miércoles, 14 de octubre de 2015

Despacio

          La máquina de escribir suena y arranca palabras, algunas pausas y vuelve a sonar. El humo del cigarrillo inunda la habitación. Papel pintado años sesenta y una decoración cargada parecen abrigar el caos. Libros y notas desparramados como la maleza que devora un jardín que dejó de cuidarse hace tiempo. Fue un hombre apuesto, de sonrisa amplia, seguro de sí mismo. Ahora las canas y la vejez le han ganado la partida, una partida perdida de antemano, aunque nunca recuerda haber pensado que el tiempo cumpliera su objetivo, desvanecerse. A veces, para y mira algunos retratos llenos de polvo. Personas desaparecidas… la palabra le hace sonreír. Por muchos libros que pudiera escribir jamás podría explicar  esa desaparición. No logra comprender. Ni siquiera haberse convertido en alcohólico le ha dado lucidez para comprender la nada de algo que existió. Vida finita, depredadora de existencias que se evaporan.
         Hace tiempo que le tiemblan las manos, limpia con el puño de la camisa el cristal de un pequeño marco. Venido de lejos aparecen la imagen de una mujer hermosa abrazada a un perro pequeño y lanudo. Se sirve un vaso de güisqui y lo apura. Un dolor ciego le abrasa el estomago, aprieta el pequeño marco. Está cansado de intentar su propia desaparición y parece que el destino se ríe del intento loco de un hombre más.


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