Allí
está. Un hombre joven está sentado unos bancos más allá de la madre que da de
mamar. Fuma un cigarro con cara de pocos amigos, es una pose estudiada. Se le
nota que no tiene obligaciones corrientes, debe dedicarse a controlar algunas
prostitutas, algo que no desgasta mucho, se le ve relajado y no tiene prisa por
acabar el cigarro. Camino despacio, mientras exagero ligeramente, pero con
elegancia el movimiento de caderas. El hombre me mira y yo lo miro.
Dos
horas más tarde soy yo la que fumo tranquilamente, sentada en el sillón de una
habitación en el Hotel Sandor. El sudor cubre mi cuerpo debido al esfuerzo y al
sexo. El hombre yace en la cama, también lo inunda el sudor, está tan hermoso
como antes e incluso más porque ahora es una obra de arte. La palidez de su
piel contrasta y embellece con la sangre que baña su cuerpo. Ahora si puedo
servirme un güisqui con hielo.
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