Con un copa de cava en la mano, dejando vagar el pensamiento, los ojos se van posando en los objetos del salón y en los invitados, casi todos somos viejos conocidos, algunos pertenecemos al mundo del arte y la literatura, otros editoriales y familia bien avenida, otros simplemente hacen la función de relleno. Ricardo se me ha acercado y me explica su viaje a la Provenza, le escucho distraído. Me sobresalta el timbre de la puerta, según mis cálculos no se esperan más invitados o quizás no me he informado bien, cosa que suelo hacer debido a una especie de fobia social que me ataca furtivamente en eventos de más de seis personajes y digo personajes porque para mi a partir de esa cifra dejan de ser personas para entrar directamente en el mundo de la literatura de ficción.
A lo que vamos...el timbre. ¡zasca! allí está Conchita saludando a todo el mundo como una diva retirada y decadente sobre la alfombra roja del Hollywood postmoderno. Con un vestido galáctico que recuerda a una mala imitación de la morena de Abba. Miro a mi alrededor, imposible escapar de la situación ni de la depredadora galáctica. Siento si apretado abrazo y esas dos pequeñas protuberancias que tiene por pechos, ella parece que quiere restregarse contra mi. Siento arcadas pero me derrumbo al sentir su aliento húmedo y caliente en mi oreja izquierda. Lo peor esta por llegar, siento sus manos como tenazas agarradas a mi brazo que luego se pasean impunes por mi espalda, me arrastra hasta el sillón para dos y prácticamente se me echa encima. Mi cabeza da vueltas sin encontrar la salida... me quedaré allí atrapado por toda la eternidad. Imposible moverme... mi fobia social me ha anclado a aquella ninfa deforme y al sillón que nos acoge.
Merece la pena escribir para contar, para saber, para encontrar... por el placer de ser y de sentir...
miércoles, 12 de agosto de 2015
jueves, 11 de junio de 2015
¿Como va todo?
Estoy parado, mirando por la ventana de un undécimo piso de un gran rascacielos, de esos que apuntan hacia el universo pero no descifran nada. Miro como se extienden los tentáculos de una ciudad cualquiera, siento nauseas. De pronto pasa cayendo un hombre desde arriba, mis ojos se cruzan con los de él y el tiempo se ralentiza, de forma casi mecánica le digo: "¿Como va todo?"
"¡Hasta ahora todo va bien!"
Cuando el hombre ha desaparecido de mi vista, me impresiona mi pregunta, las palabras huecas carentes del verdadero interés de saber. No, mejor dicho del odio al que cae, porque el que cae solo es una proyección de mi propia caída. ¿Como le va todo?. Me siento en mi despacho, abatido, rodeado de tecnología dedicada exclusivamente a la comunicación... a la comunicación sorda, muda y ciega. Desde entonces, me pregunto que habrá sido del aterrizaje de aquel hombre... Ahora conozco la respuesta: "Todos caemos inevitablemente, solo que la velocidad es tan lenta que apenas si la percibimos, por eso no queremos saber de la caída ajena."
"¡Hasta ahora todo va bien!"
Cuando el hombre ha desaparecido de mi vista, me impresiona mi pregunta, las palabras huecas carentes del verdadero interés de saber. No, mejor dicho del odio al que cae, porque el que cae solo es una proyección de mi propia caída. ¿Como le va todo?. Me siento en mi despacho, abatido, rodeado de tecnología dedicada exclusivamente a la comunicación... a la comunicación sorda, muda y ciega. Desde entonces, me pregunto que habrá sido del aterrizaje de aquel hombre... Ahora conozco la respuesta: "Todos caemos inevitablemente, solo que la velocidad es tan lenta que apenas si la percibimos, por eso no queremos saber de la caída ajena."
domingo, 24 de mayo de 2015
palabras
Alvaro esta sentado en su sillón, con un libro sobre el regazo, a medio leer. Está cavilando, reflexionando sobre lo leído. Palabras caídas de la pluma del que escribió y encontradas por él. En ese reflexionar sobre ese verbo, sobre esas voces y lo que ellas van hilando, como quién teje una bufanda para el invierno, empiezan, todas ellas (las palabras) a girar en círculos y ese círculo se vuelve espiral, y esa espiral abismo... ¡ahí se detiene el tiempo!
Del hueco negro que dejaron las palabras, aparece una mano que se agarra con la misma vida, luego la otra mano, luego la cabeza con los ojos atormentados. Finalmente brota el escritor todo completo y se echa exhausto al borde de su infierno de palabras.
Alvaro urgente le tiende la mano al amigo que hasta ahora descansaba en su regazo. Ahora, hecho carne y hueso. Al estrecharla ya no recuerda las palabras que estaba leyendo sino la fuerza del sufrimiento de aquel hombre, que bien, podría ser él mismo.
Del hueco negro que dejaron las palabras, aparece una mano que se agarra con la misma vida, luego la otra mano, luego la cabeza con los ojos atormentados. Finalmente brota el escritor todo completo y se echa exhausto al borde de su infierno de palabras.
Alvaro urgente le tiende la mano al amigo que hasta ahora descansaba en su regazo. Ahora, hecho carne y hueso. Al estrecharla ya no recuerda las palabras que estaba leyendo sino la fuerza del sufrimiento de aquel hombre, que bien, podría ser él mismo.
jueves, 23 de abril de 2015
Neruda, la belleza hecha verso para un feliz Sant Jordi
Muere
lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.
Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaídos.
Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.
Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaídos.
Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
miércoles, 22 de abril de 2015
CAPÍTULO 1/ El regreso 1964
Jorge Arana venía a matar a un
hombre. No podía ser de otra manera. No existía otra posibilidad si quería
conservar su propia vida.
El talgo, de color rojo y aluminio,
procedente de Madrid, entró por el andén número tres de la Estación de Francia, acababa
así el recorrido de aquel hombre de facciones severas, una forma extraña de
ocultar cierta sensibilidad. Se podía escuchar un gran bullicio en los andenes
que esperaban a familiares y amigos. El tren fue, poco a poco, bajando el ritmo
de sus ruedas de acero hasta quedar totalmente parado. Dentro los pasajeros se movían con maletas y
paquetes hacía las puertas de salida. Todos tenían prisa por bajar, en los
vagones el tiempo parecía detenido, la distancia era larga y el trayecto se
convertía en algo demasiado urgente, sobre todo en la última hora en la que ya
todo el mundo estaba harto del viaje. Aunque el Talgo era la gran innovación en
el transporte rodado, antes de esto, el promedio de un viaje entre Madrid y
Barcelona era de 12 horas, como mínimo. La gente se apeaba con prisas. Jorge Arana, era el único que permanecía en su
asiento mirando a través de la ventanilla. Llevaba el cansancio escrito en el
rostro aunque él no podía percibirlo, soportaba excesiva tensión y llegar por
fin al destino lo dejaba en un estado de melancolía sorda que aún no
apaciguando su niveles de conciencia alterados por lo menos le hacía sentir
algo de equilibrio. Los acontecimientos se habían precipitado en las últimas
semanas. Hoy mismo, había cogido el tren de primera hora de la mañana, cuando
apenas había amanecido. Aquel viaje, sin saber bien el motivo, le recordaba
otro de características muy diferentes. Le costaba recordar, su memoria era
bastante frágil pero de aquel tramo de vida, recordaba la fecha exacta, había
sido en el transcurso del año 1940, los primeros días del mes de enero, mientras
todavía la ciudad estaba engalanada de navidad, aunque fuera una navidad triste
y opaca. Entonces lo hizo en un furgón que apestaba a un olor agrio, la fetidez orgánica se mezclaba con la
de vómito y el hedor que desprenden los cuerpos ante el miedo. El miedo tiene
un olor muy característico, sólo lo conocen aquellos que bajo un sentimiento de
pánico permanecen apretados en medio de
otros seres humanos que sufren la misma emoción. La situación de todas aquellas
personas en hicieron aquel viaje encerrados como animales le hacía sentir
escalofríos se frotó la garganta para
arrancar un nudo que lo ahogaba. No habían pasado muchas cosas desde entonces
porque aquel tiempo parecía haberse instalado para siempre dentro de él. Era un
abismo por el que había ido cayendo. Le fallaban los recuerdos, es verdad, pero
la rabia no había dejado de crecer ni un solo día desde entonces.
Asesinar a sangre fría requiere un
método, no es lo mismo dejarse llevar por el instinto de supervivencia, o por
una subida de adrenalina provocada por el odio, o un mal momento de locura
transitoria en el que un hecho puntual o el cúmulo de muchos pueden llevar al
ser humano a matar a alguien. No es lo mismo matar al enemigo en el ardor de la
pelea, que tener que planear su muerte. Se considera asesinato cuando una persona causa la muerte de otra y lo
lleva a cabo con alevosía, ensañamiento o por recompensa, mientras que “matar”
no tiene por qué tener estas particularidades. Asesinar a alguien puede parecer complejo pero en realidad
no lo es. Matar puede convertirse en una obsesión. El resentimiento puede crecer,
puedes alimentarlo y después saciar el ansia, es algo parecido al hambre, un
hambre verdadera y voraz. Luego todo cosiste en tener un buen plan, “un buen
plan” se repitió a sí mismo y se
vio como una rata en una ratonera. Metió
la mano en el bolsillo y sacó un paquete arrugado de cigarrillos sin filtro,
mordisqueo la punta de uno y lo encendió. Aspiro largamente hasta que notó un
ligero mareo, eso le indicaba que la sangre estaba llena de nicotina. Sintió un
placer inmenso ¿sería algo parecido asesinar a alguien?
sábado, 14 de febrero de 2015
La sombra de la doctora 9 Asunto liquidado
El mayordomo Artur sirvió café a toda la familia. Nadie le hacía mucho caso, pues estaban bastante entretenidos en contar los billetes de 500 € que la mamá Ferrusola iba distribuyendo entre los hijos. Sólo el viejo Jordi lo miraba de vez en cuando con ojos húmedos. Al pasar a su lado para servirle el café, Pujol padre le dijo al Artur,
─ Això és la ruïna, Artur. Estem perduts!! ─comenzó a sollozar por lo bajini ─Aquesta gentussa de poble es menja la mà del seu amo
La Ferrusola corrió a intervenir.
─ Deixar-vos de tonteries. ─ y dirigiéndose al mayordomo ─tu fes la teva feina i no emboliquis més la troca!
Carmela y Aurelia seguían apostadas en el quicio de la puerta, con las armas preparadas para irrumpir en la reunión. Solo esperaban el momento oportuno. Las mujeres se miraron con complicidad… bueno Aurelia tenía los ojos un poco extraviados por el susto. La inspectora le señalo el tirachinas haciéndole ver que estuviera preparada para la acción. Entre susurros prepararon el asalto contra la evasión de capitales. Antes, Carmela hizo una llamada por el móvil.
─ Aurelia estate preparada, apunta bien el tirachinas y no te vayas a mear, que te conozco…
─ Carmela… yo creo que nos deberíamos ir por donde hemos venido. Esta gente no tiene escrúpulos y necesitan tratamiento… sobre todo la señora esa, Ferrusola es que se llama ¿no? Habría que hacerle una imposición de manos…
─ Sí, la imposición de manos se la hacía yo al bolsillo. Déjate de tonterías… A triunfar Aurelia!!!
Y dándole un empujón a la doctora en sicología irrumpieron en la sala. Toda la familia al completo se giro al unísono con caras de horror. Aurelia empezó a disparar el tirachinas a diestro y siniestro, gritando como Jerónimo, en pleno ataque al ejercito yanqui! Carmela, apuntaba con la pistola mientras enseñaba la placa y daba el alto al suelo.
─ La mare que les va parir!!! Són espanyoles!!! Artur, treu la senyera!!
La Señora Ferrusola con cara descompuesta gritaba a la familia en pleno.
─ Nens! agafin els diners i cap a Andorra!!! Ràpid tots els cotxes!!! D'aquestes m'encarrego jo!!! ─y cogió el atizador de la chimenea en plan amenazante.
Mientras, en la calle empezaron a escucharse las sirenas de los mossos, que en cuestión de segundos sitiaron el jardín. Los mossos que no son tontos, dejaron a los mastines con una pierna de cordero de la mejor calidad, comprada en el mercado de la Boquería. Entraron tres escuadrones de mossos con fusiles de asalto y gritando <<¡Soprano, quedas detenido!>> A lo que Carmela, muy indignada les advirtió que no era La Cosa Nostra, si no Casa nostra.
─ Por lo menos hoy, los Pujol-Ferrusola duermen a la sombra ─le decía Carmela a la sicóloga dándole golpecitos en la espalda como si fuera un caniche ─y suénate los mocos, mujer…
Continuará
miércoles, 4 de febrero de 2015
Coruña, 23 de enero de 1986
Como todas
las noches, a las 10’30 horas, Alejandro Quiroga salió a correr. Hacia un frío
glacial y una humedad del 90 por ciento. Al salir del portal de su casa, en la
avenida Arteixo, sintió el golpe del cambio de temperatura. Se apretó la
bufanda al cuello y se subió la cremallera de la sudadera hasta el final. Corrió hasta alcanzar la Avenida Linares, luego
la Marina, para llegar a las Ánimas y rodear todo el paseo Marítimo, subir
hasta la Rosa de los Vientos y continuar por el Marítimo. Tardaba exactamente
1h y 16 minutos. Desde hacía cinco años no había dejado ni un solo día de hacer
este recorrido, sólo en alguna rara excepción, en la que se veía obligado a
salir de Coruña por cuestión de trabajo.
Hacía cinco
años, Blanca decidió abandonarlo. Era una tarde de invierno lluviosa, como casi
todas las tardes en Coruña, pero a él le pareció que aquella tarde el cielo y
el mar cayeron sobre su alma. Las vio marchar con dos maletas y varias cajas pero,
sobre todo recuerda como giraban las ruedas del cochecito de Clara, su hija. Nunca
ha entendido porqué se borró casi todo de aquel hecho y las ruedas siguen
girando en su cabeza. De aquella tarde oscura, las ruedas, fueron lo último que
vio.
Desde
entonces, siempre hace el mismo recorrido. Pasó diez meses en el centro de
recuperación mental, aparte de la medicación para una tristeza que se había hecho
crónica, le advirtieron que el ejercicio era imprescindible si quería recomponer
su espíritu. Tenía que cansar el cuerpo y acallar la mente. La tristeza seguía atenazándole
el ánimo pero, mientras corría una especie de libertad lo arrancaba de aquel
hueco estrecho.
Aquella
noche, como todas, subió por el camino empedrado hasta la Torre de Hércules y siguió
corriendo hacia la Rosa de los Vientos. El sudor le resbalaba por el rostro y
el viento helado cortaba su voz. Porque no se dio apenas cuenta, pero Alejandro
Quiroga gritaba. Gritaba y corría. Y lloraba. Las ruedas del cochecito empezaron a girar cada
vez más rápido, más rápido. Corría y gritaba y lloraba. La sombra de Alejandro
Quiroga se perdió en el mar.
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