miércoles, 20 de enero de 2010

INTERSECCIONES



Alejandro, metro setenta, pelo rapado al cero, actitud prepotente y cierta pose de niño rico. Camina junto a la compañera sentimental de su padre, Nora. Esta lleva mucha prisa, es la nueva directora jefe de la redacción de la revista Diez x Diez, le ha costado trabajo llegar a ese puesto y ahora eso lo es todo para ella. Lleva una bolsa con dos cruasanes recién hechos. Discuten:
−No te puedes quedar en mi apartamento, es demasiado pequeño para tres personas. Lo sabes ¿no? –dice Nora sin dejar de correr.
− Yo no quiero volver con mi abuelo. No quiero pasarme la vida trabajando para él en la fábrica.
−En primer lugar eres demasiado joven para saber lo qué es bueno para ti y en segundo lugar eso lo deberías hablar con tu padre ¿no te parece?
−Mi padre nunca se ocupa de nada. Haré lo que me parezca. – sale corriendo en dirección contraria arrancándole la bolsa de papel con el último cruasán dentro.
Una mujer de origen croata está sentada en el suelo a la salida de unas galerías comerciales. La mirada hacia el suelo. Su aspecto no es desaliñado, simplemente es pobre y se le nota. Tiene extendido un pequeño pañuelo blanco con algunas figuritas típicas de su país. Las intenta vender. Alejandro pasa por delante y con rabia le tira el envoltorio de la pastelería, ya vacío. Nabriska, la croata, no levanta la mirada, ha aprendido a no buscarse líos.
Nabur, de origen africano, es testigo de la humillación. Con pasos y movimientos rápidos agarra a Alejandro por el brazo.
−Haz el favor de pedirle disculpas a la señora. –le dice arrastrando al chico hasta la mujer.
−¡déjame en paz! ¡No pienso pedir disculpas a nadie! –intentando zafarse de la mano que lo retiene.
−Ahora mismo vas a pedirle disculpas a esa señora. –dice Nabur
−¡Suéltame, negro de mierda!
Alejandro se deshace del lazo. Al altercado llega la policía y los dueños de las galerías, que en seguida toman partido por el chico. Les piden documentación a los tres. Alejandro silba mientras le devuelven su DNI. Nabur y Nabriska son llevados a las dependencias policiales. Nabur pasa dos semanas en el calabozo por desacato a la autoridad. Nabriska es deportada a su país por carecer de papeles.
Mateo, el padre de Alejandro, pintor de escaso éxito, hace trabajillos aquí y allá. Nunca quiso trabajar con su padre en la fábrica. Sentirse artista piensa que le da el derecho de no hacerse responsable de nada, ni de su hijo. Nora gana suficiente para los dos. Está enamorada.
Ante la escasez de recursos, Alejandro decide volver a la fábrica junto a su abuelo, donde sabe que no la faltará de nada. Dos semanas más tarde el abuelo le regala una moto de alta cilindrada a su nieto, piensa que así le será más fácil retenerlo. Aquella noche mientras Nabur es puesto en libertad y se abraza a su mujer con lágrimas en los ojos. Alejandro está cogiendo una curva a gran velocidad. La curva es demasiado cerrada, no controla el manillar, intenta reducir pero… es demasiado tarde. Se estrella contra un muro separador. Durante el último segundo de su vida, no sabe por qué, su retina le devuelve la visión de la mujer croata. Quizás porque ésta, en esos mismos instantes, estrecha entre sus brazos a su hijo, exactamente de la misma edad que Alejandro. A Mateo, por influencia de Nora, le ofrecen una exposición en una galería. La obra mediocre será inaugurada dos semanas más tarde, justo el día del entierro de Alejandro.
Nabur está sellando una de las lápidas del cementerio donde trabaja. No le gusta mucho el trabajo, pero no se puede escoger. Pasa la paleta con el yeso dulcemente para que no queden espacios. Al colocar la lápida lee el nombre, siempre los lee: Alejandro Díaz Costa. 1994-2010. Que chico tan joven, dice para sí. Un hombre mayor deja una corona de flores, no hay más visitas. El abuelo regresa a la fábrica.

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