Ahí está
Conchita. La veo acercarse, con la boca tensa y apretura de dientes. Los ojos
desorbitados con un tinte sanguinolento, muy fijos, muy abiertos. El disimulo malicioso
y diplomático todavía la afea más. Intentando una pose natural viene cargada de
rigidez. Con esa intolerancia pintada en la cara, parece salida de un cuadro de
Goya.
─Hola
Carmela, que bien te ves…cada día más joven… y ¿ese pelo? ¿Qué tiente te estás
echando? Aunque los años pasan para todos… y… ¿Qué, ya te has divorciado? No te
molestes, ¿eh? Son cosas que se comentan… ─una mueca se deforma en sus labios.
─Hola Conchita.
Mujer de dónde has sacado lo del divorcio… ya sabes que nos queremos mucho…
“La envidia es
flaca y amarilla porque muerde y no come”. Ya lo dijo Quevedo. Por ejemplo Susanita es envidiosa, ahí
la tenemos, siempre masticando algún pensamiento mordaz, venenoso contra Mafalda
que, claro, es más simpática, más inteligente y de aspiraciones más altas. La envida
es cómo un tronco que se retuerce sobre sí mismo, maldiciendo su suerte, mientras ve espigarse el ciprés hacia el cielo.
Exacto! A mi me pasa con mi amiga Merceditas...
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