Alejandro
Tobar, tiene porte o lo que solemos llamar elegancia personal. Alto, erguido de
espaldas y cuando camina, la gravedad no parece afectarle cómo a los demás. Trabaja
para una multinacional holandesa cómo alto ejecutivo. Moreno de cabellos
ondulados y piel muy blanca, posee un rostro heleno perfecto. Pero tanta perfección
tiene que tener su lado oscuro… su inteligencia. Tiene una inteligencia sublime,
abstracta e imaginativa que no le permite en ningún momento dejar de pensar. Se
suele hacer preguntas sobre su propia existencia. ¿Cómo es posible qué teniendo
tantas posibilidades de vivir una vida sin ataduras y llena de acontecimientos
y aventuras? Pudiendo amar a muchas mujeres sin disolverse en ninguna, recorrer
el mundo sin prisa y gozar del patrimonio que la naturaleza le ha conferido. Ha
renunciado a todo, ha creado una familia, tiene las amarras de dos hijos, una
mujer que dejó de desear hace mucho tiempo, pasa sus días sometido a su jefe en
un trabajo estúpido hecho para estúpidos…todo esto hasta el fin de su vida.
¡Ahí está la
oscuridad de Alejandro Tobar! No es libertad lo que realmente desea, sino sometimiento,
pese a su discurso interno él sabe perfectamente que su mayor terror es “la
libertad”, su sueño de independencia no es más que eso, un sueño, lo que él
necesita más que el oxigeno es una dependencia total porque lo contrario le
resulta insoportable, como caminar al borde de un abismo. Si la inteligencia no
fuera su lado oscuro, si la estupidez fuera su estandarte, estaría a salvo de
ese miedo a su propia libertad, porque son los tontos justamente los que
disfrutan de la vida. Careciendo de discernimiento no se hacen preguntas, no
les importa su libertad, pueden devorar poder, estatus, sexo, dinero o
cualquier otra cosa, masticar y escupir lo desechable.
Alejandro
Tobar hace una última reflexión: “la suerte del tonto el guapo la desea”.