Hay vampiros de muchas clases, de eso,
estamos avisados. Crecen y se multiplican y eso, también es verdad. De hecho,
cada vez hay más. Esto es debido, diréis, porque hay más de todo, en general ¡Pues
no! Los vampiros proliferan porque, cada día, lo que sí hay más, es ignorancia
creativa y emocional y menos pensamiento crítico y auto crítico. Ahora no se
quiere hacer crítica… nos hemos vuelto ecológicamente estúpidos. En esta nueva
era, todos quieren ser tolerantemente imbéciles. Vestidos de profetas tecnológicos,
desiguales clonados o sobre la bicicleta mugrienta. La tolerancia por el prójimo
nos esponja el cerebro y nos arranca lo único que poseemos verdaderamente:
nuestra individualidad. En esa falta de individualidad, ahí, es donde se
fabrican los nidos vampíricos.
Un ejemplo. Vampiro, criado en los márgenes,
entre el pueblo llano y la envidia universal. A medida que crecía, la inocencia se fue
fosilizando y la envidia tomo dimensiones desconocidas. Un buen “pelotazo”
lanzo a este vampiro, sin muchas luces, a la cresta del consumismo
recalcitrante pero, en vez de quedarse varado en la playa caliente y
contaminada del ambiente del buen consumidor, le dio por hacer el bien al
prójimo. Se afilió a una buena causa
donde, con su dinero, tuviese un cargo medianamente importante. A partir de
ahí de disfrazó de santurrón, de beato liberal y esquizofrénico, donde lo mismo
le da, ser un día el saca sangre tacaño y rastrero, dado al victimismo de enfermedades fantasmagóricas que, pretender ser el oráculo de los idiotas. Se sube a la montaña para sermonear a las
pobres ovejas, que aparte de aburrirlas, les saca hasta la última gota de leche.
Este vampiro es ecológicamente bien visto y cuesta de cazar, pues se esconde
entre las multitudes consumistas y bonachonas que, incluso lo defienden. Las fuerzas del orden antivampírico
están detrás del asunto. Veremos resultados…