miércoles, 22 de abril de 2015

CAPÍTULO 1/ El regreso 1964

          Jorge Arana venía a matar a un hombre. No podía ser de otra manera. No existía otra posibilidad si quería conservar su propia vida.

         El talgo, de color rojo y aluminio, procedente de Madrid, entró por el andén número tres de la Estación de Francia, acababa así el recorrido de aquel hombre de facciones severas, una forma extraña de ocultar cierta sensibilidad. Se podía escuchar un gran bullicio en los andenes que esperaban a familiares y amigos. El tren fue, poco a poco, bajando el ritmo de sus ruedas de acero hasta quedar totalmente parado.  Dentro los pasajeros se movían con maletas y paquetes hacía las puertas de salida. Todos tenían prisa por bajar, en los vagones el tiempo parecía detenido, la distancia era larga y el trayecto se convertía en algo demasiado urgente, sobre todo en la última hora en la que ya todo el mundo estaba harto del viaje. Aunque el Talgo era la gran innovación en el transporte rodado, antes de esto, el promedio de un viaje entre Madrid y Barcelona era de 12 horas, como mínimo. La gente se apeaba con prisas.  Jorge Arana, era el único que permanecía en su asiento mirando a través de la ventanilla. Llevaba el cansancio escrito en el rostro aunque él no podía percibirlo, soportaba excesiva tensión y llegar por fin al destino lo dejaba en un estado de melancolía sorda que aún no apaciguando su niveles de conciencia alterados por lo menos le hacía sentir algo de equilibrio. Los acontecimientos se habían precipitado en las últimas semanas. Hoy mismo, había cogido el tren de primera hora de la mañana, cuando apenas había amanecido. Aquel viaje, sin saber bien el motivo, le recordaba otro de características muy diferentes. Le costaba recordar, su memoria era bastante frágil pero de aquel tramo de vida, recordaba la fecha exacta, había sido en el transcurso del año 1940, los primeros días del mes de enero, mientras todavía la ciudad estaba engalanada de navidad, aunque fuera una navidad triste y opaca. Entonces lo hizo en un furgón que apestaba  a un olor  agrio, la fetidez orgánica se mezclaba con la de vómito y el hedor que desprenden los cuerpos ante el miedo. El miedo tiene un olor muy característico, sólo lo conocen aquellos que bajo un sentimiento de  pánico permanecen apretados en medio de otros seres humanos que sufren la misma emoción. La situación de todas aquellas personas en hicieron aquel viaje encerrados como animales le hacía sentir escalofríos  se frotó la garganta para arrancar un nudo que lo ahogaba. No habían pasado muchas cosas desde entonces porque aquel tiempo parecía haberse instalado para siempre dentro de él. Era un abismo por el que había ido cayendo. Le fallaban los recuerdos, es verdad, pero la rabia no había dejado de crecer ni un solo día desde entonces.

           Asesinar a sangre fría requiere un método, no es lo mismo dejarse llevar por el instinto de supervivencia, o por una subida de adrenalina provocada por el odio, o un mal momento de locura transitoria en el que un hecho puntual o el cúmulo de muchos pueden llevar al ser humano a matar a alguien. No es lo mismo matar al enemigo en el ardor de la pelea, que tener que planear su muerte. Se  considera asesinato  cuando una persona causa la muerte de otra y lo lleva a cabo con alevosía, ensañamiento o por recompensa, mientras que “matar” no tiene por qué tener estas particularidades. Asesinar  a alguien puede parecer complejo pero en realidad no lo es. Matar puede convertirse en una obsesión. El resentimiento puede crecer, puedes alimentarlo y después saciar el ansia, es algo parecido al hambre, un hambre verdadera y voraz. Luego todo cosiste en tener un buen plan, “un buen plan” se repitió a sí mismo y se vio  como una rata en una ratonera.   Metió la mano en el bolsillo y sacó un paquete arrugado de cigarrillos sin filtro, mordisqueo la punta de uno y lo encendió. Aspiro largamente hasta que notó un ligero mareo, eso le indicaba que la sangre estaba llena de nicotina. Sintió un placer inmenso ¿sería algo parecido asesinar a alguien?


sábado, 14 de febrero de 2015

La sombra de la doctora 9 Asunto liquidado


El mayordomo Artur sirvió café a toda la familia. Nadie le hacía mucho caso, pues estaban bastante entretenidos en contar los billetes de 500 € que la mamá Ferrusola iba distribuyendo entre los hijos. Sólo el viejo Jordi lo miraba de vez en cuando con ojos húmedos. Al pasar a su lado para servirle el café, Pujol padre le dijo al Artur,

─ Això és la ruïna, Artur. Estem perduts!! ─comenzó a sollozar por lo bajini ─Aquesta gentussa de poble es menja la mà del seu amo

La Ferrusola corrió a intervenir.

─ Deixar-vos de tonteries. ─ y dirigiéndose al mayordomo ─tu fes la teva feina i no emboliquis més la troca!

Carmela y Aurelia seguían apostadas en el quicio de la puerta, con las armas preparadas para irrumpir en la reunión. Solo esperaban el momento oportuno. Las mujeres se miraron con complicidad… bueno Aurelia tenía los ojos un poco extraviados por el susto. La inspectora le señalo el tirachinas haciéndole ver que estuviera preparada para la acción. Entre susurros prepararon el asalto contra la evasión de capitales. Antes, Carmela hizo una llamada por el móvil.

─ Aurelia estate preparada, apunta bien el tirachinas y no te vayas a mear, que te conozco…

─ Carmela… yo creo que nos deberíamos ir por donde hemos venido. Esta gente no tiene escrúpulos y necesitan tratamiento… sobre todo la señora esa, Ferrusola es que se llama ¿no? Habría que hacerle una imposición de manos…

─ Sí, la imposición de manos se la hacía yo al bolsillo. Déjate de tonterías… A triunfar Aurelia!!!

Y dándole un empujón a la doctora en sicología irrumpieron en la sala. Toda la familia al completo se giro al unísono con caras de horror. Aurelia empezó a disparar el tirachinas a diestro y siniestro, gritando como Jerónimo, en pleno ataque al ejercito yanqui! Carmela, apuntaba con la pistola mientras enseñaba la placa y daba el alto al suelo.

─ La mare que les va parir!!! Són espanyoles!!! Artur, treu la senyera!!

La Señora Ferrusola con cara descompuesta gritaba a la familia en pleno.

─ Nens! agafin els diners i cap a Andorra!!! Ràpid tots els cotxes!!! D'aquestes m'encarrego jo!!! ─y cogió el atizador de la chimenea en plan amenazante.

Mientras, en la calle empezaron a escucharse las sirenas de los mossos, que en cuestión de segundos sitiaron el jardín. Los mossos que no son tontos, dejaron a los mastines con una pierna de cordero de la mejor calidad, comprada en el mercado de la Boquería. Entraron tres escuadrones de mossos con fusiles de asalto y gritando <<¡Soprano, quedas detenido!>> A lo que Carmela, muy indignada les advirtió que no era La Cosa Nostra, si no Casa nostra.


─ Por lo menos hoy, los Pujol-Ferrusola duermen a la sombra ─le decía Carmela a la sicóloga dándole golpecitos en la espalda como si fuera un caniche ─y suénate los mocos, mujer…



Continuará

miércoles, 4 de febrero de 2015

Coruña, 23 de enero de 1986

Como todas las noches, a las 10’30 horas, Alejandro Quiroga salió a correr. Hacia un frío glacial y una humedad del 90 por ciento. Al salir del portal de su casa, en la avenida Arteixo, sintió el golpe del cambio de temperatura. Se apretó la bufanda al cuello y se subió la cremallera de la sudadera hasta el final.  Corrió hasta alcanzar la Avenida Linares, luego la Marina, para llegar a las Ánimas y rodear todo el paseo Marítimo, subir hasta la Rosa de los Vientos y continuar por el Marítimo. Tardaba exactamente 1h y 16 minutos. Desde hacía cinco años no había dejado ni un solo día de hacer este recorrido, sólo en alguna rara excepción, en la que se veía obligado a salir de Coruña por cuestión de trabajo.
Hacía cinco años, Blanca decidió abandonarlo. Era una tarde de invierno lluviosa, como casi todas las tardes en Coruña, pero a él le pareció que aquella tarde el cielo y el mar cayeron sobre su alma. Las vio marchar con dos maletas y varias cajas pero, sobre todo recuerda como giraban las ruedas del cochecito de Clara, su hija. Nunca ha entendido porqué se borró casi todo de aquel hecho y las ruedas siguen girando en su cabeza. De aquella tarde oscura, las ruedas, fueron lo último que vio.
Desde entonces, siempre hace el mismo recorrido. Pasó diez meses en el centro de recuperación mental, aparte de la medicación para una tristeza que se había hecho crónica, le advirtieron que el ejercicio era imprescindible si quería recomponer su espíritu. Tenía que cansar el cuerpo y acallar la mente. La tristeza seguía atenazándole el ánimo pero, mientras corría una especie de libertad lo arrancaba de aquel hueco estrecho.

Aquella noche, como todas, subió por el camino empedrado hasta la Torre de Hércules y siguió corriendo hacia la Rosa de los Vientos. El sudor le resbalaba por el rostro y el viento helado cortaba su voz. Porque no se dio apenas cuenta, pero Alejandro Quiroga gritaba. Gritaba y corría. Y lloraba. Las ruedas del cochecito empezaron a girar cada vez más rápido, más rápido. Corría y gritaba y lloraba. La sombra de Alejandro Quiroga se perdió en el mar.

miércoles, 28 de enero de 2015

La sombra de la doctora 8 El Mayordomo







Las cuatro fauces caninas amenazaban con una cena suculenta a costa de las investigadoras. Mientras Aurelia, cargaba el tirachinas y lanzaba una piedra sobre el hocico del mastín, cosa que enfureció mucho más al can, la Inspectora recordó que llevaba en el bolso un paquete de Oreos. Rápidamente lo saco empezó a lanzar las galletas por encima de los perros, los cuales, contra todo pronóstico, salieron disparados en busca del manjar. Aprovechando la estampida, Carmela agarro por el cuello de la camisa a su compañera, que disparaba el tirachinas sin control y con los ojos desorbitados, hasta la repisa de piedra de una ventana. De un empujón acomodó a la doctora en sicología y después ella. Los mastines habían dado cuenta de los Oreos y volvían a enseñarles los colmillos desde abajo.

─No vamos a salir vivas de aquí ─sollozaba la doctora limpiándose los mocos con la manga del anorak.

Carmela no pensaba contestar, se tapo la cara con el pasamontaña y le colocó una bolsa del Capravo con tres agujeros a Aurelia que, dejó de lloriquear inmediatamente. Con el codo dio un golpe al cristal y después de hacer un hueco entraron.
La casa estaba a oscuras, lo que había sido un gran fuego se extinguía en el hogar. Por los muebles parecía el salón principal. Carmela le indico a su colega que se sentara un momento… había que pensar…

─Si el dinero está en un enano del jardín va a ser imposible cogerlo con esas bestias. Nos merendarían en dos segundos.
─Lo mejor será ser asertivas con el señor Pujol y hacerle entender que no está bien robar al pueblo y que por lo tanto para la salud mental de todos lo mejor es que lo devuelva ─dijo la doctora en sicología sorbiéndose los mocos debajo de la bolsa.
─La mafia no es asertiva Aurelia, ¡hija!

Una pequeña luz se encendió al final de un pasillo y se filtraba a través de una puerta maciza que estaba entreabierta. Sigilosamente se fueron acercando. Carmela le quitó la bolsa de la cabeza porque hacia un ruido espantoso al respirar, ahora los pelos de la doctora estaban pegados al rostro por el sudor… la Inspectora prefería no volver a opinar sobre el aspecto de su compañera. Se dieron un golpe en la cabeza al asomarse a la vez, Carmela se impuso y aplastó el rostro en la pequeña abertura.

La familia Pujol estaba sentada alrededor de una gran mesa de roble, la señora Ferrusola hacia montoncitos de billetes de 500 euros para cada hijo mientras sermoneaba a su marido que tenía la cabeza gacha y los cuatro pelos de la cabeza encrespados…
─Están jugando al Monopoli ─dijo la sicóloga.
─Tú eres tonta Aurelia, esta es la paga de navidad de los funcionarios… por la fecha en que estamos…. ¡prepara el tirachinas! ─y Carmela desenfundo su arma reglamentaria…

Se disponían a irrumpir en la estancia cuando algo les dejo el cuerpo helado. Una puerta lateral se abrió y entro el mayordomo con una bandeja con café humeante… Artur Mas estaba impecable con el uniforme….





Continuará

martes, 13 de enero de 2015

La visita

Después de tantos años ya no esperaba aquella visita. No había escuchado la puerta pequeña que daba paso al jardín. Siempre estaba abierta. Darko Ivanovic no temía ni a ladrones ni a vendedores inoportunos, pasaba tanto tiempo solo que cualquier encuentro era pura casualidad y la poca gente que llegaba a la puerta de la casa había ido espaciándose hasta perderse en los recuerdos enmarañados de su cabeza.
Hacia treinta años desde la última vez que la vio, quizás eran treinta y cinco, le costaba acordarse de los hechos importantes. Algo parecido al café soluble que dejaba caer en la leche por las mañanas, se disolvía en ella hasta que solo quedaba un color pardusco, así había ido quedando su vida.  Solía retorcerse la mano izquierda con fuerza para que los recuerdos acudieran a su mente, a veces funcionaba. A trazos le venían ráfagas de su  memoria, no era un recuerdo nítido sino una sensación violenta de frío. Se retorció con más fuerza la muñeca hasta que le atravesó el dolor, entonces llegaron los detalles. Al principio la había temido, había luchado con esa atracción poderosa de las cosas inevitables, fue durante la guerra cuando la vio por primera vez, algo en ella lo enamoró o tal vez fueron las circunstancias tan sombrías las que los acercaron, quizás, no fue el amor sino el espanto (como cantó Borges). Cuando la veía caminar hacia él, tan majestuosa, imponente, altiva y llena de ternura a la vez. En esos momentos sólo podía recurrir a las cuartillas de papel arrugado que rellenaba con apremiante dolor de secretos. Así conseguía espantarla, haciéndole creer indiferencia cuando era miedo. La amaba y la temía. La resistía y le escribía.

Casi al final de la guerra una bala certera lo hundió en aquel amor, pasó muchos meses en el hospital acorralado por su compañía, le gratificaba que estuviera allí pero, pensaba abandonarla, esa es la verdad. Si tenía la oportunidad de sobrevivir se marcharía. Sobrevivió y no la volvió a ver... hasta hoy. Allí estaba. Envejecida pero con el mismo porte. “Esta vez no me resistiré, le dijo. Mis recuerdos se borran como las huellas bajo la lluvia, apenas si sé quién soy. La sátira de la vida me va dejando solo con mi dolor y nada más a ti te recuerdo de forma clara, únicamente la imagen de tu figura y el sonido de tu voz quedan intactos. No llevo maleta para este viaje que no tiene vuelta”.

viernes, 9 de enero de 2015

La sombra de la doctora 7/ Altercado en la Cerdanya

Después de pasar más de setenta y dos horas documentándose en la comisaría central de Barcelona, Carmela y Aurelia (la doctora en psicología) estaban extenuadas. La inspectora Carmela no usa maquillaje, en esta ocasión eso le favorece sin duda alguna, en cambio, el aspecto despintado de Aurelia causaba pavor, tanto que casi mata del susto a un policía novato recién llegado de la academia.
─No sabes mantener la compostura durante el trabajo Aurelia, pareces el Cristo de los Faroles ─la regañó la inspectora.
─Yo necesito mi tiempo para acicalarme y he perdido la noción del tiempo desde que estamos aquí metidas, como ratas ─lloriqueó Aurelia
─Bueno, cállate que esto ya está listo. Guarda los dossiers en el maletín y atúsate el pelo que nos vamos…
─¿A dónde?
─A un pueblecito de la Cataluña profunda que te va a encantar, todo muy verde no cómo ese pedregal sevillano donde desmantelamos a los traficantes de ERES…
En cinco minutos escasos están saliendo de Barcelona por la A2, al pasar por los túneles del Cadí, Aurelia se da cuenta que van en la vía de Andorra, lo que aprovecha para preguntarle a la inspectora si podía comprarse unos auriculares inalámbricos. Por contestación un guantazo en el moño y berrido policial.
Ya en la comarca de la Cerdanya, Carmela toma una carretera secundaria donde acabará por pasar la frontera iniciando un recorrido sinuoso por una pista forestal hasta llegar a un pueblecito perdido llamado Latour-de-Carol, donde Jordi Junior tiene una mansión parecida a la que aparece en la película “Cumbres borrascosas”. Aparcan el coche entre unos abetos negros para camuflarlo adecuadamente. Carmela comprueba su pistola reglamentaria (que no cree vaya a necesitar) y le da un tirachinas a Aurelia…
─Yo esto no lo sé utilizar ─dice con cara de tener entre las manos un bazooka.
─No te preocupes sólo es por si acaso tienes que asustar a algún miembro del clan familiar ─la mira con sentimientos encontrados entre la ternura y el fastidio. Bajan del vehículo y empiezan el ascenso hacia la mansión de los Pujol… El portón de hierro forjado está cerrado y hay una pequeña cámara adosada a una de las columnas de piedra. Carmela coge el tirachinas y rompe la lente, mirando a la sicóloga con aire de superioridad. Después le saca una horquilla del moño a su colega y empieza a forcejear con la cerradura hasta que finalmente cede… Abre, no chirría, está engrasada (menos mal). Siguen adelante…Carmela primero y Aurelia detrás agarrada al anorak de la inspectora. Todo parece ir a las mil maravillas, parece que en pocos minutos tendrán a los Pujol con las manos en la masa, contando el dinero negro, que se ha constatado, guardan debajo de una enano de jardín (por cierto, bastante parecido a Jordi padre) En un momento, la suerte cambia de rumbo y las dos valerosas mujeres se ven rodeadas por cuatro mastines del pirineo dirigidos por el benjamín del clan Pujol… Un hilillo fino va mojando los pantalones de la sicóloga…
─ya sabía yo que te ibas a mear, déjate de tonterías y apunta con el tirachinas a la yugular…
─¿de quién?
─Del mastín, inútil.
─¿de cuál?

Continuará….






miércoles, 7 de enero de 2015

Libertad, no gracias

Alejandro Tobar, tiene porte o lo que solemos llamar elegancia personal. Alto, erguido de espaldas y cuando camina, la gravedad no parece afectarle cómo a los demás. Trabaja para una multinacional holandesa cómo alto ejecutivo. Moreno de cabellos ondulados y piel muy blanca, posee un  rostro heleno perfecto. Pero tanta perfección tiene que tener su lado oscuro… su inteligencia. Tiene una inteligencia sublime, abstracta e imaginativa que no le permite en ningún momento dejar de pensar. Se suele hacer preguntas sobre su propia existencia. ¿Cómo es posible qué teniendo tantas posibilidades de vivir una vida sin ataduras y llena de acontecimientos y aventuras? Pudiendo amar a muchas mujeres sin disolverse en ninguna, recorrer el mundo sin prisa y gozar del patrimonio que la naturaleza le ha conferido. Ha renunciado a todo, ha creado una familia, tiene las amarras de dos hijos, una mujer que dejó de desear hace mucho tiempo, pasa sus días sometido a su jefe en un trabajo estúpido hecho para estúpidos…todo esto hasta el fin de su vida.
¡Ahí está la oscuridad de Alejandro Tobar! No es libertad lo que realmente desea, sino sometimiento, pese a su discurso interno él sabe perfectamente que su mayor terror es “la libertad”, su sueño de independencia no es más que eso, un sueño, lo que él necesita más que el oxigeno es una dependencia total porque lo contrario le resulta insoportable, como caminar al borde de un abismo. Si la inteligencia no fuera su lado oscuro, si la estupidez fuera su estandarte, estaría a salvo de ese miedo a su propia libertad, porque son los tontos justamente los que disfrutan de la vida. Careciendo de discernimiento no se hacen preguntas, no les importa su libertad, pueden devorar poder, estatus, sexo, dinero o cualquier otra cosa, masticar y escupir lo desechable.
Alejandro Tobar hace una última reflexión: “la suerte del tonto el guapo la desea”.