Sentía como si su alma se hubiera liberado de nuevo; podía volverá a ser fiel a sí mismo. Después del duro tiempo de cautiverio sus cadenas se habían roto. Ahora estaba en paz con la naturaleza y con Dios. Ahora podía cuidar de su manada otra vez, velar por las hembras y los cachorros recién paridos. Dirigir la caza junto a sus camaradas para dar de comer a todos y cada uno de sus hermanos. Estaba más hermoso que nunca.
Lobo adquirió una costumbre bastante regular de cantar durante las horas del crepúsculo y antes de iniciar las expediciones de caza. El hecho de la lanzar su voz al cielo le llenaba de alborozo, era una manera de agradecer al universo la fuerza de su mundo, la sabiduría de la naturaleza. Un adiós al sol que se ponía, una ansiosa aceptación al reto de la existencia. En aquellos momentos, recordaba a menudo su primera canción, aún cachorro y también la canción triste de su encierro cuando el amado sol se escondía a través de los barrotes de su jaula. Aquello quedaba atrás. Y ahora cantaba libremente y lo hacía a menudo a la vista de su esposa Loba, sus cuatro lobeznos y del anciano de la manada.
Gustaba de observar de reojo al resto de sus compañeros. Anciano evitaba cuidadosamente mirar a Lobo, el viejo macho procuraba dar la impresión de que atención estaba centrada en algo remoto. La nostalgia de su antigua soberanía y la creciente admiración por aquel macho joven y valiente. Capaz de comerse el mundo, cuando lo miraba a la caída del sol le recordaba a él mismo muchos años atrás. Indudablemente la fuerza del universo estaba en aquel canto como lo estuvo en el suyo propio.
Un aire extraordinariamente fría empezó a soplar sobre la llanura y en los valles montañosos. La respiración del ártico. Lobo no recordaba un frío tan intenso. Anciano sí, de esta manera perpetuaba su juventud. Loba se apretó contra el robusto cuerpo de su esposo, este se giro hacía ella y le lamió cariñosamente los labios. La nieve crujía bajo sus patas cuando se dirigió a la manada, le gustaba tanto escuchar sus propios pasos que anduvo arriba y abajo, paseando orgulloso delante de los demás. Luego se quedó muy quieto durante un largo tiempo imitando a la eternidad. Era hora de buscar el alimento para su familia y sus compañeros, el poder del destino estaba escrito en el cielo y solo tenía que seguir su rastro.
Lobo adquirió una costumbre bastante regular de cantar durante las horas del crepúsculo y antes de iniciar las expediciones de caza. El hecho de la lanzar su voz al cielo le llenaba de alborozo, era una manera de agradecer al universo la fuerza de su mundo, la sabiduría de la naturaleza. Un adiós al sol que se ponía, una ansiosa aceptación al reto de la existencia. En aquellos momentos, recordaba a menudo su primera canción, aún cachorro y también la canción triste de su encierro cuando el amado sol se escondía a través de los barrotes de su jaula. Aquello quedaba atrás. Y ahora cantaba libremente y lo hacía a menudo a la vista de su esposa Loba, sus cuatro lobeznos y del anciano de la manada.
Gustaba de observar de reojo al resto de sus compañeros. Anciano evitaba cuidadosamente mirar a Lobo, el viejo macho procuraba dar la impresión de que atención estaba centrada en algo remoto. La nostalgia de su antigua soberanía y la creciente admiración por aquel macho joven y valiente. Capaz de comerse el mundo, cuando lo miraba a la caída del sol le recordaba a él mismo muchos años atrás. Indudablemente la fuerza del universo estaba en aquel canto como lo estuvo en el suyo propio.
Un aire extraordinariamente fría empezó a soplar sobre la llanura y en los valles montañosos. La respiración del ártico. Lobo no recordaba un frío tan intenso. Anciano sí, de esta manera perpetuaba su juventud. Loba se apretó contra el robusto cuerpo de su esposo, este se giro hacía ella y le lamió cariñosamente los labios. La nieve crujía bajo sus patas cuando se dirigió a la manada, le gustaba tanto escuchar sus propios pasos que anduvo arriba y abajo, paseando orgulloso delante de los demás. Luego se quedó muy quieto durante un largo tiempo imitando a la eternidad. Era hora de buscar el alimento para su familia y sus compañeros, el poder del destino estaba escrito en el cielo y solo tenía que seguir su rastro.