Después de
tantos años ya no esperaba aquella visita. No había escuchado la puerta pequeña
que daba paso al jardín. Siempre estaba abierta. Darko Ivanovic no temía ni a
ladrones ni a vendedores inoportunos, pasaba tanto tiempo solo que cualquier encuentro
era pura casualidad y la poca gente que llegaba a la puerta de la casa había
ido espaciándose hasta perderse en los recuerdos enmarañados de su cabeza.
Hacia treinta
años desde la última vez que la vio, quizás eran treinta y cinco, le costaba
acordarse de los hechos importantes. Algo parecido al café soluble que dejaba
caer en la leche por las mañanas, se disolvía en ella hasta que solo quedaba un
color pardusco, así había ido quedando su vida.
Solía retorcerse la mano izquierda con fuerza para que los recuerdos
acudieran a su mente, a veces funcionaba. A trazos le venían ráfagas de su memoria, no era un recuerdo nítido sino una
sensación violenta de frío. Se retorció con más fuerza la muñeca hasta que le
atravesó el dolor, entonces llegaron los detalles. Al principio la había temido,
había luchado con esa atracción poderosa de las cosas inevitables, fue durante
la guerra cuando la vio por primera vez, algo en ella lo enamoró o tal vez
fueron las circunstancias tan sombrías las que los acercaron, quizás, no fue el
amor sino el espanto (como cantó Borges). Cuando la veía caminar hacia él, tan
majestuosa, imponente, altiva y llena de ternura a la vez. En esos momentos sólo
podía recurrir a las cuartillas de papel arrugado que rellenaba con apremiante
dolor de secretos. Así conseguía espantarla, haciéndole creer indiferencia
cuando era miedo. La amaba y la temía. La resistía y le escribía.
Casi al final
de la guerra una bala certera lo hundió en aquel amor, pasó muchos meses en el
hospital acorralado por su compañía, le gratificaba que estuviera allí pero,
pensaba abandonarla, esa es la verdad. Si tenía la oportunidad de sobrevivir se
marcharía. Sobrevivió y no la volvió a ver... hasta hoy. Allí estaba.
Envejecida pero con el mismo porte. “Esta vez no me resistiré, le dijo. Mis
recuerdos se borran como las huellas bajo la lluvia, apenas si sé quién soy. La
sátira de la vida me va dejando solo con mi dolor y nada más a ti te recuerdo
de forma clara, únicamente la imagen de tu figura y el sonido de tu voz quedan
intactos. No llevo maleta para este viaje que no tiene vuelta”.
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