A veces, uno tiene una especie de visión
ilusoria, es algo parecido a una ráfaga de luz pasajera, fugaz… suele ser un
momento mágico pero efímero. Es un tiempo tangible, incluso carnal, carente de idealismo… Parece real pero, es un engaño. Sí, eso es, un
engaño.
Álvaro está sentado, por alguna broma de
la vida, en un lugar codiciado, mientras
saborea un buen vino. Un vino de excelente calidad, al que por desgracia no
está acostumbrado. Álvaro siente, por ese breve espacio de tiempo, que la vida le sonreía, estaba exultante. Aquel
vino, Gran Reserva, impagable, corre por su garganta como un premio merecido. Como
si fuera natural sentir el placer que no lleva implícito ningún sufrimiento,
que no tiene coste adicional. Allí sentado con aquella copa de extraordinarias
dimensiones, llena de aquel elixir de diferentes tonalidades, exquisito al
paladar, la felicidad lo inunda.
Días más tarde, sentado en una silla desvencijada,de una taberna, de un
barrio marginal, comprende que todo aquello no
existía, como un error del entendimiento, una burla, una comedia vulgar y estúpida. Allí sentado, se
creyó un hombre deseado, viril, seguro de sí mismo. Ahora sentía una vergüenza íntima,
dolorosa de recordar. Con los achaques propios de la edad, con la amargura de
una vida que ya cuenta el tiempo como una tenaza que ahoga, si la piensas.
Nada, eso es lo que era. Hoy, ahoga aquel gozo
en un tinto mediocre sin reflejos. Pierde un poco de sangre… aquel vino Gran Reserva se escapa de su cuerpo con prisa insolente.