
Merece la pena escribir para contar, para saber, para encontrar... por el placer de ser y de sentir...
viernes, 20 de noviembre de 2009
Un futuro mejor

lunes, 16 de noviembre de 2009
Insignificante

martes, 22 de septiembre de 2009
Te extraño amiga
Para que vean ustedes que a las inspectoras de mi categoría también le pasan cosas personales que son verdaderos mazazos.
En esta fotografía aparece una de mis mejores amigas y mi más entrañable colaboradora. La mejor profesional en lo que a la medicina se refiere. Nunca he tenido un caso en el que ella no me haya dado su opinión científica y de la que yo no esté enormemente agradecida. Hemos sufrido penalidades en nuestra vida policial. Conflictos muy escabrosos en los que siempre he contado con su apoyo como experta y como amiga. No saben estas míseras paredes de comisaría como la echo en falta ¿ a quién llamo yo ahora en caso de necesidad profesional y emocional? Me jode un ovario que esta mujer se me haya ido a un viaje tan largo. Mira que se lo tengo dicho: ni se te ocurra solicitar años sabáticos de esos que les da a los funcionarios por pedir para hacer no sé qué cosas. Yo como mi vida es mi profesión ... ¡Pues nada! Ella va y los solicita. Y así me he quedado, con un caso entre las manos en el que una acreditada es sumamente necesaria. Ahora tendré que buscar a cualquier mindungui que me haga los informes ¡que asco! Bueno pero te voy a perdonar...
Aquí la vemos en uno de esos días en las que uno necesita tomarse una cervecita con los amigos en el bar de la esquina, muy cerquita de comisaria. Prefiero omitir el nombre para no dar publicidad a nadie y si no que nos hagan descuento. Como decía... aquí está ella tomándose un tentempié en uno de esos días en que la depresión profesional se te apodera. Concretamente ese día teníamos un caso muy delicado, en el que estaban comprometidas personas de altos vuelos. Un asesinato en el que su resolución podía llevarnos hacer peligrar nuestras vidas. "El extraño caso de Tárrega" Nos llevó días y muchas veladas como esta que ven en la foto, llegar a resolverlo. Pero finalmente mi genialidad y su sentido común nos condujo al mejor resultado policial para envidia de muchos. En fin... que la extraño un montón...
martes, 1 de septiembre de 2009
El día de después

viernes, 28 de agosto de 2009
A una amiga y más

A veces y solo a veces se encuentran dos almas,
A veces, solo a veces siento que la he hallado,
Dos gotas de agua en un océano,
Las vertientes de dos ríos que dan a un solo mar,
Pero... ¿cuántas veces, la marea, me devuelve a la orilla sin nada más que dar?
Como un soplo es la vida,
Como un aliento que se escapa de a poco,
Así es el amor que hay en mi rostro cansado,
Cuando se posa en tu regazo,
Solo una confesión quiero... ¿ quien recorre junto a ti la senda?
Mientras... yo muero en el olvido.
Dos palomas, una sola vez surcan juntas el horizonte,
¡Que belleza! Una sola alma, dos corazones,
que tiene la vida que a unos les concede el mágico encuentro
y a otros nos quita, para vivirla, todas las razones.Solo una respuesta quiero... ¿cuándo me descuidó el destino, que me quitó lo que más anhelaba, siquiera antes de haber nacido?
viernes, 22 de mayo de 2009
DOBLE VIDA (continuación)

Mientras Fermina está preparando el baño, la oye gritar, corre por el pasillo todo lo que dan de sí sus piernas, que ya no están tan ágiles como antes, cuando tenía unos años menos. Llega hasta la habitación donde encuentra a Blanca en el estado lamentable al que ya la tiene acostumbrada. Evitando hacerle daño ni que se lo haga a ella intenta agarrarle las muñecas, se tumba encima para dominarla y le echa la cabeza hacia atrás.
- Señora Blanca, conténgase, estese quieta o tendré que tomar otras medidas. –dice Fermina intentando controlarla.
Pero Blanca no parece escucharla, grita y se retuerce como si estuviera dominada por una fuerza sobrehumana. Entonces Fermina se incorpora y como puede con su mano derecha le estampa una bofetada. Blanca se queda rígida, se queda mirando a aquella mujer que ahora le inyecta algo el brazo, pero en realidad no la ve. Sus ojos traspasan su cuerpo, poco a poco sus músculos se van relajando y al final cede como una hoja caída de un árbol, sin voluntad, sus ojos se llenan de lágrimas y deja de moverse para pasar a una quietud amarga. Fermina respira aliviada, por hoy ya ha pasado, cree que la mujer que se mantiene debajo de ella ha vuelto a la tranquilidad. No entiende como una persona puede estar tan torturada, ella es ignorante en estos temas y tampoco quiere saber más allá, al fin y al cabo para eso está el médico que la trata. Pero para Blanca no existe esa tranquilidad, en realidad su alma todavía no ha regresado del estudio de música de su infancia. Solo ha decidido dejar que ocurra.
Blanca es una mujer delicada y bella, quizás roce los cuarenta, tiene el pelo castaño claro y unos ojos del color de la miel. La piel muy pálida y una delgadez acusada la hacen parecer más frágil de lo qué es, el cuerpo sin ser atlético está bien proporcionado y sus modos son armoniosos y cultivados, de una elegancia natural. Nació en una familia burguesa, su padre al que Blanca cree amar profundamente era un compositor y director de orquesta muy reconocido durante su época de actividad profesional. Ahora ya está retirado, quizás retirado de todo, Blanca hace mucho que no sabe de él, pero es un tema del que no le gusta hablar y no soporta las sesiones que ella piensa estúpidas a las que su médico la somete, en las que éste insiste en hablar de su padre, su madre, su infancia en general. Estos psiquiatras, piensa para sí, siempre están buscando en el mismo lugar sin encontrar respuestas. Ella cree que su mal consiste en su exagerada inteligencia, en su excesiva sensibilidad, en un espíritu excesivamente cultivado, desde luego que no se arrepiente para nada de ser así, muy al contrario está muy orgullosa de ello. La verdad le habría gustado ser algo más práctica, seguro que entonces habría llegado a ser una gran compositora como su padre o por lo menos concertista profesional. Ahora en cambio siempre está recluida entre el dormitorio y el salón, relegada de una intensa vida social por culpa unos nervios que la traicionan continuamente, que parecen ir a su aire sin consultar con su dueña. El piano no pude ni soñar en tocarlo, no entiende como puede sentir esa aversión por algo tan estimado para ella, a lo único que puede aspirar es a esa estúpida máquina de escribir tan pasada de moda, está harta de decirle a Fermina que le traigan un ordenador, no entiende la falta de respeto de esa mujer.En estas cábalas pasa su tiempo esperando siempre que no suene la música de nuevo, otras veces se sienta delante de la vieja Olivetti para consagrarse a escribir sin que el papel no deje de estar nunca en blanco.
Una niña de ocho años está sentada frente al piano de su estudio de música, ensaya muy atareada unas partituras, tiene el cabello recogido en un moño, pero le caen algunos tirabuzones dorados sobre el comienzo de la espalada. Sobre todo quiere aprender la obra que más le gusta a su padre al que admira con devoción, para ella es el mejor compositor y el más guapo. Sus manitas están sobre el teclado, la puerta se abre y su padre entra evitando hacer ruido, toma una silla y se sienta a su espalda, acaricia amorosamente un tirabuzón de la niña, esta gira su carita y los dos se sonríen con complicidad. Blanca continua tocando “tristeza” de Chopin. Su padre le acaricia la espalda, ella agradece el gesto de cariño pero la desconcentra un poco, sigue tocando y su padre sigue acariciando, ella hace un gesto para quitarse la mano de la espalda pero su padre la agarra más fuerte, pone sus dos manos en la cintura de la niña, gira la silla en la que Blanca no llega al suelo, la atrae hacía sí, ella no comprende y lo único que quiere es seguir tocando a Chopin, el afecto excesivo de su padre le molesta, lo siente más cerca, pegado a ella, lo empuja pero es muy fuerte, se convierte en algo pesado, demasiado caliente, la aprieta, la asfixia, ella empuja. Las manos de aquel hombre que Blanca cree que ya no es su padre recorren su cuerpo menudo, la tocan, la manosean. Blanca llora silenciosamente, se tapa los oídos porque una música que suena fuertemente no la deja escuchar los jadeos de aquel hombre, ella quiere que suene más fuerte, más, más, así ya no oirá nada. Algo muy pesado cae sobre ella, después la oscuridad. Blanca tiene nueve años, tiene once, tiene trece, la música suena ya siempre como una carrera imparable, su mente la hace sonar cada vez más fuerte, aquel hombre la visita periódicamente, ella cree que ha hecho algo malo para merecer que su padre la abandone y la deje en manos de aquel monstruo acalorado siempre teñido de rojo.
Tras la puerta del dormitorio actual de Blanca hay un pasillo largo, otras puertas dan también al mismo lugar, al final del corredor se abre un comedor de dimensiones bastante grandes, con ventanales que dejan entrar la luz del sol a raudales dispuestos a una altura considerable de modo que los que allí habitan no puedan asomarse. Simples medidas de seguridad. Amplias mesas alargadas se extienden a lo largo de toda la estancia, los platos y cubiertos están preparados para los internos que almuerzan en el comedor, solo los desayunos se sirven en las habitaciones. Fermina y sus compañeros corren arriba y abajo en un trabajo frenético para poder atender a todos los “clientes”, como ellos gustan de llamarlos cariñosamente, unos requieren más cuidados que otros en este centro de salud mental. Los médicos pasan una vez al día y hacen terapia habitual a todos aquellos con posibilidades de curarse, como es el caso de Blanca. Su psiquiatra personal cree verazmente que la curación de esta mujer consistiría en recordar. Pero Blanca no sabe dónde está, o quizás solo su consciente no lo sabe. Tampoco sabe lo que le sucede cuando suena esa odiosa música en su cabeza. En este instante está sentada en el salón, sus manos se posan delicadamente sobre el teclado de la vieja Olivetti.