Camino
despacio. Me dejo llevar por mis pasos, también me he vestido sin prisas, una
falda por encima de la rodilla pero sin ser provocativa. Una camisa entallada
de color blanco que permite una pequeña insinuación de los senos, los puños
vueltos. Zapatos no demasiado altos. Un pañuelo de color tabaco que me acaricia
el cuello. En términos generales siempre prefiero la elegancia a la vulgaridad,
mi belleza me da esa seguridad que no necesita demasiados adornos. El bolso
hace juego con el pañuelo. Todavía no son las doce del mediodía. Estoy sobria,
nunca bebo antes del anochecer. Me gusta hacer bien mi trabajo y para eso no se
puede beber.
Mi
trabajo es algo particular. No necesito dinero, tengo demasiado, quizás por eso
dedico mi tiempo a ciertos objetivos. Todo ha ido llevándome a un callejón,
pero no diré que no tiene salida, simplemente me gusta estar en ahí. La costumbre
me produce aburrimiento. Mi matrimonio me aburre y las prácticas conyugales me
espantan. Tengo ciertos hábitos con los que distraigo la estupidez que rodea a
la generalidad de los mortales y de las gentes que vienen y van. Ahora mismo me
cruzo con muchos de ellos y ¿qué hacen? Vegetan.
Pudiera ser que todo se deba a un suceso
penoso durante cierta parte de mi vida, pero yo creo que las experiencias no te
vuelven perverso si no lo eras antes de los sucesos. Me gusta matar a gente. Nunca
haría daño a un animal, cómo tampoco me gusta la luz eléctrica sino es estrictamente necesaria.
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