martes, 13 de enero de 2015

La visita

Después de tantos años ya no esperaba aquella visita. No había escuchado la puerta pequeña que daba paso al jardín. Siempre estaba abierta. Darko Ivanovic no temía ni a ladrones ni a vendedores inoportunos, pasaba tanto tiempo solo que cualquier encuentro era pura casualidad y la poca gente que llegaba a la puerta de la casa había ido espaciándose hasta perderse en los recuerdos enmarañados de su cabeza.
Hacia treinta años desde la última vez que la vio, quizás eran treinta y cinco, le costaba acordarse de los hechos importantes. Algo parecido al café soluble que dejaba caer en la leche por las mañanas, se disolvía en ella hasta que solo quedaba un color pardusco, así había ido quedando su vida.  Solía retorcerse la mano izquierda con fuerza para que los recuerdos acudieran a su mente, a veces funcionaba. A trazos le venían ráfagas de su  memoria, no era un recuerdo nítido sino una sensación violenta de frío. Se retorció con más fuerza la muñeca hasta que le atravesó el dolor, entonces llegaron los detalles. Al principio la había temido, había luchado con esa atracción poderosa de las cosas inevitables, fue durante la guerra cuando la vio por primera vez, algo en ella lo enamoró o tal vez fueron las circunstancias tan sombrías las que los acercaron, quizás, no fue el amor sino el espanto (como cantó Borges). Cuando la veía caminar hacia él, tan majestuosa, imponente, altiva y llena de ternura a la vez. En esos momentos sólo podía recurrir a las cuartillas de papel arrugado que rellenaba con apremiante dolor de secretos. Así conseguía espantarla, haciéndole creer indiferencia cuando era miedo. La amaba y la temía. La resistía y le escribía.

Casi al final de la guerra una bala certera lo hundió en aquel amor, pasó muchos meses en el hospital acorralado por su compañía, le gratificaba que estuviera allí pero, pensaba abandonarla, esa es la verdad. Si tenía la oportunidad de sobrevivir se marcharía. Sobrevivió y no la volvió a ver... hasta hoy. Allí estaba. Envejecida pero con el mismo porte. “Esta vez no me resistiré, le dijo. Mis recuerdos se borran como las huellas bajo la lluvia, apenas si sé quién soy. La sátira de la vida me va dejando solo con mi dolor y nada más a ti te recuerdo de forma clara, únicamente la imagen de tu figura y el sonido de tu voz quedan intactos. No llevo maleta para este viaje que no tiene vuelta”.

viernes, 9 de enero de 2015

La sombra de la doctora 7/ Altercado en la Cerdanya

Después de pasar más de setenta y dos horas documentándose en la comisaría central de Barcelona, Carmela y Aurelia (la doctora en psicología) estaban extenuadas. La inspectora Carmela no usa maquillaje, en esta ocasión eso le favorece sin duda alguna, en cambio, el aspecto despintado de Aurelia causaba pavor, tanto que casi mata del susto a un policía novato recién llegado de la academia.
─No sabes mantener la compostura durante el trabajo Aurelia, pareces el Cristo de los Faroles ─la regañó la inspectora.
─Yo necesito mi tiempo para acicalarme y he perdido la noción del tiempo desde que estamos aquí metidas, como ratas ─lloriqueó Aurelia
─Bueno, cállate que esto ya está listo. Guarda los dossiers en el maletín y atúsate el pelo que nos vamos…
─¿A dónde?
─A un pueblecito de la Cataluña profunda que te va a encantar, todo muy verde no cómo ese pedregal sevillano donde desmantelamos a los traficantes de ERES…
En cinco minutos escasos están saliendo de Barcelona por la A2, al pasar por los túneles del Cadí, Aurelia se da cuenta que van en la vía de Andorra, lo que aprovecha para preguntarle a la inspectora si podía comprarse unos auriculares inalámbricos. Por contestación un guantazo en el moño y berrido policial.
Ya en la comarca de la Cerdanya, Carmela toma una carretera secundaria donde acabará por pasar la frontera iniciando un recorrido sinuoso por una pista forestal hasta llegar a un pueblecito perdido llamado Latour-de-Carol, donde Jordi Junior tiene una mansión parecida a la que aparece en la película “Cumbres borrascosas”. Aparcan el coche entre unos abetos negros para camuflarlo adecuadamente. Carmela comprueba su pistola reglamentaria (que no cree vaya a necesitar) y le da un tirachinas a Aurelia…
─Yo esto no lo sé utilizar ─dice con cara de tener entre las manos un bazooka.
─No te preocupes sólo es por si acaso tienes que asustar a algún miembro del clan familiar ─la mira con sentimientos encontrados entre la ternura y el fastidio. Bajan del vehículo y empiezan el ascenso hacia la mansión de los Pujol… El portón de hierro forjado está cerrado y hay una pequeña cámara adosada a una de las columnas de piedra. Carmela coge el tirachinas y rompe la lente, mirando a la sicóloga con aire de superioridad. Después le saca una horquilla del moño a su colega y empieza a forcejear con la cerradura hasta que finalmente cede… Abre, no chirría, está engrasada (menos mal). Siguen adelante…Carmela primero y Aurelia detrás agarrada al anorak de la inspectora. Todo parece ir a las mil maravillas, parece que en pocos minutos tendrán a los Pujol con las manos en la masa, contando el dinero negro, que se ha constatado, guardan debajo de una enano de jardín (por cierto, bastante parecido a Jordi padre) En un momento, la suerte cambia de rumbo y las dos valerosas mujeres se ven rodeadas por cuatro mastines del pirineo dirigidos por el benjamín del clan Pujol… Un hilillo fino va mojando los pantalones de la sicóloga…
─ya sabía yo que te ibas a mear, déjate de tonterías y apunta con el tirachinas a la yugular…
─¿de quién?
─Del mastín, inútil.
─¿de cuál?

Continuará….






miércoles, 7 de enero de 2015

Libertad, no gracias

Alejandro Tobar, tiene porte o lo que solemos llamar elegancia personal. Alto, erguido de espaldas y cuando camina, la gravedad no parece afectarle cómo a los demás. Trabaja para una multinacional holandesa cómo alto ejecutivo. Moreno de cabellos ondulados y piel muy blanca, posee un  rostro heleno perfecto. Pero tanta perfección tiene que tener su lado oscuro… su inteligencia. Tiene una inteligencia sublime, abstracta e imaginativa que no le permite en ningún momento dejar de pensar. Se suele hacer preguntas sobre su propia existencia. ¿Cómo es posible qué teniendo tantas posibilidades de vivir una vida sin ataduras y llena de acontecimientos y aventuras? Pudiendo amar a muchas mujeres sin disolverse en ninguna, recorrer el mundo sin prisa y gozar del patrimonio que la naturaleza le ha conferido. Ha renunciado a todo, ha creado una familia, tiene las amarras de dos hijos, una mujer que dejó de desear hace mucho tiempo, pasa sus días sometido a su jefe en un trabajo estúpido hecho para estúpidos…todo esto hasta el fin de su vida.
¡Ahí está la oscuridad de Alejandro Tobar! No es libertad lo que realmente desea, sino sometimiento, pese a su discurso interno él sabe perfectamente que su mayor terror es “la libertad”, su sueño de independencia no es más que eso, un sueño, lo que él necesita más que el oxigeno es una dependencia total porque lo contrario le resulta insoportable, como caminar al borde de un abismo. Si la inteligencia no fuera su lado oscuro, si la estupidez fuera su estandarte, estaría a salvo de ese miedo a su propia libertad, porque son los tontos justamente los que disfrutan de la vida. Careciendo de discernimiento no se hacen preguntas, no les importa su libertad, pueden devorar poder, estatus, sexo, dinero o cualquier otra cosa, masticar y escupir lo desechable.
Alejandro Tobar hace una última reflexión: “la suerte del tonto el guapo la desea”.


jueves, 11 de diciembre de 2014

El día de las lentejas

Aquel día había lentejas para comer y visitas en la casa. Como siempre, eran visitas que pertenecían al círculo  familiar de Conchita. El malestar de esta era evidente, ese malestar que se siente a nivel de piel, que está denso en el aire y que flota sobre las cabezas y se posa en el ánimo de los que rodean a la fuente de donde fluye. El círculo de Conchita era consciente de ello y además sabía que la tensión era fácil de dinamitar, unas cuantas palabras adecuadas y el caos estaría servido. Estaba claro que el  círculo (todo lo que no era yo, era el círculo) no iba a recibir esa bomba, la recibiría yo, como era de esperar. Porque yo era la persona cercana, la que toleraría las consecuencias, mientras que el círculo se iría de rositas a su casa sin importarle la inmundicia esparcida por las paredes, los suelos, muebles, tuberías, huecos… hasta en el más recóndito lugar se habría ensuciado con la basura mental de Conchita. Por lo tanto, todo se fue fraguando para que aquella déspota cargase las baterías y amasase el odio general que la caracteriza, la exasperación de creer que ella es digna de grandes tronos, que debería haberla colmado la vida con frutos dorados y hasta con títulos nobiliarios y no, por el contrario, haberla ornamentado con aquella humildad tan pegajosa e impropia a la que había sido lanzada.
Cuando el momento se correspondió con la suficiente cocción del brebaje, la figura totalitaria se volvió hacia mí
─ No sé qué estás haciendo, pero algo estás haciendo. Eres muy listo aliándote con las visitas en mi contra pero te puedo asegurar que esto no va quedar así.
Con cara de persona que ha sido injustamente agraviada se levanto dispuesta a hacerme la velada imposible de sobrellevar y por supuesto la consecuente indigestión de las lentejas. Ante las sonrisitas maliciosas de las visitas, que se saben ganadoras de una discordia que aunque ajena, no deja de ser suculenta. No hay nada que llene tanto de gozo al ser humano como la desgracia impropia, así la suya queda diluida en la gran conciencia colectiva. Ante la evidencia del festejo que me quedaba por delante mi mejor opción fue coger carretera y manta, que se dice.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Julio Contreras

Sentado en algún café de mala muerte, de esos que suelen encontrarse a pie de alguna carretera secundaria, donde entran a aliviarse camioneros y maridos desatendidos, nos encontramos con Julio Contreras, Gestor logístico de una empresa ubicada en la periferia de Barcelona. No es uno de esos edificios modernos de la expansión inmobiliaria, sino más bien un almacén cutre y destartalado, donde se amontonan cientos de contenedores.  Contreras no se diferencia mucho de los conductores de camiones que suelen parar aquí. Fuma como un carretero y bebe como una esponja. Su expresión es la de una persona que se pasa el día cavilando, unas veces sobre lo que piensa que otros piensan sobre él y otras sobre lo que él piensa que le gustaría ser. El ceño fruncido denota una rabia contenida y oscuros pensamientos. En este relato no existe la ficción y toda semejanza con la realidad, no es más que eso, realidad. Contreras, tiene vida propia y forma parte de una sociedad degradada donde imperan únicamente las necesidades básicas. El aspecto de Contreras parece enfermizo pero no responsabilicemos a nadie… simplemente nació feo.
Si. Feo, taciturno y violento. Anda creyendo por ahí que es un puntal para su empresa, imprescindible e insustituible. En parte es así, pero solo en parte. De lunes a sábado trabaja como una mula, está en todas partes, en el almacén, atiende a los clientes, lleva la contabilidad y le lleva el café al jefe aunque no se lo pida. Su vida es su trabajo y la puta que le hace un francés los sábados por la noche, justo en ese bar donde ahora está sentado… lo demás apenas existe, sobre todo la mujer que tiene en casa, es más una criada que una esposa, los derechos maritales se ejercen a la fuerza y con suerte no hay que pegarle para que acceda. Esta historia refleja las verdades y las mentiras no solo de Contreras sino de algunos personajes que aparecen en el relato y en la vida misma.  Si se llegaran a encontrarse de cara con Julio Contreras procuren no tener ningún encontronazo, es capaz de sacar en décimas de segundo grandes cantidades de violencia,  hagan como que no lo entienden y con una sonrisa en los labios, procuren salir corriendo.  A Contreras no le importa reconocer que es así, es más, le gusta fastidiar al prójimo, sacar lo peor de los otros para desahogar su propio veneno.. Se considera un maltratador sólo de mediana calaña dentro de su jerarquía mental. Como todos los abusadores, lo que más desean es encontrar a alguien que abuse de ellos. Es difícil, pero no imposible. Si intentamos dar una coherencia al comportamiento humano… es una cuestión compleja. Ustedes mismos.


jueves, 4 de septiembre de 2014

La sombra de la doctora 6

Aquella mañana, todo estaba preparado para llevar a cabo las diferentes detenciones contra los causantes de los ERE andaluces. Importantes cargos de la Junta de Andalucía habían sido investigados, e iban a pasar un buen tiempo entre rejas. La Inspectora Carmela Bermúdez estaba contenta de cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Gracias a la colaboración de la Doctora en psicología Aurelia García se pudo sacar a la luz los más oscuros entresijos de la corrupción en esa comunidad sureña. Tanto había sido la colaboración de la Doctora que en la central del cuerpo de Policía Nacional es estaba pensando seriamente en contar con sus servicios como asesora de recursos humanos y sobre todo en patologías criminales que arruinan y socaban la economía y la nobleza de un país. En eso estaban Carmela y el Comisario.
─sí, sí… Carmela, estoy totalmente de acuerdo en que la Doctora Aurelia es un buen reclutamiento… está un poco flaca…. la verdad…─decía el Comisario con cara de asco.
─ A ver… Señor, ¡qué coño tiene que ver que esté flaca! ─viendo que la Inspectora se empezaba a poner nerviosa y que echa mano del bolso para encender el cigarrillo electrónico, se afano en poner remedio a una discusión.
─ Nada, nada sólo era un comentario sin importancia… por si tiene que echar una carrerita detrás de algún delincuente…yo por usted, que es la que la va a aguantar mayormente.
─ Pues eso cómo soy yo la que la va aguantar ya me va bien que esté flaca… más manejable y menos gasto gastronómico ─sentenció la Inspectora.
En la solución de estos menesteres estaban, cuando sonó el teléfono personal del Comisario.
─ Perdone un momento Carmela… ¿Sí? Diga. Sí soy yo, el Comisario Martínez. Si… si…sí señor…sí, sí, claro… cómo no… enseguida nos ponemos a ello señor ministro, claro, claro faltaría más… sí, sí… la colaboradora que solucionó el problema en Andalucía… sí señor, de acuerdo señor… Adiós señor ministro…que tenga un buen día ─colgó y miró a Carmela con cara circunspecta.
─ Inspectora se ha liado una más gorda que la andaluza… la cosa parece que es una bomba… el ex president de la Generalitat de Cataluña… el Jordi. Ese, parece que está hecho un capo de armas tomar…
─ No joda Comisario…eso no es nuevo…eso está más visto que el turrón en navidad ─dando una bocanada al apestoso cigarrillo ─es sabor a vainilla..
─ Déjese de chorradas, busque a la Doctora en psicología y cojan el primer ave para la Central de Barcelona,  allí las esperan con instrucciones precisas. Quiero un trabajo bien hecho… así que a hilar fino… y esté al loro que seguro el tal Pujol anda disfrazado.... ¡joder no salimos de una que ya estamos en otra!
─ Así es la vida, Comisario ─y salió dando un portazo, para variar.



jueves, 17 de julio de 2014

La sombra de la Doctora 5


La inspectora Carmela Bermúdez está sentada en su despacho rodeada de dosieres. Con cara de pocos amigos y un café bien cargado, observa detenidamente los folios que contiene el caso de la venta ilegal de comida preparada, que tirando del hilo conductor de esta trama, llegamos hasta la junta de Andalucía, en donde la corrupción ha anidado en casi todos los cargos…
Carmela enciende su cigarrillo electrónico con gesto nervioso… echa una bocanada de humo pestilente a agua de rosas, que era la carga que regalaban con el artilugio.
─Esta mierda de cigarrillo… ¡la vida ya no es lo que era! ─piensa para sí, lanzando el cigarrillo contra la pared que va a estrellarse en el retrato de Felipe VI ─ay disculpa querido, estos nervios me están dejando sin objetividad ocular. Agarra el auricular del telefonillo interior.
─ ¡Trinidad, tráigame a Aurelia inmediatamente! ─ A  esta la voy a poner en su sitio, a ver si se pone las pilas con el caso de comida preparada que, casi le cuesta la vida, además de haberle dado el puesto al inútil del doctor en psicología, Paquito Buendía,  en el despachito del Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla, que tanto se merecía la pobre Aurelia y donde atiende a todos los afectados por la crisis que han caído en riesgo de exclusión social.
─¿la saco del calabozo, Inspectora? ─dice Trinidad con un hilillo de voz porque le tiene terror a Carmela.
─¡pues claro Trinidad, si no como va a traerla ─estos subalternos cada día pierden más neuronas
Carmela ha decidido tener encarcelada a la doctorísima para su propia seguridad, lo único que le sabe mal es que no le puede cambiar el rancho de comida por algo más suculento pero cómo tampoco va a comer porque el estomago se le ha hecho pequeño. Aurelia entra agarrada por el brazo de Trinidad Pérez, con los mismos pelos de la noche anterior, la pobre no se ha podido asear en esa cutrez de comisaría.

─Siéntate ahí y pon atención ─le dice mientras se toma un tranquimazin con un vaso de güisqui completito y le pone la misma consumición a la pobre doctora en psicología. ─Traga y escucha. Esta noche hay que tomar por asedio la Junta de Andalucía, así que quítate esos tacones y ponte estas alpargatas que me traje de mis vacaciones en Mallorca el año pasado… ¡y péinate jolines que das grima! 

jueves, 26 de junio de 2014

Un defecto muy humano LA ENVIDIA.

Ahí está Conchita. La veo acercarse, con la boca tensa y apretura de dientes. Los ojos desorbitados con un tinte sanguinolento, muy fijos, muy abiertos. El disimulo malicioso y diplomático todavía la afea más. Intentando una pose natural viene cargada de rigidez. Con esa intolerancia pintada en la cara, parece salida de un cuadro de Goya.
─Hola Carmela, que bien te ves…cada día más joven… y ¿ese pelo? ¿Qué tiente te estás echando? Aunque los años pasan para todos… y… ¿Qué, ya te has divorciado? No te molestes, ¿eh? Son cosas que se comentan… ─una mueca se deforma en sus labios.
─Hola Conchita. Mujer de dónde has sacado lo del divorcio… ya sabes que nos queremos mucho…


 “La envidia es flaca y amarilla porque muerde y no come”. Ya lo dijo Quevedo. Por ejemplo Susanita es envidiosa, ahí la tenemos, siempre masticando algún pensamiento mordaz, venenoso contra Mafalda que, claro, es más simpática, más inteligente y de aspiraciones más altas. La envida es cómo un tronco que se retuerce sobre sí mismo, maldiciendo su suerte, mientras ve espigarse el ciprés hacia el cielo. 

martes, 24 de junio de 2014

La sombra de la Doctora 4

Las luces se acercan, despacio, por la carretera comarcal sevillana, en bastante mal estado, por cierto. El rugido del motor de un coche pondría en guardia todos sus músculos, si los tuviera. La doctora Aurelia, impulsada por su instinto de supervivencia, se lanza a la cuneta para no ser vista… pero es inevitable… las ruedas dan un fuerte frenazo al llegar al lugar de su escondite, haciendo saltar por los aires cantos, chinas y pedruscos mal adheridos a la calzada. Un sudor frío recorre el espinazo de Aurelia. La portezuela del vehículo se abre, una bota campera se apoya sobre el suelo, justo en su línea óptica por debajo del coche. La otra bota aplasta una colilla humeante. Los pasos se dirigen a la Doctora sin remedio, a está le tiembla el cuerpo…levanta los ojos cerrados a dios para entregar su alma… pasados unos segundos, que parecen una eternidad… “¿No me matan?” se siente inundada por una luz que sin duda proviene de una linterna de gran potencia. Abre los ojos pero la luz cegadora le impide ver… cuando piensa que todo está perdido oye una voz que le resulta familiar…
─ ¿Doctora Aurelia, eres tú? ¡Hija, con ese loock no te reconocía! ¿Es que alguien te ha tirado la tostadora enchufada en la bañera?
─ ¡Dios mío, Carmela, eres tú! Perdóname, tuve que tomar tu placa de inspectora para desenmascarar la trama de corrupción sevillana ─lloriquea Aurelia mirando desde el suelo a la Inspectora Bermúdez, que desde esa perspectiva parece mucho más alta. Esta da dos palmadas y le dice con autoridad policial que suba al vehículo.
─ ¡Sube! La noche es larga y tenemos mucho que hacer ─ante los mohines de la Doctorísima, la inspectora la agarra y en un momento la tiene sentada en el asiento. Cierra las puertas y arrancan como si las persiguiera el diablo, dejando atrás una nube de polvo de una carretera comarcal que sin duda necesita una reparación por parte de la junta de Andalucía.


jueves, 19 de junio de 2014

Blanca Marchant, por entregas 7

Tengo sed y hambre. La noche es demasiado larga y tan intensa que mis niveles de adrenalina todavía están al máximo. Aún siento palpitar entre mis muslos el miembro de aquel hombre moreno, pero más vértigo me produce el color sangre que emana de su garganta… el arte… la febril locura… y los colores que emborrachan… ¡sobre todo los colores! Ese rojo intenso que brota de su herida mortal, esa tierra siena tostada de su piel  que brilla bajo el sudor ahora frío del cuerpo musculado. Incluso el tufo acre de sus axilas y el corrosivo olor de las heces, que el hombre no pudo contener, al sentir que su vida se extinguía sin posibilidad de indulgencia.
Le doy un largo trago a mi vaso de güisqui, después de sacar las fotos que serán el único testigo de mi obra, le echare la capa de yeso que la cubrirá a modo de escultura. Después el horno sellará la obra. No hay mejor manera de ocultar un asesinato, que  dejarlo a la vista de todos. No me queda mucho tiempo, la exposición se celebrará  en la sala Maison des Cultures du Monde de París dentro de dos semanas.

Sólo me falta un detalle, todavía no tengo escultura para mi Narciso agonizante. Esta noche necesito descansar y mañana también, pero Narciso no puede tardar en llegar… el arte no sabe de esperas. Ya casi puedo sentir la sensación de la conquista y el olor de la sangre fresca… Narciso... amor... te encontraré.

jueves, 12 de junio de 2014

La sombra de la Doctora 3

La Doctora Aurelia García camina despacio por una carretera secundaria en las afueras de Sevilla. Anda cómo atontada, los brazos caídos a lo largo del desgarbado cuerpo, las piernecillas de un flaco inaudito se tambalean al dar pequeños pasitos, que aún en esas circunstancias, hacen de la Doctorísima una pija redomada: “Ante todo no perdamos la compostura”  dice para sí.  El pelo, que en un principio iba montado sobre un moño ahora se ha vuelto totalmente anárquico, tal que hubiese sufrido un susto o algún tipo de combustión  ¡No es para menos! Si nos remitimos a los hechos, sabemos que se le ha dado por muerta y eso no puede dejar de pasar factura física y psicológica.
Todo empezó el día que suplantó a la Inspectora Carmela Bermúdez, con buena intención, esto es cosa que hay que aclarar, para poder entrar en los entresijos de la alta burguesía sevillana y atajar de un plumazo  la corrupción vomitiva de mercachifles, políticos y hasta sindicatos, que en vez de dedicarse a salvaguardar los derechos de los trabajadores se dedican a la gestión inmobiliaria de alto alcance, para desgracia del pueblo llano. Muy apretado contra su pecho, no contra sus pechos que brillan por su ausencia porque la pobre es de una planicie de helipuerto. Digo, contra su pecho lleva los documentos que le entregó Trinidad Pérez, la guardia urbano y que ha podido recuperar, no se sabe cómo, pero que son cruciales para demostrar la culpabilidad de los burgueses capitalistas, ladrones, fuleros y  estafadores. Paquito Buendía sabía que los casos de salmonella, que acabaron con la vida de más de cuarenta sevillanos, estaban relacionados con la venta ilegal de comida preparada perteneciente a un alto cargo de la junta de Andalucía, ¡pero claro! Lo que más le importaba  era su despachito, su medalla y las gratificaciones  que eso le habrá producido, aunque para ello haya puesto en peligro la vida de la Doctorísima.

A la Doctora Aurelia la guía por esa carretera inhóspita su dignidad…Sí, su dignidad y la rabia, también hay que decirlo, de que el despachito del tal Buendía cree merecerlo ella ¡Y tiene razón!  Unas luces van acercándose lentamente por la carretera… a la doctora se le erizan más los pelos, si cabe…

martes, 18 de marzo de 2014

La sombra de la Doctora 2

El ayuntamiento sevillano, cumpliendo su palabra, ha concedido la medalla al merito y el despachito prometido al ciudadano ejemplar y ahora Doctor en Psicología, por la Universidad de Sevilla, Paquito Buendía. Despachito para atender a pacientes afectados, casi todos, por la crisis económica que aflige a toda España, alguno tiene otro tipo de neurosis pero son los menos. No crean que no le ha costado lo suyo conseguir ese rinconcito donde atender a tanto aquejado de falta de recursos. El caso de Aurelia García ha estado lleno de sombras que enmascaraban una corrupción que le ha sido muy difícil de disimular, debido sobre todo a los altos cargos políticos que estaban implicados.  La guardia urbano, Trinidad Pérez,  que dirige el tráfico sevillano, le entrego documentación encontrada en la casa de la Doctora Aurelia García donde establecía los vínculos entre los políticos corruptos y las pesquisas del personaje, creado como sabe todo el mundo por ella misma, de la Inspectora Bermúdez que no es otra que la mismísima Doctora Aurelia García.  Resolver este lío y acallar los rumores qué más que rumores son verdades a gritos sobre la corrupción de los políticos sevillanos y sobre los chanchullos dentro de la universidad ha hecho que Paquito Buendía pueda atender a los afectados por la crisis en su resplandeciente despachito.  Lo que no sabe Buendía es que la Doctora Aurelia García no está muerta y se dispone a esclarecer y a demostrar las fuentes mismas de los espejismos y simulacros de la corrupción, incluido el gabinete psicológico de Paquito Buendía.

sábado, 15 de febrero de 2014

La sombra de la Doctora 1

Sevilla,  2013. El cuerpo de Aurelia García es enterrado en una tumba sin nombre. La prensa y la propia familia, que aunque escasa, de la célebre doctora asumen su condición de neurótica con un patético final.
Pero un apasionado admirador, un joven psicólogo de la universidad sevillana, llamado Paquito Buendía, decide arriesgarlo todo para restituir el buen nombre de la finada.
Inspirándose en los escritos de la ilustrísima doctora intenta encontrar al único hombre que puede resolver este extraño caso: la persona en la que se basó Aurelia García para crear su personaje preferido: la infalible inspectora Bermúdez.
Con la aparición de dos candidatos comienza una competición sin igual para desentrañar la muerte de la doctora García y demostrar así, quien es la verdadera inspectora Bermúdez. Esta se verá envuelta en un duelo de inteligencias, en un mar revuelto de misterio del que solo podrá escapar investigando.

Siniestras conspiraciones de la universidad sevillana, una misteriosa mujer disfrazada de guardia urbano, que dirige el tráfico de la ciudad.  Esclavos del trabajo por encargo para presentar artículos a tiempo son algunos de los ingredientes del trabajo casi policíaco de Paquito Buendía, que aprovechando la tesitura presentará el trabajo como tesis para su doctorado como psicólogo sevillano. El ayuntamiento le ha prometido la medalla al mérito y un despachito para sus terapias si consigue dar con la resolución de tan difícil y penoso caso, la muerte de la doctora Aurelia García.

miércoles, 15 de enero de 2014

Blanca Marchant, por entregas 6

Después de consumir completamente mi coñac me he levantado indicando a mi acompañante que me siguiera. Siempre unos pasos por detrás, me gusta marcar las diferencias entre la que manda, que siempre soy yo, y el que obedece, que siempre es el elegido. Me dirijo a mi estudio situado a unas manzanas de la cafetería. El hombre moreno se acerca por el lado derecho e intenta ponerme contra la pared de la calle para darme un beso. Una mano sobre su pecho y mis ojos que se clavan como garras en los suyos lo detienen. Los límites los pongo yo. Hemos llegado. Abro el portón y accedemos a una antigua entrada de caballos, continuo hacia el montacargas, la reja de este emite el ruido del hierro sin lubricar. Subimos hasta la segunda planta. Miro al hombre intensamente, lo agarro del cinturón y lo atraigo hacia mí. Ahora sí quiero sus labios carnosos. Los aprieto contra los míos y le meto la lengua hasta el fondo, luego lo empujo para abrir la reja. El espacio es amplio, al fondo una cama con sabanas de seda negra está medio oculta tras una cortina granate de tela gruesa. lo llevo hacia allí cogido la solapa de la camisa. La bragueta del hombre está abultada y tiene los ojos brillantes. Lo tiro sobre la cama y le bajo la cremallera el pantalón. El miembro ruge como un león. Sobre una mesita baja tengo una jeringuilla, es mi fórmula para su placer y el mio y también para mi éxito como artista. Mientras lo beso un ligero pinchazo en el cuello que ni siquiera percibe. El hombre asciende hasta la cima mientras me lo trago entero, incapaz de moverse por el efecto de la droga sólo puede sentir. A horcajadas sobre su ingle lo monto hasta enloquecer mientras le rodeo el cuello con un trozo de soga recia. Las venas se hinchan y sus ojos se desencajan. Más, más fuerte. Sigo cabalgando hasta que estalla la luz cegadora del éxtasis.
Ahora el hombre moreno yace sobre la cama muerto. Debo terminar mi obra para la que no suelo usar en espátula si no un punzón de grandes dimensiones... El arte en si mismo puede provocar locura transitoria y dependencia de obedecer una y otra vez a ese impulso creador...

viernes, 10 de enero de 2014

Blanca Marchant, por entregas. 5

He estado bastantes días sin salir de casa, todavía el hambre no me apremia. No siento ningún remordimiento por el último suceso, si se le puede llamar así y no asesinato. Siento verdadero placer, el placer que da satisfacer un deseo pero más importante que el deseo es calmar una especie de hambre que se me deposita en la boca del estomago y se extiende hasta el centro mismo de las entrañas. No dejan de rugir hasta el último aliento del amante devorado. Durante estos días apenas he comido, sólo duermo mucho.
Tres días después me he despertado de un sueño profundo, he estado soñando con un cuerpo moreno, de piel brillante y ojos oscuros.
Vuelvo a tener hambre. En la ducha dejo que el agua resbale por mi cuerpo y mi pelo, si levanto la vista veo una lluvia viniendo hacia mí. Me visto sin prisas, nunca tengo prisa. Pantalón negro estrecho y botas de caña alta de tela de saco. Arriba, una camisa blanca de lino, suelta, que el viento hace bailar cuando salgo a la calle.
En el paseo principal hay una cafetería con una terraza para degustar un café o licor mientras veo pasar a la gente. Son las doce de la mañana y a esas horas el paseo está transitado en su mayoría por turistas que bajan despacio saboreando el olor a mar cada vez más intenso. El camarero me trae lo mismo de siempre, un coñac de la mejor marca.  Me echo hacia atrás  en la butaca y descanso la vista sobre los paseantes. No miro a nadie, sé que mis ojos encontrarán lo que busco sin forzarlos.
Un hombre de tez morena, se sienta dos mesas más allá de la mía. Me mira un momento y le devuelvo la mirada. Tiene grandes pestañas que adornan unos ojos negros. Manos anchas de uñas rosadas. es un hombre joven de origen árabe. Lleva ropa de buena calidad. Lo miro de arriba a bajo con un poco de desinterés para crear el efecto contrario. Resultado inmediato. El hombre se levanta y viene hacia mi mesa.

Me llamo Ahziz ¿puedo sentarme? Sus labios gruesos destapan una sonrisa de dientes blancos.
Yo Carla. Miento.Por supuesto que puedes sentarte...

lunes, 11 de noviembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 4

En la calle hace demasiado calor, la gente camina de un lado al otro, algunos corren para coger los transportes públicos. El tráfico es intenso y deja una estela espesa flotando en el aire. Necesito respirar, dejo la calle principal y tomo una callejuela más estrecha que se aleja del tumulto. A medida que camino la vía se hace más y más solitaria, me gusta esa sensación, atravieso unos soportales que rodean una plaza, en un banco algunos viejos dormitan al sol. Una madre da el pecho a un bebe de pocos meses, la criatura succiona las mamas con voracidad como un pequeño vampiro, mientras la mujer sonríe con cara anodina. No me interesa, demasiado corriente.
Allí está. Un hombre joven está sentado unos bancos más allá de la madre que da de mamar. Fuma un cigarro con cara de pocos amigos, es una pose estudiada. Se le nota que no tiene obligaciones corrientes, debe dedicarse a controlar algunas prostitutas, algo que no desgasta mucho, se le ve relajado y no tiene prisa por acabar el cigarro. Camino despacio, mientras exagero ligeramente, pero con elegancia el movimiento de caderas. El hombre me mira y yo lo miro.
Dos horas más tarde soy yo la que fumo tranquilamente, sentada en el sillón de una habitación en el Hotel Sandor. El sudor cubre mi cuerpo debido al esfuerzo y al sexo. El hombre yace en la cama, también lo inunda el sudor, está tan hermoso como antes e incluso más porque ahora es una obra de arte. La palidez de su piel contrasta y embellece con la sangre que baña su cuerpo. Ahora si puedo servirme un güisqui con hielo.


jueves, 10 de octubre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 3

Camino despacio. Me dejo llevar por mis pasos, también me he vestido sin prisas, una falda por encima de la rodilla pero sin ser provocativa. Una camisa entallada de color blanco que permite una pequeña insinuación de los senos, los puños vueltos. Zapatos no demasiado altos. Un pañuelo de color tabaco que me acaricia el cuello. En términos generales siempre prefiero la elegancia a la vulgaridad, mi belleza me da esa seguridad que no necesita demasiados adornos. El bolso hace juego con el pañuelo. Todavía no son las doce del mediodía. Estoy sobria, nunca bebo antes del anochecer. Me gusta hacer bien mi trabajo y para eso no se puede beber.
Mi trabajo es algo particular. No necesito dinero, tengo demasiado, quizás por eso dedico mi tiempo a ciertos objetivos. Todo ha ido llevándome a un callejón, pero no diré que no tiene salida, simplemente me gusta estar en ahí. La costumbre me produce aburrimiento. Mi matrimonio me aburre y las prácticas conyugales me espantan. Tengo ciertos hábitos con los que distraigo la estupidez que rodea a la generalidad de los mortales y de las gentes que vienen y van. Ahora mismo me cruzo con muchos de ellos y ¿qué hacen?  Vegetan.  Pudiera ser que todo se deba a un suceso penoso durante cierta parte de mi vida, pero yo creo que las experiencias no te vuelven perverso si no lo eras antes de los sucesos. Me gusta matar a gente. Nunca haría daño a un animal, cómo tampoco me gusta la luz eléctrica sino es estrictamente necesaria.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 2

         Abro la botella de güisqui y con mano temblorosa me sirvo una cantidad generosa, en un vaso de boca ancha. Dejo caer  tres cubitos de hielo con formas geométricas diferentes ¡tanta sofisticación para enfriar el alcohol! –pienso. A esas alturas de la noche ya suelo estar bastante bebida. Es habitual que pase las noches bebiendo sin ninguna compañía más que la del televisor que, emite  algún programa, de esos que llenaban todas las cadenas. Programas sensacionalistas donde los personajes parodian cualquier cosa e incluso a ellos mismos. Basura pero me acompañan sus voces. Las imágenes, parecen esta noche, más deplorables de lo habitual. Desde el sillón  donde estoy sentada, siento la vida ajena a mi persona, como esos protagonistas del culebrón. Los fuertes colores de la pequeña pantalla, forman un escenario grotesco, cómo una alegoría macabra. Se diluyen entre el alcohol y el vacío donde mi mente va cayendo. Son como los recuerdos antiguos que se borran quedando sólo retazos sin forma de un tiempo que se fue. El salón está en penumbra, sólo una luz baja de color amarillo, en un rincón de la habitación proyecta luces y sombras sobre la pared, cubierta con raso acolchado de color burdeos. Alargo la mano hasta alcanzar la cajetilla de tabaco, que reposa sobre una mesita baja de roble macizo, enciendo un Chester en el que dejo el filtro emborronado con el color  carmín intenso de mis labios.
He aprendido a convivir con mi soledad, antaño no la hubiera podido soportar, pero ahora me resultaba agradable e incluso acogedora. Mi marido pasa la mayor parte del tiempo en su despacho. Es abogado. Según él, el trabajo lo tiene siempre desbordado y no puede dedicarme más tiempo. Yo sé que no es verdad. Me evita y yo me alegro. Hace años que sé de su peregrinaje por otras faldas e incluso por burdeles donde consigue satisfacer deseos algo sofisticados. Confieso que a mí me los arranca. Ahora me es doloroso complacerlo… He aprendido a conocer la procedencia de los placeres oscuros de mi sombra… y no me gustan pero desciendo por ellos como si bajase por una escalera sin fin. Una vez me dejó impresionada un texto, en el su protagonista, una mujer hermosa, había asesinado a su amante, pero su mayor espanto no procedía de esa transgresión, si no del horror de haber sentido cierto placer nauseabundo en ese acto degradante. Desde entonces he aprendido a identificar las relaciones con mis amantes…insanas pero fascinantes...

jueves, 26 de septiembre de 2013

Carmela Bermudez,Inspectora

Inspectora Carmela Bermúdez, esa soy yo. Me gusta imaginarme cabalgando sobre mi intrépida montura para aniquilar el crimen. Organizado y sin organizar, que abunda más. . Mi método de trabajo lo llevo yo y lo hago como me da la gana. No hay informes mejor redactados que los míos. Si no, que se lo pregunten a mi superior,  el Comisario Martínez. Justo en ese momento llevaba  doce horas delante del expediente que me pasó él mismo. Treinta y cuatro fotos de cadáveres, aún sin reconocer, de hombres y mujeres maduros. También cuerpos de adolescentes de baja estofa, de los arrabales de la ciudad. Viejos marginados por su pobreza, gente que duerme en las calles o en los cajeros de los bancos. Todos ellos  encontrados regados por la ciudad como colillas inmundas. Mujeres muertas a manos de sus parejas sentimentales. Otros, simplemente, prefirieron entregar el alma a Dios por su cuenta. En fin nada fuera de lo normal…
No hay nada interesante en lo que meter las narices. Estos interfectos son, como yo digo, muertos de a pie, sin importancia, de esos que pasan a mejor vida y todo continua igual. Los pasillos de esta comisaría que está llena de desconchones, dan ganas de poner a pintar a unos cuantos policías rasos y hasta algún cabo que otro. Buenos chicos todos, aunque si de mí dependiera, estarían patrullando veinticuatro horas al día. Se de buena tinta, porque además lo he escuchado con mis propios oídos, que no me pueden ni ver. Pero lo que no saben es que eso precisamente es lo que más me gusta. Soy lo que llaman mis queridos pupilos una tía insoportable y con un humor de perros. Eso, cuando no me agarra la nostalgia. El pobre comisario siempre dice que no hay quien me entienda y yo siempre le contesto que él es muy simple. Las cosas para él son negras o blancas y de ahí no lo sacas. Con mi mente centrífuga, la variedad de posibilidades, es inmensa y complicada hasta el infinito. En propulsión ascendente. Me voy a tomar un café, el quinto de la mañana, que me lo tengo merecido.
En esos momentos suena el timbre del telefonillo interior. Contestó. ¡Joder, el comisario! El comisario, es un hueso duro de roer, aunque conmigo es especialmente considerado. También hay que decirlo, se acojona nada más verme. La verdad es que si él tiene fama de carácter endiablado y burlón, yo tengo peor fama que él. Así que nos llevamos bien dentro de una cordialidad.
─Buenos días, Carmela ¿Qué tal estamos hoy? ─pregunta con la voz ronca que le caracteriza.
─La verdad no hay gran variación desde ayer. Bueno, el caso del asesinato de una burguesita, que vivía de rentas, según parece, por la zona de Tres Torres… ─le digo con desgana.
─¿No puede ser una falsa alarma?
─No sé, pero la asistenta dice que está de color violeta y chorreando sangre. Vamos, que digo yo, qué habría qué comprobarlo. ¿Es de nuestra jurisdicción?
─¿Es que no sabe usted que la calle es nuestra, inspectora?
 ─¡Claro, claro! Por un momento lo había olvidado, Comisario. Pues nada. Si a usted le parece bien, me pongo en camino inmediatamente.
 ─Lo antes posible Carmela. Donde está metida la burguesía y el capital la cosa esta jodida. Los ricos sólo quieren que todo continúe igual y no ser salpicados por las inmundicias de la vida.
─¡Gentuza Comisario! Los ricos son los primeros podridos de este país. ¿Cómo cree que se hace el dinero? ¿Trabajando de inspectora de policía?
─No me aburra Carmela. Usted y yo sabemos que no podríamos hacer otra cosa. Tenemos alma aventurera...
─Bueno... dejémonos de romanticismos que empieza a peligrar nuestra estabilidad emocional y no estamos para zarandajas ─cambio de tema como la que no quiere la cosa, que el comisario se empezaba a poner sentimental y eso si que no lo puedo tolerar ─Habrá que solicitar al juez una orden de registro. Ya sabe que si no se sigue el procedimiento luego todo son problemas.
─Haga que se ocupe de eso el sargento Benítez, que debe estar tocándose las pelotas en algún recóndito lugar de esta comisaría.
─A sus órdenes comisario ─y me levanto de la silla haciendo un ruido infernal.


martes, 24 de septiembre de 2013

Blanca Marchant, por entregas. 1

       Mi nombre es Blanca Marchant pero este no es mi nombre verdadero. Mi Sombra no se llama así. Ella se llama… desde hace algún tiempo decidí que ya no quería volver a escuchar ese nombre. Sus tintes están demasiado manchados por tantas vivencias, que he llegado a sentir vergüenza de él. Hay algo en ese nombre que no me gusta recordar, casi todas ellas evocaciones escabrosas... he preferido suprimirlas del papel porque de la memoria no puedo…
      Pretendo escribir todo cuanto pueda, para llegar o por lo menos intentar, comprenderme a mí misma. Es una tarea muy difícil que me dispongo a comenzar y de la cual no estoy segura de responder. Podría ser que no lo consiga porque mi Sombra, se vuelve tan escurridiza que apenas si yo puedo reconocerla. De esta manera, ella queda totalmente a salvo, eso sí, seguirá devorando mi centro y mi esencia. Estoy en pleno uso de mis facultades, todavía. Tengo muchas cosas por analizar si quiero llegar a buen puerto con una nave que hace aguas. Es su última travesía.
     Me es difícil organizar mi vida, en base a cuantas veces mi Sombra ha gobernado mi existencia y en cuantas ocasiones  he intentado relegarla a la más profunda de las oscuridades. Cuantas veces ella, ha sido el compañero, la amiga, la madre, la hermana, el padre o el amante e incluso, el desagradable vínculo con la víctima.
      También tengo que tener en cuenta que yo misma intentaré boicotearme indefinidamente, por lo tanto debo estar muy atenta en apostar por mi sinceridad en todo momento. Hay cosas que escribiré aquí a las que llamaré innombrable pues de tan oscuras, las siento como una desgarradora amenaza. Me gustaría traer a la memoria a algunas de las personas que anduvieron conmigo parte del trayecto de mi camino por el precipicio. Unos vulgarmente aborrecidos, aquellos a los que odié, a los que admiré, aquellos a los que amé. A los que  desprecié, porque quizás en ellos, proyectaba el desprecio por mi misma.
     Todos tenemos dos caras, como en un espejo. Si observas bien no se parecen la que vemos y la que no vemos.  Nuestra Sombra, nuestro Mr. Hyde. No puedo afirmar que me conozco sin conocer mi lado oscuro. Ahora mismo intento reconocer mi propia vida como lo haría un ciego abandonado en una casa vacía. Esta bajada a los infiernos será un reencuentro con lo peor y lo mejor de mí...

Continuara...


lunes, 16 de septiembre de 2013

Mónica



       La tengo sentada enfrente, en la cervecería Moritz, muy repeinada, con la raya del pelo a un lado. Lleva un polo de color azul claro de Benetton que le hace las facciones más mortecinas, más de lo que las tiene. En los labios tiene un rictus de desagrado, cómo la que se acaba de comer una almendra amarga. A su lado está sentado su marido, siempre con la sonrisa puesta, una sonrisa cómo de prestado, podría decirse que no le pertenece, es una  mueca, más que una sonrisa. No es de extrañar que tenga esa expresión postiza con la mujer que tiene, no le debe dar muchas alegrías, por no decir, ninguna. Hemos quedado porque ella, Mónica es su nombre, quería pedirme la receta de un pastel de frutas que yo suelo hacer en las reuniones de amigos, a las que ellos, una vez estuvieron invitados. Ahora preferiría cortarme las venas.
─ Hola Carmela, perdona que lleguemos tarde, es que Rogelio está de guardia (es enfermero en un geriátrico)  se nos había quedado el móvil en casa y hemos tenido que volver ─dice Mónica, torciendo aún más la boca, si cabe.
─ No te preocupes Mónica, he aprovechado para dar un paseo por la nueva fábrica Moritz, la han dejado muy bonita después de la rehabilitación ─le digo regalándole algo de simpatía.
       Sin muchos preámbulos, me pide la receta de la tarta y mientras nos traen unas cañas empieza su deliberación sobre críticas y descalificaciones de personas conocidas por ambas partes. Yo intento dulcificar todo lo que puedo el momento, pero ella no retrocede.  Al final, cómo no consigue hacerme participe de sus desvaríos y su mala lengua, me toca el turno a mí.
─ ¡Ay Carmela! Cada día pareces más tonta, las veces que he tenido que defender tu persona, porque mira, tú no quieres ver… pero los amigos te despellejan viva cuando no estás en las reuniones, y yo, quizás por pena, o yo que sé porque, pues siempre intento lavar tu imagen, dentro de lo que se puede ¡claro! Porque tampoco te creas que se puede hacer mucho.
─ Mujer, ya será para menos… Ya sé que no soy un dechado de virtudes pero no creo tener tantos enemigos…
─ ¡Va! Lo que yo digo ─mirando a Rogelio con sarcasmo ─esta chica es tonta… Por cierto te has peinado de forma diferente ¿te has hecho la permanente?
─ No, quizás se me ha rizado algo más el pelo por el verano…
─ No sé, chica parece que hayas metido los dedos en un enchufe o se te haya caído el secador en la bañera mientras estabas tú dentro ─suelta una carcajada gutural

        Yo trago saliva y miro a Rogelio, su marido, para ver si me echa un cable, pero este no es una persona, es un trozo de carne, que a base de volverse invisible, para que no recaigan sobre él los sapos que echa su mujer, se ha vuelto inconmovible, inmutable e inalterable. Dan ganas de estrangularla a ella y de darle un guantazo a él. Al salir de la cervecería, me digo como tantas veces , que esta es la última vez que tengo el detalle de darle una de mis recetas… La sombra de Mónica esconde lo que yo llamo, una envidia pueblerina. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Eva cruzando la vida

         En todas ellas hay una parte de nuestras vidas. Siempre caminando, siempre un paso por detrás,  llevando el peso del mundo. Amamantando a la humanidad con la leche de la sabiduría ancestral. Pocas veces reconocidas en el letargo del pensamiento opaco y lleno de violencia. No sabe el hombre descansar en el goce de la tranquilidad, de las sabanas blancas, de tantas lluvias que hacen que las semillas germinen en la tierra.
        Mujeres ausentes en muchos ámbitos, que aparecen y desaparecen
de la historia, de la literatura, de la ciencia y de la política. Mujeres innombrables, invisibles. Las olvidadas del progreso. Las que quisieron despuntar por propio talento fueron discriminadas, tuvieron que luchar contra la incomprensión de su tiempo, el fascismo, el racismo, la clase social o la identidad racial. Cómo tantos hombres... pero ellas más, doble golpe. Los derechos que disfrutan en la actualidad las mujeres del mundo occidental se ha conseguido por el esfuerzo de muchas de ellas que han trabajado para conseguirlo. Muchas han intentado hacerse un hueco en el mundo de los hombres,  las cosas han cambiado... pero hay infiernos en este mundo donde la violencia y la invisibilidad es para todas ellas su forma de vida. En todos nosotros hay un hombre y una mujer que pugnan por caminar juntos, para cuando la humanidad abra los ojos seremos una gran familia. ¡Queda tanto!

La conversación

        Escucho un profundo suspiro al pasar por la puerta de la cocina. Me aparto hacia un lado. Vuelvo a escucharlo, ahora seguido de un murmullo apenas imperceptible. Pego el oído a la puerta que está entreabierta. Pongo atención. Es una conversación con pequeños suspiros entrecortados. Ahora oigo ruido de platos, el agua corre como un río entre la vajilla y las ollas. La conversación continua pero no consigo entender una frase completa, sólo palabras sueltas que parecen no tener significado, excepto para la que las pronuncia. Pongo todos los sentidos…

       Ahí está. Es una conversación íntima. Meto la cabeza a través de la puerta y veo a Elvira, sus labios se mueven emitiendo una cantinela, susurros cómo un eco de adentro mientras trajina con cacharros y agua ¡Ahora entiendo! Ella se pregunta. Se contesta. Cuestiona su vida, discute con su pasado, con un presente que se escapa y un futuro que apenas existe.


     Elvira habla con ella misma porque nadie la escucha. Porque ha vivido con los labios apretados y ya está cansada. Quiere hablar y habla aunque el agua se lleve las palabras por el desagüe. Luego, con las manos juntas espera el olvido. Toda una vida pensando hasta que el pensamiento se ha hecho conversación. Quisiera poner mi mano sobre su hombro y apretarlo ligeramente para que me hable a mi siquiera pero yo…simplemente, no existo. Sólo soy la sombra de Eva.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La carta

         Rosario estaba sentada frente a la ventana, parecía que miraba hacía un punto fijo, alguna cosa en el exterior que llamaba su atención, pero en realidad sus ojos estaban perdidos. Con la mano derecha cogió un cigarrillo que se llevo a la boca y lo encendió. Aspiro largamente el humo y luego lo dejo en reposo sobre el cenicero. En sus rodillas descansaban varias cuartillas manuscritas. El sobre que ella misma había arrugado estaba tirado en el suelo. De fondo sonaba la música de “protagonistas”, un programa de radio un poco anticuado.
           La carta podía ser de su hermana que aún vivía en el pueblo. Como no recibía muchas siempre le causaban recelo. Podían ser buenas o malas noticias. Su hijo estaba en el extranjero y nunca le escribía cartas, si no que le llamaba por teléfono pero Rosario estaba segura de que si le pasaba algo sería una carta lo que recibiera. El papel siempre es mejor para las malas noticias. Eso es, al menos, lo que ella pensaba. Si era de su hermana, como la pobre ya era mayor, le daba miedo que la carta fuese una despedida. Las facturas de los servicios domésticos eran inconfundibles, siempre traían una ventanita por donde asomaba su nombre y  en ésta no aparecía. Como ya había tirado el sobre, las cuartillas bailaban en sus manos sin atreverse a leerlas. La carta le quemaba los dedos.
           Rosario era considerada una mujer extraña, dada a las melancolías, algo que a la gente tiende a asustarle. Pero ella era así y no pensaba cambiar. Se levantó despacito, con las cuartillas en la mano, lo que fuese, ya era inevitable… Las arrugó igual que había hecho con el sobre y muy despacito las hundió en el cubo de la basura.





jueves, 5 de septiembre de 2013

Eso te pasará a ti

   

               Desde hace algún tiempo mi amiga Teresita anda diciendo que no se siente bien, que está cómo tristona, cómo melancólica. Yo le digo que puede ser un poco de contagio por todo el panorama social en el que vivimos inmersos. Eso nos acaba pasando factura. O quizás arrastre todavía el trauma del divorcio, porque su marido se fue con una, veinte años más joven.
           Ella dice que todo eso le influye, por supuesto, pero que es algo más hondo, más de adentro, cómo si el alma le empezara a pesar. Bueno el caso que el otro día mi amiga y yo habíamos sido invitadas a una cena con otros amigos. Teresita, que le gusta expresar sus emociones, se puso a hablar de su recién adquirida tristeza:
─Pues yo siento por primera vez que el tiempo corre demasiado deprisa, no sé cómo si no lo pudiera alcanzar por mucho que corra ─dice Teresita con los ojos pequeñitos. Yo veo que a Ricardo se le ponen los pelos como escarpias, tiene el pobre, un problema con la edad y no está dispuesto a que nadie se lo recuerde.
─No digas tonterías ─dice Ricardo con desdén, pues además, le pone enfermo todo que hace referencia a la debilidad humana.
─De verdad, Ricardo lo siento así. Creo que he empezado a sentir el paso de los años ─dice Teresita con honestidad.
            Los demás comensales permanecen impasibles, cómo si oyeran llover, tal vez porque les importa un pimiento o quizás porque presienten que va a haber sangre y están a la expectativa. Ricardo se enerva cada vez más ante la posibilidad de ver en Teresita su propia fragilidad.
─Eso te pasará a ti, porque entre otras cosas te faltan estímulos externos. Yo por el contrario, cada día me siento más joven, más guapo y más rico.
            Teresita viendo que a Ricardo se le estaban poniendo los ojos espiralados  y le temblaba la voz ligeramente, opta por callar y dejar que Ricardo metiera todos los goles.
             Y fíjate, que el otro día me llamó Teresita para decirme que se iba a Houston a operarse las tetas y que por favor llamase a Ricardo que lo habían ingresado en una clínica, muy prestigiosa eso si, por una depresión o algo parecido.
             La vida da muchas vueltas y nuestras proyecciones ¡también!
                 


jueves, 29 de agosto de 2013

Luces y sombras de Sofía

                              Recostada sobre la cabeza sobre su brazo,

Sofía sueña. Su imaginación vuela lejos de su realidad, se siente embriagada,  la sangre recorre sus venas cómo una manada de caballos libres, dueños de sí mismos. Sofía galopa sobre uno de ellos, el más hermoso, el más salvaje, el dueño del mundo. Blanco como la nieve, ella, su montura y su reina. Imagina la vida con colores más luminosos, rotundos. Siente los pinceles entre sus dedos sin apenas consistencia, como una prolongación de sí misma. El lienzo blanco se va cubriendo de fuerza, trazos espesos, borbotones de pintura. La mente de Sofía se inunda. Sobre la arena blanca, las olas llegan hasta sus pies con una espuma  densa que lentamente asciende por todo su cuerpo. La baña, la empapa, para luego retirarse dejándola dibujada sobre la tierra ¡Sofía vive! ¡Sofía ama! Los latidos de su corazón golpean tan fuerte como los cascos de su caballo. No le importaría morir en ese preciso momento (…)

                           El descenso de Sofía a los infiernos se ha vuelto su realidad. Tirada sobre la acera ni siquiera recuerda cómo llegó hasta allí. Estira una esquelética mano para asirse al pomo herrumbroso de una puerta desvencijada. Unas sombras negras la rodean, diciéndole en voz tenue, que la abra, que justo detrás hay una pendiente sin retorno. Por allí se podría deslizar… hasta el abismo. Un asco recorre su garganta, el sabor amargo de la bilis le impregna la boca, el sabor del aborrecimiento hacia sí misma. Sofía recuerda la belleza de otros días, cuando pensó que aquello era la vida.  Si al menos pudiera llorar… pero sus ojos los ha secado el odio, la rabia. Un silencio roto le ha robado los años. Ya no recuerda la última vez que sonrió, si no era para suplicar una papelina de polvo blanco, a cambio de un cuerpo usado. Ya casi no puede vender ni eso. Sofía rebusca en el sucio bolsillo de su pantalón y con dedos temblorosos toca el último pasaje hacia ninguna parte. Como una fotografía en blanco y negro, Sofía yace una madrugada en aquel sucio portal de una ciudad impasible. 
             La jeringa fría y húmeda cuelga de su brazo como un animal muerto.