jueves, 1 de agosto de 2013

Carmela, ¡Cae del guindo!


O hasta hace poco era tonta de remate, que lo dudo, y no porque yo lo diga, si no por hechos basados en la realidad, o ahora se ha vuelto listísima de repente, que para ser realista, tampoco me lo trago.
Pero… ¡oigan! Que no cuela: Mi amiga Susanita, la del segundo, a la cual he retirado el saludo verdadero, lleva como tres años dándome jabón y endulzándome los oídos con un montón de frases hechas, sacadas de la revista Hola, creo, sobre todas mis virtudes , bondades y honestidades que constituyen mi honorífica persona. Algo tenía que haber, pensaba yo. No puede ser que yo sea perfecta y además esta lo vea. Esta que tiene fama de interesada y licenciosa. Que me dejó en la estacada allá por el año 2006 cuando los tiempos arreciaban tempestades.
Durante el tiempo que duró el intento de invasión del territorio, hasta llegué a pensar que los hados le habían reblandecido el corazón, que había sufrido una transformación y por fin era capaz de ver más allá de sus narices. Que la coherencia de su discurso era ahora real y no una farsa urdida tan adentro que ni ella misma la detecta. Que dónde sólo hay voracidad y ventajas se puede obrar lealtad y sinceridad. ¡Qué va, Carmela! Es que chica, no te enteras, que la ropa se ha mojado hasta que no ha dejado de llover. “Genio y figura hasta la sepultura”. La Susanita, algo debía de querer… ¡claro mujer! Llevarse el gato al agua, me dijo al oído una voz celestial mientras dormía, ¡a ver si te enteras… que ya tienes edad!
¡Ay señor! Lo peor de todo es que además, ahora se hace la ofendida y cuando coincidimos en el ascensor la muy… ¡se estira y mira por encima del hombro! Yo personalmente prefiero no ver esos ojos de besugo, pero… ¡coño! Ya podría mirar para el suelo que lo tiene más cerca.

martes, 23 de julio de 2013

Cuestión de dignidad


En cada uno de nosotros hay un sistema de principios en el que el “yo” se niega a rendir pleitesía y se rebela. No sabemos cómo surge, pero en ocasiones, aunque el miedo se oponga y el peligro arrecie, una fuerza desconocida tira de la conciencia y nos pone justo en el límite de lo que no es negociable y no queremos ni podemos aceptar. No lo aprendimos en la escuela, ni lo vimos necesariamente en nuestros progenitores, pero ahí está, como una muralla silenciosa marcando el confín de lo que no debe traspasarse.
Tenemos la capacidad de indignarnos cuando alguien viola nuestros derechos o somos víctimas de la humillación, la explotación o el maltrato. Poseemos la increíble cualidad de reaccionar más allá de la biología y enfurecernos cuando nuestros códigos éticos se ven vapuleados. La cólera ante la injusticia se llama indigna
Algunos dirán que es cuestión de ego y que por lo .tanto cualquier intento de salvaguardia o protección no es otra cosa que egocentrismo amañado. Nada más erróneo. La defensa de la identidad personal es un proceso natural y saludable. Detrás del ego que acapara está el yo que vive y ama, pero también está el yo aporreado, el yo que exige respeto, el yo que no quiere doblegarse, el yo humano: el yo digno. Una cosa es el egoísmo moral y el engreimiento insoportable del que se las sabe todas, y otra muy distinta, la autoafirmación y el fortalecimiento de sí mismo.
Cuando una mujer decide hacerle frente a los insultos de su marido, un adolescente expresa su desacuerdo ante un castigo que considera injusto o un hombre exige respeto por la actitud agresiva de su jefe, hay un acto de dignidad personal que engrandece. Cuando cuestionamos la conducta desleal de un amigo o nos resistimos a la manipulación de los oportunistas, no estamos alimentando el ego sino reforzando la condición humana. Por desgracia no siempre somos capaces de actuar de este modo. En muchas ocasiones decimos “sí”, cuando queremos decir “no”, o nos sometemos a situaciones indecorosas y a personas francamente abusivas, pudiendo evitarlas. ¿Quién no se ha reprochado alguna vez a sí mismo el silencio cómplice, la obediencia indebida o la sonrisa zalamera y apaciguadora? ¿Quién no se ha mirado alguna vez al espejo tratando de perdonarse el servilismo, o el no haber dicho lo que en verdad pensaba? ¿Quién no ha sentido, aunque sea de vez cuando, la lucha interior entre la indignación por el agravio y el miedo a enfrentarlo?
Walter Riso

sábado, 8 de junio de 2013

El secreto

Hay secretos que sólo se pueden guardar en el viento. Una manera de esconder los verdaderos sentimientos... ¿Por qué se esconden? ¿Nos avergüenzan, nos dan miedo, tememos el rechazo del amor o de la sociedad? Los secretos son secretos porque no nos atrevemos a expresarlos, porque en el fondo son defendidos por nuestra sombra que es la verdadera portadora de todos nuestros secretos...  Las palabras que pronuncia nuestro personaje serán custodiadas por todos los tiempos en el árbol de la vida, más allá de la nuestra propia. Vivimos sin saber, que tantas veces, ese mismo árbol guarda el secreto qué está incluso oculto para nosotros mismos. De la misma belleza visual que las secuencias posteriores, pertenecen al mismo film, obra maestra de Won-kar-wai.

domingo, 2 de junio de 2013

Deseando amar

Una de las películas más bellas que he tenido el placer de ver y sobre todo sentir. "Deseando amar" sin poder hacerlo, dejando pasar las oportunidades, dejando morir el alma y el cuerpo en una esteril lucha por no entregarse, por no perderse en el abismo del amor... donde unas veces se pierde y otras se pierde menos. Pero... si el coraje no forma parte de nuestro juego... siempre nos quedará la soledad... La soledad de nuestros personajes... imágenes irrepetibles en este mundo líquido... Eva, ¿acaso no te gustaría romper cadenas? En el origen ¿Era sexo o amor? En el final ¿Era miedo a la soledad o amor? piensa... piensa...



martes, 15 de junio de 2010

Lejos de la manada


He acabado de leer una historia sobre una Loba. Primero decir qué los lobos me apasionan. Es un relato corto dentro de una novela de cierto éxito. Lo que verdaderamente me ha gustado es el relato corto que palpita dentro: la vida de una loba desde su infancia hasta su madurez. La crueldad de la manada, que al igual que nuestra sociedad, expulsa a los que sienten diferente, por los que se ve amenazada en su habitual comportamiento, en su rigidez de formas. No se puede ser superior porque los demás se ridiculizan en su espejo, no se puede ser inferior porque los demás reflejan sus propias miserias. Sólo se acepta lo igual, lo que no resalta, lo establecido. De esta manera todo sigue controlado por los hilos de quienes únicamente utilizan el color grís. La historia realmente bella de la Loba acaba con esta foto, aunque parezca lo contrario, están jugando al juego del amor y lo que muestra Loba es una sonrisa. Un final feliz siempre merece la pena.

martes, 18 de mayo de 2010

Emociones en una casa a oscuras


Cuando abrió la puerta, la casa olía a humedad. Llevaba tiempo cerrada pero tampoco le apetecía abrir ninguna ventana. La negrura era casi absoluta. Se sentía más protegido así, entre las sombras. Era de noche y sólo la luz de las farolas entraba por las rendijas de algunas contraventanas que no estaban encajadas. Podía prender la luz de la entrada, pero el abrazo del silencio y la penumbra lo envolvían en una especie de calma, sólo parecida al sueño. Avanzó por el pasillo. Conocía cada rincón de aquel lugar, cada habitación, todos los muebles, los pomos de las puertas. Todo estaba intacto desde la última vez que cerró la puerta tras de sí: Fue una noche de verano, recordaba perfectamente el sonido de las chicharras después de una jornada de intenso calor, el camión de las mudanzas había recogido sus cosas personales, sólo las imprescindibles. No le gustaba arrastrar con la vida a cuestas, además, las últimas semanas habían sido muy intensas y no quería llevarse demasiados recuerdos. Se marchaba para empezar una vida nueva, quizás, para no volver. Con una maleta de mano, bajó los peldaños de la escalera que daba al jardín, las flores estaban marchitas por el calor y por la falta de cuidado que habían padecido en esos meses.
Aquel verano, uno de los más calurosos que recordaba, pasaron muchas cosas: Después de semanas infinitas, por fin, se resolvió el divorcio con Blanca. Había sido un proceso muy doloroso, pero necesario. Se marchó con mis dos hijos a Bilbao y yo me quede en aquella casa, mi hogar, donde nací. La añoranza de los niños me consumía. Nos quedamos mi madre y yo solos. Ella me ayudo enormemente a superar aquel episodio. Nunca he conocido una mujer igual, con tanta vitalidad, con tantas ganas de vivir… al cabo de pocas semanas me dejó solo, tras un infarto fulminante. Decidí entonces apagar la luz y vivir a oscuras. Así pasé el resto de aquel pésimo verano. A finales de septiembre y con el mismo calor del mes de julio decidí marchar, tal vez para siempre. Lejos, muy lejos.
Ahora volvía, después de veinticinco años fuera de mi ciudad y de mi hogar. Sonreí para mí, tenía la misma edad que mi madre cuando se marcho, el pelo encanecido y la sensación de comprender lo que antes ni siquiera sabía. Mi alegría era tranquila y la sensación de volver me producía calma y felicidad, por eso no quise encender ninguna luz, para sentir la vida que corría por los pasillos y las habitaciones de mi casa. Allí estaban mi madre y mi abuela cantando mientras hacían aquellos canelones, de domingo, que tanto me gustaban. Al día siguiente abrí todas las ventanas y un sol de primavera lo iluminó todo. Ya no me marcharía más.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Chicago, Noviembre de 1925


Sentado en su sillón de piel, con los pies puestos sobre el escritorio de roble, se miraba la puntera de los zapatos completamente lustradas. En la mano derecha un gran puro habano, de la mejor calidad. Hechos traer de la isla exclusivamente para él. En la izquierda un colt 49, con mango de nácar. En el que relucían sus iniciales: A.C. Alfonso Capone, también conocido como “cara cortada”. Observaba su revolver delicadamente, ese era su mejor salvoconducto. No se podía fiar de nadie. Su posición como representante más importante de la mafia, hacía que igual que le temían, le odiaban.
Estaba metido en los negocios mas sucios de la ciudad de Chicago. Organizaba las peores guerras entre las bandas de mafiosos. Hijo de emigrantes italianos se trasladó desde Italia a Nueva York de joven, y de ahí a Chicago donde trabajo como guardaespaldas de un gangster implicado en negocios relacionados con la prostitución y el juego. Luego tomó su propio camino y sus propios negocios. Ahora, sonrió para sí, su fortuna ascendía a cien millones de dólares. Sus pensamientos dieron un giro y la boca se le hizo agua pensando en la rubia que se estaba beneficiando. Una de esas guarras, con modales de burguesa americana, casada con un mequetrefe con título nobiliario. Pero tenía problemas bastante graves como que se le aguarse la fiesta. La lucha encarnizada entre bandas rivales, por acaparar los negocios, se había vuelto realmente un problema que había que resolver, y desde luego no con paños calientes. Para eso contaba con el asesino a suelto más temido de todo el mundo del hampa: “El manco”, llamado así por que perdió una mano en un tiroteo. Era despreciable en sus formas y carecía de ningún tipo de pudor a la hora de asesinar. Le daba igual si se trataba de niños, bebes o mujeres, cosa sagrada hasta hacía bien poco entre la reglas de mafia italiana.
Capone levanto el auricular de su teléfono y marco un número. Al otro lado silencio. Cara cortada dio una orden:
- Es hora de limpiar la ciudad de escoria. No quiero volver a ver la cara de ningún estúpido Falconetti más.
- Todo está listo, señor Capone -dijo “El manco” y colgó.