miércoles, 5 de mayo de 2010

Chicago, Noviembre de 1925


Sentado en su sillón de piel, con los pies puestos sobre el escritorio de roble, se miraba la puntera de los zapatos completamente lustradas. En la mano derecha un gran puro habano, de la mejor calidad. Hechos traer de la isla exclusivamente para él. En la izquierda un colt 49, con mango de nácar. En el que relucían sus iniciales: A.C. Alfonso Capone, también conocido como “cara cortada”. Observaba su revolver delicadamente, ese era su mejor salvoconducto. No se podía fiar de nadie. Su posición como representante más importante de la mafia, hacía que igual que le temían, le odiaban.
Estaba metido en los negocios mas sucios de la ciudad de Chicago. Organizaba las peores guerras entre las bandas de mafiosos. Hijo de emigrantes italianos se trasladó desde Italia a Nueva York de joven, y de ahí a Chicago donde trabajo como guardaespaldas de un gangster implicado en negocios relacionados con la prostitución y el juego. Luego tomó su propio camino y sus propios negocios. Ahora, sonrió para sí, su fortuna ascendía a cien millones de dólares. Sus pensamientos dieron un giro y la boca se le hizo agua pensando en la rubia que se estaba beneficiando. Una de esas guarras, con modales de burguesa americana, casada con un mequetrefe con título nobiliario. Pero tenía problemas bastante graves como que se le aguarse la fiesta. La lucha encarnizada entre bandas rivales, por acaparar los negocios, se había vuelto realmente un problema que había que resolver, y desde luego no con paños calientes. Para eso contaba con el asesino a suelto más temido de todo el mundo del hampa: “El manco”, llamado así por que perdió una mano en un tiroteo. Era despreciable en sus formas y carecía de ningún tipo de pudor a la hora de asesinar. Le daba igual si se trataba de niños, bebes o mujeres, cosa sagrada hasta hacía bien poco entre la reglas de mafia italiana.
Capone levanto el auricular de su teléfono y marco un número. Al otro lado silencio. Cara cortada dio una orden:
- Es hora de limpiar la ciudad de escoria. No quiero volver a ver la cara de ningún estúpido Falconetti más.
- Todo está listo, señor Capone -dijo “El manco” y colgó.

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