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viernes, 20 de febrero de 2009

3 CARMELA BERMÚDEZ, inspectora de policía.


Charla con el comisario.

Carmela se levanta de su sillón para dirigirse al despacho de su superior, el comisario Martínez. A su paso se tropieza con una caja de cartón llena de dosieres, a la que le asesta una certera patada encajándola en un rincón de la oficina.
- Es que todo tiene que estar lleno de cachivaches. Mira que me jode tropezar a estas horas. A ver a quien me encuentro en el pasillo, que parece que cuando una está de mala luna todo se le junta para acabarla de rematar. –dice Carmela entre dientes.
Efectivamente por el pasillo, el cual es bastante angosto, se tropieza a la cabo Ignacia que viene con un cafetito humeante en cada mano.
- Buenos días inspectora Bermúdez, Dios la guarde. –dice con cara de susto la cabo.
- Dígame cabo Ignacia ¿se puede compaginar la beatitud con el cuerpo de policía? -dice con sorna la inspectora torciendo la boca en una mueca de malicia.
- ¡claro que sí, inspectora! Combatir el mal desde todos los ángulos es lo mejor que puedo hacer desde mi humilde posición en este mundo. –dice la cabo que por momentos le empiezan a temblar las manos con el consiguiente peligro para el café.
- Cuantas tonterías se llegan a decir cuando uno es joven. Aquí el único bien que va a hacer usted hoy, es darme esos cafés ahora mismo, que me dirijo al despacho del comisario y seguro que nos vienen bien. Eso o la pongo a barrer delincuentes en el barrio chino. Buenos días. –termino de decir Carmela arrancándole prácticamente los vasos de las manos.
- Si señora inspectora. Buenos días señora inspectora. –Ignacia corría que se las pelaba.

Cuando llegó a la puerta del despacho levantó el puño para dar la consigna de entrada. Se detuvo unos segundos con la mano en esa posición observando el rótulo donde figuraba el nombre del comisario y su consabido rango. A dicha placa el comisario en persona había hecho añadir una fotografía suya con cara de póquer y sombrero de media ala un poco ladeado. “será gilipollas” pensó Carmela observando con flema la fotografía. Acto seguido dio tres golpecitos a la puerta de su jefe.
- Adelante y todo derecho. –dijo en tono campechano el comisario. –¡hombre Carmela! A usted quería yo verla.
- Es de suponer jefe. Me acaba de llamar por el telefonillo. –cerrando la puerta tras de si con el usual portazo, sello inconfundible de su personalidad. –Usted dirá. No tengo toda la mañana, como sabe tenemos un caso muy importante entre manos.
- ¡por Dios! Que va a tirar el edificio abajo… no podría ser un poquito más delicada… Qué lástima que se vaya usted al otro mundo sin conocer los platos dulces de la vida… ¡mire! Petriuska… ya sabe… mi novia…
- Coño jefe si se va a poner sentimental con el rollo de la puta rumana que se está follando, avíseme porque además de los cafés mando traer el whisky y empezamos la juerga. No te jode. –dice Carmela dando una palmada encima de la mesa. –que tenemos un trabajo intelectual que resolver y usted con el rollito…
- Como es usted, siempre trabajando, a veces hay que hacer un paro para poder continuar por la senda del delito.
- Bueno, podemos dejarnos de putas y de sermones y podría decirme para que cojones me ha llamado. O tengo que perder los estribos…
- Hablando de estribos, Petriuska se ha comprado una montura para cabalgar sobre mí, ya sabe, como si yo fuese su jamelgo, que ni le cuento como me pone. Se me eriza el bello sólo pensarlo. Usted debería probar… ¡ay! disculpe Carmela vamos a lo que nos trae.
- Ya era hora, empezaba a ponerme de los nervios. –dijo Carmela sacando un tranquimazin retard del bolsillo y echándoselo a la boca con un trago de café.
- No sé por qué toma tantas porquerías. Se me va a echar a perder.
- Más porquerías se mete usted en la boca y nadie le pide cuentas. Suelte ya el rollo de lo que nos trae aquí.
- Esta mañana nos ha llegado el informe del perito forense sobre el asesinato de nuestro caso abierto. Ya sabe las fotos que tiene usted sobre su mesa para su estudio.
- Estudio minucioso, sí señor.
- Tenemos el nombre del finado. Ernesto Gutiérrez, empresario y potentado industrial del mundo de la lencería.
- Con razón aparece muerto con sujetador y bragas de encaje.
- Efectivamente. La lencería que llevaba puesta en el momento del asesinato, supuestamente claro, era de su marca, “Annita Oregón basic”, y digo supuestamente porque hasta que no tengamos los resultados de la autopsia no podemos afirmar que la víctima vistiese de esa guisa a la hora de la expiración.
- Evidentemente se la pudieron poner después del fallecimiento. Tampoco se puede descartar que el tío le gustase vestirse de faralá o que fuese más maricón que un palomo cojo.
- No entiendo lo del palomo, usted me disculpe Carmela.
- ¿Qué tía se va a tirar a un palomo cojo? Es evidente…
- ¡hombre! siempre hay un roto para un descosido. O ¿usted ya me entiende?
- ¡A ver! Tengamos la fiesta en paz, jefe. Aquí la menda se tira a los chorbos que le sale del potorro. Continúe con lo estrictamente profesional, hágame el favor, que no estamos como para tirar cohetes.
- El tipo, se llamaba como le digo Ernesto Gutiérrez y por lo que se ha podido averiguar de maricón no tiene un pelo, le gustaba mucho la jarana eso sí, pero las hembras son su debilidad y si tienen buenos melones mejor. A mi particularmente unos buenos melones me suben la moral que ni le cuento. Petriuska tiene un par de…
- Ostias jefe si no quiere que le monte un pollo ahora mismo y le retuerza hasta el ánimo le repito que su puta se la coma usted solito.
- Esta bien… esta bien… era para distender un poco la conversación que la veo muy estresada y un poco agriada… un negrazo le daría a usted alegría a ese cuerpo…
La inspectora Bermúdez con evidentes signos de irritación cogió el bolso de su propiedad, de corte bastante anticuado y un poco masculino y empezó a rebuscar en su interior con movimientos bruscos. Parecía que no encontraba lo que buscaba. De golpe sacó su automática de frío acero, a lo que el comisario Martínez dio un respingo en su asiento.
- ¡coño Carmela! Que no es para tanto, deje lo del negro en aguas de borraja…
- Que no lo voy a matar jefe, estese tranquilo. Busco mis cigarrillos y si no los encuentro pronto…
Tiró todas sus pertenencias encima de la mesa y entre ellas un arrugado paquete de cigarrillos, logro extraer uno y mordiendo con rabia el filtro, lo encendió. Aspiró largamente el humo que no volvió a salir al exterior, seguramente se perdería en las cavidades pulmonares.
- Bueno… al grano. Parece que tenía escarceos con más de una damisela. Entre ellas su propia secretaria.
- Algunas secretarias son bastante putas, sí lo sabré yo. Cuando yo trabajaba como alta ejecutiva comercial en Pepinez & junior, mi jefe que era tan suelto de cascos como usted con todos mis respetos comisario, se tiraba toda falda que pillase. Vaya… vaya… Ernesto Gutiérrez…