Merece la pena escribir para contar, para saber, para encontrar... por el placer de ser y de sentir...
jueves, 4 de febrero de 2010
Cronología de un día
6h 45’ am. Un ruido de muelles suena en una de las habitaciones de la pensión de doña Cecilia. Un cuerpo que se mueve pesadamente y una tos que pone de manifiesto los tres paquetes de tabaco que se fuma diariamente. Saturnino Olivares apaga el móvil que hace las veces de despertador. Se levanta, enfunda los pies en unas zapatillas tan gastadas, que el calcetín aparece por la puntera. Se cubre con un albornoz deshilachado y lleno de lamparones. Tira de su cuerpo hasta el baño, que se encuentra al final del pasillo, como si fuera una losa, como algo absurdo de sostener. El ruido de sus pies, al arrastrarlos por el suelo, suenan a viejo, a un cansancio añejo. Pero, Saturnino no es viejo, apenas tiene los cuarenta años. El chorro de su orina suena como una cascada entrecortada, luego el grifo y los ligeros golpecitos de la cuchilla de afeitar.
7h 5’ am. Saturnino rellena la cafetera, una verdadera antigualla y la pone al fuego. Cada cliente tiene su propia cafetera, es una norma de doña Cecilia. Si le queda café, mañana no tendrá que hacerlo, no le gusta el café añejo, pero le gusta menos tener que hacerlo. Se lo bebe junto con dos tostadas untadas en una mermelada caducada. Dirige sus pasos cansados hacia la habitación. Se viste con un traje tan gastado que brilla en la distancia. La americana le cuelga ligeramente por detrás, los pantalones le van un poco cortos y los zapatos tienen excesiva punta y hacen un ruido espantoso, resuenan como los de una puta al amanecer. Cierra el maletín de cremallera, que suena casi tanto como el despertador y sale por la puerta de la pensión.
7h 55’ am. Llega a la oficina, un departamento dedicado a la expropiación y al desahucio, dentro de un banco de cierto nombre. La cabeza baja y la mirada buscándose las punteras de sus zapatos. Apenas saluda a algún compañero. Los demás lo tratan de esquivar, como si a su paso una nube de grises despintados formaran su personalidad. Se sienta en su despacho, descorre la cremallera de su maletín y comienza un surtidor de papeles. La lista del día. Personas a las que tiene que echar de casa por falta de pago.
9h 40’ am. Junto con el cerrajero, que más bien parece un matón, salen hacia las viviendas, siempre periféricas, ubicadas en submundos, donde el traje de Saturnino adquiere cierta categoría. Su figura rechoncha y desvencijada podría pasar por la del abogado del diablo. Todo el mundo sabe quién es. Las puertas se cierran pero él las abre. Con la notificación en la mano arruina con cara impasible muchas vidas que a él le son totalmente ajenas.
14h 15’ pm. Abandonado impunemente por el cerrajero, que prefiere huir de su compañía, antes que comer con él. Se dirige hacia alguna taberna donde sirvan el menú más barato de la ciudad. La grasa cae por la comisura de sus labios, mientras engulle unos callos. Un café. Paga y se va. La camarera, una mujer entrada en años, lo mira con cierta curiosidad.
15h 55’ pm. De vuelta a la oficina, pasa toda la tarde y parte de la noche, elaborando los informes sobre cuestiones legales, que permitirán desalojar cada una de las viviendas. Un trabajo tedioso al que se emplea como si fuera a escribir una gran obra maestra. De vez en cuando sale a fumar, dos o tres cigarrillos seguidos, para poder soportar la falta de nicótica que grita en las venas de Saturnino.
21h 30’pm. Saturnino Olivares sale de la sucursal del banco. Con paso cansado, el traje, si cabe, más arrugado y la cabeza perdida. Pero sobretodo, lo que más impresionan son sus ojos. Una mirada completamente vacía que parece escrutar meticulosamente el suelo, pero que en realidad no ve nada. Algunas noches, como toda novedad para a tomarse una copa de güisqui en un antro atendido por prostitutas acabadas.
22h 45’ pm. Tras comerse un emparedado de mortadela de la peor calidad y beberse un vaso agua. Saturnino vuelve a su camastro con el consabido ruido de los muelles. Enfundado en un pijama de mercadillo. Su vida miserable le pasa el recuento. Lo extraño es que Saturnino Olivares duerme como un lirón hasta el día siguiente.
¿Existirá algún tipo de inmunidad para esta raza, sin cara, sin ojos, de forma humana, pero carente de lo esencial? El escenario: cada día se extiende más.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Sacó los cigarrillos, encendió uno, aspiró el humo largamente, como un condenado a la espera de su propia ejecución.
Cuando abrió la puerta la casa olía a humedad. Llevaba tiempo cerrada pero tampoco le apetecía abrir ninguna ventana. La oscuridad era casi absoluta. Se sentía más protegido así, entre las sombras. Era de noche y sólo la luz de las farolas entraba, por las rendijas de las contraventanas, como puñales. Si tenía la suerte de conciliar el sueño no quería que el amanecer le hiriera, le arrancara su dolor que era lo único que le quedaba y le mostrase, con absoluta desnudez, la realidad de la vida. De una vida que continuaría allá fuera. Con sus gentes, sus calles, el ir y venir de todo lo que se mueve. Prefería estar así, como muerto. Sentía que mientras permaneciese en la noche estaría más a salvo de sí mismo. Prendió la luz del pasillo y avanzo hasta el comedor. No sabía por qué recordó a su padre y la placa de reconocimiento del gobierno franquista, en recuerdo de su memoria. Él mismo la había arrancado de la pared del comedor. Se la habían entregado en conmemoración a su ejemplar obediencia al régimen, a su trayectoria como profesional militar y eso que había muerto de una cirrosis galopante, ¡el muy cabrón! Ahora estas palabras hacia su progenitor ya no le hacían daño. Si hubiera muerto como un republicano habría sido tirado a la cuneta como hacen con los perros.
Todo estaba igual a como lo había dejado antes de marchar. Cuando se lo llevaron. Le dieron un tiempo para recoger sus cosas. Él no se llevó nada, solo cerró puertas y ventanas, como si quisiera enterrar en la negrura cualquier recuerdo. Borrar su propia memoria.
sábado, 23 de enero de 2010
LA CEGUERA
Alberto corre detrás del autobús. Si no lo coge, llegara tarde a la reunión. Si llega tarde a la reunión, no podrá presentar su proyecto gráfico, para la nueva campaña publicitaria. Son muchos los candidatos y muy buenos. La convocatoria la hace una de las más importantes multinacional americana, puntera en el sector. Su empresa, para la qué él trabaja desde hace cinco años, presenta su propuesta confiando en él, su mejor diseñador publicista. Alberto ha trabajado durante meses en esa idea. Noches enteras pegado al ordenador, fines de semana entregados, a ese misterio que es la creación. Además no puede permitirse fallar, nunca lo ha hecho. En realidad, no hay cosa que más le espante que el fracaso profesional.
El autobús va pasando ahora, justo por su lado. Aún quedan algunos metros hasta llegar a la parada. El vehículo frena y se abren las puertas. La gente se apea, los que están esperando, suben. Alberto ya casi está allí. En ese momento, un setter irlandés alado, de pelo rojo y sedoso da grandes zancadas hacía otro perro, sin raza, que está olisqueando la farola que da luz a la parada. Alberto tropieza con el setter alado. Mientras cae, ve alzarse por los aires el maletín, donde esconde el tesoro publicitario. El perro sin raza, asustado, corre en dirección opuesta. El setter alado lo sigue por el aire. Alberto se incorpora con el cuerpo dolorido por la caída y aterrado, ve como el autobús emprende de nuevo su trayecto. Maldiciéndose a sí mismo, recoge los planos, dibujos y papeles del suelo, para volverlos a guardar en el maletín. Magullado y sobre todo sudando de impotencia logra parar un taxi. ¡Tiene que llegar a tiempo como sea! Ni siquiera <> al setter alado.
−¡Rápido! Plaza de la Concordia, número trece. Edificio Creación líquida –le grita al conductor.
−No se preocupe señor, inmediatamente llegaremos. Ayer tuve un accidente y estoy completamente ciego. No hay problema –dice el taxista arrancando a toda velocidad.
−Gracias. Esto es muy importante para mí –Alberto respira profundamente con cierto alivio.
La delegación de la multinacional americana se alza como un águila sobre la plaza. Rompe toda la armonía. Se baja del coche, el taxista no le cobra la carrera. Está celebrando que ahora ve con otros ojos. Alberto entra a toda prisa en el edificio, sube las escaleras de dos en dos. Llega a la sala de reuniones. Los asistentes están ya todos sentados. El publicista se disculpa, abre el maletín y pone sus carpetas sobre la mesa. Lo consiguió.
El presidente aguarda a que este todo el mundo en silencio y dispuestos a entender. Habla.
−Es muy importante para nuestra empresa encontrar en este proyecto: Primero, la imperfección absoluta de la creatividad humana, el maestro puro de lo anómalo. Segundo, el creador que, demuestre serlo, ha de saber ver sin ojos. Quiero ciegos que puedan desarrollar una nueva gama de colores. Tercero y último, lo invisible ha de ponerse sobre esta mesa. Así que, el que no reúna estas condiciones, les ruego no me hagan perder mi siempre despreciado tiempo, pues, este no existe.
Muchos de los allí presentes se levantaron de sus sillas, recogiendo sus respectivos papeles y saliendo por la puerta. Se dirigían unos a otros con frases de desaprobación. Creyendo que todo aquello era una tomadura de pelo. Para Alberto también aquello parecía parte de una obra hecha por la mente de un loco. Pero… si una virtud tenía el publicista era que no se rendía jamás. Quedaron en la sala tres personas: El presidente de la multinacional, otro incauto y él.
−¡Aja! Podemos comenzar. Señor Ernesto de Pomerana, tenga la bondad de exponernos su trabajo –dijo el Presidente dispuesto a escuchar sin oídos.
Ernesto de Pomerana fue palideciendo, se sentía incapaz de presentar una labor de aquellas magnitudes. Rompió a llorar. Alberto vio como caían cristales sólidos de los ojos de Ernesto. Se extraño por primera vez de tener una visión tan surrealista. Todas las hojas del proyecto del señor Pomerana estaban en negro, incluso el propio señor de Pomerana empezaba a formar parte de una composición solo de grises, hasta que desapareció.
−Bueno, señor Alberto Buenavista, su turno –dijo el presidente.
Alberto bajo la vista hacia su propio trabajo. No vio absolutamente nada. Pero, el tiempo se paro. Se pararon sus latidos, su respiración. Estaba ciego. Sin embargo, vio como la puerta se abría y el setter irlandés alado, rojo y de pelo sedoso, trotaba hasta sentarse a su lado. El presidente, con una sonrisa en los labios, hablo.
−¿comenzamos?
El autobús va pasando ahora, justo por su lado. Aún quedan algunos metros hasta llegar a la parada. El vehículo frena y se abren las puertas. La gente se apea, los que están esperando, suben. Alberto ya casi está allí. En ese momento, un setter irlandés alado, de pelo rojo y sedoso da grandes zancadas hacía otro perro, sin raza, que está olisqueando la farola que da luz a la parada. Alberto tropieza con el setter alado. Mientras cae, ve alzarse por los aires el maletín, donde esconde el tesoro publicitario. El perro sin raza, asustado, corre en dirección opuesta. El setter alado lo sigue por el aire. Alberto se incorpora con el cuerpo dolorido por la caída y aterrado, ve como el autobús emprende de nuevo su trayecto. Maldiciéndose a sí mismo, recoge los planos, dibujos y papeles del suelo, para volverlos a guardar en el maletín. Magullado y sobre todo sudando de impotencia logra parar un taxi. ¡Tiene que llegar a tiempo como sea! Ni siquiera <
−¡Rápido! Plaza de la Concordia, número trece. Edificio Creación líquida –le grita al conductor.
−No se preocupe señor, inmediatamente llegaremos. Ayer tuve un accidente y estoy completamente ciego. No hay problema –dice el taxista arrancando a toda velocidad.
−Gracias. Esto es muy importante para mí –Alberto respira profundamente con cierto alivio.
La delegación de la multinacional americana se alza como un águila sobre la plaza. Rompe toda la armonía. Se baja del coche, el taxista no le cobra la carrera. Está celebrando que ahora ve con otros ojos. Alberto entra a toda prisa en el edificio, sube las escaleras de dos en dos. Llega a la sala de reuniones. Los asistentes están ya todos sentados. El publicista se disculpa, abre el maletín y pone sus carpetas sobre la mesa. Lo consiguió.
El presidente aguarda a que este todo el mundo en silencio y dispuestos a entender. Habla.
−Es muy importante para nuestra empresa encontrar en este proyecto: Primero, la imperfección absoluta de la creatividad humana, el maestro puro de lo anómalo. Segundo, el creador que, demuestre serlo, ha de saber ver sin ojos. Quiero ciegos que puedan desarrollar una nueva gama de colores. Tercero y último, lo invisible ha de ponerse sobre esta mesa. Así que, el que no reúna estas condiciones, les ruego no me hagan perder mi siempre despreciado tiempo, pues, este no existe.
Muchos de los allí presentes se levantaron de sus sillas, recogiendo sus respectivos papeles y saliendo por la puerta. Se dirigían unos a otros con frases de desaprobación. Creyendo que todo aquello era una tomadura de pelo. Para Alberto también aquello parecía parte de una obra hecha por la mente de un loco. Pero… si una virtud tenía el publicista era que no se rendía jamás. Quedaron en la sala tres personas: El presidente de la multinacional, otro incauto y él.
−¡Aja! Podemos comenzar. Señor Ernesto de Pomerana, tenga la bondad de exponernos su trabajo –dijo el Presidente dispuesto a escuchar sin oídos.
Ernesto de Pomerana fue palideciendo, se sentía incapaz de presentar una labor de aquellas magnitudes. Rompió a llorar. Alberto vio como caían cristales sólidos de los ojos de Ernesto. Se extraño por primera vez de tener una visión tan surrealista. Todas las hojas del proyecto del señor Pomerana estaban en negro, incluso el propio señor de Pomerana empezaba a formar parte de una composición solo de grises, hasta que desapareció.
−Bueno, señor Alberto Buenavista, su turno –dijo el presidente.
Alberto bajo la vista hacia su propio trabajo. No vio absolutamente nada. Pero, el tiempo se paro. Se pararon sus latidos, su respiración. Estaba ciego. Sin embargo, vio como la puerta se abría y el setter irlandés alado, rojo y de pelo sedoso, trotaba hasta sentarse a su lado. El presidente, con una sonrisa en los labios, hablo.
−¿comenzamos?
jueves, 21 de enero de 2010
¡OIR PARA CREER!
Una nunca llega a descubrir del todo la mente humana, cada día es una sorpresa. Antes de ayer, precisamente, comí con Conchita Mas Colines, una amiga mía. Una mujer interesante en muchos sentidos, pero sobre todo, a nivel de estudio sociológico. Pues... como decía: mientras comíamos, estaban dando las noticias del desgraciado terremoto que asola el país de Haiti. Muy consternada Conchita me dice:
-¡Ay chica! menos mal que los franceses se encargarán de reconstruirlo.
-¿Por qué los franceses? -pregunto yo con mucha curiosidad.
- ¡bueno chica! porque para eso es una colonia francesa -responde mirándome como a una ignorante.
Yo no daba crédito, la verdad, no sabía si pasarme el resto de mi vida riéndome, publicarlo en un periódico de largo alcance, para que se haga una estadística sobre los niveles intelectuales de este país, o directamente tirarle el plato de sopa por la cabeza. Le digo.
- ¡Pero Conchita!, ¡Que hace mucho que Haiti es un estado independiente!
- ¡Que va! Tú estás equivocada. Disculpa bonita, pero lo leí ayer en la enciclopedia que tengo en casa.
-Ya. Y... ¿De cuando es la dicha enciclopedia, el año me refiero?
- yo la compre hace unos 30 años y me dijeron que estaba bastante actualizada. Aunque... no es muy grande... sólo tiene un tomo.
- ¡Por Dios bendito! 30 años y además creo que esa enciclopedia la escribieron en la edad de bronce -mientras yo me reía a pierna suelta, sintiéndome un poco culpable por la desgracia del Estado Independiente de Haiti, mi amiga me miraba con ojos de besugo para entrar al horno.
-¡Ay Carmela, tantas risas me van a producir flato!
Y... Yo me digo: que eso de el huerto ecológico (hobby preferido de mi amiga) esta muy bien. Que Conchita, como casi toda España, haya dado "dinerillos" para los pobres Haitianos, está aún mejor. Pero muy importante es también actualizar la mente y cultivar el conocimiento, por no hablar de ejercer la caridad, de vez en cuando, en nuestras ciudades, porque la miseria nos asalta todos los días mucho más cerca de lo que creemos. Y si no... ¡Vengan y patrullen un día conmigo! ¡Un Fuerte abrazo Conchita, y ya sabes lo que te voy a regalar para tu cumpleaños...!
-¡Ay chica! menos mal que los franceses se encargarán de reconstruirlo.
-¿Por qué los franceses? -pregunto yo con mucha curiosidad.
- ¡bueno chica! porque para eso es una colonia francesa -responde mirándome como a una ignorante.
Yo no daba crédito, la verdad, no sabía si pasarme el resto de mi vida riéndome, publicarlo en un periódico de largo alcance, para que se haga una estadística sobre los niveles intelectuales de este país, o directamente tirarle el plato de sopa por la cabeza. Le digo.
- ¡Pero Conchita!, ¡Que hace mucho que Haiti es un estado independiente!
- ¡Que va! Tú estás equivocada. Disculpa bonita, pero lo leí ayer en la enciclopedia que tengo en casa.
-Ya. Y... ¿De cuando es la dicha enciclopedia, el año me refiero?
- yo la compre hace unos 30 años y me dijeron que estaba bastante actualizada. Aunque... no es muy grande... sólo tiene un tomo.
- ¡Por Dios bendito! 30 años y además creo que esa enciclopedia la escribieron en la edad de bronce -mientras yo me reía a pierna suelta, sintiéndome un poco culpable por la desgracia del Estado Independiente de Haiti, mi amiga me miraba con ojos de besugo para entrar al horno.
-¡Ay Carmela, tantas risas me van a producir flato!
Y... Yo me digo: que eso de el huerto ecológico (hobby preferido de mi amiga) esta muy bien. Que Conchita, como casi toda España, haya dado "dinerillos" para los pobres Haitianos, está aún mejor. Pero muy importante es también actualizar la mente y cultivar el conocimiento, por no hablar de ejercer la caridad, de vez en cuando, en nuestras ciudades, porque la miseria nos asalta todos los días mucho más cerca de lo que creemos. Y si no... ¡Vengan y patrullen un día conmigo! ¡Un Fuerte abrazo Conchita, y ya sabes lo que te voy a regalar para tu cumpleaños...!
miércoles, 20 de enero de 2010
INTERSECCIONES
Alejandro, metro setenta, pelo rapado al cero, actitud prepotente y cierta pose de niño rico. Camina junto a la compañera sentimental de su padre, Nora. Esta lleva mucha prisa, es la nueva directora jefe de la redacción de la revista Diez x Diez, le ha costado trabajo llegar a ese puesto y ahora eso lo es todo para ella. Lleva una bolsa con dos cruasanes recién hechos. Discuten:
−No te puedes quedar en mi apartamento, es demasiado pequeño para tres personas. Lo sabes ¿no? –dice Nora sin dejar de correr.
− Yo no quiero volver con mi abuelo. No quiero pasarme la vida trabajando para él en la fábrica.
−En primer lugar eres demasiado joven para saber lo qué es bueno para ti y en segundo lugar eso lo deberías hablar con tu padre ¿no te parece?
−Mi padre nunca se ocupa de nada. Haré lo que me parezca. – sale corriendo en dirección contraria arrancándole la bolsa de papel con el último cruasán dentro.
Una mujer de origen croata está sentada en el suelo a la salida de unas galerías comerciales. La mirada hacia el suelo. Su aspecto no es desaliñado, simplemente es pobre y se le nota. Tiene extendido un pequeño pañuelo blanco con algunas figuritas típicas de su país. Las intenta vender. Alejandro pasa por delante y con rabia le tira el envoltorio de la pastelería, ya vacío. Nabriska, la croata, no levanta la mirada, ha aprendido a no buscarse líos.
Nabur, de origen africano, es testigo de la humillación. Con pasos y movimientos rápidos agarra a Alejandro por el brazo.
−Haz el favor de pedirle disculpas a la señora. –le dice arrastrando al chico hasta la mujer.
−¡déjame en paz! ¡No pienso pedir disculpas a nadie! –intentando zafarse de la mano que lo retiene.
−Ahora mismo vas a pedirle disculpas a esa señora. –dice Nabur
−¡Suéltame, negro de mierda!
Alejandro se deshace del lazo. Al altercado llega la policía y los dueños de las galerías, que en seguida toman partido por el chico. Les piden documentación a los tres. Alejandro silba mientras le devuelven su DNI. Nabur y Nabriska son llevados a las dependencias policiales. Nabur pasa dos semanas en el calabozo por desacato a la autoridad. Nabriska es deportada a su país por carecer de papeles.
Mateo, el padre de Alejandro, pintor de escaso éxito, hace trabajillos aquí y allá. Nunca quiso trabajar con su padre en la fábrica. Sentirse artista piensa que le da el derecho de no hacerse responsable de nada, ni de su hijo. Nora gana suficiente para los dos. Está enamorada.
Ante la escasez de recursos, Alejandro decide volver a la fábrica junto a su abuelo, donde sabe que no la faltará de nada. Dos semanas más tarde el abuelo le regala una moto de alta cilindrada a su nieto, piensa que así le será más fácil retenerlo. Aquella noche mientras Nabur es puesto en libertad y se abraza a su mujer con lágrimas en los ojos. Alejandro está cogiendo una curva a gran velocidad. La curva es demasiado cerrada, no controla el manillar, intenta reducir pero… es demasiado tarde. Se estrella contra un muro separador. Durante el último segundo de su vida, no sabe por qué, su retina le devuelve la visión de la mujer croata. Quizás porque ésta, en esos mismos instantes, estrecha entre sus brazos a su hijo, exactamente de la misma edad que Alejandro. A Mateo, por influencia de Nora, le ofrecen una exposición en una galería. La obra mediocre será inaugurada dos semanas más tarde, justo el día del entierro de Alejandro.
Nabur está sellando una de las lápidas del cementerio donde trabaja. No le gusta mucho el trabajo, pero no se puede escoger. Pasa la paleta con el yeso dulcemente para que no queden espacios. Al colocar la lápida lee el nombre, siempre los lee: Alejandro Díaz Costa. 1994-2010. Que chico tan joven, dice para sí. Un hombre mayor deja una corona de flores, no hay más visitas. El abuelo regresa a la fábrica.
−No te puedes quedar en mi apartamento, es demasiado pequeño para tres personas. Lo sabes ¿no? –dice Nora sin dejar de correr.
− Yo no quiero volver con mi abuelo. No quiero pasarme la vida trabajando para él en la fábrica.
−En primer lugar eres demasiado joven para saber lo qué es bueno para ti y en segundo lugar eso lo deberías hablar con tu padre ¿no te parece?
−Mi padre nunca se ocupa de nada. Haré lo que me parezca. – sale corriendo en dirección contraria arrancándole la bolsa de papel con el último cruasán dentro.
Una mujer de origen croata está sentada en el suelo a la salida de unas galerías comerciales. La mirada hacia el suelo. Su aspecto no es desaliñado, simplemente es pobre y se le nota. Tiene extendido un pequeño pañuelo blanco con algunas figuritas típicas de su país. Las intenta vender. Alejandro pasa por delante y con rabia le tira el envoltorio de la pastelería, ya vacío. Nabriska, la croata, no levanta la mirada, ha aprendido a no buscarse líos.
Nabur, de origen africano, es testigo de la humillación. Con pasos y movimientos rápidos agarra a Alejandro por el brazo.
−Haz el favor de pedirle disculpas a la señora. –le dice arrastrando al chico hasta la mujer.
−¡déjame en paz! ¡No pienso pedir disculpas a nadie! –intentando zafarse de la mano que lo retiene.
−Ahora mismo vas a pedirle disculpas a esa señora. –dice Nabur
−¡Suéltame, negro de mierda!
Alejandro se deshace del lazo. Al altercado llega la policía y los dueños de las galerías, que en seguida toman partido por el chico. Les piden documentación a los tres. Alejandro silba mientras le devuelven su DNI. Nabur y Nabriska son llevados a las dependencias policiales. Nabur pasa dos semanas en el calabozo por desacato a la autoridad. Nabriska es deportada a su país por carecer de papeles.
Mateo, el padre de Alejandro, pintor de escaso éxito, hace trabajillos aquí y allá. Nunca quiso trabajar con su padre en la fábrica. Sentirse artista piensa que le da el derecho de no hacerse responsable de nada, ni de su hijo. Nora gana suficiente para los dos. Está enamorada.
Ante la escasez de recursos, Alejandro decide volver a la fábrica junto a su abuelo, donde sabe que no la faltará de nada. Dos semanas más tarde el abuelo le regala una moto de alta cilindrada a su nieto, piensa que así le será más fácil retenerlo. Aquella noche mientras Nabur es puesto en libertad y se abraza a su mujer con lágrimas en los ojos. Alejandro está cogiendo una curva a gran velocidad. La curva es demasiado cerrada, no controla el manillar, intenta reducir pero… es demasiado tarde. Se estrella contra un muro separador. Durante el último segundo de su vida, no sabe por qué, su retina le devuelve la visión de la mujer croata. Quizás porque ésta, en esos mismos instantes, estrecha entre sus brazos a su hijo, exactamente de la misma edad que Alejandro. A Mateo, por influencia de Nora, le ofrecen una exposición en una galería. La obra mediocre será inaugurada dos semanas más tarde, justo el día del entierro de Alejandro.
Nabur está sellando una de las lápidas del cementerio donde trabaja. No le gusta mucho el trabajo, pero no se puede escoger. Pasa la paleta con el yeso dulcemente para que no queden espacios. Al colocar la lápida lee el nombre, siempre los lee: Alejandro Díaz Costa. 1994-2010. Que chico tan joven, dice para sí. Un hombre mayor deja una corona de flores, no hay más visitas. El abuelo regresa a la fábrica.
miércoles, 13 de enero de 2010
¿Mujer Fatal o Batman?
Los hechos ocurrieron en una fiesta una noche de tormenta... Una persona, muy querida para mi, siempre tiene una expresión para estos casos: "¡Ay no!..." ¡Efectivamente! Eso justo es lo que hubiera dicho yo en el mismo momento en que vi aparecer aquella mujer por la puerta del pasillo que daba al salón. ¡Dios bendito! pero... ¿esta señora es la misma que va hacer catequesis a la iglesia de no sé qué barrio? Pues sí. ¡Patética! era la palabra más ajustada al vestuario y a la actitud de la tal. Negra de arriba abajo, ceñida hasta la asfixia, con unos leotardos de cuello alto, disimulados por un jersey que llevaba por fuera. Todo ello atado con un cinturón de plástico, que no de piel, con una hebilla que si te da en un ojo te lo salta. Los tacones de aguja... con esos botines de media caña... de esos que venden en los chinos por dos euros. Lamentablemente cada vez que daba un paso los dichosos tacones se le metían para dentro, con lo cual le chocaban las rodillas... Y ella para disimular lo único que se le ocurría era estirarse hasta el infinito el jersey del mercadillo. y es que... ¡Está harta de catecismos, de beatas, de viejas señoronas, a las que únicamente trata para ver si les saca alguna cosa, de su interminable vida aburrida, de su tesis! Pero si ella lo único que quiere en esta vida es un marido que la lleve directamente al altar. Y para eso se vistió así ese día y en ese preciso momento. Lo preocupante es qué esos momentos van siendo lo habitual, y es que se le echan los años encima y lo de coronarse santa esposa cada vez lo ve mas lejos. Pero ahí no acaba todo... ¡no! Nos obsequió con un baile sensual, dirigido, por descontado, al único varón sin compromiso que había en la fiesta. Pero lo tuvimos que sufrir el conjunto del personal. Unos mirábamos al techo, otros a los lados, algunos al suelo, pero... ¡nada! Batman se nos posaba en las narices como una mosca cojonera. Hay que reconocer que el santo varón que le toco el baile de la pimpolla, no sentía ni frió ni calor, eso que salió ganando. Por mi parte a día de hoy, que ya ha pasado un tiempo prudencial, todavía no he superado la vergüenza ajena. Y es que... ¡no se puede estar a Dios rogando y con el culo en pompa!
jueves, 7 de enero de 2010
Malos Pelos
Bueno, pues ayer no me toco trabajar. En compensación al tan ansiado día festivo tuve que asistir a una reunión de amigos y aportar el Roscón de Reyes ¡Sí señores, con el haba incluida! Cuando llegué al domicilio, mi amiga, parecía que le habían estado dando una paliza algunos maleantes, de esos que te puedes encontrar en un pasillo del metro de Barcelona a altas horas de la madrugada (recomiendo coger un taxi). Yo me pregunté, ¿por qué aquella cara tan desaliñada... ?, ¿la edad? ¡No es tan vieja!, ¿el trabajo, la responsabilidad? ¡No es para tanto! Su pareja charlaba por los codos, siempre de negocios y de dinero. Ella de vez en cuando hacía ver que entiende de algo de lo que se habla, ¡pero no! Mi amiga lamentablemente no entiende casi de nada. y es que... ¡chica! si te limitas a ver los programas de televisión basura... Como yo le digo... ¡deja que la Belén Esteban haga su vida y léete algún libro más ilustrativo! o ¡mira algo en televisión que no sea Sexo en Nueva York! No hay nada que hacer, ella va dejando pasar la cultura y la inteligencia emocional como la que ve pasar el autobús que no la lleva donde siempre. Pero... a última hora de la noche, cuando yo ya estaba hasta los pelos, nunca mejor dicho, de jugar con una consola, que mi amiga se ha comprado, respondiendo a preguntas la mayoría estúpidas... ¡ZAS! A mi amiga se le iluminan los ojitos hundidos y empieza a relatarnos una historia surrealista total. De golpe, los pelos se le encrespan todavía más, el habla se le traba, la mirada le hace chiribitas. Con manos temblorosas rebusca en un cajón un CD, lo mete en el vídeo. El entusiasmo ajeno me deja clavada en la silla. Pero... ¿que le pasa a esta mujer? Cuando por fin logra introducir el CD, se ilumina la pantalla... y su mirada.... ¿quien es el personaje que aparece? Y yo que sé. Pero ella se encarga de dar toda clase de información, más de la necesaria. Lo que sabe y lo que no sabe. Lo que quiere saber y con lo que sueña con enterarse... ¡No me jodas! mi amiga esta más colgada que un periquito en una palmera. De ahí los pelos, de ahí esas ojeras. ¡No come, no duerme! Las feromonas de mi amiga están en pleno viaje, una danza salvaje en ese pobre cerebro cansado de ver "Sálvame" (programa basura de este país) Esa pobre cabezita martirizada con "Sexo en Nueva York" y los negocios de su partener... ¡quiere vivir! Pero yo pienso... ¡Adonde vas con esos pelos!
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