Lo primero que hacía al entrar en su despacho era comprobar que todo estaba en su sitio. No se fiaba de nadie. La caja fuerte y el cajón derecho de su secreter donde guardaba su colección de corbatas eran su obsesión.
El telefonillo interior sonó tres veces. Gerardo Montilla Doctor en psiquiatría contestó.
- Diga Amparo ¿Qué quiere?
- Doctor la señora de Padrón está aquí. Dice que tiene hora para las siete. Yo le digo que no, pero ella insiste.
- Enseguida la atiendo. Dile que pase a la salita y que se lea una revista del corazón.
El Doctor Montilla se puso las manos en las sienes con gesto apesadumbrado. Estaba harto de que la tal señora se presentase cuando le venía en gana. Llevaba más de ocho años atendiéndola con visitas, terapia y medicación. Le dejaba unos buenos dineros pero se había convertido en una losa.
Se levanto de su sillón, fue hasta la estantería del fondo, abrió un tarro con antidepresivos, se echo dos a la boca y se sirvió un whisky. Se lo bebió de un trago. Aquello le recomponía para aguantar a los pacientes y sobre todo a gente como la señora Padrón. Miró la botella, pensó un instante y se sirvió otro. Este para no perder los nervios, pensó.
La señora Padrón estaba acostumbrada a hacer lo que le venía en gana. De condición burguesa, nunca había trabajado, primero estuvo bajo la protección de su padre y luego de su marido. Ya viuda y con los hijos fuera del país, que por lo que dicen las malas lenguas habían huido de la madre como de la peste, se pasaba el día ociosa y observando su repertorio de enfermedades. No la aguantaba ni la chica de servicio. La verborrea matutina de la tal señora era para desquiciar a un sordo. Después de la comida se trasponía un poco, pero a la que se tomaba el café cargaba con más energía. Como hacía años que no quería escucharla ni el párroco, pagaba al Doctor Montilla.
El doctor Montilla se tambaleó ligeramente al dirigirse hacia su escritorio. Le costó apretar el botón del interfono porque el whisky le producía visión doble.
- Amparo haga el favor de decir a la señora Padrón que pase.
- Enseguida Doctor. – transcurridos unos minutos unos minutos la enfermera se volvió a comunicar con su jefe. – la señora dice que se espere un momento que le ha dado un ligero mareo acompañado de unas visiones desconocidas. Me dice que últimamente padece de terrores nocturnos.
- Pero si son las siete de la tarde. Cuando se recupere la hace pasar. –dijo camino de la estantería y apoyado contra la pared se sirvió el tercero.
Una vez hubo conseguido volver a su sillón se puso a pensar lo de todos los días. Que había equivocado su profesión. A él le hubiera gustado ser policía o como mínimo ladrón o agente de la CIA. Pero psiquiatra… se le había puesto el culo gordo de estar en aquel maldito sillón. Se retorcía las manos con nerviosismo, la mezcla del alcohol con los antidepresivos seguía su curso. Dos golpecitos en la puerta le indicaron que la paciente estaba al otro lado.
- Adelante Amparo. – dijo el psiquiatra con la voz un poco gangosa.
Amparo traía a la señora Padrón del brazo que se apoyaba cansinamente en la extremidad de la enfermera, dando largos suspiros.
- Doctor Montilla le he administrado el valium de diez mg vía intravenosa que usted le tiene prescrito antes de la terapia. –dijo Amparo acomodando a la señora Padrón en el diván, que miraba hacia la pared.
- Gracias Amparo. Puede retirarse.
La verborrea de la señora era impresionante, ni el valium le hacía efecto. Removía la cabeza en el diván queriendo mirar al doctor. Si algo no le gustaba de aquellas consultas era mirar hacia una pared.
- Estese quieta mujer que se va a hacer daño. Aunque no lo crea el hecho de que no nos veamos las caras es más efectivo. –dijo pensando que sobre todo era efectivo para él. –diga ¿como se encuentra?
- ¡ay! Doctor como me voy a encontrar. Como siempre. Ahora mismo le decía a Amparo, que por cierto, le tendría que llamar la atención sobre su aseo personal. Me ha parecido que olía un poco. Bueno lo que le decía, que me parece que tengo terrores nocturnos. Dios mío, pues no se me apareció mi difunto marido el otro día y empezó a exigirme los derechos conyugales. Que mal lo pasé doctor, no se puede imaginar, si no me ponía en vida ya me dirá usted con el rictus mortis dibujado en la cara. Además cada día estoy peor de la paranoia. Creo que me persigue la comunidad de vecinos y el presidente el otro día me dio a entender que quiere tener relaciones conmigo.
- Usted lo que tiene es un calentón. –dijo el doctor Montilla sin poder contenerse, que además se le trababa la lengua y cada vez estaba más nervioso.
- Un calentón lo tendrá usted. Yo soy una enferma. ¡Ay! Perdone doctor es que últimamente pierdo los nervios por cualquier cosa. Yo creo que la medicación no me hace nada. Hablando de otra cosa esa enfermera suya y no es cosa mía, tiene flatulencias. Si yo fuera usted me la quitaba de encima además no es por nada pero no es nada agraciada. –dijo la señora Padrón intentando girarse en el diván.
El Doctor Montilla manoseaba la seda suave de su corbata, empezó a desabrochársela y suavemente la deslizo por el cuello de su camisa, aunque su visión ya no le respondía como era debido aun podía apreciar su textura y su colorido. Abrió el cajón donde guardaba su colección. Guardo la que tenía en la mano y eligió otra. Primero la acaricio u luego la retorció entre sus manos para luego tensarla como había visto hacer en las películas. La conversación de la paciente pasó a ser el cántico de un rosario. Su vista iba de las corbatas al cuello de la burguesa hipocondriaca. Lentamente se le acercó por detrás.
- Señora Padrón le voy a cambiar la medicación. –sin dejarla hablar le pasó la corbata de diseño alrededor del cuello y apretó. Apretó. Esta se retorcía como una culebra en el diván. Cuando dejó de hacerlo y dio el último estertor el Doctor Montilla llamó por el interfono a su enfermera.
- Amparo haga el favor de venir. Le he cambiado la medicación a la paciente y me parece que está un poco indispuesta.
- Ahora mismo voy Doctor.
Cuando Amparo entró se dirigió al diván y puso sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la paciente.
- Otra que se nos ha marchado Doctor. ¿la pongo con los demás?
- Claro, Amparo, claro. Dijo el Doctor Montilla sirviéndose otro whisky.
El telefonillo interior sonó tres veces. Gerardo Montilla Doctor en psiquiatría contestó.
- Diga Amparo ¿Qué quiere?
- Doctor la señora de Padrón está aquí. Dice que tiene hora para las siete. Yo le digo que no, pero ella insiste.
- Enseguida la atiendo. Dile que pase a la salita y que se lea una revista del corazón.
El Doctor Montilla se puso las manos en las sienes con gesto apesadumbrado. Estaba harto de que la tal señora se presentase cuando le venía en gana. Llevaba más de ocho años atendiéndola con visitas, terapia y medicación. Le dejaba unos buenos dineros pero se había convertido en una losa.
Se levanto de su sillón, fue hasta la estantería del fondo, abrió un tarro con antidepresivos, se echo dos a la boca y se sirvió un whisky. Se lo bebió de un trago. Aquello le recomponía para aguantar a los pacientes y sobre todo a gente como la señora Padrón. Miró la botella, pensó un instante y se sirvió otro. Este para no perder los nervios, pensó.
La señora Padrón estaba acostumbrada a hacer lo que le venía en gana. De condición burguesa, nunca había trabajado, primero estuvo bajo la protección de su padre y luego de su marido. Ya viuda y con los hijos fuera del país, que por lo que dicen las malas lenguas habían huido de la madre como de la peste, se pasaba el día ociosa y observando su repertorio de enfermedades. No la aguantaba ni la chica de servicio. La verborrea matutina de la tal señora era para desquiciar a un sordo. Después de la comida se trasponía un poco, pero a la que se tomaba el café cargaba con más energía. Como hacía años que no quería escucharla ni el párroco, pagaba al Doctor Montilla.
El doctor Montilla se tambaleó ligeramente al dirigirse hacia su escritorio. Le costó apretar el botón del interfono porque el whisky le producía visión doble.
- Amparo haga el favor de decir a la señora Padrón que pase.
- Enseguida Doctor. – transcurridos unos minutos unos minutos la enfermera se volvió a comunicar con su jefe. – la señora dice que se espere un momento que le ha dado un ligero mareo acompañado de unas visiones desconocidas. Me dice que últimamente padece de terrores nocturnos.
- Pero si son las siete de la tarde. Cuando se recupere la hace pasar. –dijo camino de la estantería y apoyado contra la pared se sirvió el tercero.
Una vez hubo conseguido volver a su sillón se puso a pensar lo de todos los días. Que había equivocado su profesión. A él le hubiera gustado ser policía o como mínimo ladrón o agente de la CIA. Pero psiquiatra… se le había puesto el culo gordo de estar en aquel maldito sillón. Se retorcía las manos con nerviosismo, la mezcla del alcohol con los antidepresivos seguía su curso. Dos golpecitos en la puerta le indicaron que la paciente estaba al otro lado.
- Adelante Amparo. – dijo el psiquiatra con la voz un poco gangosa.
Amparo traía a la señora Padrón del brazo que se apoyaba cansinamente en la extremidad de la enfermera, dando largos suspiros.
- Doctor Montilla le he administrado el valium de diez mg vía intravenosa que usted le tiene prescrito antes de la terapia. –dijo Amparo acomodando a la señora Padrón en el diván, que miraba hacia la pared.
- Gracias Amparo. Puede retirarse.
La verborrea de la señora era impresionante, ni el valium le hacía efecto. Removía la cabeza en el diván queriendo mirar al doctor. Si algo no le gustaba de aquellas consultas era mirar hacia una pared.
- Estese quieta mujer que se va a hacer daño. Aunque no lo crea el hecho de que no nos veamos las caras es más efectivo. –dijo pensando que sobre todo era efectivo para él. –diga ¿como se encuentra?
- ¡ay! Doctor como me voy a encontrar. Como siempre. Ahora mismo le decía a Amparo, que por cierto, le tendría que llamar la atención sobre su aseo personal. Me ha parecido que olía un poco. Bueno lo que le decía, que me parece que tengo terrores nocturnos. Dios mío, pues no se me apareció mi difunto marido el otro día y empezó a exigirme los derechos conyugales. Que mal lo pasé doctor, no se puede imaginar, si no me ponía en vida ya me dirá usted con el rictus mortis dibujado en la cara. Además cada día estoy peor de la paranoia. Creo que me persigue la comunidad de vecinos y el presidente el otro día me dio a entender que quiere tener relaciones conmigo.
- Usted lo que tiene es un calentón. –dijo el doctor Montilla sin poder contenerse, que además se le trababa la lengua y cada vez estaba más nervioso.
- Un calentón lo tendrá usted. Yo soy una enferma. ¡Ay! Perdone doctor es que últimamente pierdo los nervios por cualquier cosa. Yo creo que la medicación no me hace nada. Hablando de otra cosa esa enfermera suya y no es cosa mía, tiene flatulencias. Si yo fuera usted me la quitaba de encima además no es por nada pero no es nada agraciada. –dijo la señora Padrón intentando girarse en el diván.
El Doctor Montilla manoseaba la seda suave de su corbata, empezó a desabrochársela y suavemente la deslizo por el cuello de su camisa, aunque su visión ya no le respondía como era debido aun podía apreciar su textura y su colorido. Abrió el cajón donde guardaba su colección. Guardo la que tenía en la mano y eligió otra. Primero la acaricio u luego la retorció entre sus manos para luego tensarla como había visto hacer en las películas. La conversación de la paciente pasó a ser el cántico de un rosario. Su vista iba de las corbatas al cuello de la burguesa hipocondriaca. Lentamente se le acercó por detrás.
- Señora Padrón le voy a cambiar la medicación. –sin dejarla hablar le pasó la corbata de diseño alrededor del cuello y apretó. Apretó. Esta se retorcía como una culebra en el diván. Cuando dejó de hacerlo y dio el último estertor el Doctor Montilla llamó por el interfono a su enfermera.
- Amparo haga el favor de venir. Le he cambiado la medicación a la paciente y me parece que está un poco indispuesta.
- Ahora mismo voy Doctor.
Cuando Amparo entró se dirigió al diván y puso sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la paciente.
- Otra que se nos ha marchado Doctor. ¿la pongo con los demás?
- Claro, Amparo, claro. Dijo el Doctor Montilla sirviéndose otro whisky.
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