martes, 18 de mayo de 2010

Emociones en una casa a oscuras


Cuando abrió la puerta, la casa olía a humedad. Llevaba tiempo cerrada pero tampoco le apetecía abrir ninguna ventana. La negrura era casi absoluta. Se sentía más protegido así, entre las sombras. Era de noche y sólo la luz de las farolas entraba por las rendijas de algunas contraventanas que no estaban encajadas. Podía prender la luz de la entrada, pero el abrazo del silencio y la penumbra lo envolvían en una especie de calma, sólo parecida al sueño. Avanzó por el pasillo. Conocía cada rincón de aquel lugar, cada habitación, todos los muebles, los pomos de las puertas. Todo estaba intacto desde la última vez que cerró la puerta tras de sí: Fue una noche de verano, recordaba perfectamente el sonido de las chicharras después de una jornada de intenso calor, el camión de las mudanzas había recogido sus cosas personales, sólo las imprescindibles. No le gustaba arrastrar con la vida a cuestas, además, las últimas semanas habían sido muy intensas y no quería llevarse demasiados recuerdos. Se marchaba para empezar una vida nueva, quizás, para no volver. Con una maleta de mano, bajó los peldaños de la escalera que daba al jardín, las flores estaban marchitas por el calor y por la falta de cuidado que habían padecido en esos meses.
Aquel verano, uno de los más calurosos que recordaba, pasaron muchas cosas: Después de semanas infinitas, por fin, se resolvió el divorcio con Blanca. Había sido un proceso muy doloroso, pero necesario. Se marchó con mis dos hijos a Bilbao y yo me quede en aquella casa, mi hogar, donde nací. La añoranza de los niños me consumía. Nos quedamos mi madre y yo solos. Ella me ayudo enormemente a superar aquel episodio. Nunca he conocido una mujer igual, con tanta vitalidad, con tantas ganas de vivir… al cabo de pocas semanas me dejó solo, tras un infarto fulminante. Decidí entonces apagar la luz y vivir a oscuras. Así pasé el resto de aquel pésimo verano. A finales de septiembre y con el mismo calor del mes de julio decidí marchar, tal vez para siempre. Lejos, muy lejos.
Ahora volvía, después de veinticinco años fuera de mi ciudad y de mi hogar. Sonreí para mí, tenía la misma edad que mi madre cuando se marcho, el pelo encanecido y la sensación de comprender lo que antes ni siquiera sabía. Mi alegría era tranquila y la sensación de volver me producía calma y felicidad, por eso no quise encender ninguna luz, para sentir la vida que corría por los pasillos y las habitaciones de mi casa. Allí estaban mi madre y mi abuela cantando mientras hacían aquellos canelones, de domingo, que tanto me gustaban. Al día siguiente abrí todas las ventanas y un sol de primavera lo iluminó todo. Ya no me marcharía más.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Chicago, Noviembre de 1925


Sentado en su sillón de piel, con los pies puestos sobre el escritorio de roble, se miraba la puntera de los zapatos completamente lustradas. En la mano derecha un gran puro habano, de la mejor calidad. Hechos traer de la isla exclusivamente para él. En la izquierda un colt 49, con mango de nácar. En el que relucían sus iniciales: A.C. Alfonso Capone, también conocido como “cara cortada”. Observaba su revolver delicadamente, ese era su mejor salvoconducto. No se podía fiar de nadie. Su posición como representante más importante de la mafia, hacía que igual que le temían, le odiaban.
Estaba metido en los negocios mas sucios de la ciudad de Chicago. Organizaba las peores guerras entre las bandas de mafiosos. Hijo de emigrantes italianos se trasladó desde Italia a Nueva York de joven, y de ahí a Chicago donde trabajo como guardaespaldas de un gangster implicado en negocios relacionados con la prostitución y el juego. Luego tomó su propio camino y sus propios negocios. Ahora, sonrió para sí, su fortuna ascendía a cien millones de dólares. Sus pensamientos dieron un giro y la boca se le hizo agua pensando en la rubia que se estaba beneficiando. Una de esas guarras, con modales de burguesa americana, casada con un mequetrefe con título nobiliario. Pero tenía problemas bastante graves como que se le aguarse la fiesta. La lucha encarnizada entre bandas rivales, por acaparar los negocios, se había vuelto realmente un problema que había que resolver, y desde luego no con paños calientes. Para eso contaba con el asesino a suelto más temido de todo el mundo del hampa: “El manco”, llamado así por que perdió una mano en un tiroteo. Era despreciable en sus formas y carecía de ningún tipo de pudor a la hora de asesinar. Le daba igual si se trataba de niños, bebes o mujeres, cosa sagrada hasta hacía bien poco entre la reglas de mafia italiana.
Capone levanto el auricular de su teléfono y marco un número. Al otro lado silencio. Cara cortada dio una orden:
- Es hora de limpiar la ciudad de escoria. No quiero volver a ver la cara de ningún estúpido Falconetti más.
- Todo está listo, señor Capone -dijo “El manco” y colgó.

martes, 27 de abril de 2010

La Fragilidad


La lluvia cae como cristales finos.
Apenas los percibe sobre su rostro delicado,
porcelana exquisita de otros tiempos,
ahora marchitado.
Un día se quedo ante el espejo mirando,
¿dónde aquella vida?, ¿dónde los días pasados?

Agua que, indiferente, resbala por esos ojos,
antes negros y profundos como el fondo del abismo,
en ellos morían, almas elevadas, por caer;
ahora sólo una neblina, ensombrecidos, cautivos de la miseria humana.
Opaca se ha quedado la vida detrás de lo que no se retiene. De la nada.

Ella sigue sentada sobre el frío banco,
ahora la llovizna se ha vuelto caudal,
por él toda su alma se diluye,
frágil y menuda apenas si se mueve,
mujer hermosa con el cuerpo de nieve,
qué dulce el partir, qué dulce la muerte.

Se desploma la cascara como un viejo barco,
sale de la cárcel de sus huesos , otrora orgullosa estructura,
sale de la gelatina blanca de sus ojos, antes soberbios y altaneros,
¡para no volver! Gritan sus entrañas desintegradas,
Quebradiza, se disuelve en el viento,
traspasa el agua helada, cansada…
Qué sublime... !volver a casa!

miércoles, 14 de abril de 2010

LA VERDAD


Hay posiciones diferentes acerca de cuestiones cómo qué es lo que constituye la Verdad y escribo Verdad con mayúsculas porque creo que hay verdades pequeñas y grandes verdades. ¿cómo definir o identificarla? Es bastante difícil teniendo en cuenta, la escasez de valores que resecan al ser humano en la actualidad. Creo que la humanidad posee conocimientos innatos verdaderos, valores sepultados por una capa de sedimentos sociales contaminados. Se nos dice que toda la verdad es aquella que sólo se puede adquirir por el conocimiento ficticio de la informaciones, que previamente, han sido manipuladas por la perversidad del hombre, para hacernos creer sólo aquello que interesa al capitalismo y sus secuaces. O a las iglesias con sus realidades anquilosadas y perturbadoras. Pienso que la Verdad únicamente puede alcanzarse de forma individual mediante la interiorización de uno mismo. Al contrario del exceso de información, el contacto con nuestro yo profundo, nos acerca a ella. Puede haber verdades subjetivas u objetivas, relativas o absolutas, pero las que nos llegan de afuera siempre serán manipuladas. Lo que nos dicta el corazón es genuino aunque desconozcamos muchas cosas de su procedencia, todavía.
La Verdad puede ser, en algunas ocasiones, traducida por los lenguajes, pero su existencia es independiente de estos. Aún si no existieran seres con lenguaje en el universo, seguiría existiendo la Verdad.

lunes, 12 de abril de 2010

Angustia



Aunque estés adentro
y este sentimiento
se me antoje eterno
esta lejanía
duele cada día
porque no te tengo.
No tengo tu boca,
no tengo tus ganas
y por más que intento
ya no entiendo nada,
de esta vida loca,
con su loca realidad,
que se ha vuelto loca…
loca de verdad...

La angustia es un estado de desasosiego, inquietud y temor acompañado de una sensación de pérdida de la integridad y del equilibrio psíquico.
La angustia es la sensación de desamparo que se siente cuando nos damos cuenta que en nuestra existencia subjetiva estamos solos.
El problema del ser humano actual es que ha perdido la intimidad y se ha convertido en un ser público, atropellado y devorado, por una sociedad del aquí y del ahora.,cuya característica es la falta de compromiso.
El conformismo con una multitud que defiende lo mismo, es decir, que no defiende nada, significa la pérdida de la relación apasionada con las cosas. Kierkegaard decía que existen tres actitudes vitales en la vida: la estética, la ética y la espiritual, y que mucha gente vive toda la vida en la primera.
El que vive en la fase estética vive el momento para conseguir sólo el placer de los sentidos; de una vida líquida que se escapa sin dejar huella, como una semilla que se pudre antes de germinar. La sociedad del ahora, lo único que le interesa es si una cosa es divertida o aburrida. Produciendo inmediatemente después de consumir vacío y angustia.
La angustia puede ser positiva, señala que la persona se encuentra justo en una situación existencial que le puede brindar la posibilidad de dar el gran salto hacia una fase superior. Este salto puede suceder o no. Hay que elegir, nadie puede hacerlo por nosotros. La elección que conduce a que un ser humano salte de una actitud vital estética a una actitud vital ética o espiritual tiene que surgir desde dentro.
La elección existencial emana siempre de una desesperación y miseria interiores.

viernes, 9 de abril de 2010

Todos llevamos un asesino dentro/ El secreto


Las preguntas eran concretas ¿Por qué la chica había accedido a adentrarse en un bosque con un desconocido?, ¿Si no era un desconocido que vínculos unían a ambos? Si el móvil no fue de tipo sexual, ¿Qué motivos llevaron al asesino a matar a aquella joven de aspecto angelical? No era un ajuste de cuentas. Aquella muchacha, no tenía el aspecto de dedicarse a la prostitución, eso desde luego, además no se conocían prostíbulos cerca, ni solía haber prostitutas de carretera. Entonces… ¿Qué le llevó hasta aquella carretera comarcal?, ¿La mataron y luego llevaron su cuerpo hasta allí? Existía una pequeña luz sobre el caso: la comarca era habitualmente visitada por cazadores en las épocas de coto abierto. El subinspector Barrientos era asiduo cazador de la zona donde solía pasar domingos junto a su cuñado y un amigo de ambos dedicados a este deporte. ¿Quizás, el asesino, quería llamar la atención del subinspector Barrientos?, ¿A lo mejor, era algún desalmado, lleno de rencor por un antiguo caso, llevado por este y ahora pretendía vengarse? El asunto tenía abatido a Barrientos que se sentía más responsable, si cabe, de lo normal, algo atenazaba su interior. Tanto su cuñado como su amigo habían sido llamados a declarar no como sospechosos si no como simples testigos porque frecuentaban la zona, por si pudieran aportar alguna luz. Esto había perturbado a la familia del subinspector que se veía implicada en algo tan desagradable. Barrientos estaba acostumbrado, pero no su familia. No le gustaba nada verla salpicada por sus asuntos de trabajo.
Aquel día el subinspector Barrientos recorría por última vez aquellos parajes, mientras sonaba Vivaldi en su coche, sabía que no volvería a cazar. Nunca más recorrería aquellos bosques. Esta vez la situación le había superado. La brisa de la madrugaba le ayudaba a sobrellevar el dolor de aquella actuación policial, que había sido tan dolorosa para él, aunque le supusiera un ascenso. Mil veces, con toda sinceridad, habría renunciado a todo, simplemente para que el tiempo volviera hacía atrás, y aquella pesadilla no hubiera ocurrido. Pero todo buen policía piensa lo mismo después de casos como aquel. Giro a la derecha en el último tramo de la carretera comarcal para acceder a la autopista A7 dirección Barcelona, pensó que ya todo quedaba atrás, pero solo quedaba atrás el paisaje. Cerró las ventanillas y subió el volumen de la música: Otoño, la tercera estación del compositor, le sacudía el alma, como si fuera un mero juguete en manos de fuerzas invisibles. Los ojos de aquel viejo policía se llenaron de lágrimas, encendió otro cigarrillo, aspiro fuertemente y aceleró.
Cuando llegó a la Comisaría de su distrito estacionó como siempre en el lugar asignado para él, tiro el cigarrillo al suelo antes de entrar, saludo a Gerardo, el policía de la entrada y se dirigió a personarse en el despacho del Comisario. Lo estaban esperando, sus superiores, y también amigos y colegas, Velázquez y Carmona. Todo se había llevado con la mayor discreción posible, nada de prensa, nada de carroñeros sensacionalistas para programas basura. Esta vez, los entresijos del alma humana, quedarían en la intimidad de la comisaría. Con el mayor respeto, que cabía en este penoso suceso, hacía un compañero tan querido y tan respetado durante tantos años. A veces la vida tiene paradojas inexplicables que se escapan a toda razón. Aquellos dos hombres que esperaban a Barrientos no podían dejar sentir un extraño dolor intenso a la altura del pecho. Aquel viejo lobo se había quemado. Durante unos minutos se miraron los tres en silencio casi religioso. Luego, el propio comisario, ante las manos extendidas del subinspector, lo esposó. Era el reglamento. Como un lobo manso, el viejo policía, bajo el rostro con la mirada posada en el suelo. Ahora sabía que no era un ascenso lo que venía buscando. ¿Cómo pudo confundirse de esa manera? Solo quería liberar el alma y pagar su cuenta pendiente, aunque sabía que jamás se perdonaría. Fueron décimas de segundo y halló la respuesta. Levanto la vista, los ojos llenos de lágrimas.
- Clara… solo quería protegerla. Ella nunca hubiera podido enfrentar esta vida, tan llena espanto…

domingo, 4 de abril de 2010

El Coloso


Acaso sólo yo siento la pesadez de una figura aplastante que parece que se cierne sobre el mundo y sobre nuestras cabezas. ¿Qué pude ser? ¿Será la globalización? Una vida donde todos llevamos el mismo uniforme aunque compremos la ropa en tiendas de última moda. No siento la diversidad, ni la libertad personal. Dentro de un mundo tan amplio de posibilidades siento como nos perdemos en ese mismo abanico, acabando por ser como todos los demás. Consumir ambiciosamente todo lo que se nos ofrece, como un mal padre daría mala comida a sus hijos, una comida que crea dependencia, que adormezca los sentidos. Vivir con un sentimiento de complacencia por pensar que podemos tener aquello que queremos, siempre que se trate de las cosas que se nos quieren dar. Lo que no se nos va a dar, ya ni siquiera se pide. Muchos no saben ni que existe. ¿Despertaremos algún día del largo letargo en el que morimos lentamente o nos aplastará el Coloso?