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martes, 9 de marzo de 2010

ATMOSFERA


Abrió la botella de güisqui y se sirvió una cantidad generosa, en un vaso de boca ancha, con tres cubitos de hielo con formas geométricas diferentes. Para qué tanta sofisticación para enfriar el alcohol −pensó Blanca que a esas alturas de la noche ya estaba bastante bebida. Era habitual en ella pasar las noches bebiendo sin ninguna compañía, más que el televisor, que emitía algún concurso tan de moda en aquella época. Las imágenes, parecían esa noche, más deplorables de lo habitual. Desde el sillón de piel donde se encontraba sentada, sentía la vida ajena a su persona, como los personajes del televisor. Las tonalidades de grises de la pequeña pantalla eran como los recuerdos antiguos que se van borrando quedando sólo retazos en blanco y negro de un tiempo que se fue. El salón estaba en penumbra, sólo una luz baja de color amarillo, en un rincón de la habitación, proyectaba luces y sombras sobre las paredes cubiertas con raso acolchado de color burdeos. Alargo la mano hasta alcanzar la pitillera de plata, que reposaba sobre una mesita baja de roble macizo. Encendió un Chesterfield. Había aprendido a convivir con su soledad, antaño no la hubiera podido soportar, pero ahora le resultaba agradable e incluso acogedora. Además tenía muchos cabos sueltos que atar. Antes, había contado con la ayuda de Jorge para llevar su plan a cabo pero… el muy imbécil se había enamorado de ella y acabado en un manicomio. Siempre había sido un flojo –pensó− ¿cómo se pudo fiar de semejante idiota? Ahora debía continuar sola. –resolvió. Ya no importaba, ella lo odiaba casi tanto como a su marido. Se pudriría en aquella cárcel para locos, no se solía salir de allí con vida. Pero aunque ya no la moviera la ilusión de una vida de placer y de lujos, lejos de aquella ciudad deslucida, junto a su amante, la movía el odio y el ansia de venganza.
En esos momentos entró la criada, Angustias, para despedirse hasta el día siguiente y dar las buenas noches a su señora. Era una mujer de carácter alegre, natural de Jaén, hacía doce años que servía en casa de los señores Casares. Ya sabía que su señora a aquellas horas de la noche estaba un poco piripi. Algunas veces ella misma le quitaba el cigarrillo de los labios mientras Blanca balbuceaba alguna cosa sobre un asesinato. Angustias pensaba que su pobre señora hacía años que no tacaba mucho. Todas las noches se sentaba frente al televisor haciendo ver que lo miraba pero en el fondo, ella, sabía que en su cabeza estaba tramando alguna de sus historias imaginarias. Aquella noche, Angustias tuvo un sueño siniestro: su señor, el abogado Casares yacía muerto sobre una cama, en una habitación que ella no pudo identificar.