. Estira una esquelética mano para asirse al pomo herrumbroso de una puerta desvencijada. Unas sombras negras la rodean, diciéndole en voz tenue, que la abra, que justo detrás hay una pendiente sin retorno. Por allí se podría deslizar… hasta el abismo. Un asco recorre su garganta, el sabor amargo de la bilis le impregna la boca, el sabor del aborrecimiento hacia sí misma. Sofía recuerda la belleza de otros días, cuando pensó que aquello era la vida.  Si al menos pudiera llorar… pero sus ojos los ha secado el odio, la rabia. Un silencio roto le ha robado los años. Ya no recuerda la última vez que sonrió, si no era para suplicar una papelina de polvo blanco, a cambio de un cuerpo usado. Ya casi no puede vender ni eso. Sofía rebusca en el sucio bolsillo de su pantalón y con dedos temblorosos toca el último pasaje hacia ninguna parte. Como una fotografía en blanco y negro, Sofía yace una madrugada en aquel sucio portal de una ciudad impasible. 
             La jeringa fría y húmeda cuelga de su brazo como un animal muerto.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Una profesional



           Lo primero que hace al entrar en su despacho es comprobar que todo está en su sitio, es una maniática del orden y trabajando en un despacho compartido, pues el negocio ha venido a menos, cómo es su caso, no se fía de nadie. Suena el telefonillo interior. Angelines Ballesta,  doctora en psiquiatría, contesta.
─ Diga Amparo ─Amparo es la enfermera.
─ Doctora, la señora de Padrón está aquí, dice que tiene hora para las diez, yo le digo que no pero ella insiste.
─ Enseguida la atiendo, dile que pase a la salita y se lea una revista del corazón ─que pesada, piensa.
      La doctora Angelines Ballesta se pone las manos en las sienes con gesto apesadumbrado, está más que harta de que la tal señora se presente cuando le viene en gana, lleva más de tres años atendiéndola, si no fuera por el dinero… Se levanta del sillón va hasta la estantería del fondo, abre un tarro con antidepresivos, se echa dos en la boca y se sirve un güisqui que se bebe de un trago… ¡hay que aguantar a los pacientes! Mira la botella con cara de besuga y se sirve otra. Esta, para no perder los nervios, piensa.
La doctora Ballesta se tambalea ligeramente al dirigirse al escritorio, le cuesta apretar el botón del interfono porque el güisqui le produce visión doble.
─ Amparo haga el favor de decir a la señora Padrón que pase ─como tarda se sirve el tercero.
           Una vez a conseguido volver a su sillón se pone a pensar lo de todos los días, que ha equivocado la profesión, le habría gustado ser policía o ladrón de guante blanco pero psiquiatra…se le había puesto el culo gordo de estar en aquella silla, se retuerce las manos por el nerviosismo, la mezcla de alcohol con los antidepresivos sigue su curso. Dos golpes en la puerta le indican que la paciente está al otro lado. La señora Padrón entra cansinamente dando largos suspiros. Se deja caer en el diván que mira directamente a la pared.
─ ¡Ay doctora! Amparito me ha administrado el valium de diez  en la vena pero aún así doctora…… ─la verborrea de la señora no tiene límites y el valium parece no hacer ningún efecto.  Mientras continuaba con su incontinencia verba,l revuelve la cabeza queriendo mirar a la doctora Ballesta…. -después de media hora de cháchara...
─ Señora Padrón le voy a cambiar la medicación ─ le dice la doctora, mientras la paciente sigue con el rollo,  Angelines se saca el cinturón de la bata y se la pasa por el cuello y … ¡aprieta, aprieta! La mujer se retuerce como una culebra en el diván. Cuando deja de hacerlo y da el último estertor la doctora Ballesta llama por el interfono a su enfermera.
─ Amparo haga el favor de venir. Le he cambiado la medicación a la paciente y me parece que está un poco indispuesta.
         Amparo se dirige al diván y pone sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la paciente.

─ Otra que se nos ha marchado, doctora ¿la pongo con los demás?

─ Claro Amparo, claro ─dice la doctora Ballesta sirviéndose otro güisqui. Ahora se siente un poco más relajada pero sobre todo una profesional.

lunes, 26 de agosto de 2013

Biodegradable

           Un día de estos ha cumplido años una querida amiga, por los menos para mí, no sé si la corriente es de ida y vuelta, esto que digo parece una insensatez pero no es así porque la amistad parece que funciona cómo internet... ¡rápido! y tal cómo viene se va o...será que siempre tuvo la misma prisa y yo también llevaba esa velocidad... en fin... A lo qué iba, mi amiga querida ha cumplido años y yo, pues la he felicitado... 
─ Hola Aurelia querida (se llama Aurelia) Felicidades en el día de tu cumple. ¿Cómo vas a pasar el día? (por si me iba a invitar a un café)
─ Pues la verdad, qué no es muy agradable cumplir años e ir ingresando en el sistema de biodegradación cada vez con más rapidez.
            Me suelta el moco. La verdad que soy un poco lenta para las respuestas inteligentes y me quedo cómo en el limbo durante unos segundos en la eternidad, ahora, si me dan el suficiente tiempo, tengo habilidades contestatarias insospechadas. Así que cómo la cosa fue en directo pues nada, me lo trague (el moco) y continué con mi simpatía natural…
─ ¿Por qué dices eso Aurelia? Si eres una mujer muy atractiva y un encanto ─mentira cochina, pero yo soy buena amiga. Continuo ─ Además Aurelia la belleza también está dentro y tú tienes de sobra e incluso talento y eres una buena profesional ─ya me empezaba a cansar de tanto enjabonar sin obtener respuesta, parecía que Aurelia se había muerto al otro lado del teléfono… ¡resucitó!
─ Tú siempre con tus tonterías, la biodegradación es algo imparable y es una mierda, con perdón, que una siga cumpliendo años y cayendo en la decadencia más profunda. Lo que pasa es que cómo tú siempre andas, por tu trabajo, entre delincuentes, pues ya estás acostumbrada ─me vuelvo a comer el moco sin emitir quejido alguno y ella inhumana y rigurosa continua el vómito verbal contra su querida amiga, o sea yo ─bueno que sepas que no es nada personal pero no pienso celebrar ningún tipo de apología a la biodegradación, así que me dedicaré todo el día a limpiar exhaustivamente mi pisito. Un beso, querida Carmela.
          Han pasado casi veinticuatro horas y aún ando traspuesta con la conversación… Biodegradación…biodegradación… la palabrita gira en mi cabeza en forma de espiral… ¡anda ya! ¡El próximo año le envió una piruleta por postal expres!


jueves, 1 de agosto de 2013

Carmela, ¡Cae del guindo!


O hasta hace poco era tonta de remate, que lo dudo, y no porque yo lo diga, si no por hechos basados en la realidad, o ahora se ha vuelto listísima de repente, que para ser realista, tampoco me lo trago.
Pero… ¡oigan! Que no cuela: Mi amiga Susanita, la del segundo, a la cual he retirado el saludo verdadero, lleva como tres años dándome jabón y endulzándome los oídos con un montón de frases hechas, sacadas de la revista Hola, creo, sobre todas mis virtudes , bondades y honestidades que constituyen mi honorífica persona. Algo tenía que haber, pensaba yo. No puede ser que yo sea perfecta y además esta lo vea. Esta que tiene fama de interesada y licenciosa. Que me dejó en la estacada allá por el año 2006 cuando los tiempos arreciaban tempestades.
Durante el tiempo que duró el intento de invasión del territorio, hasta llegué a pensar que los hados le habían reblandecido el corazón, que había sufrido una transformación y por fin era capaz de ver más allá de sus narices. Que la coherencia de su discurso era ahora real y no una farsa urdida tan adentro que ni ella misma la detecta. Que dónde sólo hay voracidad y ventajas se puede obrar lealtad y sinceridad. ¡Qué va, Carmela! Es que chica, no te enteras, que la ropa se ha mojado hasta que no ha dejado de llover. “Genio y figura hasta la sepultura”. La Susanita, algo debía de querer… ¡claro mujer! Llevarse el gato al agua, me dijo al oído una voz celestial mientras dormía, ¡a ver si te enteras… que ya tienes edad!
¡Ay señor! Lo peor de todo es que además, ahora se hace la ofendida y cuando coincidimos en el ascensor la muy… ¡se estira y mira por encima del hombro! Yo personalmente prefiero no ver esos ojos de besugo, pero… ¡coño! Ya podría mirar para el suelo que lo tiene más cerca.

martes, 23 de julio de 2013

Cuestión de dignidad


En cada uno de nosotros hay un sistema de principios en el que el “yo” se niega a rendir pleitesía y se rebela. No sabemos cómo surge, pero en ocasiones, aunque el miedo se oponga y el peligro arrecie, una fuerza desconocida tira de la conciencia y nos pone justo en el límite de lo que no es negociable y no queremos ni podemos aceptar. No lo aprendimos en la escuela, ni lo vimos necesariamente en nuestros progenitores, pero ahí está, como una muralla silenciosa marcando el confín de lo que no debe traspasarse.
Tenemos la capacidad de indignarnos cuando alguien viola nuestros derechos o somos víctimas de la humillación, la explotación o el maltrato. Poseemos la increíble cualidad de reaccionar más allá de la biología y enfurecernos cuando nuestros códigos éticos se ven vapuleados. La cólera ante la injusticia se llama indigna
Algunos dirán que es cuestión de ego y que por lo .tanto cualquier intento de salvaguardia o protección no es otra cosa que egocentrismo amañado. Nada más erróneo. La defensa de la identidad personal es un proceso natural y saludable. Detrás del ego que acapara está el yo que vive y ama, pero también está el yo aporreado, el yo que exige respeto, el yo que no quiere doblegarse, el yo humano: el yo digno. Una cosa es el egoísmo moral y el engreimiento insoportable del que se las sabe todas, y otra muy distinta, la autoafirmación y el fortalecimiento de sí mismo.
Cuando una mujer decide hacerle frente a los insultos de su marido, un adolescente expresa su desacuerdo ante un castigo que considera injusto o un hombre exige respeto por la actitud agresiva de su jefe, hay un acto de dignidad personal que engrandece. Cuando cuestionamos la conducta desleal de un amigo o nos resistimos a la manipulación de los oportunistas, no estamos alimentando el ego sino reforzando la condición humana. Por desgracia no siempre somos capaces de actuar de este modo. En muchas ocasiones decimos “sí”, cuando queremos decir “no”, o nos sometemos a situaciones indecorosas y a personas francamente abusivas, pudiendo evitarlas. ¿Quién no se ha reprochado alguna vez a sí mismo el silencio cómplice, la obediencia indebida o la sonrisa zalamera y apaciguadora? ¿Quién no se ha mirado alguna vez al espejo tratando de perdonarse el servilismo, o el no haber dicho lo que en verdad pensaba? ¿Quién no ha sentido, aunque sea de vez cuando, la lucha interior entre la indignación por el agravio y el miedo a enfrentarlo?
Walter Riso

sábado, 8 de junio de 2013

El secreto

Hay secretos que sólo se pueden guardar en el viento. Una manera de esconder los verdaderos sentimientos... ¿Por qué se esconden? ¿Nos avergüenzan, nos dan miedo, tememos el rechazo del amor o de la sociedad? Los secretos son secretos porque no nos atrevemos a expresarlos, porque en el fondo son defendidos por nuestra sombra que es la verdadera portadora de todos nuestros secretos...  Las palabras que pronuncia nuestro personaje serán custodiadas por todos los tiempos en el árbol de la vida, más allá de la nuestra propia. Vivimos sin saber, que tantas veces, ese mismo árbol guarda el secreto qué está incluso oculto para nosotros mismos. De la misma belleza visual que las secuencias posteriores, pertenecen al mismo film, obra maestra de Won-kar-wai.

domingo, 2 de junio de 2013

Deseando amar

Una de las películas más bellas que he tenido el placer de ver y sobre todo sentir. "Deseando amar" sin poder hacerlo, dejando pasar las oportunidades, dejando morir el alma y el cuerpo en una esteril lucha por no entregarse, por no perderse en el abismo del amor... donde unas veces se pierde y otras se pierde menos. Pero... si el coraje no forma parte de nuestro juego... siempre nos quedará la soledad... La soledad de nuestros personajes... imágenes irrepetibles en este mundo líquido... Eva, ¿acaso no te gustaría romper cadenas? En el origen ¿Era sexo o amor? En el final ¿Era miedo a la soledad o amor? piensa... piensa...