martes, 15 de septiembre de 2015

Los boicoteadores

              Los boicoteadores son aquellas personas que socavan nuestros esfuerzos por romper patrones insanos en nuestra relación con nosotros mismos. Cuando hemos tomado la decisión de escribir (o de hacer cualquier otra cosa) hemos de ser especialmente cautelosos a la hora de enseñar nuestro trabajo y nuestros proyectos. Es verdad que a todos nos gusta compartir lo que escribimos, nuestros anhelos e inquietudes y esperar de los demás fructíferas opiniones, que nos lancen con fuerza hacia nuestros objetivos pero la realidad… es que no suele ser así.
                Los amigos «bienintencionados» pueden obstaculizar la forma en la que nos expresamos, el lugar a donde queremos llegar. Con sus opiniones casi siempre faltas de objetividad, pues están contaminadas, por sus propios miedos a  la creatividad y a la incapacidad para cambiar de rumbo su propia vida. Abandonar el área de confort no es fácil y si alguien osa cambiarlo los demás suelen revolverse como un gato en la bañera.
                No debería resultarnos sorprendente que las personas en las que más confiamos (amigos, familia, pareja) sean aquellas que más amenazadas se sienten ante el inminente cambio que produce la creatividad o el cambio de rumbo en nuestra mente y deseen que todo vuelva a su lugar. Esta actitud es realmente tóxica tanto para nuestra creatividad literaria como para lograr nuestras metas. Tengo comprobado por experiencia propia que muchas veces, por compartir un escrito lo he dejado de lado durante meses, por la simple razón de haber perdido la seguridad en mi misma, ante la opinión de los demás. Aún así el mayor saboteador es uno mismo, no debemos dejar que el autosabotaje carcoma nuestra seguridad en nuestra vida creativa. Y… una cosa más, se escribe ante todo para nosotros mismos. Escribir es un proceso personal y nos debe importar muy poco la opinión ajena, esto lo podemos transcribir a cualquier parcela de nuestra vida.              

        

jueves, 20 de agosto de 2015

A un amigo, el miedo.

Los humanos sufrimos el miedo. Hay muchas clases de miedo pero, todas ellas son una misma cosa transformándose en cada acción. El miedo a la vergüenza es la mordaza de grandes creadores.

La vergüenza, es un mecanismo que la mente utiliza ante la pérdida de control. Cuando alguien avergüenza a otra persona está impidiendo que se comporte de manera espontánea. Cuando escribimos o creamos podemos sentir que estamos desvelando algún secreto importante sobre nosotros mismos Sentimos vergüenza de lo que puedan pensar otras personas sobre esas revelaciones.  Sentimos miedo.

La verdad es que se debería mirar desde otro punto de vista. Cuando escribimos o hacemos una creación artística estamos enfrentando a la sociedad con ella misma. Salen cosas a la luz, iluminamos la oscuridad del corazón y alejamos las sombras.

El arte, airea las estancias del alma y con ello trae salud mental. Muchas veces nos avergonzamos como artistas de nuestras obras. Debemos aprender de esta vergüenza y saber que crear no es un error, ni mucho menos una debilidad, sino una muestra de fortaleza. Hay que olvidarse de las críticas que hacen daño, desprecian o ridiculizan.
Respira profundamente, ensancha los pulmones, saca pecho y siente orgullo de todo aquello que haces. Pero sobre todo de lo que creas porque el arte es lo único que eleva al hombre por encima de la mediocridad.


miércoles, 12 de agosto de 2015

La sorpresa

Con un copa de cava en la mano, dejando vagar el pensamiento, los ojos se van posando en los objetos del salón y en los invitados, casi todos somos viejos conocidos, algunos pertenecemos al mundo del arte y la literatura, otros editoriales y familia bien avenida, otros simplemente hacen la función de relleno. Ricardo se me ha acercado y me explica su viaje a la Provenza, le escucho distraído. Me sobresalta el timbre de la puerta, según mis cálculos no se esperan más invitados o quizás no me he informado bien, cosa que suelo hacer debido a una especie de fobia social que me ataca furtivamente en eventos de más de seis personajes y digo personajes porque para mi a partir de esa cifra dejan de ser personas para entrar directamente en el mundo de la literatura de ficción.
A lo que vamos...el timbre. ¡zasca! allí está Conchita saludando a todo el mundo como una diva retirada y decadente sobre la alfombra roja del Hollywood postmoderno. Con un vestido galáctico que recuerda a una mala imitación de la morena de Abba. Miro a mi alrededor, imposible escapar de la situación ni de la depredadora galáctica. Siento si apretado abrazo y esas dos pequeñas protuberancias que tiene por pechos, ella parece que quiere restregarse contra mi. Siento arcadas pero me derrumbo al sentir su aliento húmedo y caliente en mi oreja izquierda. Lo peor esta por llegar, siento sus manos como tenazas agarradas a mi brazo que luego se pasean impunes por mi espalda, me arrastra hasta el sillón para dos y prácticamente se me echa encima. Mi cabeza da vueltas sin encontrar la salida... me quedaré allí atrapado por toda la eternidad. Imposible moverme... mi fobia social me ha anclado a aquella ninfa deforme y al sillón que nos acoge.

jueves, 11 de junio de 2015

¿Como va todo?

Estoy parado, mirando por la ventana de un undécimo piso  de un gran rascacielos, de esos que apuntan hacia el universo pero no descifran nada. Miro como se extienden  los tentáculos  de una ciudad cualquiera, siento nauseas. De pronto pasa cayendo un hombre desde arriba, mis ojos se cruzan con los de él y el tiempo se ralentiza, de forma casi mecánica le digo: "¿Como va todo?"
"¡Hasta ahora todo va bien!" 

Cuando el hombre ha desaparecido de mi vista, me impresiona mi pregunta, las palabras huecas carentes del verdadero interés de saber. No, mejor dicho del odio al que cae, porque el que cae solo es una proyección de mi propia caída. ¿Como le va todo?. Me siento en mi despacho, abatido, rodeado de tecnología dedicada exclusivamente a la comunicación... a la comunicación sorda, muda y ciega. Desde entonces, me pregunto que habrá sido del aterrizaje de aquel hombre... Ahora conozco la respuesta: "Todos caemos inevitablemente, solo que la velocidad es tan lenta que apenas si la percibimos, por eso no queremos saber de la caída ajena."

domingo, 24 de mayo de 2015

palabras

Alvaro esta sentado en su sillón, con un libro sobre el regazo, a  medio leer. Está cavilando, reflexionando sobre lo leído.   Palabras caídas de la pluma del que escribió y encontradas por él. En ese reflexionar sobre ese verbo, sobre esas voces y lo que ellas van hilando, como quién  teje una bufanda para el  invierno, empiezan, todas ellas (las palabras) a girar en círculos y ese círculo se vuelve espiral, y esa espiral abismo... ¡ahí se detiene el tiempo!
Del hueco negro que dejaron las palabras, aparece una mano que se agarra con la misma vida, luego la otra mano, luego la cabeza con los ojos atormentados. Finalmente brota el escritor todo completo y se echa exhausto  al borde de su infierno de palabras.
Alvaro urgente le tiende la mano al amigo que hasta ahora descansaba en su regazo. Ahora, hecho carne y hueso. Al estrecharla ya no recuerda las palabras que estaba leyendo sino la fuerza del sufrimiento de aquel hombre, que bien, podría  ser él mismo.

jueves, 23 de abril de 2015

Neruda, la belleza hecha verso para un feliz Sant Jordi

Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.

Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaídos.

Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…

miércoles, 22 de abril de 2015

CAPÍTULO 1/ El regreso 1964

          Jorge Arana venía a matar a un hombre. No podía ser de otra manera. No existía otra posibilidad si quería conservar su propia vida.

         El talgo, de color rojo y aluminio, procedente de Madrid, entró por el andén número tres de la Estación de Francia, acababa así el recorrido de aquel hombre de facciones severas, una forma extraña de ocultar cierta sensibilidad. Se podía escuchar un gran bullicio en los andenes que esperaban a familiares y amigos. El tren fue, poco a poco, bajando el ritmo de sus ruedas de acero hasta quedar totalmente parado.  Dentro los pasajeros se movían con maletas y paquetes hacía las puertas de salida. Todos tenían prisa por bajar, en los vagones el tiempo parecía detenido, la distancia era larga y el trayecto se convertía en algo demasiado urgente, sobre todo en la última hora en la que ya todo el mundo estaba harto del viaje. Aunque el Talgo era la gran innovación en el transporte rodado, antes de esto, el promedio de un viaje entre Madrid y Barcelona era de 12 horas, como mínimo. La gente se apeaba con prisas.  Jorge Arana, era el único que permanecía en su asiento mirando a través de la ventanilla. Llevaba el cansancio escrito en el rostro aunque él no podía percibirlo, soportaba excesiva tensión y llegar por fin al destino lo dejaba en un estado de melancolía sorda que aún no apaciguando su niveles de conciencia alterados por lo menos le hacía sentir algo de equilibrio. Los acontecimientos se habían precipitado en las últimas semanas. Hoy mismo, había cogido el tren de primera hora de la mañana, cuando apenas había amanecido. Aquel viaje, sin saber bien el motivo, le recordaba otro de características muy diferentes. Le costaba recordar, su memoria era bastante frágil pero de aquel tramo de vida, recordaba la fecha exacta, había sido en el transcurso del año 1940, los primeros días del mes de enero, mientras todavía la ciudad estaba engalanada de navidad, aunque fuera una navidad triste y opaca. Entonces lo hizo en un furgón que apestaba  a un olor  agrio, la fetidez orgánica se mezclaba con la de vómito y el hedor que desprenden los cuerpos ante el miedo. El miedo tiene un olor muy característico, sólo lo conocen aquellos que bajo un sentimiento de  pánico permanecen apretados en medio de otros seres humanos que sufren la misma emoción. La situación de todas aquellas personas en hicieron aquel viaje encerrados como animales le hacía sentir escalofríos  se frotó la garganta para arrancar un nudo que lo ahogaba. No habían pasado muchas cosas desde entonces porque aquel tiempo parecía haberse instalado para siempre dentro de él. Era un abismo por el que había ido cayendo. Le fallaban los recuerdos, es verdad, pero la rabia no había dejado de crecer ni un solo día desde entonces.

           Asesinar a sangre fría requiere un método, no es lo mismo dejarse llevar por el instinto de supervivencia, o por una subida de adrenalina provocada por el odio, o un mal momento de locura transitoria en el que un hecho puntual o el cúmulo de muchos pueden llevar al ser humano a matar a alguien. No es lo mismo matar al enemigo en el ardor de la pelea, que tener que planear su muerte. Se  considera asesinato  cuando una persona causa la muerte de otra y lo lleva a cabo con alevosía, ensañamiento o por recompensa, mientras que “matar” no tiene por qué tener estas particularidades. Asesinar  a alguien puede parecer complejo pero en realidad no lo es. Matar puede convertirse en una obsesión. El resentimiento puede crecer, puedes alimentarlo y después saciar el ansia, es algo parecido al hambre, un hambre verdadera y voraz. Luego todo cosiste en tener un buen plan, “un buen plan” se repitió a sí mismo y se vio  como una rata en una ratonera.   Metió la mano en el bolsillo y sacó un paquete arrugado de cigarrillos sin filtro, mordisqueo la punta de uno y lo encendió. Aspiro largamente hasta que notó un ligero mareo, eso le indicaba que la sangre estaba llena de nicotina. Sintió un placer inmenso ¿sería algo parecido asesinar a alguien?