lunes, 20 de junio de 2016

Vampiros a la carta 2

Hay vampiros de muchas clases, de eso, estamos avisados. Crecen y se multiplican y eso, también es verdad. De hecho, cada vez hay más. Esto es debido, diréis, porque hay más de todo, en general ¡Pues no! Los vampiros proliferan porque, cada día, lo que sí hay más, es ignorancia creativa y emocional y menos pensamiento crítico y auto crítico. Ahora no se quiere hacer crítica… nos hemos vuelto ecológicamente estúpidos. En esta nueva era, todos quieren ser tolerantemente imbéciles. Vestidos de profetas tecnológicos, desiguales clonados o sobre la bicicleta mugrienta. La tolerancia por el prójimo nos esponja el cerebro y nos arranca lo único que poseemos verdaderamente: nuestra individualidad. En esa falta de individualidad, ahí, es donde se fabrican los nidos vampíricos.

          Un ejemplo. Vampiro, criado en los márgenes, entre el pueblo llano y la envidia universal. A  medida que crecía, la inocencia se fue fosilizando y la envidia tomo dimensiones desconocidas. Un buen “pelotazo” lanzo a este vampiro, sin muchas luces, a la cresta del consumismo recalcitrante pero, en vez de quedarse varado en la playa caliente y contaminada del ambiente del buen consumidor, le dio por hacer el bien al prójimo. Se  afilió a una buena causa donde, con su dinero, tuviese un cargo medianamente importante. A partir de ahí de disfrazó de santurrón, de beato liberal y esquizofrénico, donde lo mismo le da, ser un día el saca sangre tacaño y rastrero,  dado al victimismo de enfermedades fantasmagóricas que, pretender ser el oráculo de los idiotas.  Se sube a la montaña para sermonear a las pobres ovejas, que aparte de aburrirlas, les saca hasta la última gota de leche. Este vampiro es ecológicamente bien visto y cuesta de cazar, pues se esconde entre las multitudes consumistas y bonachonas que, incluso lo defienden. Las fuerzas del orden antivampírico están detrás del asunto. Veremos resultados…

sábado, 11 de junio de 2016

Vampiros a la carta I



        Después de un largo viaje, he regresado a casa. A casa de Eva, por supuesto. He recorrido calles, ciudades, países. Era un trabajo especial, un caso de criminalidad psicológica. Durante un periodo de tiempo he tenido que observar muchos rostros, distintas expresiones. Miradas que desentrañan muchos misterios. Misterios transparentes, esos que son de librito. Misterios emborronados, esos que tienes que pensar un rato y luego te cae la ficha. Misterios opacos, esos son los más difíciles. Has de hurgar bien en la tenebrosa personalidad de estos depredadores humanos, capaces de absorber una gran cantidad de energía de sus semejantes. No se puede uno dejar engañar, lo primero, es saber que tú también, como investigadora, eres vulnerable a esa vampirización, sangría energética  y espiritual.
       Pongamos, por ejemplo,  el caso, del Gran Alacrán. Este espécimen hembra  lo encontré en una urbanización de lujo, nadie diría que era un vampiro, más bien parecía caperucita roja huyendo, atormentada del lobo feroz.  Pero mi nariz intuitiva no me suele engañar, había algo en su mirada, un poco más allá de los ojos, donde se esconde el alter ego. ¡Allí estaba! Una vampira ganchuda y perseverante como una hormiguita recolectora, siempre al acecho, siempre envenenando… siempre chupando sangre. ¡Uff! fue un trabajo duro, pero finalmente fue llevada delante de las fuerzas del bien, restauradoras de personalidades vampíricas.
       Otro caso que me ha tenido muy ocupada, es el caso del vampiro en serie. ¡Devastador¡ este vampiro no deja títere con cabeza, es cansino. He recorrido cientos de lugares para poder atraparlo. Este vampiro es como el buey que arrastra el yugo de su propia necesidad devoradora. Su chupadera es dañina para él mismo pero, imposible de gobernar. No se sacia nunca, hay que arrancarlo de sus víctimas a lo bruto y se revuelve contra todo. Peligroso, este vampiro. La clave para atraparlo ha sido, no su alter ego, como en el caso del Gran Alacrán. Este vampiro fue atrapado por su propia estupidez y eso se paga. Chupar indiscriminadamente no es inteligente, hay que seleccionar…ahí cayó.

         Otros muchos vampiros me han ocupado este tiempo de trabajo en el extranjero virtual… Ya os seguiré contando… que no quiero agotar a los nuevos en el campo de la investigación profesional. Continuara...

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Ellos y Nosotros

            Recuerdo que la larga cola daba la vuelta a la esquina, nos calaba un olor conocido, íntimo, a humanidad. Al principio me resultaba ajeno e incluso sórdido e inmoral. Con el paso de los días me fui acostumbrando y empecé a sentirme absorbido por aquel olor, me dejo de molestar. No solo eran los cuerpos los que gritaban su jadeo, también eran los pensamientos, el miedo y sobre todo el hambre. No había apenas palabras entre aquellas gentes, eran miradas furtivas las que ganaban al tiempo. Los silencios eran espesos y pegajosos para los hombres, las mujeres tenían los ojos hundidos por la humedad y la tristeza. Solo el insoportable llanto de los niños rompía la virginal mudez. El auxilio social llegaba en forma de chusco, allí no había diferencias porque todos habíamos quedado en la exclusión. Un destierro social que no hicimos nosotros. Una guerra que se fue gestando por intereses y odios pero que no tenía el olor a humanidad de aquella cola infinita. La guerra tenía el olor de los despachos, de la corrupción, del poder, de los trajes bien cortados y de las rancias estancias. Como en una fotografía, los colores fueron desapareciendo hasta quedar solo el blanco y negro.


             Tengo aquella foto en mis manos, la hizo un reportero extremeño que solía repartir su pan entre los más pequeños. Se llamaba Claudio y murió de un tiro en la nuca, pero eso ya no tiene importancia. Los años me han enseñado que todo vuelve y que no existen los bandos, que todos somos lo mismo, ellos y nosotros. Que todo  se repite… incluso la esperanza de una vida mejor.

domingo, 18 de octubre de 2015

Nada

Ya no queda nada. Se mira las manos endurecidas por el trabajo del campo y piensa que siempre las recuerda así de toscas, quizás algún día fueron ingenuas. Antes que él, su padre cuido las tierras y las ovejas. No ha sido una vida fácil pero los largos días de pastoreo en las altas laderas, no dejan de herirle las voluntades. Era una felicidad legítima, de aquellas que son incuestionables. Él no entiende de números pero le parecen verdades absolutas las tardes junto a Teresa, mirando arder la leña. Ella remendaba los descosidos de las vestiduras pero sobre todo los del alma, que están más quebrantados, como sus huesos.
Ya no queda nada. Un día Teresa se marchó después de la tormenta. Hubo de vender las ovejas, se fueron en un camión para servir de alimento a personas con corbata. Siguió cuidando la huerta bajo la mirada de su perro, ahora sin rebaño y tan achacoso como él. Pan y café y sobre todo recordar a Teresa.
Ya no queda nada. El perro yace sobre la cama de paja cerca del hogar. Se ha marchado antes que él. Eso sí ha sido una mala pasada, piensa y sin saber porque se mira las manos, le acaricia la cabeza y le perdona el abandono. Tres días después, el hombre que nació para morir deja ir el aliento que concluye la existencia. Le parece ver a Teresa junto al fuego y escuchar al perro ladrar a la aurora. Ya no queda nada.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Despacio

          La máquina de escribir suena y arranca palabras, algunas pausas y vuelve a sonar. El humo del cigarrillo inunda la habitación. Papel pintado años sesenta y una decoración cargada parecen abrigar el caos. Libros y notas desparramados como la maleza que devora un jardín que dejó de cuidarse hace tiempo. Fue un hombre apuesto, de sonrisa amplia, seguro de sí mismo. Ahora las canas y la vejez le han ganado la partida, una partida perdida de antemano, aunque nunca recuerda haber pensado que el tiempo cumpliera su objetivo, desvanecerse. A veces, para y mira algunos retratos llenos de polvo. Personas desaparecidas… la palabra le hace sonreír. Por muchos libros que pudiera escribir jamás podría explicar  esa desaparición. No logra comprender. Ni siquiera haberse convertido en alcohólico le ha dado lucidez para comprender la nada de algo que existió. Vida finita, depredadora de existencias que se evaporan.
         Hace tiempo que le tiemblan las manos, limpia con el puño de la camisa el cristal de un pequeño marco. Venido de lejos aparecen la imagen de una mujer hermosa abrazada a un perro pequeño y lanudo. Se sirve un vaso de güisqui y lo apura. Un dolor ciego le abrasa el estomago, aprieta el pequeño marco. Está cansado de intentar su propia desaparición y parece que el destino se ríe del intento loco de un hombre más.


sábado, 10 de octubre de 2015

¿Una actitud mental?

       El modo de vida actual nos lleva a tener una actitud apresurada ante la gran cantidad de cosas que tenemos que hacer o que no tenemos que hacer, me explico. Sábado, no tenemos que trabajar, nos levantamos por la mañana y existe una prisa escondida en nuestro reloj interno, ¿prisa por desayunar? ¿Por salir a pasear? ¿Por hacer aquello que toda la semana estoy deseando hacer?
         Es una prisa perezosa como dos caras de la misma moneda. Una parte de nosotros solo siente hastío hacia un día en blanco y otra parte quiere llenar los huecos a como dé lugar…  Es una prisa que se revuelve en sí misma, un quehacer inútil. Perdidos en nuestro paraíso de fiesta semanal damos vueltas sobre nosotros mismos enloquecidos, llenos de temor ante el precipicio de lo que somos: Unos seres tediosos que enloquecen ante su propia muerte, humanos agarrados a la comunicación ficticia y al abanico de posibilidades que se van proyectando delante de nosotros como una película que nunca te dejará buen sabor de boca.

     Algunos dicen que hay que tener cierta actitud mental…¿ser positivos, tal vez? Un maldito libro de autoayuda siempre puede disparar tu huida hacia delante, eso sí ¡no mires atrás!

martes, 15 de septiembre de 2015

Los boicoteadores

              Los boicoteadores son aquellas personas que socavan nuestros esfuerzos por romper patrones insanos en nuestra relación con nosotros mismos. Cuando hemos tomado la decisión de escribir (o de hacer cualquier otra cosa) hemos de ser especialmente cautelosos a la hora de enseñar nuestro trabajo y nuestros proyectos. Es verdad que a todos nos gusta compartir lo que escribimos, nuestros anhelos e inquietudes y esperar de los demás fructíferas opiniones, que nos lancen con fuerza hacia nuestros objetivos pero la realidad… es que no suele ser así.
                Los amigos «bienintencionados» pueden obstaculizar la forma en la que nos expresamos, el lugar a donde queremos llegar. Con sus opiniones casi siempre faltas de objetividad, pues están contaminadas, por sus propios miedos a  la creatividad y a la incapacidad para cambiar de rumbo su propia vida. Abandonar el área de confort no es fácil y si alguien osa cambiarlo los demás suelen revolverse como un gato en la bañera.
                No debería resultarnos sorprendente que las personas en las que más confiamos (amigos, familia, pareja) sean aquellas que más amenazadas se sienten ante el inminente cambio que produce la creatividad o el cambio de rumbo en nuestra mente y deseen que todo vuelva a su lugar. Esta actitud es realmente tóxica tanto para nuestra creatividad literaria como para lograr nuestras metas. Tengo comprobado por experiencia propia que muchas veces, por compartir un escrito lo he dejado de lado durante meses, por la simple razón de haber perdido la seguridad en mi misma, ante la opinión de los demás. Aún así el mayor saboteador es uno mismo, no debemos dejar que el autosabotaje carcoma nuestra seguridad en nuestra vida creativa. Y… una cosa más, se escribe ante todo para nosotros mismos. Escribir es un proceso personal y nos debe importar muy poco la opinión ajena, esto lo podemos transcribir a cualquier parcela de nuestra vida.