lunes, 30 de septiembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 2

         Abro la botella de güisqui y con mano temblorosa me sirvo una cantidad generosa, en un vaso de boca ancha. Dejo caer  tres cubitos de hielo con formas geométricas diferentes ¡tanta sofisticación para enfriar el alcohol! –pienso. A esas alturas de la noche ya suelo estar bastante bebida. Es habitual que pase las noches bebiendo sin ninguna compañía más que la del televisor que, emite  algún programa, de esos que llenaban todas las cadenas. Programas sensacionalistas donde los personajes parodian cualquier cosa e incluso a ellos mismos. Basura pero me acompañan sus voces. Las imágenes, parecen esta noche, más deplorables de lo habitual. Desde el sillón  donde estoy sentada, siento la vida ajena a mi persona, como esos protagonistas del culebrón. Los fuertes colores de la pequeña pantalla, forman un escenario grotesco, cómo una alegoría macabra. Se diluyen entre el alcohol y el vacío donde mi mente va cayendo. Son como los recuerdos antiguos que se borran quedando sólo retazos sin forma de un tiempo que se fue. El salón está en penumbra, sólo una luz baja de color amarillo, en un rincón de la habitación proyecta luces y sombras sobre la pared, cubierta con raso acolchado de color burdeos. Alargo la mano hasta alcanzar la cajetilla de tabaco, que reposa sobre una mesita baja de roble macizo, enciendo un Chester en el que dejo el filtro emborronado con el color  carmín intenso de mis labios.
He aprendido a convivir con mi soledad, antaño no la hubiera podido soportar, pero ahora me resultaba agradable e incluso acogedora. Mi marido pasa la mayor parte del tiempo en su despacho. Es abogado. Según él, el trabajo lo tiene siempre desbordado y no puede dedicarme más tiempo. Yo sé que no es verdad. Me evita y yo me alegro. Hace años que sé de su peregrinaje por otras faldas e incluso por burdeles donde consigue satisfacer deseos algo sofisticados. Confieso que a mí me los arranca. Ahora me es doloroso complacerlo… He aprendido a conocer la procedencia de los placeres oscuros de mi sombra… y no me gustan pero desciendo por ellos como si bajase por una escalera sin fin. Una vez me dejó impresionada un texto, en el su protagonista, una mujer hermosa, había asesinado a su amante, pero su mayor espanto no procedía de esa transgresión, si no del horror de haber sentido cierto placer nauseabundo en ese acto degradante. Desde entonces he aprendido a identificar las relaciones con mis amantes…insanas pero fascinantes...

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