lunes, 16 de septiembre de 2013

Mónica



       La tengo sentada enfrente, en la cervecería Moritz, muy repeinada, con la raya del pelo a un lado. Lleva un polo de color azul claro de Benetton que le hace las facciones más mortecinas, más de lo que las tiene. En los labios tiene un rictus de desagrado, cómo la que se acaba de comer una almendra amarga. A su lado está sentado su marido, siempre con la sonrisa puesta, una sonrisa cómo de prestado, podría decirse que no le pertenece, es una  mueca, más que una sonrisa. No es de extrañar que tenga esa expresión postiza con la mujer que tiene, no le debe dar muchas alegrías, por no decir, ninguna. Hemos quedado porque ella, Mónica es su nombre, quería pedirme la receta de un pastel de frutas que yo suelo hacer en las reuniones de amigos, a las que ellos, una vez estuvieron invitados. Ahora preferiría cortarme las venas.
─ Hola Carmela, perdona que lleguemos tarde, es que Rogelio está de guardia (es enfermero en un geriátrico)  se nos había quedado el móvil en casa y hemos tenido que volver ─dice Mónica, torciendo aún más la boca, si cabe.
─ No te preocupes Mónica, he aprovechado para dar un paseo por la nueva fábrica Moritz, la han dejado muy bonita después de la rehabilitación ─le digo regalándole algo de simpatía.
       Sin muchos preámbulos, me pide la receta de la tarta y mientras nos traen unas cañas empieza su deliberación sobre críticas y descalificaciones de personas conocidas por ambas partes. Yo intento dulcificar todo lo que puedo el momento, pero ella no retrocede.  Al final, cómo no consigue hacerme participe de sus desvaríos y su mala lengua, me toca el turno a mí.
─ ¡Ay Carmela! Cada día pareces más tonta, las veces que he tenido que defender tu persona, porque mira, tú no quieres ver… pero los amigos te despellejan viva cuando no estás en las reuniones, y yo, quizás por pena, o yo que sé porque, pues siempre intento lavar tu imagen, dentro de lo que se puede ¡claro! Porque tampoco te creas que se puede hacer mucho.
─ Mujer, ya será para menos… Ya sé que no soy un dechado de virtudes pero no creo tener tantos enemigos…
─ ¡Va! Lo que yo digo ─mirando a Rogelio con sarcasmo ─esta chica es tonta… Por cierto te has peinado de forma diferente ¿te has hecho la permanente?
─ No, quizás se me ha rizado algo más el pelo por el verano…
─ No sé, chica parece que hayas metido los dedos en un enchufe o se te haya caído el secador en la bañera mientras estabas tú dentro ─suelta una carcajada gutural

        Yo trago saliva y miro a Rogelio, su marido, para ver si me echa un cable, pero este no es una persona, es un trozo de carne, que a base de volverse invisible, para que no recaigan sobre él los sapos que echa su mujer, se ha vuelto inconmovible, inmutable e inalterable. Dan ganas de estrangularla a ella y de darle un guantazo a él. Al salir de la cervecería, me digo como tantas veces , que esta es la última vez que tengo el detalle de darle una de mis recetas… La sombra de Mónica esconde lo que yo llamo, una envidia pueblerina. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Eva cruzando la vida

         En todas ellas hay una parte de nuestras vidas. Siempre caminando, siempre un paso por detrás,  llevando el peso del mundo. Amamantando a la humanidad con la leche de la sabiduría ancestral. Pocas veces reconocidas en el letargo del pensamiento opaco y lleno de violencia. No sabe el hombre descansar en el goce de la tranquilidad, de las sabanas blancas, de tantas lluvias que hacen que las semillas germinen en la tierra.
        Mujeres ausentes en muchos ámbitos, que aparecen y desaparecen
de la historia, de la literatura, de la ciencia y de la política. Mujeres innombrables, invisibles. Las olvidadas del progreso. Las que quisieron despuntar por propio talento fueron discriminadas, tuvieron que luchar contra la incomprensión de su tiempo, el fascismo, el racismo, la clase social o la identidad racial. Cómo tantos hombres... pero ellas más, doble golpe. Los derechos que disfrutan en la actualidad las mujeres del mundo occidental se ha conseguido por el esfuerzo de muchas de ellas que han trabajado para conseguirlo. Muchas han intentado hacerse un hueco en el mundo de los hombres,  las cosas han cambiado... pero hay infiernos en este mundo donde la violencia y la invisibilidad es para todas ellas su forma de vida. En todos nosotros hay un hombre y una mujer que pugnan por caminar juntos, para cuando la humanidad abra los ojos seremos una gran familia. ¡Queda tanto!

La conversación

        Escucho un profundo suspiro al pasar por la puerta de la cocina. Me aparto hacia un lado. Vuelvo a escucharlo, ahora seguido de un murmullo apenas imperceptible. Pego el oído a la puerta que está entreabierta. Pongo atención. Es una conversación con pequeños suspiros entrecortados. Ahora oigo ruido de platos, el agua corre como un río entre la vajilla y las ollas. La conversación continua pero no consigo entender una frase completa, sólo palabras sueltas que parecen no tener significado, excepto para la que las pronuncia. Pongo todos los sentidos…

       Ahí está. Es una conversación íntima. Meto la cabeza a través de la puerta y veo a Elvira, sus labios se mueven emitiendo una cantinela, susurros cómo un eco de adentro mientras trajina con cacharros y agua ¡Ahora entiendo! Ella se pregunta. Se contesta. Cuestiona su vida, discute con su pasado, con un presente que se escapa y un futuro que apenas existe.


     Elvira habla con ella misma porque nadie la escucha. Porque ha vivido con los labios apretados y ya está cansada. Quiere hablar y habla aunque el agua se lleve las palabras por el desagüe. Luego, con las manos juntas espera el olvido. Toda una vida pensando hasta que el pensamiento se ha hecho conversación. Quisiera poner mi mano sobre su hombro y apretarlo ligeramente para que me hable a mi siquiera pero yo…simplemente, no existo. Sólo soy la sombra de Eva.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La carta

         Rosario estaba sentada frente a la ventana, parecía que miraba hacía un punto fijo, alguna cosa en el exterior que llamaba su atención, pero en realidad sus ojos estaban perdidos. Con la mano derecha cogió un cigarrillo que se llevo a la boca y lo encendió. Aspiro largamente el humo y luego lo dejo en reposo sobre el cenicero. En sus rodillas descansaban varias cuartillas manuscritas. El sobre que ella misma había arrugado estaba tirado en el suelo. De fondo sonaba la música de “protagonistas”, un programa de radio un poco anticuado.
           La carta podía ser de su hermana que aún vivía en el pueblo. Como no recibía muchas siempre le causaban recelo. Podían ser buenas o malas noticias. Su hijo estaba en el extranjero y nunca le escribía cartas, si no que le llamaba por teléfono pero Rosario estaba segura de que si le pasaba algo sería una carta lo que recibiera. El papel siempre es mejor para las malas noticias. Eso es, al menos, lo que ella pensaba. Si era de su hermana, como la pobre ya era mayor, le daba miedo que la carta fuese una despedida. Las facturas de los servicios domésticos eran inconfundibles, siempre traían una ventanita por donde asomaba su nombre y  en ésta no aparecía. Como ya había tirado el sobre, las cuartillas bailaban en sus manos sin atreverse a leerlas. La carta le quemaba los dedos.
           Rosario era considerada una mujer extraña, dada a las melancolías, algo que a la gente tiende a asustarle. Pero ella era así y no pensaba cambiar. Se levantó despacito, con las cuartillas en la mano, lo que fuese, ya era inevitable… Las arrugó igual que había hecho con el sobre y muy despacito las hundió en el cubo de la basura.





jueves, 5 de septiembre de 2013

Eso te pasará a ti

   

               Desde hace algún tiempo mi amiga Teresita anda diciendo que no se siente bien, que está cómo tristona, cómo melancólica. Yo le digo que puede ser un poco de contagio por todo el panorama social en el que vivimos inmersos. Eso nos acaba pasando factura. O quizás arrastre todavía el trauma del divorcio, porque su marido se fue con una, veinte años más joven.
           Ella dice que todo eso le influye, por supuesto, pero que es algo más hondo, más de adentro, cómo si el alma le empezara a pesar. Bueno el caso que el otro día mi amiga y yo habíamos sido invitadas a una cena con otros amigos. Teresita, que le gusta expresar sus emociones, se puso a hablar de su recién adquirida tristeza:
─Pues yo siento por primera vez que el tiempo corre demasiado deprisa, no sé cómo si no lo pudiera alcanzar por mucho que corra ─dice Teresita con los ojos pequeñitos. Yo veo que a Ricardo se le ponen los pelos como escarpias, tiene el pobre, un problema con la edad y no está dispuesto a que nadie se lo recuerde.
─No digas tonterías ─dice Ricardo con desdén, pues además, le pone enfermo todo que hace referencia a la debilidad humana.
─De verdad, Ricardo lo siento así. Creo que he empezado a sentir el paso de los años ─dice Teresita con honestidad.
            Los demás comensales permanecen impasibles, cómo si oyeran llover, tal vez porque les importa un pimiento o quizás porque presienten que va a haber sangre y están a la expectativa. Ricardo se enerva cada vez más ante la posibilidad de ver en Teresita su propia fragilidad.
─Eso te pasará a ti, porque entre otras cosas te faltan estímulos externos. Yo por el contrario, cada día me siento más joven, más guapo y más rico.
            Teresita viendo que a Ricardo se le estaban poniendo los ojos espiralados  y le temblaba la voz ligeramente, opta por callar y dejar que Ricardo metiera todos los goles.
             Y fíjate, que el otro día me llamó Teresita para decirme que se iba a Houston a operarse las tetas y que por favor llamase a Ricardo que lo habían ingresado en una clínica, muy prestigiosa eso si, por una depresión o algo parecido.
             La vida da muchas vueltas y nuestras proyecciones ¡también!
                 


jueves, 29 de agosto de 2013

Luces y sombras de Sofía

                              Recostada sobre la cabeza sobre su brazo,

Sofía sueña. Su imaginación vuela lejos de su realidad, se siente embriagada,  la sangre recorre sus venas cómo una manada de caballos libres, dueños de sí mismos. Sofía galopa sobre uno de ellos, el más hermoso, el más salvaje, el dueño del mundo. Blanco como la nieve, ella, su montura y su reina. Imagina la vida con colores más luminosos, rotundos. Siente los pinceles entre sus dedos sin apenas consistencia, como una prolongación de sí misma. El lienzo blanco se va cubriendo de fuerza, trazos espesos, borbotones de pintura. La mente de Sofía se inunda. Sobre la arena blanca, las olas llegan hasta sus pies con una espuma  densa que lentamente asciende por todo su cuerpo. La baña, la empapa, para luego retirarse dejándola dibujada sobre la tierra ¡Sofía vive! ¡Sofía ama! Los latidos de su corazón golpean tan fuerte como los cascos de su caballo. No le importaría morir en ese preciso momento (…)

                           El descenso de Sofía a los infiernos se ha vuelto su realidad. Tirada sobre la acera ni siquiera recuerda cómo llegó hasta allí. Estira una esquelética mano para asirse al pomo herrumbroso de una puerta desvencijada. Unas sombras negras la rodean, diciéndole en voz tenue, que la abra, que justo detrás hay una pendiente sin retorno. Por allí se podría deslizar… hasta el abismo. Un asco recorre su garganta, el sabor amargo de la bilis le impregna la boca, el sabor del aborrecimiento hacia sí misma. Sofía recuerda la belleza de otros días, cuando pensó que aquello era la vida.  Si al menos pudiera llorar… pero sus ojos los ha secado el odio, la rabia. Un silencio roto le ha robado los años. Ya no recuerda la última vez que sonrió, si no era para suplicar una papelina de polvo blanco, a cambio de un cuerpo usado. Ya casi no puede vender ni eso. Sofía rebusca en el sucio bolsillo de su pantalón y con dedos temblorosos toca el último pasaje hacia ninguna parte. Como una fotografía en blanco y negro, Sofía yace una madrugada en aquel sucio portal de una ciudad impasible. 
             La jeringa fría y húmeda cuelga de su brazo como un animal muerto.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Una profesional



           Lo primero que hace al entrar en su despacho es comprobar que todo está en su sitio, es una maniática del orden y trabajando en un despacho compartido, pues el negocio ha venido a menos, cómo es su caso, no se fía de nadie. Suena el telefonillo interior. Angelines Ballesta,  doctora en psiquiatría, contesta.
─ Diga Amparo ─Amparo es la enfermera.
─ Doctora, la señora de Padrón está aquí, dice que tiene hora para las diez, yo le digo que no pero ella insiste.
─ Enseguida la atiendo, dile que pase a la salita y se lea una revista del corazón ─que pesada, piensa.
      La doctora Angelines Ballesta se pone las manos en las sienes con gesto apesadumbrado, está más que harta de que la tal señora se presente cuando le viene en gana, lleva más de tres años atendiéndola, si no fuera por el dinero… Se levanta del sillón va hasta la estantería del fondo, abre un tarro con antidepresivos, se echa dos en la boca y se sirve un güisqui que se bebe de un trago… ¡hay que aguantar a los pacientes! Mira la botella con cara de besuga y se sirve otra. Esta, para no perder los nervios, piensa.
La doctora Ballesta se tambalea ligeramente al dirigirse al escritorio, le cuesta apretar el botón del interfono porque el güisqui le produce visión doble.
─ Amparo haga el favor de decir a la señora Padrón que pase ─como tarda se sirve el tercero.
           Una vez a conseguido volver a su sillón se pone a pensar lo de todos los días, que ha equivocado la profesión, le habría gustado ser policía o ladrón de guante blanco pero psiquiatra…se le había puesto el culo gordo de estar en aquella silla, se retuerce las manos por el nerviosismo, la mezcla de alcohol con los antidepresivos sigue su curso. Dos golpes en la puerta le indican que la paciente está al otro lado. La señora Padrón entra cansinamente dando largos suspiros. Se deja caer en el diván que mira directamente a la pared.
─ ¡Ay doctora! Amparito me ha administrado el valium de diez  en la vena pero aún así doctora…… ─la verborrea de la señora no tiene límites y el valium parece no hacer ningún efecto.  Mientras continuaba con su incontinencia verba,l revuelve la cabeza queriendo mirar a la doctora Ballesta…. -después de media hora de cháchara...
─ Señora Padrón le voy a cambiar la medicación ─ le dice la doctora, mientras la paciente sigue con el rollo,  Angelines se saca el cinturón de la bata y se la pasa por el cuello y … ¡aprieta, aprieta! La mujer se retuerce como una culebra en el diván. Cuando deja de hacerlo y da el último estertor la doctora Ballesta llama por el interfono a su enfermera.
─ Amparo haga el favor de venir. Le he cambiado la medicación a la paciente y me parece que está un poco indispuesta.
         Amparo se dirige al diván y pone sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la paciente.

─ Otra que se nos ha marchado, doctora ¿la pongo con los demás?

─ Claro Amparo, claro ─dice la doctora Ballesta sirviéndose otro güisqui. Ahora se siente un poco más relajada pero sobre todo una profesional.