sábado, 15 de febrero de 2014

La sombra de la Doctora 1

Sevilla,  2013. El cuerpo de Aurelia García es enterrado en una tumba sin nombre. La prensa y la propia familia, que aunque escasa, de la célebre doctora asumen su condición de neurótica con un patético final.
Pero un apasionado admirador, un joven psicólogo de la universidad sevillana, llamado Paquito Buendía, decide arriesgarlo todo para restituir el buen nombre de la finada.
Inspirándose en los escritos de la ilustrísima doctora intenta encontrar al único hombre que puede resolver este extraño caso: la persona en la que se basó Aurelia García para crear su personaje preferido: la infalible inspectora Bermúdez.
Con la aparición de dos candidatos comienza una competición sin igual para desentrañar la muerte de la doctora García y demostrar así, quien es la verdadera inspectora Bermúdez. Esta se verá envuelta en un duelo de inteligencias, en un mar revuelto de misterio del que solo podrá escapar investigando.

Siniestras conspiraciones de la universidad sevillana, una misteriosa mujer disfrazada de guardia urbano, que dirige el tráfico de la ciudad.  Esclavos del trabajo por encargo para presentar artículos a tiempo son algunos de los ingredientes del trabajo casi policíaco de Paquito Buendía, que aprovechando la tesitura presentará el trabajo como tesis para su doctorado como psicólogo sevillano. El ayuntamiento le ha prometido la medalla al mérito y un despachito para sus terapias si consigue dar con la resolución de tan difícil y penoso caso, la muerte de la doctora Aurelia García.

miércoles, 15 de enero de 2014

Blanca Marchant, por entregas 6

Después de consumir completamente mi coñac me he levantado indicando a mi acompañante que me siguiera. Siempre unos pasos por detrás, me gusta marcar las diferencias entre la que manda, que siempre soy yo, y el que obedece, que siempre es el elegido. Me dirijo a mi estudio situado a unas manzanas de la cafetería. El hombre moreno se acerca por el lado derecho e intenta ponerme contra la pared de la calle para darme un beso. Una mano sobre su pecho y mis ojos que se clavan como garras en los suyos lo detienen. Los límites los pongo yo. Hemos llegado. Abro el portón y accedemos a una antigua entrada de caballos, continuo hacia el montacargas, la reja de este emite el ruido del hierro sin lubricar. Subimos hasta la segunda planta. Miro al hombre intensamente, lo agarro del cinturón y lo atraigo hacia mí. Ahora sí quiero sus labios carnosos. Los aprieto contra los míos y le meto la lengua hasta el fondo, luego lo empujo para abrir la reja. El espacio es amplio, al fondo una cama con sabanas de seda negra está medio oculta tras una cortina granate de tela gruesa. lo llevo hacia allí cogido la solapa de la camisa. La bragueta del hombre está abultada y tiene los ojos brillantes. Lo tiro sobre la cama y le bajo la cremallera el pantalón. El miembro ruge como un león. Sobre una mesita baja tengo una jeringuilla, es mi fórmula para su placer y el mio y también para mi éxito como artista. Mientras lo beso un ligero pinchazo en el cuello que ni siquiera percibe. El hombre asciende hasta la cima mientras me lo trago entero, incapaz de moverse por el efecto de la droga sólo puede sentir. A horcajadas sobre su ingle lo monto hasta enloquecer mientras le rodeo el cuello con un trozo de soga recia. Las venas se hinchan y sus ojos se desencajan. Más, más fuerte. Sigo cabalgando hasta que estalla la luz cegadora del éxtasis.
Ahora el hombre moreno yace sobre la cama muerto. Debo terminar mi obra para la que no suelo usar en espátula si no un punzón de grandes dimensiones... El arte en si mismo puede provocar locura transitoria y dependencia de obedecer una y otra vez a ese impulso creador...

viernes, 10 de enero de 2014

Blanca Marchant, por entregas. 5

He estado bastantes días sin salir de casa, todavía el hambre no me apremia. No siento ningún remordimiento por el último suceso, si se le puede llamar así y no asesinato. Siento verdadero placer, el placer que da satisfacer un deseo pero más importante que el deseo es calmar una especie de hambre que se me deposita en la boca del estomago y se extiende hasta el centro mismo de las entrañas. No dejan de rugir hasta el último aliento del amante devorado. Durante estos días apenas he comido, sólo duermo mucho.
Tres días después me he despertado de un sueño profundo, he estado soñando con un cuerpo moreno, de piel brillante y ojos oscuros.
Vuelvo a tener hambre. En la ducha dejo que el agua resbale por mi cuerpo y mi pelo, si levanto la vista veo una lluvia viniendo hacia mí. Me visto sin prisas, nunca tengo prisa. Pantalón negro estrecho y botas de caña alta de tela de saco. Arriba, una camisa blanca de lino, suelta, que el viento hace bailar cuando salgo a la calle.
En el paseo principal hay una cafetería con una terraza para degustar un café o licor mientras veo pasar a la gente. Son las doce de la mañana y a esas horas el paseo está transitado en su mayoría por turistas que bajan despacio saboreando el olor a mar cada vez más intenso. El camarero me trae lo mismo de siempre, un coñac de la mejor marca.  Me echo hacia atrás  en la butaca y descanso la vista sobre los paseantes. No miro a nadie, sé que mis ojos encontrarán lo que busco sin forzarlos.
Un hombre de tez morena, se sienta dos mesas más allá de la mía. Me mira un momento y le devuelvo la mirada. Tiene grandes pestañas que adornan unos ojos negros. Manos anchas de uñas rosadas. es un hombre joven de origen árabe. Lleva ropa de buena calidad. Lo miro de arriba a bajo con un poco de desinterés para crear el efecto contrario. Resultado inmediato. El hombre se levanta y viene hacia mi mesa.

Me llamo Ahziz ¿puedo sentarme? Sus labios gruesos destapan una sonrisa de dientes blancos.
Yo Carla. Miento.Por supuesto que puedes sentarte...

lunes, 11 de noviembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 4

En la calle hace demasiado calor, la gente camina de un lado al otro, algunos corren para coger los transportes públicos. El tráfico es intenso y deja una estela espesa flotando en el aire. Necesito respirar, dejo la calle principal y tomo una callejuela más estrecha que se aleja del tumulto. A medida que camino la vía se hace más y más solitaria, me gusta esa sensación, atravieso unos soportales que rodean una plaza, en un banco algunos viejos dormitan al sol. Una madre da el pecho a un bebe de pocos meses, la criatura succiona las mamas con voracidad como un pequeño vampiro, mientras la mujer sonríe con cara anodina. No me interesa, demasiado corriente.
Allí está. Un hombre joven está sentado unos bancos más allá de la madre que da de mamar. Fuma un cigarro con cara de pocos amigos, es una pose estudiada. Se le nota que no tiene obligaciones corrientes, debe dedicarse a controlar algunas prostitutas, algo que no desgasta mucho, se le ve relajado y no tiene prisa por acabar el cigarro. Camino despacio, mientras exagero ligeramente, pero con elegancia el movimiento de caderas. El hombre me mira y yo lo miro.
Dos horas más tarde soy yo la que fumo tranquilamente, sentada en el sillón de una habitación en el Hotel Sandor. El sudor cubre mi cuerpo debido al esfuerzo y al sexo. El hombre yace en la cama, también lo inunda el sudor, está tan hermoso como antes e incluso más porque ahora es una obra de arte. La palidez de su piel contrasta y embellece con la sangre que baña su cuerpo. Ahora si puedo servirme un güisqui con hielo.


jueves, 10 de octubre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 3

Camino despacio. Me dejo llevar por mis pasos, también me he vestido sin prisas, una falda por encima de la rodilla pero sin ser provocativa. Una camisa entallada de color blanco que permite una pequeña insinuación de los senos, los puños vueltos. Zapatos no demasiado altos. Un pañuelo de color tabaco que me acaricia el cuello. En términos generales siempre prefiero la elegancia a la vulgaridad, mi belleza me da esa seguridad que no necesita demasiados adornos. El bolso hace juego con el pañuelo. Todavía no son las doce del mediodía. Estoy sobria, nunca bebo antes del anochecer. Me gusta hacer bien mi trabajo y para eso no se puede beber.
Mi trabajo es algo particular. No necesito dinero, tengo demasiado, quizás por eso dedico mi tiempo a ciertos objetivos. Todo ha ido llevándome a un callejón, pero no diré que no tiene salida, simplemente me gusta estar en ahí. La costumbre me produce aburrimiento. Mi matrimonio me aburre y las prácticas conyugales me espantan. Tengo ciertos hábitos con los que distraigo la estupidez que rodea a la generalidad de los mortales y de las gentes que vienen y van. Ahora mismo me cruzo con muchos de ellos y ¿qué hacen?  Vegetan.  Pudiera ser que todo se deba a un suceso penoso durante cierta parte de mi vida, pero yo creo que las experiencias no te vuelven perverso si no lo eras antes de los sucesos. Me gusta matar a gente. Nunca haría daño a un animal, cómo tampoco me gusta la luz eléctrica sino es estrictamente necesaria.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 2

         Abro la botella de güisqui y con mano temblorosa me sirvo una cantidad generosa, en un vaso de boca ancha. Dejo caer  tres cubitos de hielo con formas geométricas diferentes ¡tanta sofisticación para enfriar el alcohol! –pienso. A esas alturas de la noche ya suelo estar bastante bebida. Es habitual que pase las noches bebiendo sin ninguna compañía más que la del televisor que, emite  algún programa, de esos que llenaban todas las cadenas. Programas sensacionalistas donde los personajes parodian cualquier cosa e incluso a ellos mismos. Basura pero me acompañan sus voces. Las imágenes, parecen esta noche, más deplorables de lo habitual. Desde el sillón  donde estoy sentada, siento la vida ajena a mi persona, como esos protagonistas del culebrón. Los fuertes colores de la pequeña pantalla, forman un escenario grotesco, cómo una alegoría macabra. Se diluyen entre el alcohol y el vacío donde mi mente va cayendo. Son como los recuerdos antiguos que se borran quedando sólo retazos sin forma de un tiempo que se fue. El salón está en penumbra, sólo una luz baja de color amarillo, en un rincón de la habitación proyecta luces y sombras sobre la pared, cubierta con raso acolchado de color burdeos. Alargo la mano hasta alcanzar la cajetilla de tabaco, que reposa sobre una mesita baja de roble macizo, enciendo un Chester en el que dejo el filtro emborronado con el color  carmín intenso de mis labios.
He aprendido a convivir con mi soledad, antaño no la hubiera podido soportar, pero ahora me resultaba agradable e incluso acogedora. Mi marido pasa la mayor parte del tiempo en su despacho. Es abogado. Según él, el trabajo lo tiene siempre desbordado y no puede dedicarme más tiempo. Yo sé que no es verdad. Me evita y yo me alegro. Hace años que sé de su peregrinaje por otras faldas e incluso por burdeles donde consigue satisfacer deseos algo sofisticados. Confieso que a mí me los arranca. Ahora me es doloroso complacerlo… He aprendido a conocer la procedencia de los placeres oscuros de mi sombra… y no me gustan pero desciendo por ellos como si bajase por una escalera sin fin. Una vez me dejó impresionada un texto, en el su protagonista, una mujer hermosa, había asesinado a su amante, pero su mayor espanto no procedía de esa transgresión, si no del horror de haber sentido cierto placer nauseabundo en ese acto degradante. Desde entonces he aprendido a identificar las relaciones con mis amantes…insanas pero fascinantes...

jueves, 26 de septiembre de 2013

Carmela Bermudez,Inspectora

Inspectora Carmela Bermúdez, esa soy yo. Me gusta imaginarme cabalgando sobre mi intrépida montura para aniquilar el crimen. Organizado y sin organizar, que abunda más. . Mi método de trabajo lo llevo yo y lo hago como me da la gana. No hay informes mejor redactados que los míos. Si no, que se lo pregunten a mi superior,  el Comisario Martínez. Justo en ese momento llevaba  doce horas delante del expediente que me pasó él mismo. Treinta y cuatro fotos de cadáveres, aún sin reconocer, de hombres y mujeres maduros. También cuerpos de adolescentes de baja estofa, de los arrabales de la ciudad. Viejos marginados por su pobreza, gente que duerme en las calles o en los cajeros de los bancos. Todos ellos  encontrados regados por la ciudad como colillas inmundas. Mujeres muertas a manos de sus parejas sentimentales. Otros, simplemente, prefirieron entregar el alma a Dios por su cuenta. En fin nada fuera de lo normal…
No hay nada interesante en lo que meter las narices. Estos interfectos son, como yo digo, muertos de a pie, sin importancia, de esos que pasan a mejor vida y todo continua igual. Los pasillos de esta comisaría que está llena de desconchones, dan ganas de poner a pintar a unos cuantos policías rasos y hasta algún cabo que otro. Buenos chicos todos, aunque si de mí dependiera, estarían patrullando veinticuatro horas al día. Se de buena tinta, porque además lo he escuchado con mis propios oídos, que no me pueden ni ver. Pero lo que no saben es que eso precisamente es lo que más me gusta. Soy lo que llaman mis queridos pupilos una tía insoportable y con un humor de perros. Eso, cuando no me agarra la nostalgia. El pobre comisario siempre dice que no hay quien me entienda y yo siempre le contesto que él es muy simple. Las cosas para él son negras o blancas y de ahí no lo sacas. Con mi mente centrífuga, la variedad de posibilidades, es inmensa y complicada hasta el infinito. En propulsión ascendente. Me voy a tomar un café, el quinto de la mañana, que me lo tengo merecido.
En esos momentos suena el timbre del telefonillo interior. Contestó. ¡Joder, el comisario! El comisario, es un hueso duro de roer, aunque conmigo es especialmente considerado. También hay que decirlo, se acojona nada más verme. La verdad es que si él tiene fama de carácter endiablado y burlón, yo tengo peor fama que él. Así que nos llevamos bien dentro de una cordialidad.
─Buenos días, Carmela ¿Qué tal estamos hoy? ─pregunta con la voz ronca que le caracteriza.
─La verdad no hay gran variación desde ayer. Bueno, el caso del asesinato de una burguesita, que vivía de rentas, según parece, por la zona de Tres Torres… ─le digo con desgana.
─¿No puede ser una falsa alarma?
─No sé, pero la asistenta dice que está de color violeta y chorreando sangre. Vamos, que digo yo, qué habría qué comprobarlo. ¿Es de nuestra jurisdicción?
─¿Es que no sabe usted que la calle es nuestra, inspectora?
 ─¡Claro, claro! Por un momento lo había olvidado, Comisario. Pues nada. Si a usted le parece bien, me pongo en camino inmediatamente.
 ─Lo antes posible Carmela. Donde está metida la burguesía y el capital la cosa esta jodida. Los ricos sólo quieren que todo continúe igual y no ser salpicados por las inmundicias de la vida.
─¡Gentuza Comisario! Los ricos son los primeros podridos de este país. ¿Cómo cree que se hace el dinero? ¿Trabajando de inspectora de policía?
─No me aburra Carmela. Usted y yo sabemos que no podríamos hacer otra cosa. Tenemos alma aventurera...
─Bueno... dejémonos de romanticismos que empieza a peligrar nuestra estabilidad emocional y no estamos para zarandajas ─cambio de tema como la que no quiere la cosa, que el comisario se empezaba a poner sentimental y eso si que no lo puedo tolerar ─Habrá que solicitar al juez una orden de registro. Ya sabe que si no se sigue el procedimiento luego todo son problemas.
─Haga que se ocupe de eso el sargento Benítez, que debe estar tocándose las pelotas en algún recóndito lugar de esta comisaría.
─A sus órdenes comisario ─y me levanto de la silla haciendo un ruido infernal.