Recostada
sobre la cabeza sobre su brazo,
Sofía sueña. Su imaginación vuela lejos de su realidad, se
siente embriagada, la sangre recorre sus
venas cómo una manada de caballos libres, dueños de sí mismos. Sofía galopa
sobre uno de ellos, el más hermoso, el más salvaje, el dueño del mundo. Blanco como la nieve, ella, su montura y
su reina. Imagina la vida con colores más luminosos, rotundos. Siente los
pinceles entre sus dedos sin apenas consistencia, como una prolongación de sí
misma. El lienzo blanco se va
cubriendo de fuerza, trazos espesos, borbotones de pintura. La mente de Sofía se
inunda. Sobre la arena blanca, las
olas llegan hasta sus pies con una espuma
densa que lentamente asciende por todo su cuerpo. La baña, la empapa, para
luego retirarse dejándola dibujada sobre la tierra ¡Sofía vive! ¡Sofía ama! Los
latidos de su corazón golpean tan fuerte como los cascos de su caballo. No le
importaría morir en ese preciso momento (…)
El descenso
de Sofía a los infiernos se ha vuelto su realidad. Tirada sobre la acera ni
siquiera recuerda cómo llegó hasta allí. Estira una esquelética mano para
asirse al pomo herrumbroso de una puerta desvencijada. Unas sombras negras la
rodean, diciéndole en voz tenue, que la abra, que justo detrás hay una
pendiente sin retorno. Por allí se podría deslizar… hasta el abismo. Un asco
recorre su garganta, el sabor amargo de la bilis le impregna la boca, el sabor
del aborrecimiento hacia sí misma. Sofía recuerda la belleza de otros días, cuando
pensó que aquello era la vida. Si al
menos pudiera llorar… pero sus ojos los ha secado el odio, la rabia. Un silencio
roto le ha robado los años. Ya no recuerda la última vez que sonrió, si no era
para suplicar una papelina de polvo blanco,
a cambio de un cuerpo usado. Ya casi no puede vender ni eso. Sofía rebusca
en el sucio bolsillo de su pantalón y con dedos temblorosos toca el último
pasaje hacia ninguna parte. Como una fotografía en blanco y negro, Sofía yace
una madrugada en aquel sucio portal de una ciudad impasible.
La jeringa fría y húmeda cuelga de su brazo
como un animal muerto.
Cuando se cae por una pendiente es muy difícil volver a subir. Que pena perder la vida de esa forma, sin el coraje de vivirla o la inconsciencia de destruirla.
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