miércoles, 20 de julio de 2016

Un vino de calidad

     A veces, uno tiene una especie de visión ilusoria, es algo parecido a una ráfaga de luz pasajera, fugaz… suele ser un momento mágico pero efímero. Es un tiempo tangible, incluso carnal,  carente de idealismo…  Parece real pero, es un engaño. Sí, eso es, un engaño.
     Álvaro está sentado, por alguna broma de la vida, en un lugar codiciado,  mientras saborea un buen vino. Un vino de excelente calidad, al que por desgracia no está acostumbrado. Álvaro siente, por ese breve espacio de tiempo,  que la vida le sonreía, estaba exultante. Aquel vino, Gran Reserva, impagable, corre por su garganta como un premio merecido. Como si fuera natural sentir el placer que no lleva implícito ningún sufrimiento, que no tiene coste adicional. Allí sentado con aquella copa de extraordinarias dimensiones, llena de aquel elixir de diferentes tonalidades, exquisito al paladar, la felicidad lo inunda.
     Días más tarde, sentado en una silla desvencijada,de una taberna, de un barrio marginal, comprende que todo aquello no existía, como un error del entendimiento, una burla, una comedia  vulgar y estúpida. Allí sentado, se creyó un hombre deseado, viril, seguro de sí mismo. Ahora sentía una vergüenza íntima, dolorosa de recordar. Con los achaques propios de la edad, con la amargura de una vida que ya cuenta el tiempo como una tenaza que ahoga, si la piensas.
     Nada, eso es lo que era. Hoy, ahoga aquel gozo en un tinto mediocre sin reflejos.        Pierde un poco de sangre… aquel vino Gran Reserva se escapa de su cuerpo con prisa insolente.

lunes, 27 de junio de 2016

Para él

Acaba de abrir la puerta, un sol tenue entra y le ilumina la cara. La brisa le revuelve el pelo ondulado de color castaño claro. Es un hombre alto de agradables facciones, ligeramente alargadas y de ojos del color del cielo. Un sendero le lleva hasta el bosque, sus pasos son decididos y su caminar elegante y ligero. No quiere mirar atrás porque atrás ya no queda nada. Tiene fuerza, tiene energía para empezar de nuevo. Todo aquello ya no existe, su mujer, sus hijas, forman parte de un pasado, algo que se cruzó en el camino. Ahora la liberad se abre paso como una tormenta inevitable.

Se equivocó, lo sabe. Se equivocó muchas veces pero, también esos errores eran desconocidos, eran la lucha por  sobrevivir, por alimentar un presente que se marchó para siempre. Ahora se acercan a la cabecera de la cama donde yace un cuerpo que no es el suyo, aquellas mujeres que nunca entendieron nada. Aquellas mujeres que lo juzgaron siempre. Nunca hubo dialogo, ni preguntas, tampoco respuestas. Aquellas mujeres nunca lo amaron, tampoco él las amó. La vida es extraña. Ahora todo eso ya no importa. Deja escapar el aliento, su último aliento. Esa realidad ya nada tiene que ver con él.


Corre hacia el bosque en busca de sí mismo, sin ataduras, sin lamentos ni condiciones. Ya no tiene que mendigar  una vida que, nunca fue suya, sino solo a medias. Ahora solo es él y se aleja hacia el bosque. Antes de perderse entre los altos árboles llama con voz clara a su perra, la que lo amó y la que lo sigue.

lunes, 20 de junio de 2016

Vampiros a la carta 2

Hay vampiros de muchas clases, de eso, estamos avisados. Crecen y se multiplican y eso, también es verdad. De hecho, cada vez hay más. Esto es debido, diréis, porque hay más de todo, en general ¡Pues no! Los vampiros proliferan porque, cada día, lo que sí hay más, es ignorancia creativa y emocional y menos pensamiento crítico y auto crítico. Ahora no se quiere hacer crítica… nos hemos vuelto ecológicamente estúpidos. En esta nueva era, todos quieren ser tolerantemente imbéciles. Vestidos de profetas tecnológicos, desiguales clonados o sobre la bicicleta mugrienta. La tolerancia por el prójimo nos esponja el cerebro y nos arranca lo único que poseemos verdaderamente: nuestra individualidad. En esa falta de individualidad, ahí, es donde se fabrican los nidos vampíricos.

          Un ejemplo. Vampiro, criado en los márgenes, entre el pueblo llano y la envidia universal. A  medida que crecía, la inocencia se fue fosilizando y la envidia tomo dimensiones desconocidas. Un buen “pelotazo” lanzo a este vampiro, sin muchas luces, a la cresta del consumismo recalcitrante pero, en vez de quedarse varado en la playa caliente y contaminada del ambiente del buen consumidor, le dio por hacer el bien al prójimo. Se  afilió a una buena causa donde, con su dinero, tuviese un cargo medianamente importante. A partir de ahí de disfrazó de santurrón, de beato liberal y esquizofrénico, donde lo mismo le da, ser un día el saca sangre tacaño y rastrero,  dado al victimismo de enfermedades fantasmagóricas que, pretender ser el oráculo de los idiotas.  Se sube a la montaña para sermonear a las pobres ovejas, que aparte de aburrirlas, les saca hasta la última gota de leche. Este vampiro es ecológicamente bien visto y cuesta de cazar, pues se esconde entre las multitudes consumistas y bonachonas que, incluso lo defienden. Las fuerzas del orden antivampírico están detrás del asunto. Veremos resultados…

sábado, 11 de junio de 2016

Vampiros a la carta I



        Después de un largo viaje, he regresado a casa. A casa de Eva, por supuesto. He recorrido calles, ciudades, países. Era un trabajo especial, un caso de criminalidad psicológica. Durante un periodo de tiempo he tenido que observar muchos rostros, distintas expresiones. Miradas que desentrañan muchos misterios. Misterios transparentes, esos que son de librito. Misterios emborronados, esos que tienes que pensar un rato y luego te cae la ficha. Misterios opacos, esos son los más difíciles. Has de hurgar bien en la tenebrosa personalidad de estos depredadores humanos, capaces de absorber una gran cantidad de energía de sus semejantes. No se puede uno dejar engañar, lo primero, es saber que tú también, como investigadora, eres vulnerable a esa vampirización, sangría energética  y espiritual.
       Pongamos, por ejemplo,  el caso, del Gran Alacrán. Este espécimen hembra  lo encontré en una urbanización de lujo, nadie diría que era un vampiro, más bien parecía caperucita roja huyendo, atormentada del lobo feroz.  Pero mi nariz intuitiva no me suele engañar, había algo en su mirada, un poco más allá de los ojos, donde se esconde el alter ego. ¡Allí estaba! Una vampira ganchuda y perseverante como una hormiguita recolectora, siempre al acecho, siempre envenenando… siempre chupando sangre. ¡Uff! fue un trabajo duro, pero finalmente fue llevada delante de las fuerzas del bien, restauradoras de personalidades vampíricas.
       Otro caso que me ha tenido muy ocupada, es el caso del vampiro en serie. ¡Devastador¡ este vampiro no deja títere con cabeza, es cansino. He recorrido cientos de lugares para poder atraparlo. Este vampiro es como el buey que arrastra el yugo de su propia necesidad devoradora. Su chupadera es dañina para él mismo pero, imposible de gobernar. No se sacia nunca, hay que arrancarlo de sus víctimas a lo bruto y se revuelve contra todo. Peligroso, este vampiro. La clave para atraparlo ha sido, no su alter ego, como en el caso del Gran Alacrán. Este vampiro fue atrapado por su propia estupidez y eso se paga. Chupar indiscriminadamente no es inteligente, hay que seleccionar…ahí cayó.

         Otros muchos vampiros me han ocupado este tiempo de trabajo en el extranjero virtual… Ya os seguiré contando… que no quiero agotar a los nuevos en el campo de la investigación profesional. Continuara...

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Ellos y Nosotros

            Recuerdo que la larga cola daba la vuelta a la esquina, nos calaba un olor conocido, íntimo, a humanidad. Al principio me resultaba ajeno e incluso sórdido e inmoral. Con el paso de los días me fui acostumbrando y empecé a sentirme absorbido por aquel olor, me dejo de molestar. No solo eran los cuerpos los que gritaban su jadeo, también eran los pensamientos, el miedo y sobre todo el hambre. No había apenas palabras entre aquellas gentes, eran miradas furtivas las que ganaban al tiempo. Los silencios eran espesos y pegajosos para los hombres, las mujeres tenían los ojos hundidos por la humedad y la tristeza. Solo el insoportable llanto de los niños rompía la virginal mudez. El auxilio social llegaba en forma de chusco, allí no había diferencias porque todos habíamos quedado en la exclusión. Un destierro social que no hicimos nosotros. Una guerra que se fue gestando por intereses y odios pero que no tenía el olor a humanidad de aquella cola infinita. La guerra tenía el olor de los despachos, de la corrupción, del poder, de los trajes bien cortados y de las rancias estancias. Como en una fotografía, los colores fueron desapareciendo hasta quedar solo el blanco y negro.


             Tengo aquella foto en mis manos, la hizo un reportero extremeño que solía repartir su pan entre los más pequeños. Se llamaba Claudio y murió de un tiro en la nuca, pero eso ya no tiene importancia. Los años me han enseñado que todo vuelve y que no existen los bandos, que todos somos lo mismo, ellos y nosotros. Que todo  se repite… incluso la esperanza de una vida mejor.

domingo, 18 de octubre de 2015

Nada

Ya no queda nada. Se mira las manos endurecidas por el trabajo del campo y piensa que siempre las recuerda así de toscas, quizás algún día fueron ingenuas. Antes que él, su padre cuido las tierras y las ovejas. No ha sido una vida fácil pero los largos días de pastoreo en las altas laderas, no dejan de herirle las voluntades. Era una felicidad legítima, de aquellas que son incuestionables. Él no entiende de números pero le parecen verdades absolutas las tardes junto a Teresa, mirando arder la leña. Ella remendaba los descosidos de las vestiduras pero sobre todo los del alma, que están más quebrantados, como sus huesos.
Ya no queda nada. Un día Teresa se marchó después de la tormenta. Hubo de vender las ovejas, se fueron en un camión para servir de alimento a personas con corbata. Siguió cuidando la huerta bajo la mirada de su perro, ahora sin rebaño y tan achacoso como él. Pan y café y sobre todo recordar a Teresa.
Ya no queda nada. El perro yace sobre la cama de paja cerca del hogar. Se ha marchado antes que él. Eso sí ha sido una mala pasada, piensa y sin saber porque se mira las manos, le acaricia la cabeza y le perdona el abandono. Tres días después, el hombre que nació para morir deja ir el aliento que concluye la existencia. Le parece ver a Teresa junto al fuego y escuchar al perro ladrar a la aurora. Ya no queda nada.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Despacio

          La máquina de escribir suena y arranca palabras, algunas pausas y vuelve a sonar. El humo del cigarrillo inunda la habitación. Papel pintado años sesenta y una decoración cargada parecen abrigar el caos. Libros y notas desparramados como la maleza que devora un jardín que dejó de cuidarse hace tiempo. Fue un hombre apuesto, de sonrisa amplia, seguro de sí mismo. Ahora las canas y la vejez le han ganado la partida, una partida perdida de antemano, aunque nunca recuerda haber pensado que el tiempo cumpliera su objetivo, desvanecerse. A veces, para y mira algunos retratos llenos de polvo. Personas desaparecidas… la palabra le hace sonreír. Por muchos libros que pudiera escribir jamás podría explicar  esa desaparición. No logra comprender. Ni siquiera haberse convertido en alcohólico le ha dado lucidez para comprender la nada de algo que existió. Vida finita, depredadora de existencias que se evaporan.
         Hace tiempo que le tiemblan las manos, limpia con el puño de la camisa el cristal de un pequeño marco. Venido de lejos aparecen la imagen de una mujer hermosa abrazada a un perro pequeño y lanudo. Se sirve un vaso de güisqui y lo apura. Un dolor ciego le abrasa el estomago, aprieta el pequeño marco. Está cansado de intentar su propia desaparición y parece que el destino se ríe del intento loco de un hombre más.