viernes, 13 de febrero de 2009

El hedonista


Hacía horas que estaba sentado delante de su colección de zapatos. No sabía cual ponerse ante tantos pares. Más de cuatrocientos. La camisa y el traje ya los había elegido, hoy utilizaría para la chaqueta y el pantalón el color tabaco y para la camisa el mismo tono pero más subido. Poseía un vestidor de más de cuarenta metros. El vestuario era incalculable y el calzado estaba numerado.
Rafael Campos gustaba de considerarse un alto ejecutivo de las finanzas y lo era. Vivía única y exclusivamente para él. Su personalidad Ególatra lo llenaba absolutamente todo. Cada mañana empleaba más de dos horas en acicalarse. Primero el aseo personal que pasaba por cremas corporales, mascarillas capilares y un sofisticado tratamiento para el rostro y el cuello. Después, el ritual parecido al de los toreros, enfundarse la vestimenta del día adecuadamente elegida.
Había estudiado económicas en una prestigiosa universidad de EE.UU. Sus padres, personas no adineradas le habían costeado con mucho esfuerzo su carrera y el doctorado. Después habían sido olvidados de la memoria selectiva de Rafael Campos. Hacía más de diez años que no sabía de ellos ni tenía intención de hacerlo. Se avergonzaba de sus orígenes humildes y los había borrado de su mente.
Su ascenso en el mercado financiero había sido fulminante. A los treinta y cuatro años trabajaba para una de las más importantes firmas del sector bursátil. No sin dejar atrás varias cabezas cortadas. No le importaron lo más mínimo. Durante esta época había ascendido como la espuma y la gente de su entorno le admiraba y le temía. No tenía escrúpulos ni moral. En su aptitud sólo existía él, su proceder era demoledor. En su sociedad ese es el tipo de personajes que llevan escrito en la cara el éxito. Era requerido en todas las fiestas de la alta burguesía donde se pavoneaba como el mejor gallo del corral. No había hembra que se le resistiera y a ninguna daba importancia. Solo se dejaba adular. Nunca hubo entrega.
Aquel preciso día del traje color tabaco, de corte impecable, camisa más subida de tono y zapatos Moreschi de charol marrón, inexplicablemente se sentía algo menos eufórico que de costumbre. Al salir no quiso dar el último vistazo obligado a su impoluta imagen. “Algo no funcionaba bien” pensó. Cogió su maletín de piel de cocodrilo y se dirigió hacía la puerta. Al girar el pomo, sin saber por qué recordó las manos de su padre. Envejecidas por el trabajo en el la fábrica. Un sudor frio recorrió la espalda de Rafael. Volvió a mirar sus propias manos. Eran nervudas y arrugadas. Sus dedos antes perfectamente cuidados ahora se retorcían por el efecto de la artrosis. Sudando y con escalofríos. Con el terror escrito en su semblante, se giró hacía el espejo del distribuidor. El pelo cano y mucho menos abundante. Su rostro repleto de arrugas. En los ojos aparecían marcadas ojeras violáceas. En su cuello tirantes cuerdas que se refugiaban en la camisa color tabaco subido. Dejó caer el maletín al suelo. Sus rodillas perdieron fuerza y quedo a cuatro patas. Se arrastro hacía la salida. No podía entender. Tenía que ser una pesadilla.
Cuando salió a la calle comprendió. Todo había cambiado. Él había cambiado. El tiempo había pasado y su hedonismo no le había permitido advertirlo. Se le había ido el tiempo entre opulencias y banalidades. La vida se había marchado. De él sólo quedaban los innumerables trajes.

martes, 10 de febrero de 2009

2 CARMELA BERMÚDEZ, INSPECTORA DE POLICÍA.


No es oro todo lo que reluce.

Soy la inspectora Bermúdez. en esta foto estoy en plena faena y por supuesto voy de incognito. Ante todo quiero presentarme porque no me parece del todo correcto lo que se ha escrito de mi en el párrafo anterior. Es verdad que tengo muy mal caracter, pero es debido a mi entrega absoluta a mi profesión, lo que hace que este un día y otro también con los pelos como escarpias. Si no fuera por este talante mío en esta oficina no se haría nada. Los que llevan muchos años aquí están quemados y los nuevos siempre pagan las novatadas. La inexperiencia es verdad que trae aires frescos a estos pasillos pero también se cobra su precio y para resolver asuntos tan serios como asesinatos y otras cuestiones de envergadura hace falta conocimientos que no se adquieren en las universidades sino que vienen con el trabajo diario de muchos años. Yo no estoy quemada, ya lo digo ahora. Me gusta mi trabajo y me lo tomo todo muy a pecho y al que no le guste que se vaya con viento fresco a otra comisaria o que se dedique a vender libros del círculo de lectores.
A decir verdad yo no me dedico a esto del esclarecimiento de asuntos siniestros y oscuros desde siempre. Aunque parezca mentira antes era una alta ejecutiva del sector logístico pero hubo unos problemillas de tipo… digamos… personales y decidí presentarme a las oposiciones del Cuerpo Nacional de Policía. ¡Y no me suspendieron! Si no que muy al contrario de los augurios del señor Pepinez, mi antiguo jefe que era gilipollas, saqué muy buena nota y hasta pude elegir comisaria. Primero como es natural pase por puestos administrativos y me comí muchos marrones pero enseguida se dieron cuenta, mis superiores, de que era un talento para esto de la investigación criminal y qué además soy un hacha en los interrogatorios, no hay maleante que se me resista. . Disfruto con mi trabajo y así me olvido un poco de vida mi privada que es bastante monótona, ya se sabe, la casa, la compra… en cambio los cadáveres, como por ejemplo este que tengo sobre el escritorio, en fotografías, claro está, pues es de lo más excitante. Voy a llegar al fondo del meollo, a escudriñar cada palmo de las posibilidades… voy a…


- ¡joder! ahora que estaba tan entretenida explicando unas cuantas verdades sobre mi persona y sobre mis experiencias laborales me llama el comisario Martínez por el teléfono interior. A ver qué coño quiere el incompetente este. –dice a todo volumen la inspectora pulsando el botón del telefonillo interior para poder contestar.
- Buenos días jefe. ¿cómo está hoy de su resfriado? ¿se tomó ayer el remedio que le mande? O ¿anda por ahí haciendo el tonto? Como de costumbre.
- Pues empezamos bien Carmela. Un poco más de respeto a su superior. ¡me cago en mis muertos! Cuando voy a conseguir de usted obediencia y sumisión.

- Ande, ande y no me chochee que ya sabe que usted es mi debilidad. A nadie trato así en este antro barrio bajero. –dice Carmela muy zalamera, algo que sólo y exclusivamente aplica a las conversaciones con su jefe.

- Bueno… dejémonos de tonterías y preséntese en mi despacho inmediatamente. Tenemos que tratar un asunto de extrema gravedad. –dice el comisario Martínez imponiendo una autoridad de la que carece sólo en el caso de Carmela, pues para el resto de la plantilla es casi como un Oráculo místico donde se hayan todas las respuestas pero con malas pulgas.

- No se preocupe que en un periquete está mi atractiva persona en su presencia.
- Ejem, ejem…. Déjese de sandeces y ¡vuele!

viernes, 6 de febrero de 2009

1 CARMELA BERMÚDEZ, INSPECTORA DE POLICÍA


Lo que tu ojo no ve.


La inspectora Bermúdez lleva doce horas delante del expediente que le pasó el comisario, su jefe inmediato. Treinta y cuatro fotos del cadaver de un hombre de mediana edad, encontrado en el ensanche de Barcelona, concretamente en la calle Córcega. "Un caso complicado, muy complicado", piensa la inspectora llevándose la taza de café a los labios.
Carmela Bermúdez siempre toma su primer café en su despacho de Vía Layetana, junto con su primer cigarrillo del día, después vendrán muchos más... cigarrillos y café. De temperamento nervioso, por no decir violento. Eso sí, responsable y meticulosa, hurga en los casos y hasta en la vida privada, suya y de los demás, hasta desmenuzar cualquier proceso policial que se le presente. Por eso, además de insoportable también es la mejor inspectora de la Comisaria central de Barcelona. Para su jefe es como un grano de pus imprescindible, un puntal de su equipo policial y obligatorio para su ascenso personal. De hecho el comisario Martinez, que es bastante dado a la vida alegre y bastante putero, no sacaría ni un caso adelante si no fuera por la inspectora. así que esta hace y deshace a su antojo sin dar demasiadas explicaciones.

Esta mañana la inspectora Bermúdez se siente más profunda de lo habitual, siente que hay muchas cosas que se escapan al ojo humano. Lo que vemos no siempre es indicador de la verdad, muy al contrario mas bien es engañoso.

miércoles, 4 de febrero de 2009

3 YO SECRETARIA. .

No soy el malo
Mi nombre es Ernesto Gutiérrez, jefe de esta secretaria perversa y malintencionada que me tiene al límite de mi constitución biológica. Tengo algún brote de personalidad límte por otra parte, pero nada serio. La muy puta es ella la que se me insinua constantemente y... ¡claro! yo soy un macho que se viste por los pies.
Voy subiendo las escaleras y a medida que me acerco huelo su perfume embriagador. Me siento mareado. En mi entrepierna empieza a crecer mi voluntad, la única que tengo con ella. Sólo pienso en romperle la camisa. Arrancarle el sujetador. Desamarrar esos vaqueros tan ajustados. Bajarle las bragas y devorarla toda. Que se corra en mi boca. Luego, cogerla por sorpresa... darle la vuelta poniéndola de cara a la pared. Sacar mi verga e itroducirsela despacio. Entrar y salir cada vez más deprisa. levantarle los brazos y chuparle el cuello. Me gusta tirarle del pelo hacía atrás. Atraer su cabeza mientras me la follo una y otra vez. Cada vez que entro en ella siento un espasmo de felicidad. Se que vuelvo a entrar. Así tantas veces como yo quiera. Hasta dejarla dolorida y sin ganas de buscar en ninguna otra parte.
Otras veces la ato a la mesa como ella dice y me la follo por delante. Le como las tetas hasta enloquecerla. No me gusta que se mueva. Tiene que estar bien sujeta. La insulto hasta volverla loca y luego se la meto hasta el fondo mientras la amordazo. No me gusta que grite. No me gusta que se mueva ¡coño! tiene que estase muy quieta. una, dos, tres... cien, entrar y salir. Estoy enfermo de deseo por esta puta. Soy su jefe y no la quiero despedir. Ya explicare otras perversiones de esta zorra.

lunes, 12 de enero de 2009

2 YO SECRETARIA.

El poder del deseo
Cuando abrió la puerta se paró durante unos segundos que parecieron un eternidad. Una mano apoyada en el marco y la otra en el pomo. Entró despacio, cerró la puerta tras de sí y se dirigió con pasos lentos hacía mí. Me agarró el pelo y me llevo la cabeza hacía atrás, se agachó y sentí su lengua lamiendo mi cuello. su aliento tenía cierto olor a alcohol, seguramente había estado bebiendo antes de subir. Me levantó de la silla por los pelos que seguía sosteniendo en su mano izquierda. me Llevó hasta la mesa circular para reuniones que quedaba en la esquina derecha de la habitación. Se desanudó la corbata, me tumbo encima de la mesa y con ella me ató las manos a una de las patas de la mesa. Me subió la camisa de seda y me bajó los sujetadores sin quitármelos de manera que me apretasen en la espalda. me mordisqueó los pezones y me lamió el cuello y el resto del cuerpo que estaba al descubierto. Luego metió sus dedos por entre mi falda hasta dar con el comienzo de las bragas. Las arranco de un tirón. Yo sentí que todo mi cuerpo se combulsionaba, un frío me recorrió la espalda y unos espasmos lentos pero imparables mantenían mi cuerpo arqueado. Él se echo hacía atrás, se desato el cinturón y se bajó la cremallera del pantalón. Sacó su verga y la metió hasta el fondo agarrándome de la cintura. Una y otra vez, las sacudidas eran violentas, aquella cosa entraba y salía de mi cuerpo, que ya no era mío sino solo de él. Aquella tarde me utilizo cuantas veces quiso, sus sacudidas eran interminables, me follaba una y otra vez, sin descanso. No recuerdo el tiempo que pase en esa posición, taladrada por aquella bestia inhumana. Su rostro al que yo no miraba directamente estaba encendido y encolerizado. Mientras me poseía sin descanso me insultaba y me abofeteaba para que no lo mirase. Luego se sentó en una silla y se tomó una cerveza. Después de un rato todo volvió a comenzar...

jueves, 8 de enero de 2009

Siento que tengo que seguir contando esta historia, es la única manera de sentirme un poco mejor. Lo que voy a contar puede pareceros un poco fuerte. A veces la vida te enseña que hay cosas que tú puedes pensar que nunca harías y después te ves a ti misma ejecutando esas mismas acciones.
Los pasos se escuchaban en la escalera de acceso al almacén. Eran los suyos sin duda alguna, yo los conocía muy bien. Yo estaba sentada en mi escritorio con las manos entrelazadas sobre las rodillas.

miércoles, 7 de enero de 2009

1 YO SECRETARIA.

Desde la oficina
Llevo veinte años trabajando en el mismo lugar. Entré cuando sólo tenía 18 años. Primero mi dedicación era en la limpieza de la oficina, poco a poco me gane la confianza de mis jefes (dos socios) y les pedí que me admitieran como administrativa. Uno de ellos accedió porque yo le caía bien y porque sabía que era muy trabajadora. a partir de ese día trabajo en las oficinas como administrativa. Uno de mis jefes es una persona maravillosa pero el otro se ha dedicado a acosarme siempre. Pretende acostarse conmigo a cambio del favor que supuestamente me hizo consintiendo mi ascenso. Lo peor es que me acosté con él con tal de no perder el puesto. Al principio era por pura supervivencia, ahora es una adicción sin la que no puedo vivir pero que me hace sentir cada día más sucia. Cuando todo el mundo se marcha a casa yo sé que debo quedarme para seguir cumpliendo con mis obligaciones.

Mi jefe me ata a la pata de la mesa de su escritorio con un collar para perro y una correa, me pone a cuatro patas y me da por detrás cuantas veces quiere, mientras me golpea las nalgas con una fusta de montar y me habla de una manera vulgar y soez.

Yo siento una especie de repugnancia y de placer, una mezcla a la que cada día me siento más atada.... ahora no puedo seguir escribiendo... se acerca la hora y siento sus pasos en la escalera interior que sube del almacén.