He acabado de leer una historia sobre una Loba. Primero decir qué los lobos me apasionan. Es un relato corto dentro de una novela de cierto éxito. Lo que verdaderamente me ha gustado es el relato corto que palpita dentro: la vida de una loba desde su infancia hasta su madurez. La crueldad de la manada, que al igual que nuestra sociedad, expulsa a los que sienten diferente, por los que se ve amenazada en su habitual comportamiento, en su rigidez de formas. No se puede ser superior porque los demás se ridiculizan en su espejo, no se puede ser inferior porque los demás reflejan sus propias miserias. Sólo se acepta lo igual, lo que no resalta, lo establecido. De esta manera todo sigue controlado por los hilos de quienes únicamente utilizan el color grís. La historia realmente bella de la Loba acaba con esta foto, aunque parezca lo contrario, están jugando al juego del amor y lo que muestra Loba es una sonrisa. Un final feliz siempre merece la pena.
Merece la pena escribir para contar, para saber, para encontrar... por el placer de ser y de sentir...
martes, 15 de junio de 2010
martes, 18 de mayo de 2010
Emociones en una casa a oscuras
Cuando abrió la puerta, la casa olía a humedad. Llevaba tiempo cerrada pero tampoco le apetecía abrir ninguna ventana. La negrura era casi absoluta. Se sentía más protegido así, entre las sombras. Era de noche y sólo la luz de las farolas entraba por las rendijas de algunas contraventanas que no estaban encajadas. Podía prender la luz de la entrada, pero el abrazo del silencio y la penumbra lo envolvían en una especie de calma, sólo parecida al sueño. Avanzó por el pasillo. Conocía cada rincón de aquel lugar, cada habitación, todos los muebles, los pomos de las puertas. Todo estaba intacto desde la última vez que cerró la puerta tras de sí: Fue una noche de verano, recordaba perfectamente el sonido de las chicharras después de una jornada de intenso calor, el camión de las mudanzas había recogido sus cosas personales, sólo las imprescindibles. No le gustaba arrastrar con la vida a cuestas, además, las últimas semanas habían sido muy intensas y no quería llevarse demasiados recuerdos. Se marchaba para empezar una vida nueva, quizás, para no volver. Con una maleta de mano, bajó los peldaños de la escalera que daba al jardín, las flores estaban marchitas por el calor y por la falta de cuidado que habían padecido en esos meses.
Aquel verano, uno de los más calurosos que recordaba, pasaron muchas cosas: Después de semanas infinitas, por fin, se resolvió el divorcio con Blanca. Había sido un proceso muy doloroso, pero necesario. Se marchó con mis dos hijos a Bilbao y yo me quede en aquella casa, mi hogar, donde nací. La añoranza de los niños me consumía. Nos quedamos mi madre y yo solos. Ella me ayudo enormemente a superar aquel episodio. Nunca he conocido una mujer igual, con tanta vitalidad, con tantas ganas de vivir… al cabo de pocas semanas me dejó solo, tras un infarto fulminante. Decidí entonces apagar la luz y vivir a oscuras. Así pasé el resto de aquel pésimo verano. A finales de septiembre y con el mismo calor del mes de julio decidí marchar, tal vez para siempre. Lejos, muy lejos.
Ahora volvía, después de veinticinco años fuera de mi ciudad y de mi hogar. Sonreí para mí, tenía la misma edad que mi madre cuando se marcho, el pelo encanecido y la sensación de comprender lo que antes ni siquiera sabía. Mi alegría era tranquila y la sensación de volver me producía calma y felicidad, por eso no quise encender ninguna luz, para sentir la vida que corría por los pasillos y las habitaciones de mi casa. Allí estaban mi madre y mi abuela cantando mientras hacían aquellos canelones, de domingo, que tanto me gustaban. Al día siguiente abrí todas las ventanas y un sol de primavera lo iluminó todo. Ya no me marcharía más.
Aquel verano, uno de los más calurosos que recordaba, pasaron muchas cosas: Después de semanas infinitas, por fin, se resolvió el divorcio con Blanca. Había sido un proceso muy doloroso, pero necesario. Se marchó con mis dos hijos a Bilbao y yo me quede en aquella casa, mi hogar, donde nací. La añoranza de los niños me consumía. Nos quedamos mi madre y yo solos. Ella me ayudo enormemente a superar aquel episodio. Nunca he conocido una mujer igual, con tanta vitalidad, con tantas ganas de vivir… al cabo de pocas semanas me dejó solo, tras un infarto fulminante. Decidí entonces apagar la luz y vivir a oscuras. Así pasé el resto de aquel pésimo verano. A finales de septiembre y con el mismo calor del mes de julio decidí marchar, tal vez para siempre. Lejos, muy lejos.
Ahora volvía, después de veinticinco años fuera de mi ciudad y de mi hogar. Sonreí para mí, tenía la misma edad que mi madre cuando se marcho, el pelo encanecido y la sensación de comprender lo que antes ni siquiera sabía. Mi alegría era tranquila y la sensación de volver me producía calma y felicidad, por eso no quise encender ninguna luz, para sentir la vida que corría por los pasillos y las habitaciones de mi casa. Allí estaban mi madre y mi abuela cantando mientras hacían aquellos canelones, de domingo, que tanto me gustaban. Al día siguiente abrí todas las ventanas y un sol de primavera lo iluminó todo. Ya no me marcharía más.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Chicago, Noviembre de 1925
Sentado en su sillón de piel, con los pies puestos sobre el escritorio de roble, se miraba la puntera de los zapatos completamente lustradas. En la mano derecha un gran puro habano, de la mejor calidad. Hechos traer de la isla exclusivamente para él. En la izquierda un colt 49, con mango de nácar. En el que relucían sus iniciales: A.C. Alfonso Capone, también conocido como “cara cortada”. Observaba su revolver delicadamente, ese era su mejor salvoconducto. No se podía fiar de nadie. Su posición como representante más importante de la mafia, hacía que igual que le temían, le odiaban.
Estaba metido en los negocios mas sucios de la ciudad de Chicago. Organizaba las peores guerras entre las bandas de mafiosos. Hijo de emigrantes italianos se trasladó desde Italia a Nueva York de joven, y de ahí a Chicago donde trabajo como guardaespaldas de un gangster implicado en negocios relacionados con la prostitución y el juego. Luego tomó su propio camino y sus propios negocios. Ahora, sonrió para sí, su fortuna ascendía a cien millones de dólares. Sus pensamientos dieron un giro y la boca se le hizo agua pensando en la rubia que se estaba beneficiando. Una de esas guarras, con modales de burguesa americana, casada con un mequetrefe con título nobiliario. Pero tenía problemas bastante graves como que se le aguarse la fiesta. La lucha encarnizada entre bandas rivales, por acaparar los negocios, se había vuelto realmente un problema que había que resolver, y desde luego no con paños calientes. Para eso contaba con el asesino a suelto más temido de todo el mundo del hampa: “El manco”, llamado así por que perdió una mano en un tiroteo. Era despreciable en sus formas y carecía de ningún tipo de pudor a la hora de asesinar. Le daba igual si se trataba de niños, bebes o mujeres, cosa sagrada hasta hacía bien poco entre la reglas de mafia italiana.
Capone levanto el auricular de su teléfono y marco un número. Al otro lado silencio. Cara cortada dio una orden:
- Es hora de limpiar la ciudad de escoria. No quiero volver a ver la cara de ningún estúpido Falconetti más.
- Todo está listo, señor Capone -dijo “El manco” y colgó.
martes, 27 de abril de 2010
La Fragilidad
La lluvia cae como cristales finos.
Apenas los percibe sobre su rostro delicado,
porcelana exquisita de otros tiempos,
ahora marchitado.
Apenas los percibe sobre su rostro delicado,
porcelana exquisita de otros tiempos,
ahora marchitado.
Un día se quedo ante el espejo mirando,
¿dónde aquella vida?, ¿dónde los días pasados?
Agua que, indiferente, resbala por esos ojos,
antes negros y profundos como el fondo del abismo,
en ellos morían, almas elevadas, por caer;
ahora sólo una neblina, ensombrecidos, cautivos de la miseria humana.
Opaca se ha quedado la vida detrás de lo que no se retiene. De la nada.
Ella sigue sentada sobre el frío banco,
ahora la llovizna se ha vuelto caudal,
¿dónde aquella vida?, ¿dónde los días pasados?
Agua que, indiferente, resbala por esos ojos,
antes negros y profundos como el fondo del abismo,
en ellos morían, almas elevadas, por caer;
ahora sólo una neblina, ensombrecidos, cautivos de la miseria humana.
Opaca se ha quedado la vida detrás de lo que no se retiene. De la nada.
Ella sigue sentada sobre el frío banco,
ahora la llovizna se ha vuelto caudal,
por él toda su alma se diluye,
frágil y menuda apenas si se mueve,
mujer hermosa con el cuerpo de nieve,
qué dulce el partir, qué dulce la muerte.
Se desploma la cascara como un viejo barco,
sale de la cárcel de sus huesos , otrora orgullosa estructura,
sale de la gelatina blanca de sus ojos, antes soberbios y altaneros,
¡para no volver! Gritan sus entrañas desintegradas,
Quebradiza, se disuelve en el viento,
frágil y menuda apenas si se mueve,
mujer hermosa con el cuerpo de nieve,
qué dulce el partir, qué dulce la muerte.
Se desploma la cascara como un viejo barco,
sale de la cárcel de sus huesos , otrora orgullosa estructura,
sale de la gelatina blanca de sus ojos, antes soberbios y altaneros,
¡para no volver! Gritan sus entrañas desintegradas,
Quebradiza, se disuelve en el viento,
traspasa el agua helada, cansada…
Qué sublime... !volver a casa!
Qué sublime... !volver a casa!
miércoles, 14 de abril de 2010
LA VERDAD
Hay posiciones diferentes acerca de cuestiones cómo qué es lo que constituye la Verdad y escribo Verdad con mayúsculas porque creo que hay verdades pequeñas y grandes verdades. ¿cómo definir o identificarla? Es bastante difícil teniendo en cuenta, la escasez de valores que resecan al ser humano en la actualidad. Creo que la humanidad posee conocimientos innatos verdaderos, valores sepultados por una capa de sedimentos sociales contaminados. Se nos dice que toda la verdad es aquella que sólo se puede adquirir por el conocimiento ficticio de la informaciones, que previamente, han sido manipuladas por la perversidad del hombre, para hacernos creer sólo aquello que interesa al capitalismo y sus secuaces. O a las iglesias con sus realidades anquilosadas y perturbadoras. Pienso que la Verdad únicamente puede alcanzarse de forma individual mediante la interiorización de uno mismo. Al contrario del exceso de información, el contacto con nuestro yo profundo, nos acerca a ella. Puede haber verdades subjetivas u objetivas, relativas o absolutas, pero las que nos llegan de afuera siempre serán manipuladas. Lo que nos dicta el corazón es genuino aunque desconozcamos muchas cosas de su procedencia, todavía.
La Verdad puede ser, en algunas ocasiones, traducida por los lenguajes, pero su existencia es independiente de estos. Aún si no existieran seres con lenguaje en el universo, seguiría existiendo la Verdad.
lunes, 12 de abril de 2010
Angustia
Aunque estés adentro
y este sentimiento
se me antoje eterno
esta lejanía
duele cada día
porque no te tengo.
No tengo tu boca,
no tengo tus ganas
y por más que intento
ya no entiendo nada,
de esta vida loca,
con su loca realidad,
que se ha vuelto loca…
loca de verdad...
La angustia es un estado de desasosiego, inquietud y temor acompañado de una sensación de pérdida de la integridad y del equilibrio psíquico.
La angustia es la sensación de desamparo que se siente cuando nos damos cuenta que en nuestra existencia subjetiva estamos solos.
El problema del ser humano actual es que ha perdido la intimidad y se ha convertido en un ser público, atropellado y devorado, por una sociedad del aquí y del ahora.,cuya característica es la falta de compromiso.
El conformismo con una multitud que defiende lo mismo, es decir, que no defiende nada, significa la pérdida de la relación apasionada con las cosas. Kierkegaard decía que existen tres actitudes vitales en la vida: la estética, la ética y la espiritual, y que mucha gente vive toda la vida en la primera.
El que vive en la fase estética vive el momento para conseguir sólo el placer de los sentidos; de una vida líquida que se escapa sin dejar huella, como una semilla que se pudre antes de germinar. La sociedad del ahora, lo único que le interesa es si una cosa es divertida o aburrida. Produciendo inmediatemente después de consumir vacío y angustia.
La angustia puede ser positiva, señala que la persona se encuentra justo en una situación existencial que le puede brindar la posibilidad de dar el gran salto hacia una fase superior. Este salto puede suceder o no. Hay que elegir, nadie puede hacerlo por nosotros. La elección que conduce a que un ser humano salte de una actitud vital estética a una actitud vital ética o espiritual tiene que surgir desde dentro.
La elección existencial emana siempre de una desesperación y miseria interiores.
viernes, 9 de abril de 2010
Todos llevamos un asesino dentro/ El secreto
Las preguntas eran concretas ¿Por qué la chica había accedido a adentrarse en un bosque con un desconocido?, ¿Si no era un desconocido que vínculos unían a ambos? Si el móvil no fue de tipo sexual, ¿Qué motivos llevaron al asesino a matar a aquella joven de aspecto angelical? No era un ajuste de cuentas. Aquella muchacha, no tenía el aspecto de dedicarse a la prostitución, eso desde luego, además no se conocían prostíbulos cerca, ni solía haber prostitutas de carretera. Entonces… ¿Qué le llevó hasta aquella carretera comarcal?, ¿La mataron y luego llevaron su cuerpo hasta allí? Existía una pequeña luz sobre el caso: la comarca era habitualmente visitada por cazadores en las épocas de coto abierto. El subinspector Barrientos era asiduo cazador de la zona donde solía pasar domingos junto a su cuñado y un amigo de ambos dedicados a este deporte. ¿Quizás, el asesino, quería llamar la atención del subinspector Barrientos?, ¿A lo mejor, era algún desalmado, lleno de rencor por un antiguo caso, llevado por este y ahora pretendía vengarse? El asunto tenía abatido a Barrientos que se sentía más responsable, si cabe, de lo normal, algo atenazaba su interior. Tanto su cuñado como su amigo habían sido llamados a declarar no como sospechosos si no como simples testigos porque frecuentaban la zona, por si pudieran aportar alguna luz. Esto había perturbado a la familia del subinspector que se veía implicada en algo tan desagradable. Barrientos estaba acostumbrado, pero no su familia. No le gustaba nada verla salpicada por sus asuntos de trabajo.
Aquel día el subinspector Barrientos recorría por última vez aquellos parajes, mientras sonaba Vivaldi en su coche, sabía que no volvería a cazar. Nunca más recorrería aquellos bosques. Esta vez la situación le había superado. La brisa de la madrugaba le ayudaba a sobrellevar el dolor de aquella actuación policial, que había sido tan dolorosa para él, aunque le supusiera un ascenso. Mil veces, con toda sinceridad, habría renunciado a todo, simplemente para que el tiempo volviera hacía atrás, y aquella pesadilla no hubiera ocurrido. Pero todo buen policía piensa lo mismo después de casos como aquel. Giro a la derecha en el último tramo de la carretera comarcal para acceder a la autopista A7 dirección Barcelona, pensó que ya todo quedaba atrás, pero solo quedaba atrás el paisaje. Cerró las ventanillas y subió el volumen de la música: Otoño, la tercera estación del compositor, le sacudía el alma, como si fuera un mero juguete en manos de fuerzas invisibles. Los ojos de aquel viejo policía se llenaron de lágrimas, encendió otro cigarrillo, aspiro fuertemente y aceleró.
Cuando llegó a la Comisaría de su distrito estacionó como siempre en el lugar asignado para él, tiro el cigarrillo al suelo antes de entrar, saludo a Gerardo, el policía de la entrada y se dirigió a personarse en el despacho del Comisario. Lo estaban esperando, sus superiores, y también amigos y colegas, Velázquez y Carmona. Todo se había llevado con la mayor discreción posible, nada de prensa, nada de carroñeros sensacionalistas para programas basura. Esta vez, los entresijos del alma humana, quedarían en la intimidad de la comisaría. Con el mayor respeto, que cabía en este penoso suceso, hacía un compañero tan querido y tan respetado durante tantos años. A veces la vida tiene paradojas inexplicables que se escapan a toda razón. Aquellos dos hombres que esperaban a Barrientos no podían dejar sentir un extraño dolor intenso a la altura del pecho. Aquel viejo lobo se había quemado. Durante unos minutos se miraron los tres en silencio casi religioso. Luego, el propio comisario, ante las manos extendidas del subinspector, lo esposó. Era el reglamento. Como un lobo manso, el viejo policía, bajo el rostro con la mirada posada en el suelo. Ahora sabía que no era un ascenso lo que venía buscando. ¿Cómo pudo confundirse de esa manera? Solo quería liberar el alma y pagar su cuenta pendiente, aunque sabía que jamás se perdonaría. Fueron décimas de segundo y halló la respuesta. Levanto la vista, los ojos llenos de lágrimas.
- Clara… solo quería protegerla. Ella nunca hubiera podido enfrentar esta vida, tan llena espanto…
Aquel día el subinspector Barrientos recorría por última vez aquellos parajes, mientras sonaba Vivaldi en su coche, sabía que no volvería a cazar. Nunca más recorrería aquellos bosques. Esta vez la situación le había superado. La brisa de la madrugaba le ayudaba a sobrellevar el dolor de aquella actuación policial, que había sido tan dolorosa para él, aunque le supusiera un ascenso. Mil veces, con toda sinceridad, habría renunciado a todo, simplemente para que el tiempo volviera hacía atrás, y aquella pesadilla no hubiera ocurrido. Pero todo buen policía piensa lo mismo después de casos como aquel. Giro a la derecha en el último tramo de la carretera comarcal para acceder a la autopista A7 dirección Barcelona, pensó que ya todo quedaba atrás, pero solo quedaba atrás el paisaje. Cerró las ventanillas y subió el volumen de la música: Otoño, la tercera estación del compositor, le sacudía el alma, como si fuera un mero juguete en manos de fuerzas invisibles. Los ojos de aquel viejo policía se llenaron de lágrimas, encendió otro cigarrillo, aspiro fuertemente y aceleró.
Cuando llegó a la Comisaría de su distrito estacionó como siempre en el lugar asignado para él, tiro el cigarrillo al suelo antes de entrar, saludo a Gerardo, el policía de la entrada y se dirigió a personarse en el despacho del Comisario. Lo estaban esperando, sus superiores, y también amigos y colegas, Velázquez y Carmona. Todo se había llevado con la mayor discreción posible, nada de prensa, nada de carroñeros sensacionalistas para programas basura. Esta vez, los entresijos del alma humana, quedarían en la intimidad de la comisaría. Con el mayor respeto, que cabía en este penoso suceso, hacía un compañero tan querido y tan respetado durante tantos años. A veces la vida tiene paradojas inexplicables que se escapan a toda razón. Aquellos dos hombres que esperaban a Barrientos no podían dejar sentir un extraño dolor intenso a la altura del pecho. Aquel viejo lobo se había quemado. Durante unos minutos se miraron los tres en silencio casi religioso. Luego, el propio comisario, ante las manos extendidas del subinspector, lo esposó. Era el reglamento. Como un lobo manso, el viejo policía, bajo el rostro con la mirada posada en el suelo. Ahora sabía que no era un ascenso lo que venía buscando. ¿Cómo pudo confundirse de esa manera? Solo quería liberar el alma y pagar su cuenta pendiente, aunque sabía que jamás se perdonaría. Fueron décimas de segundo y halló la respuesta. Levanto la vista, los ojos llenos de lágrimas.
- Clara… solo quería protegerla. Ella nunca hubiera podido enfrentar esta vida, tan llena espanto…
domingo, 4 de abril de 2010
El Coloso
Acaso sólo yo siento la pesadez de una figura aplastante que parece que se cierne sobre el mundo y sobre nuestras cabezas. ¿Qué pude ser? ¿Será la globalización? Una vida donde todos llevamos el mismo uniforme aunque compremos la ropa en tiendas de última moda. No siento la diversidad, ni la libertad personal. Dentro de un mundo tan amplio de posibilidades siento como nos perdemos en ese mismo abanico, acabando por ser como todos los demás. Consumir ambiciosamente todo lo que se nos ofrece, como un mal padre daría mala comida a sus hijos, una comida que crea dependencia, que adormezca los sentidos. Vivir con un sentimiento de complacencia por pensar que podemos tener aquello que queremos, siempre que se trate de las cosas que se nos quieren dar. Lo que no se nos va a dar, ya ni siquiera se pide. Muchos no saben ni que existe. ¿Despertaremos algún día del largo letargo en el que morimos lentamente o nos aplastará el Coloso?
jueves, 1 de abril de 2010
Saturno devorando a su hijo
Irreconciliable relación. No es posible la vía de acceso al entendimiento, entre dos partes opuestas. ¿De dónde ha salido la ilusoria idea de la institución patriarcal, de la familia como versión feliz de alguna utópica sociedad? Este engendro de la autoridad no está comiendo un plato de espagueti. Está devorando la libertad, la capacidad personal del individuo para ser quien es. Todo cambia, Saturno se hace viejo... pero no quiere dejar el poder al que está acostumbrado. Ahora nos quiere engañar haciéndonos creer que somos libres, que podemos consumirlo todo, incluyéndonos los unos a los otros. Igualdad de oportunidades, igualdad de género, igualdad de creencias... ¡Que insistencia con manipular! A ver si enterramos al devorador de una vez y podemos evolucionar sin más.
miércoles, 17 de marzo de 2010
La ensaladilla
Eusebia Poncheta está en su despacho. Es gestora logística en una empresa que guarda todo tipo de cosas en sus almacenes. Ella lo controla prácticamente todo, pues su jefe es un poco viva la virgen. Eusebia salió de casa esta mañana, no sin antes pegarle la bronca a su marido, este es un bendito, porque de otra manera es imposible aguantar a la gestora. Manolito, que así se llama, trabaja en una frutería, cobra una miseria comparado con su mujer, por lo que tiene que aguantar todo tipo de reproches y vejaciones verbales. La dueña de la frutería, es una rusa que está casada con un capo de la mafia, este le ha puesto la frutería para que se entretenga y no se meta en sus asuntos, a lo que es muy dada. Manolito, por supuesto no sabe nada de todo esto, pero si lo supiera la debilidad de carácter le impediría acudir a la policía. Vladimir, el mafioso, es encargado de llevar los burdeles que se encuentran en la zona de la Costa Dorada. Petriuska es la secretaria de Vladimir y su amante, su función es controlar el ganado para que no se desmande. Manolito, muchas veces lleva cajas de verdura a los burdeles y se los entrega a la señora Sole, que es la comisionada de hacer la comida para la chicas, casi siempre caldo con garbanzos. El marido de la Sole, el Sebas, mira tú por dónde, trabaja como encargado en el almacén de la empresa Rumasin e hijos S.A. de donde es gestora Eusebia Poncheta. El capo mafioso, que no es tonto se ha dado cuenta de la inverosímil conexión y está planeando un golpe a la compañía donde trabaja la Eusebia. Para ello necesita la colaboración de su mujer y jefa de Manolito. Por las noches al cerrar la persiana de la frutería, la rusa, acomete con gestos provocativos a su afanoso asalariado, el canalillo de la rusa está grabado a fuego en la mente de Manolito, que un día de estos, aunque quiere mucho a Eusebia, hace de tripas corazón, y le enseña a la rusa lo que es un hombre. La Sole por su parte cobra un sobresueldo por sacarle información al Sebas, que después de tomarse tres chatos de vino ya no sabe lo que dice, cosa que aprovecha la cocinera del burdel.
Tres semanas después, la Vanguardia del domingo, trae como titular el robo de una importante empresa dedicada a la logística en Barcelona. Se cree que el atraco ha sido perpetrado por la mafia rusa, pues los atracadores, con toda la desfachatez del mundo, se quedaron a cenar en el almacén y se han encontrado restos de ensaladilla por todas partes. La policía, todavía tiene que atar cabos pero... es muy probable que los ladrones tengan importantes conexiones en el mundo del hampa.
martes, 9 de marzo de 2010
ATMOSFERA
Abrió la botella de güisqui y se sirvió una cantidad generosa, en un vaso de boca ancha, con tres cubitos de hielo con formas geométricas diferentes. Para qué tanta sofisticación para enfriar el alcohol −pensó Blanca que a esas alturas de la noche ya estaba bastante bebida. Era habitual en ella pasar las noches bebiendo sin ninguna compañía, más que el televisor, que emitía algún concurso tan de moda en aquella época. Las imágenes, parecían esa noche, más deplorables de lo habitual. Desde el sillón de piel donde se encontraba sentada, sentía la vida ajena a su persona, como los personajes del televisor. Las tonalidades de grises de la pequeña pantalla eran como los recuerdos antiguos que se van borrando quedando sólo retazos en blanco y negro de un tiempo que se fue. El salón estaba en penumbra, sólo una luz baja de color amarillo, en un rincón de la habitación, proyectaba luces y sombras sobre las paredes cubiertas con raso acolchado de color burdeos. Alargo la mano hasta alcanzar la pitillera de plata, que reposaba sobre una mesita baja de roble macizo. Encendió un Chesterfield. Había aprendido a convivir con su soledad, antaño no la hubiera podido soportar, pero ahora le resultaba agradable e incluso acogedora. Además tenía muchos cabos sueltos que atar. Antes, había contado con la ayuda de Jorge para llevar su plan a cabo pero… el muy imbécil se había enamorado de ella y acabado en un manicomio. Siempre había sido un flojo –pensó− ¿cómo se pudo fiar de semejante idiota? Ahora debía continuar sola. –resolvió. Ya no importaba, ella lo odiaba casi tanto como a su marido. Se pudriría en aquella cárcel para locos, no se solía salir de allí con vida. Pero aunque ya no la moviera la ilusión de una vida de placer y de lujos, lejos de aquella ciudad deslucida, junto a su amante, la movía el odio y el ansia de venganza.
En esos momentos entró la criada, Angustias, para despedirse hasta el día siguiente y dar las buenas noches a su señora. Era una mujer de carácter alegre, natural de Jaén, hacía doce años que servía en casa de los señores Casares. Ya sabía que su señora a aquellas horas de la noche estaba un poco piripi. Algunas veces ella misma le quitaba el cigarrillo de los labios mientras Blanca balbuceaba alguna cosa sobre un asesinato. Angustias pensaba que su pobre señora hacía años que no tacaba mucho. Todas las noches se sentaba frente al televisor haciendo ver que lo miraba pero en el fondo, ella, sabía que en su cabeza estaba tramando alguna de sus historias imaginarias. Aquella noche, Angustias tuvo un sueño siniestro: su señor, el abogado Casares yacía muerto sobre una cama, en una habitación que ella no pudo identificar.
viernes, 26 de febrero de 2010
El castillo Profundo
El conde Lisiardo ocupaba su tiempo en preparar las guerras ficticias a las que presuntamente habría de enfrentarse algún día, pero su realidad era otra muy distinta: Su realidad, era que se había retirado al castillo más alejado, en las Tierras del Agua, donde nadie osaría pelear, porque existían fuerzas inimaginables, oscuras y misteriosas, que atrapaban a todo el que entraba en sus límites. Nadie, podía entrar en las Tierras del Agua, pero tampoco nadie, podía salir. El conde Lisiardo había hecho un contrato siniestro, por el que había pagado una buena suma de dinero, a una bruja del Valle Oscuro, para que le permitiera, mediante hechizos y deudas contraídas con lo Seres del Agua, vivir en el castillo Profundo. Situado, justo en el centro mismo de estas tierras líquidas.
Entre sus muchas deudas, con estos Seres del Agua, había una que era la más importante: su hija Lucia. Lisardo la había vendido ya antes de nacer a cambio de su tranquilidad. De no tener que luchar como todos los caballeros que se preciaban de serlo. Pero Lisiardo, como casi todos los hombres altaneros y orgullosos, era en realidad un cobarde, un cobarde que solo gustaba de alzar su espada contra los seres débiles y desprotegidos como su esposa, Constanza y su hija Lucia. Los criados también le temían. Era brutal y sanguinario cuando las cosas no se hacían a su modo. Se sentía un pobre de espíritu, porque lo era. Tenía un gran complejo porque se sabía inferior y de alma negra. Ejercía toda su ira contra aquellos que eran los únicos que estaban a su alrededor y dependían del él.
Preparaba sus falsas batallas con unos muñecos que había hecho construir a un pobre y viejo carpintero ya retirado que vivía a las afueras del castillo Profundo. Con estas estatuillas daba color a su decadente vida. Viéndolo sentado en su trono manejando a sus muñecos daba la visión de un circo patético. Se esforzaba en ganar fingidas batallas, gritaba contra sí mismo y contra otros caballeros de palo. Los movía de sitio, les cambiaba el caballo, les otorgaba condados, ducados o los despojaba de toda riqueza y dignidad. Lisiardo vivía en un mundo hecho a su medida, donde sólo él contaba, donde sólo se hacía lo que él mandaba. Un mundo vacío e inhóspito, lleno de manías, rodeado de cosas inservibles, de armaduras que nunca utilizó, de ropas que un día lucieron y ahora eran viejas y deslustradas. No se aseaba casi nunca, no conocía la higiene, pero paradójicamente, tenía un terror desmedido a contraer cualquier tipo de enfermedad. Sus aposentos rebosaban de frascos y de ungüentos, preparados para toda clase de males. Se sentía enfermo todos los días del año. Se creía morir a todas horas, se imaginaba que no pasaría de mañana. Por las noches cuando se acostaba en su cama mugrienta, en el ala norte del castillo, sentía que lo venían a buscar toda clase de fantasmas, de oscuras deidades y esto sí era lo único cierto. Lisiardo estaba condenado. Todas las sombras de las Tierras del Agua lo vigilaban, acechaban su alma, esperaban el día en que todo habría de cumplirse. El conde tendría que pagar sus deudas. Tenía terror a quedarse dormido, porque en sus sueños las tinieblas lo llamaban, le exigían su pago, eso le producía más cansancio y mas enfermedad. Sus ojos tenían el reflejo del insomnio y el recuerdo de la venta de su propia hija Lucia. Aún, sin él quererlo, esto le comía las entrañas. No por amor hacía ella, sino por miedo a las consecuencias que ese contrato le supondría.
Cuando vendió a su hija Lucia a los Seres del Agua, por mediación de la bruja del Valle Oscuro, Lisiardo, se creía infinito, era tanta su vanidad que pensó que su muerte no existía, que no estaba sentada a su izquierda, como está la de todos. Él se creía inmortal. Pobre payaso –se decía para sí la bruja del Valle Oscuro −no sabe que todas esas sensaciones de perpetuidad y de falso orgullo están provocadas por el vino que le ofrecí para cerrar el contrato. Pero él no lo sabía, el atrevimiento de su ignorancia era tan grande, que le impedía ver con claridad. Solo al pasar de los años, se había ido dando cuenta de que su muerte también estaba junto a él y lo llevaría el día estipulado con los Seres del Agua. Lisiardo había ido comprendiendo que estaba destinado a ser devorado por la tierra, destinado al más terrible olvido. Todo se fue cumpliendo en el castillo Profundo. Lucia creció y la bruja reclamó lo pactado. El conde entregó a su hija y con ella la esperanza de días claros.
Los años pasaron deprisa. El conde envejeció. Una tarde invierno mientras estaba sentado debajo de un gran árbol, donde solía sentarse a lamentarse de su cobardía, los Seres del Agua aparecieron. La tierra se lo tragó.
viernes, 19 de febrero de 2010
Lobo
Su voz retumba por toda la pradera, desde lo alto de la montaña, subido a la última roca pareciera qué casi toca el cielo. Es una madrugada fría, de su boca salen aullidos de escarcha. Su figura, recortada contra la esfera blanca recuerda el principio de la vida, el poder de lo infinito. El conocimiento de todo lo no sabido. Para él no existen juicios, ni leyes, ni dogmas. Unido a la naturaleza son una misma cosa, una misma forma. Lobo canta a la luna.
Abajo, la manada escucha la música. El viejo, recuerda sus días de gloria, ahora Lobo es el jefe. Cuando acabe su trance dirigirá la caza, todos los jóvenes están inquietos, sus pisadas quedan grabadas a fuego sobre la nieve. Lobo estira el cuello para romper el cielo, sus entrañas salen como lanzas. La Luna está enamorada. Él se mueve con pasos firmes y cortos.
No conoce el miedo.
Bajando hacia la pradera una última visión.
La de su amada.
jueves, 4 de febrero de 2010
Cronología de un día
6h 45’ am. Un ruido de muelles suena en una de las habitaciones de la pensión de doña Cecilia. Un cuerpo que se mueve pesadamente y una tos que pone de manifiesto los tres paquetes de tabaco que se fuma diariamente. Saturnino Olivares apaga el móvil que hace las veces de despertador. Se levanta, enfunda los pies en unas zapatillas tan gastadas, que el calcetín aparece por la puntera. Se cubre con un albornoz deshilachado y lleno de lamparones. Tira de su cuerpo hasta el baño, que se encuentra al final del pasillo, como si fuera una losa, como algo absurdo de sostener. El ruido de sus pies, al arrastrarlos por el suelo, suenan a viejo, a un cansancio añejo. Pero, Saturnino no es viejo, apenas tiene los cuarenta años. El chorro de su orina suena como una cascada entrecortada, luego el grifo y los ligeros golpecitos de la cuchilla de afeitar.
7h 5’ am. Saturnino rellena la cafetera, una verdadera antigualla y la pone al fuego. Cada cliente tiene su propia cafetera, es una norma de doña Cecilia. Si le queda café, mañana no tendrá que hacerlo, no le gusta el café añejo, pero le gusta menos tener que hacerlo. Se lo bebe junto con dos tostadas untadas en una mermelada caducada. Dirige sus pasos cansados hacia la habitación. Se viste con un traje tan gastado que brilla en la distancia. La americana le cuelga ligeramente por detrás, los pantalones le van un poco cortos y los zapatos tienen excesiva punta y hacen un ruido espantoso, resuenan como los de una puta al amanecer. Cierra el maletín de cremallera, que suena casi tanto como el despertador y sale por la puerta de la pensión.
7h 55’ am. Llega a la oficina, un departamento dedicado a la expropiación y al desahucio, dentro de un banco de cierto nombre. La cabeza baja y la mirada buscándose las punteras de sus zapatos. Apenas saluda a algún compañero. Los demás lo tratan de esquivar, como si a su paso una nube de grises despintados formaran su personalidad. Se sienta en su despacho, descorre la cremallera de su maletín y comienza un surtidor de papeles. La lista del día. Personas a las que tiene que echar de casa por falta de pago.
9h 40’ am. Junto con el cerrajero, que más bien parece un matón, salen hacia las viviendas, siempre periféricas, ubicadas en submundos, donde el traje de Saturnino adquiere cierta categoría. Su figura rechoncha y desvencijada podría pasar por la del abogado del diablo. Todo el mundo sabe quién es. Las puertas se cierran pero él las abre. Con la notificación en la mano arruina con cara impasible muchas vidas que a él le son totalmente ajenas.
14h 15’ pm. Abandonado impunemente por el cerrajero, que prefiere huir de su compañía, antes que comer con él. Se dirige hacia alguna taberna donde sirvan el menú más barato de la ciudad. La grasa cae por la comisura de sus labios, mientras engulle unos callos. Un café. Paga y se va. La camarera, una mujer entrada en años, lo mira con cierta curiosidad.
15h 55’ pm. De vuelta a la oficina, pasa toda la tarde y parte de la noche, elaborando los informes sobre cuestiones legales, que permitirán desalojar cada una de las viviendas. Un trabajo tedioso al que se emplea como si fuera a escribir una gran obra maestra. De vez en cuando sale a fumar, dos o tres cigarrillos seguidos, para poder soportar la falta de nicótica que grita en las venas de Saturnino.
21h 30’pm. Saturnino Olivares sale de la sucursal del banco. Con paso cansado, el traje, si cabe, más arrugado y la cabeza perdida. Pero sobretodo, lo que más impresionan son sus ojos. Una mirada completamente vacía que parece escrutar meticulosamente el suelo, pero que en realidad no ve nada. Algunas noches, como toda novedad para a tomarse una copa de güisqui en un antro atendido por prostitutas acabadas.
22h 45’ pm. Tras comerse un emparedado de mortadela de la peor calidad y beberse un vaso agua. Saturnino vuelve a su camastro con el consabido ruido de los muelles. Enfundado en un pijama de mercadillo. Su vida miserable le pasa el recuento. Lo extraño es que Saturnino Olivares duerme como un lirón hasta el día siguiente.
¿Existirá algún tipo de inmunidad para esta raza, sin cara, sin ojos, de forma humana, pero carente de lo esencial? El escenario: cada día se extiende más.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Sacó los cigarrillos, encendió uno, aspiró el humo largamente, como un condenado a la espera de su propia ejecución.
Cuando abrió la puerta la casa olía a humedad. Llevaba tiempo cerrada pero tampoco le apetecía abrir ninguna ventana. La oscuridad era casi absoluta. Se sentía más protegido así, entre las sombras. Era de noche y sólo la luz de las farolas entraba, por las rendijas de las contraventanas, como puñales. Si tenía la suerte de conciliar el sueño no quería que el amanecer le hiriera, le arrancara su dolor que era lo único que le quedaba y le mostrase, con absoluta desnudez, la realidad de la vida. De una vida que continuaría allá fuera. Con sus gentes, sus calles, el ir y venir de todo lo que se mueve. Prefería estar así, como muerto. Sentía que mientras permaneciese en la noche estaría más a salvo de sí mismo. Prendió la luz del pasillo y avanzo hasta el comedor. No sabía por qué recordó a su padre y la placa de reconocimiento del gobierno franquista, en recuerdo de su memoria. Él mismo la había arrancado de la pared del comedor. Se la habían entregado en conmemoración a su ejemplar obediencia al régimen, a su trayectoria como profesional militar y eso que había muerto de una cirrosis galopante, ¡el muy cabrón! Ahora estas palabras hacia su progenitor ya no le hacían daño. Si hubiera muerto como un republicano habría sido tirado a la cuneta como hacen con los perros.
Todo estaba igual a como lo había dejado antes de marchar. Cuando se lo llevaron. Le dieron un tiempo para recoger sus cosas. Él no se llevó nada, solo cerró puertas y ventanas, como si quisiera enterrar en la negrura cualquier recuerdo. Borrar su propia memoria.
sábado, 23 de enero de 2010
LA CEGUERA
Alberto corre detrás del autobús. Si no lo coge, llegara tarde a la reunión. Si llega tarde a la reunión, no podrá presentar su proyecto gráfico, para la nueva campaña publicitaria. Son muchos los candidatos y muy buenos. La convocatoria la hace una de las más importantes multinacional americana, puntera en el sector. Su empresa, para la qué él trabaja desde hace cinco años, presenta su propuesta confiando en él, su mejor diseñador publicista. Alberto ha trabajado durante meses en esa idea. Noches enteras pegado al ordenador, fines de semana entregados, a ese misterio que es la creación. Además no puede permitirse fallar, nunca lo ha hecho. En realidad, no hay cosa que más le espante que el fracaso profesional.
El autobús va pasando ahora, justo por su lado. Aún quedan algunos metros hasta llegar a la parada. El vehículo frena y se abren las puertas. La gente se apea, los que están esperando, suben. Alberto ya casi está allí. En ese momento, un setter irlandés alado, de pelo rojo y sedoso da grandes zancadas hacía otro perro, sin raza, que está olisqueando la farola que da luz a la parada. Alberto tropieza con el setter alado. Mientras cae, ve alzarse por los aires el maletín, donde esconde el tesoro publicitario. El perro sin raza, asustado, corre en dirección opuesta. El setter alado lo sigue por el aire. Alberto se incorpora con el cuerpo dolorido por la caída y aterrado, ve como el autobús emprende de nuevo su trayecto. Maldiciéndose a sí mismo, recoge los planos, dibujos y papeles del suelo, para volverlos a guardar en el maletín. Magullado y sobre todo sudando de impotencia logra parar un taxi. ¡Tiene que llegar a tiempo como sea! Ni siquiera <> al setter alado.
−¡Rápido! Plaza de la Concordia, número trece. Edificio Creación líquida –le grita al conductor.
−No se preocupe señor, inmediatamente llegaremos. Ayer tuve un accidente y estoy completamente ciego. No hay problema –dice el taxista arrancando a toda velocidad.
−Gracias. Esto es muy importante para mí –Alberto respira profundamente con cierto alivio.
La delegación de la multinacional americana se alza como un águila sobre la plaza. Rompe toda la armonía. Se baja del coche, el taxista no le cobra la carrera. Está celebrando que ahora ve con otros ojos. Alberto entra a toda prisa en el edificio, sube las escaleras de dos en dos. Llega a la sala de reuniones. Los asistentes están ya todos sentados. El publicista se disculpa, abre el maletín y pone sus carpetas sobre la mesa. Lo consiguió.
El presidente aguarda a que este todo el mundo en silencio y dispuestos a entender. Habla.
−Es muy importante para nuestra empresa encontrar en este proyecto: Primero, la imperfección absoluta de la creatividad humana, el maestro puro de lo anómalo. Segundo, el creador que, demuestre serlo, ha de saber ver sin ojos. Quiero ciegos que puedan desarrollar una nueva gama de colores. Tercero y último, lo invisible ha de ponerse sobre esta mesa. Así que, el que no reúna estas condiciones, les ruego no me hagan perder mi siempre despreciado tiempo, pues, este no existe.
Muchos de los allí presentes se levantaron de sus sillas, recogiendo sus respectivos papeles y saliendo por la puerta. Se dirigían unos a otros con frases de desaprobación. Creyendo que todo aquello era una tomadura de pelo. Para Alberto también aquello parecía parte de una obra hecha por la mente de un loco. Pero… si una virtud tenía el publicista era que no se rendía jamás. Quedaron en la sala tres personas: El presidente de la multinacional, otro incauto y él.
−¡Aja! Podemos comenzar. Señor Ernesto de Pomerana, tenga la bondad de exponernos su trabajo –dijo el Presidente dispuesto a escuchar sin oídos.
Ernesto de Pomerana fue palideciendo, se sentía incapaz de presentar una labor de aquellas magnitudes. Rompió a llorar. Alberto vio como caían cristales sólidos de los ojos de Ernesto. Se extraño por primera vez de tener una visión tan surrealista. Todas las hojas del proyecto del señor Pomerana estaban en negro, incluso el propio señor de Pomerana empezaba a formar parte de una composición solo de grises, hasta que desapareció.
−Bueno, señor Alberto Buenavista, su turno –dijo el presidente.
Alberto bajo la vista hacia su propio trabajo. No vio absolutamente nada. Pero, el tiempo se paro. Se pararon sus latidos, su respiración. Estaba ciego. Sin embargo, vio como la puerta se abría y el setter irlandés alado, rojo y de pelo sedoso, trotaba hasta sentarse a su lado. El presidente, con una sonrisa en los labios, hablo.
−¿comenzamos?
El autobús va pasando ahora, justo por su lado. Aún quedan algunos metros hasta llegar a la parada. El vehículo frena y se abren las puertas. La gente se apea, los que están esperando, suben. Alberto ya casi está allí. En ese momento, un setter irlandés alado, de pelo rojo y sedoso da grandes zancadas hacía otro perro, sin raza, que está olisqueando la farola que da luz a la parada. Alberto tropieza con el setter alado. Mientras cae, ve alzarse por los aires el maletín, donde esconde el tesoro publicitario. El perro sin raza, asustado, corre en dirección opuesta. El setter alado lo sigue por el aire. Alberto se incorpora con el cuerpo dolorido por la caída y aterrado, ve como el autobús emprende de nuevo su trayecto. Maldiciéndose a sí mismo, recoge los planos, dibujos y papeles del suelo, para volverlos a guardar en el maletín. Magullado y sobre todo sudando de impotencia logra parar un taxi. ¡Tiene que llegar a tiempo como sea! Ni siquiera <
−¡Rápido! Plaza de la Concordia, número trece. Edificio Creación líquida –le grita al conductor.
−No se preocupe señor, inmediatamente llegaremos. Ayer tuve un accidente y estoy completamente ciego. No hay problema –dice el taxista arrancando a toda velocidad.
−Gracias. Esto es muy importante para mí –Alberto respira profundamente con cierto alivio.
La delegación de la multinacional americana se alza como un águila sobre la plaza. Rompe toda la armonía. Se baja del coche, el taxista no le cobra la carrera. Está celebrando que ahora ve con otros ojos. Alberto entra a toda prisa en el edificio, sube las escaleras de dos en dos. Llega a la sala de reuniones. Los asistentes están ya todos sentados. El publicista se disculpa, abre el maletín y pone sus carpetas sobre la mesa. Lo consiguió.
El presidente aguarda a que este todo el mundo en silencio y dispuestos a entender. Habla.
−Es muy importante para nuestra empresa encontrar en este proyecto: Primero, la imperfección absoluta de la creatividad humana, el maestro puro de lo anómalo. Segundo, el creador que, demuestre serlo, ha de saber ver sin ojos. Quiero ciegos que puedan desarrollar una nueva gama de colores. Tercero y último, lo invisible ha de ponerse sobre esta mesa. Así que, el que no reúna estas condiciones, les ruego no me hagan perder mi siempre despreciado tiempo, pues, este no existe.
Muchos de los allí presentes se levantaron de sus sillas, recogiendo sus respectivos papeles y saliendo por la puerta. Se dirigían unos a otros con frases de desaprobación. Creyendo que todo aquello era una tomadura de pelo. Para Alberto también aquello parecía parte de una obra hecha por la mente de un loco. Pero… si una virtud tenía el publicista era que no se rendía jamás. Quedaron en la sala tres personas: El presidente de la multinacional, otro incauto y él.
−¡Aja! Podemos comenzar. Señor Ernesto de Pomerana, tenga la bondad de exponernos su trabajo –dijo el Presidente dispuesto a escuchar sin oídos.
Ernesto de Pomerana fue palideciendo, se sentía incapaz de presentar una labor de aquellas magnitudes. Rompió a llorar. Alberto vio como caían cristales sólidos de los ojos de Ernesto. Se extraño por primera vez de tener una visión tan surrealista. Todas las hojas del proyecto del señor Pomerana estaban en negro, incluso el propio señor de Pomerana empezaba a formar parte de una composición solo de grises, hasta que desapareció.
−Bueno, señor Alberto Buenavista, su turno –dijo el presidente.
Alberto bajo la vista hacia su propio trabajo. No vio absolutamente nada. Pero, el tiempo se paro. Se pararon sus latidos, su respiración. Estaba ciego. Sin embargo, vio como la puerta se abría y el setter irlandés alado, rojo y de pelo sedoso, trotaba hasta sentarse a su lado. El presidente, con una sonrisa en los labios, hablo.
−¿comenzamos?
jueves, 21 de enero de 2010
¡OIR PARA CREER!
Una nunca llega a descubrir del todo la mente humana, cada día es una sorpresa. Antes de ayer, precisamente, comí con Conchita Mas Colines, una amiga mía. Una mujer interesante en muchos sentidos, pero sobre todo, a nivel de estudio sociológico. Pues... como decía: mientras comíamos, estaban dando las noticias del desgraciado terremoto que asola el país de Haiti. Muy consternada Conchita me dice:
-¡Ay chica! menos mal que los franceses se encargarán de reconstruirlo.
-¿Por qué los franceses? -pregunto yo con mucha curiosidad.
- ¡bueno chica! porque para eso es una colonia francesa -responde mirándome como a una ignorante.
Yo no daba crédito, la verdad, no sabía si pasarme el resto de mi vida riéndome, publicarlo en un periódico de largo alcance, para que se haga una estadística sobre los niveles intelectuales de este país, o directamente tirarle el plato de sopa por la cabeza. Le digo.
- ¡Pero Conchita!, ¡Que hace mucho que Haiti es un estado independiente!
- ¡Que va! Tú estás equivocada. Disculpa bonita, pero lo leí ayer en la enciclopedia que tengo en casa.
-Ya. Y... ¿De cuando es la dicha enciclopedia, el año me refiero?
- yo la compre hace unos 30 años y me dijeron que estaba bastante actualizada. Aunque... no es muy grande... sólo tiene un tomo.
- ¡Por Dios bendito! 30 años y además creo que esa enciclopedia la escribieron en la edad de bronce -mientras yo me reía a pierna suelta, sintiéndome un poco culpable por la desgracia del Estado Independiente de Haiti, mi amiga me miraba con ojos de besugo para entrar al horno.
-¡Ay Carmela, tantas risas me van a producir flato!
Y... Yo me digo: que eso de el huerto ecológico (hobby preferido de mi amiga) esta muy bien. Que Conchita, como casi toda España, haya dado "dinerillos" para los pobres Haitianos, está aún mejor. Pero muy importante es también actualizar la mente y cultivar el conocimiento, por no hablar de ejercer la caridad, de vez en cuando, en nuestras ciudades, porque la miseria nos asalta todos los días mucho más cerca de lo que creemos. Y si no... ¡Vengan y patrullen un día conmigo! ¡Un Fuerte abrazo Conchita, y ya sabes lo que te voy a regalar para tu cumpleaños...!
-¡Ay chica! menos mal que los franceses se encargarán de reconstruirlo.
-¿Por qué los franceses? -pregunto yo con mucha curiosidad.
- ¡bueno chica! porque para eso es una colonia francesa -responde mirándome como a una ignorante.
Yo no daba crédito, la verdad, no sabía si pasarme el resto de mi vida riéndome, publicarlo en un periódico de largo alcance, para que se haga una estadística sobre los niveles intelectuales de este país, o directamente tirarle el plato de sopa por la cabeza. Le digo.
- ¡Pero Conchita!, ¡Que hace mucho que Haiti es un estado independiente!
- ¡Que va! Tú estás equivocada. Disculpa bonita, pero lo leí ayer en la enciclopedia que tengo en casa.
-Ya. Y... ¿De cuando es la dicha enciclopedia, el año me refiero?
- yo la compre hace unos 30 años y me dijeron que estaba bastante actualizada. Aunque... no es muy grande... sólo tiene un tomo.
- ¡Por Dios bendito! 30 años y además creo que esa enciclopedia la escribieron en la edad de bronce -mientras yo me reía a pierna suelta, sintiéndome un poco culpable por la desgracia del Estado Independiente de Haiti, mi amiga me miraba con ojos de besugo para entrar al horno.
-¡Ay Carmela, tantas risas me van a producir flato!
Y... Yo me digo: que eso de el huerto ecológico (hobby preferido de mi amiga) esta muy bien. Que Conchita, como casi toda España, haya dado "dinerillos" para los pobres Haitianos, está aún mejor. Pero muy importante es también actualizar la mente y cultivar el conocimiento, por no hablar de ejercer la caridad, de vez en cuando, en nuestras ciudades, porque la miseria nos asalta todos los días mucho más cerca de lo que creemos. Y si no... ¡Vengan y patrullen un día conmigo! ¡Un Fuerte abrazo Conchita, y ya sabes lo que te voy a regalar para tu cumpleaños...!
miércoles, 20 de enero de 2010
INTERSECCIONES
Alejandro, metro setenta, pelo rapado al cero, actitud prepotente y cierta pose de niño rico. Camina junto a la compañera sentimental de su padre, Nora. Esta lleva mucha prisa, es la nueva directora jefe de la redacción de la revista Diez x Diez, le ha costado trabajo llegar a ese puesto y ahora eso lo es todo para ella. Lleva una bolsa con dos cruasanes recién hechos. Discuten:
−No te puedes quedar en mi apartamento, es demasiado pequeño para tres personas. Lo sabes ¿no? –dice Nora sin dejar de correr.
− Yo no quiero volver con mi abuelo. No quiero pasarme la vida trabajando para él en la fábrica.
−En primer lugar eres demasiado joven para saber lo qué es bueno para ti y en segundo lugar eso lo deberías hablar con tu padre ¿no te parece?
−Mi padre nunca se ocupa de nada. Haré lo que me parezca. – sale corriendo en dirección contraria arrancándole la bolsa de papel con el último cruasán dentro.
Una mujer de origen croata está sentada en el suelo a la salida de unas galerías comerciales. La mirada hacia el suelo. Su aspecto no es desaliñado, simplemente es pobre y se le nota. Tiene extendido un pequeño pañuelo blanco con algunas figuritas típicas de su país. Las intenta vender. Alejandro pasa por delante y con rabia le tira el envoltorio de la pastelería, ya vacío. Nabriska, la croata, no levanta la mirada, ha aprendido a no buscarse líos.
Nabur, de origen africano, es testigo de la humillación. Con pasos y movimientos rápidos agarra a Alejandro por el brazo.
−Haz el favor de pedirle disculpas a la señora. –le dice arrastrando al chico hasta la mujer.
−¡déjame en paz! ¡No pienso pedir disculpas a nadie! –intentando zafarse de la mano que lo retiene.
−Ahora mismo vas a pedirle disculpas a esa señora. –dice Nabur
−¡Suéltame, negro de mierda!
Alejandro se deshace del lazo. Al altercado llega la policía y los dueños de las galerías, que en seguida toman partido por el chico. Les piden documentación a los tres. Alejandro silba mientras le devuelven su DNI. Nabur y Nabriska son llevados a las dependencias policiales. Nabur pasa dos semanas en el calabozo por desacato a la autoridad. Nabriska es deportada a su país por carecer de papeles.
Mateo, el padre de Alejandro, pintor de escaso éxito, hace trabajillos aquí y allá. Nunca quiso trabajar con su padre en la fábrica. Sentirse artista piensa que le da el derecho de no hacerse responsable de nada, ni de su hijo. Nora gana suficiente para los dos. Está enamorada.
Ante la escasez de recursos, Alejandro decide volver a la fábrica junto a su abuelo, donde sabe que no la faltará de nada. Dos semanas más tarde el abuelo le regala una moto de alta cilindrada a su nieto, piensa que así le será más fácil retenerlo. Aquella noche mientras Nabur es puesto en libertad y se abraza a su mujer con lágrimas en los ojos. Alejandro está cogiendo una curva a gran velocidad. La curva es demasiado cerrada, no controla el manillar, intenta reducir pero… es demasiado tarde. Se estrella contra un muro separador. Durante el último segundo de su vida, no sabe por qué, su retina le devuelve la visión de la mujer croata. Quizás porque ésta, en esos mismos instantes, estrecha entre sus brazos a su hijo, exactamente de la misma edad que Alejandro. A Mateo, por influencia de Nora, le ofrecen una exposición en una galería. La obra mediocre será inaugurada dos semanas más tarde, justo el día del entierro de Alejandro.
Nabur está sellando una de las lápidas del cementerio donde trabaja. No le gusta mucho el trabajo, pero no se puede escoger. Pasa la paleta con el yeso dulcemente para que no queden espacios. Al colocar la lápida lee el nombre, siempre los lee: Alejandro Díaz Costa. 1994-2010. Que chico tan joven, dice para sí. Un hombre mayor deja una corona de flores, no hay más visitas. El abuelo regresa a la fábrica.
−No te puedes quedar en mi apartamento, es demasiado pequeño para tres personas. Lo sabes ¿no? –dice Nora sin dejar de correr.
− Yo no quiero volver con mi abuelo. No quiero pasarme la vida trabajando para él en la fábrica.
−En primer lugar eres demasiado joven para saber lo qué es bueno para ti y en segundo lugar eso lo deberías hablar con tu padre ¿no te parece?
−Mi padre nunca se ocupa de nada. Haré lo que me parezca. – sale corriendo en dirección contraria arrancándole la bolsa de papel con el último cruasán dentro.
Una mujer de origen croata está sentada en el suelo a la salida de unas galerías comerciales. La mirada hacia el suelo. Su aspecto no es desaliñado, simplemente es pobre y se le nota. Tiene extendido un pequeño pañuelo blanco con algunas figuritas típicas de su país. Las intenta vender. Alejandro pasa por delante y con rabia le tira el envoltorio de la pastelería, ya vacío. Nabriska, la croata, no levanta la mirada, ha aprendido a no buscarse líos.
Nabur, de origen africano, es testigo de la humillación. Con pasos y movimientos rápidos agarra a Alejandro por el brazo.
−Haz el favor de pedirle disculpas a la señora. –le dice arrastrando al chico hasta la mujer.
−¡déjame en paz! ¡No pienso pedir disculpas a nadie! –intentando zafarse de la mano que lo retiene.
−Ahora mismo vas a pedirle disculpas a esa señora. –dice Nabur
−¡Suéltame, negro de mierda!
Alejandro se deshace del lazo. Al altercado llega la policía y los dueños de las galerías, que en seguida toman partido por el chico. Les piden documentación a los tres. Alejandro silba mientras le devuelven su DNI. Nabur y Nabriska son llevados a las dependencias policiales. Nabur pasa dos semanas en el calabozo por desacato a la autoridad. Nabriska es deportada a su país por carecer de papeles.
Mateo, el padre de Alejandro, pintor de escaso éxito, hace trabajillos aquí y allá. Nunca quiso trabajar con su padre en la fábrica. Sentirse artista piensa que le da el derecho de no hacerse responsable de nada, ni de su hijo. Nora gana suficiente para los dos. Está enamorada.
Ante la escasez de recursos, Alejandro decide volver a la fábrica junto a su abuelo, donde sabe que no la faltará de nada. Dos semanas más tarde el abuelo le regala una moto de alta cilindrada a su nieto, piensa que así le será más fácil retenerlo. Aquella noche mientras Nabur es puesto en libertad y se abraza a su mujer con lágrimas en los ojos. Alejandro está cogiendo una curva a gran velocidad. La curva es demasiado cerrada, no controla el manillar, intenta reducir pero… es demasiado tarde. Se estrella contra un muro separador. Durante el último segundo de su vida, no sabe por qué, su retina le devuelve la visión de la mujer croata. Quizás porque ésta, en esos mismos instantes, estrecha entre sus brazos a su hijo, exactamente de la misma edad que Alejandro. A Mateo, por influencia de Nora, le ofrecen una exposición en una galería. La obra mediocre será inaugurada dos semanas más tarde, justo el día del entierro de Alejandro.
Nabur está sellando una de las lápidas del cementerio donde trabaja. No le gusta mucho el trabajo, pero no se puede escoger. Pasa la paleta con el yeso dulcemente para que no queden espacios. Al colocar la lápida lee el nombre, siempre los lee: Alejandro Díaz Costa. 1994-2010. Que chico tan joven, dice para sí. Un hombre mayor deja una corona de flores, no hay más visitas. El abuelo regresa a la fábrica.
miércoles, 13 de enero de 2010
¿Mujer Fatal o Batman?
Los hechos ocurrieron en una fiesta una noche de tormenta... Una persona, muy querida para mi, siempre tiene una expresión para estos casos: "¡Ay no!..." ¡Efectivamente! Eso justo es lo que hubiera dicho yo en el mismo momento en que vi aparecer aquella mujer por la puerta del pasillo que daba al salón. ¡Dios bendito! pero... ¿esta señora es la misma que va hacer catequesis a la iglesia de no sé qué barrio? Pues sí. ¡Patética! era la palabra más ajustada al vestuario y a la actitud de la tal. Negra de arriba abajo, ceñida hasta la asfixia, con unos leotardos de cuello alto, disimulados por un jersey que llevaba por fuera. Todo ello atado con un cinturón de plástico, que no de piel, con una hebilla que si te da en un ojo te lo salta. Los tacones de aguja... con esos botines de media caña... de esos que venden en los chinos por dos euros. Lamentablemente cada vez que daba un paso los dichosos tacones se le metían para dentro, con lo cual le chocaban las rodillas... Y ella para disimular lo único que se le ocurría era estirarse hasta el infinito el jersey del mercadillo. y es que... ¡Está harta de catecismos, de beatas, de viejas señoronas, a las que únicamente trata para ver si les saca alguna cosa, de su interminable vida aburrida, de su tesis! Pero si ella lo único que quiere en esta vida es un marido que la lleve directamente al altar. Y para eso se vistió así ese día y en ese preciso momento. Lo preocupante es qué esos momentos van siendo lo habitual, y es que se le echan los años encima y lo de coronarse santa esposa cada vez lo ve mas lejos. Pero ahí no acaba todo... ¡no! Nos obsequió con un baile sensual, dirigido, por descontado, al único varón sin compromiso que había en la fiesta. Pero lo tuvimos que sufrir el conjunto del personal. Unos mirábamos al techo, otros a los lados, algunos al suelo, pero... ¡nada! Batman se nos posaba en las narices como una mosca cojonera. Hay que reconocer que el santo varón que le toco el baile de la pimpolla, no sentía ni frió ni calor, eso que salió ganando. Por mi parte a día de hoy, que ya ha pasado un tiempo prudencial, todavía no he superado la vergüenza ajena. Y es que... ¡no se puede estar a Dios rogando y con el culo en pompa!
jueves, 7 de enero de 2010
Malos Pelos
Bueno, pues ayer no me toco trabajar. En compensación al tan ansiado día festivo tuve que asistir a una reunión de amigos y aportar el Roscón de Reyes ¡Sí señores, con el haba incluida! Cuando llegué al domicilio, mi amiga, parecía que le habían estado dando una paliza algunos maleantes, de esos que te puedes encontrar en un pasillo del metro de Barcelona a altas horas de la madrugada (recomiendo coger un taxi). Yo me pregunté, ¿por qué aquella cara tan desaliñada... ?, ¿la edad? ¡No es tan vieja!, ¿el trabajo, la responsabilidad? ¡No es para tanto! Su pareja charlaba por los codos, siempre de negocios y de dinero. Ella de vez en cuando hacía ver que entiende de algo de lo que se habla, ¡pero no! Mi amiga lamentablemente no entiende casi de nada. y es que... ¡chica! si te limitas a ver los programas de televisión basura... Como yo le digo... ¡deja que la Belén Esteban haga su vida y léete algún libro más ilustrativo! o ¡mira algo en televisión que no sea Sexo en Nueva York! No hay nada que hacer, ella va dejando pasar la cultura y la inteligencia emocional como la que ve pasar el autobús que no la lleva donde siempre. Pero... a última hora de la noche, cuando yo ya estaba hasta los pelos, nunca mejor dicho, de jugar con una consola, que mi amiga se ha comprado, respondiendo a preguntas la mayoría estúpidas... ¡ZAS! A mi amiga se le iluminan los ojitos hundidos y empieza a relatarnos una historia surrealista total. De golpe, los pelos se le encrespan todavía más, el habla se le traba, la mirada le hace chiribitas. Con manos temblorosas rebusca en un cajón un CD, lo mete en el vídeo. El entusiasmo ajeno me deja clavada en la silla. Pero... ¿que le pasa a esta mujer? Cuando por fin logra introducir el CD, se ilumina la pantalla... y su mirada.... ¿quien es el personaje que aparece? Y yo que sé. Pero ella se encarga de dar toda clase de información, más de la necesaria. Lo que sabe y lo que no sabe. Lo que quiere saber y con lo que sueña con enterarse... ¡No me jodas! mi amiga esta más colgada que un periquito en una palmera. De ahí los pelos, de ahí esas ojeras. ¡No come, no duerme! Las feromonas de mi amiga están en pleno viaje, una danza salvaje en ese pobre cerebro cansado de ver "Sálvame" (programa basura de este país) Esa pobre cabezita martirizada con "Sexo en Nueva York" y los negocios de su partener... ¡quiere vivir! Pero yo pienso... ¡Adonde vas con esos pelos!
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